Por César Félix
Sánchez Martínez, artículo publicado en Transformando
el Perú, 30-Sep-2016.
DRÁN PAZ Y SEGURIDAD…
Santo Tomás decía que la paz era la
tranquilidad en el orden. No puede, por tanto, haber paz sin orden. La obra de
la justicia es la paz, decía el lema del recordado –y tan extrañado- Pío XII,
angélico pastor de la Iglesia en mejores tiempos.
¿Puede nacer la paz de la injusticia grave? Y,
lo que es peor, ¿puede ser considerado como de paz un proceso que acabe
generando más desorden que el que supuestamente está llamado a terminar?
Todo esto parece estar a punto de ocurrir en
Colombia. No solo habrá extrema impunidad para los guerrilleros (responsables
de crímenes terribles, que van desde la violación masiva y prostitución forzosa
hasta la refinada crueldad de atar explosivos a las cabezas de sus rehenes y
detonarlos, así como el reclutamiento de niños, el narcotráfico y las masacres
y asesinatos cotidianos), sino también un pago de millones de dólares anuales a
su cúpula y «dietas» equivalentes a 3 000 dólares mensuales para gastos, para
la oficialidad, y 200 dólares para la tropa. Saldrán libres también los ya
condenados.
Del gran botín de sus gastos ilícitos, no
se oye, Padre. Además de eso, las FARC contarán con un canal de televisión,
decenas de radios y todo el apoyo material y moral del Estado para constituir
un partido político. Y por si eso no fuera poco, se le asegurarán 10
representantes en las asambleas de la nación, aun si no son elegidos.
El acuerdo, además, involucra una Reforma
Agraria que considera la posibilidad de expropiar tierras privadas. Por
otro lado, el Estado colombiano hace suyo, a instancias de los terroristas, el
llamado «enfoque de género» proabortista y prohomosexualista. Podrán
reconfigurar la sociedad colombiana a su libre capricho.
Por otro lado, décadas atrás, se convenció
ingenuamente a los militares de los regímenes de fuerza de Latinoamérica a
dejar sus cargos en aras de la llamada «transición democrática». Ingenuamente
creyeron en la caballerosidad de sus enemigos, directos o embozados, y ahora
muchos de ellos (y sus subordinados) purgan prisión o viven a salto
de mata, por temor a la justicia internacional, que no conoce de amnistías ni
prescripciones. ¡Qué mala suerte que no fueron guerrilleros! Porque la llamada
«justicia transicional» asegura un práctico borrón y cuenta nueva para los
guerrilleros responsables de atrocidades y sus fallos son inapelables y no hay
instancias –ni humanas ni divinas- superiores a ellos.
Este domingo 2 de octubre se celebrará un
referéndum, para aprobar un pacto ya firmado y luego de una campaña del aparato
mediático y propagandístico del gobierno para arrinconar al «no». Los
expresidentes Uribe y Pastrana invocaron a los dignatarios mundiales a no
acudir a la firma del tratado, para evitar una injerencia ante un proceso
electoral. Pero nuestro presidente no conoce de prudencias ni respetos (como
fue y es evidente, desde su tiempo de ministro de Toledo y durante sus
chabacanas y agresivas campañas electorales) y se fotografió, al lado de Raúl
Castro, de Santos y de Timochenko. Para empeorar las cosas, el supuesto
«presidente de lujo», ante su rechazo a la inscripción del brazo político de
Sendero Luminoso en el Perú, fue preguntado sobre entonces porqué aceptaba el reciclaje
de las FARC, y con la lucidez prístina y la elocuencia que lo caracteriza,
dijo: «Eso es otra cosa».
Claro, otra cosa. Que yo sepa, Sendero
nunca lanzó balones de gas dentro de una iglesia, matando 119 civiles
desarmados, como hicieron las FARC en Bojayá en el 2002, por citar un ejemplo
reciente.
Lo más triste de todo es que un gran país como
Colombia, luego de haber casi derrotado a los violentos, será entregado a su
capricho, con armas y bagajes. Y no habrá ninguna paz, sino, como predice
Carlos Alberto Montaner, más desorden y violencia. Porque, como dice san Pablo,
«dirán paz y seguridad y vendrá sobre ellos la destrucción repentina» (1
Tes. 5:3).