Reproducimos
un interesante artículo publicado en el blog “Infocaótica” del Dr. Rubén
Calderón Bouchet dónde hace unas interesantes apreciaciones sobre el Opus Dei,
hoy tenido como un movimiento católico “tradicional” o “conservador”.
En pocas palabras...
Nada
mejor que recordar a un maestro con su propio magisterio. A continuación
reproducimos uno de sus muchos textos que guardan relación con los temas de
esta bitácora.
He leído
sobre “El Opus Dei” la obra que escribió Jean Saunier en 1973 y
traducida al español por ediciones Roca de Méjico. El libro es ya un poco viejo
y especialmente en todo cuanto se refiere a la situación política de España,
que cambió bastante a la muerte del Caudillo y especialmente durante el período
en que gobernó el socialismo bajo la conducción de Felipe González. El libro
está escrito con claridad y tiene un desarrollo periodístico fácil de seguir. Sin
lugar a dudas su autor no es católico y esto se hecha de ver en los primeros
trazos de la obra por ciertas alusiones inequívocas que muestras su ignorancia
de la teología y una manera de comprender el curso de la historia europea que
coloca a Saunier en un radicalismo más bien zurdón y probablemente marxistoide,
aunque esto último no parezca con indiscutible evidencia.
La crítica,
fundada en un buen conocimiento de los hechos, adolece de perspectiva religiosa
de modo que el católico tradicionalista y cabal se encuentra frente a una
diatriba que parece especialmente dirigida contra lo que el autor llama el
integrismo del Opus y que consistiría en una defensa denodada de la Iglesia de
siempre hecha con métodos adecuados a la actual situación del mundo económico.
Con el propósito de hacer ver el carácter tradicional del Opus Dei, el autor
trae a nuestra memoria la existencia de anteriores asociaciones religiosas que
pretendieron, en su momento, reflotar la antigua importancia política de la
Iglesia Católica en intentos, más o menos logrados, de asumir el poder político
merced a ciertas intrigas secretas llevadas a buen término por esos grupos
escogidos. Así “La Cábala de los Devotos” en el tiempo de Luis XIV, “Los
caballeros de la Fe” durante la Restauración y el movimiento integrista de “La
Sapinière” durante el pontificado de Pío X. Sin entrar a considerar las
características de cada uno de estos movimientos y en especial el de “La
Sapinière” cuya limitación al campo de la fe contra los modernistas pone su
actividad en el seno mismo de la Iglesia, porque en ningún momento apareció con
una asociación secreta y marginal, como sostiene el Autor en seguimiento de la
opinión modernista, que ha pretendido hacer del llamado "integrismo"
una suerte de herejía opuesta al progresismo para insinuarse como una síntesis
dialéctica verdaderamente integradora de la verdad católica. En pocas palabras,
el Opus Dei sería un movimiento esencialmente católico en su inspiración y en
su contenido doctrinal, que trataría de captar las clases dirigentes de la
llamada sociedad de consumo para que sirvan fundamentalmente a los intereses de
la Iglesia.
Como esta
afirmación proviene de un crítico que carece totalmente de vitaminas
religiosas, diríamos que adolece de lo esencial: la aptitud para ver en la “praxis”
del Opus Dei los auténticos errores que una mirada un poco más teológica puede
percibir. El libro, proveniente de un buen francés, está escrito con soltura y
en ningún momento cae en el denuesto grosero en el que cae el mejicano autor de
un fogoso apéndice, donde se nos sirve de postre una retahíla de lugares
comunes del más incontrolable “odium fidei”. Hay que reconocer que su
autor Walter Beller Taboada no ha hecho ningún esfuerzo para ponerse al día con
la crítica anti-clerical a la página que suele ser mucho más edulcorada y
contemplativa. El suyo es un libelo del más hosco estilo “tragacuras” que
podría causar repugnancia si su anacronismo petulante no lo hiciera casi
cómico. Le reprocha al Opus Dei que cuide la castidad de las niñas puestas bajo
su cuidado y se preocupe de la conducta sexual de sus afiliados sin tomar en
consideración todo lo que puede habernos enseñado Freud con respecto a la
liberación de los tabúes. Sus reproches al Opus pueden hacerse extensivos a
toda la Iglesia y es muy difícil hallar una diatriba que hable tan bien de la
proyección moral e intelectual del Opus Dei.
Frente a
una crítica de esta naturaleza el buen católico puede pensar que la
organización religiosa y social del Opus es una inteligente y metódica defensa
de la fe, especialmente adecuada a los tiempos que corren. Su orientación a
captar las clases dirigentes de una nación y prepararlas moral y técnicamente
para el desempeño de sus funciones de comando, no sería tanto un reproche como
una alabanza, al fin de cuenta los que más necesitan los recaudos religiosos
son los que mandan, porque son ellos los que sufren las tentaciones más fuertes
hacia el pecado de codicia y los que están más expuestos a cometerlo.
Nuestras
dudas con respecto al valor religioso de la Obra nacen, precisamente, de la
elaborada preparación de sus afiliados para enfrentar triunfalmente los
desafíos del mundo moderno. En cuanto entramos en contacto con algunas de sus
enseñanzas más resonantes, viene a nuestra mente la parábola del Mayordomo
infiel o, como decía Castellani, del Mayordomo Camandulero. Es verdad que los
bienes de este mundo deben ser usados para ganar la vida eterna, pero si nos
preparamos demasiado para obtenerlos ¿no corremos el riesgo de invertir el
orden de las preferencias? Una excesiva preocupación por las añadiduras ¿no nos
hará perder de vista el Reino de los Cielos? Y si todavía debemos cuidar la
santa presentación de nuestras fisonomías para obtener más éxito en la empresa
¿no terminaremos presas de una farisaica hipocresía que es uno de los mayores
pecados que se pueden cometer?
El Opus
Dei hace todo lo que puede para prepararnos para el triunfo en éste y en el
otro mundo, es muy cierto que nos advierte contra el humor triunfalista, pero
lo hace para que podamos triunfar, no sea que una vanidosa ostentación del
éxito nos haga fracasar ante los ojos de la sociedad a la que debemos destinar
nuestros esfuerzos. La humildad es una carta jugada y tenemos que ponerla
siempre en evidencia, aunque no sea, necesariamente, una actitud muy auténtica.
Por supuesto el socialista de turno nos dice que en la Edad Media la Iglesia
Católica supo captar la adhesión de las clases superiores y prepararlas para
ejercer su efectivo comando sin perder de vista la efectiva prelacía espiritual
de la Santa Sede. No olvidemos que su influencia sobre la nobleza tuvo un
efecto más correctivo que exaltante y si comparamos el comportamiento del noble
bárbaro y del noble cristiano, observaremos en primer lugar la disposición
servicial del segundo y, luego, cuando la preocupación religiosa predominaba,
su abandono do todas las pompas para consagrar su vida a la fe ¿Bernardo de
Claraval, Santo Tomás de Aquino no fueron nobles? Pero su santificación les
impuso el abandono de sus privilegios nobiliarios y su ingreso en la vida
conventual. Por cierto el Opus no le niega al banquero adherente la posibilidad
de tomar un hábito religioso, pero no lo anima demasiado en esta línea y lo
prefiere en su condición de financiero para que colabore mejor con las obras de
la fundación.
Rafael Thermes |
Estas
comparaciones son siempre un poco forzadas, los cambios históricos son
demasiado notables para que el cotejo entre la nobleza feudal y el mundo de las
finanzas no resulte siempre ilusorio. La nobleza es el resultado de una
superioridad natural y aunque la soberbia de la vida puede hacer del guerrero
un déspota, la virtud de la fortaleza es siempre una energía con la que se
puede contar para la formación de una excelencia auténtica. Las virtudes que
hacen a la buena disposición para las finanzas no entran en la composición de
los buenos hábitos morales : la previsión, la astucia, el ahorro, el cálculo,
la fría minuciosidad en el manejo de los bienes si bien pueden ser controladas
por la prudencia, pertenecen de hecho al elenco de esa inclinación, fundamentalmente
viciosa, que se llama la “prudentia
carnis” y que parece ser una de las mejores solicitadas por la ética
opusdeista.
De
cualquier modo el libro de Saunier nos informa con bastantes detalles acerca de
la actuación del Opus y aunque haya un poco de exageración en lo que dice, no
se presta sino a los que tienen, nos encontramos frente a una asociación
católica que ha tenido un éxito clamoroso y ha despertado la furia de los
enemigos de la Iglesia, lo que no deja de ser una nota favorable para el Opus.
Revista Telva, manejada por numerarias del Opus Dei. |
La
Revolución, en su sentido lato y cabal, ha hecho del financiero, el comerciante
y el industrial, los hombres que marcan los rumbos de la sociedad moderna,
captarlos para la edificación de la Ciudad Cristiana parece, a primera vista,
un propósito apostólico perfectamente válido y digo bien: a primera vista,
porque una segunda mirada más atenta, revelaría dos aspectos de la empresa que
resultan un poco discutibles. Se trata de una clase dirigente que ha medrado en
el descalabro de un régimen sostenido por el Magisterio de la Iglesia Católica
y montado a horcajadas sobre la influencia espiritual del protestantismo,
porque si hilamos con un poco de fineza la mentalidad liberal que reina también
en los países sedicentes católicos, es de origen protestante. Como afirmábamos
más arriba, las virtudes o los hábitos, no siempre virtuosos, de esta clase
dirigente la hace bastante impermeable al influjo de la fe y ¿ en qué medida
una conversión verdadera conservaría sus aptitudes para el comando en la
sociedad actual ? Porque una cosa es una conversión auténtica, a la manera de
San Roderico de Finchala que abandonó su comercio de cabotaje para dedicarse a
hacer penitencia, y otra, bastante diferente, poner cara de santo para afilar
mejor el anzuelo conque se pesca a río revuelto.
Se me
puede reprochar el que condene, sin ninguna intención de mejorarla la
espiritualidad de nuestra civilización y en lugar de enfrentarla, con los
medios previstos por la fe de Cristo, la condene a un oprobio definitivo sin
intentar el esfuerzo de instaurarla para siempre en el ámbito salvífico de la
Iglesia. ¿Se puede salvar a un rufián sin pedirle que abandone el oficio? Es
cierto, el dinero es un instrumento y su bondad o su maldad depende del uso que
se haga de él, pero las condiciones que hace falta tener para conseguirlo en
gran escala ¿no son siempre pecaminosas o por lo menos, peligrosas para la
salud del alma?
Como
todos los que no tienen un céntimo suelo ser un poco riguroso para los que
ganan demasiado y en esta condenación perentoria, alguien puede leer la envidia
inevitable del pobre. Pero en fin, Nuestro Señor no fue muy suave para con los
ricos y a no ser que se adelgace mucho a los camellos o se agrande en exceso el
agujero de las agujas, la posibilidad de que un rico entre en el Reino de los
Cielos, va a resultar siempre un poco difícil. Se me recuerda que se trata del “espíritu
de riqueza” y que se pueden poseer todos los tesoros del mundo, sin estar
profundamente ligados a ellos. Lo admito, pero insisto, no se puede ser un
excelente y exitoso banquero sin poseer algunas aptitudes espirituales para la
posesión del dinero y perder algún tiempo en la adquisición de conocimientos
bursátiles que nos harán depender demasiado de las fluctuaciones del dólar, del
marco o del yen. No hablo de las maniobras dolosas en las que hay que ser
experto, aunque más no sea para evitar sus coletazos y salir a flote de una crisis
financiera en la que se juega el dinero de la Obra.
La clase
dirigente moderna, nacida en la ruptura revolucionaria de una sociedad de
orden, no es la más adecuada para ponernos en las fronteras del Reino de los
Cielos y me temo que los esfuerzos apostólicos del Opus Dei tropiecen con una
naturaleza humana muy refractaria a las insinuaciones del Espíritu Santo y
bastante más apta para adquirir el talante y las costumbres de un fariseísmo “up
to date” sin antecedentes en la historia de nuestra civilización. No
olvidemos que Mateo tiró su mesa de cambista o preceptor de impuestos para
seguir a Cristo y Este no dijo: “Trata de ser el más serio e irreprochable de
los publicanos y sígueme desde lejos sin abandonar tu escritorio”.
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Nota.
Un criterio puramente pragmático de
verdad suele ponernos en irremediable oposición con la enseñanza tradicional de
la Iglesia. Es muy cierto que hoy, en todas partes del mundo civilizado se
impone el sistema democrático y liberal de gobierno, no importa el carácter muy
discutible de su manera de obtener el consenso popular. Nadie que lea los
diarios y tenga su mente forjada por los medios de comunicación masiva duda de
la bondad del sufragio universal y aunque los más avisados piensan que se trata
de un “camelo publicitario” sostenido a base de una propaganda que los
financieros pagan de su bolsillo para mantener el anonimato de los “mandamases”,
ninguno se atreve a criticarlo publicamente para evitar el oprobio de ser
considerado un fascista. La Iglesia debe enseñar la verdad, sólo la verdad nos
hará libres y no aceptar una mentira y mucho menos adquirir una preparación
idónea para ayudar a sostenerla en su mendaz utilidad. El hombre que vive de
las mentiras ideológicas y las acepta descaradamente para medrar con ellas no
es, lo que yo llamaría, un miembro vivo de la Iglesia de Cristo, es un
camandulero más de los muchos que engordan a la sombra de los plebiscitos
democráticos. La Obra no adhiere a una ideología determinada, pero las acepta a
casi todas como caminos viables por donde el hombre cristiano puede transitar
sin tropiezos morales
Rubén
Calderón Bouchet, Mendoza, Argentina. Visto
en el blog “Infocaótica”.