Jose
Maria Gonzalez. Arzobispo de Durango
Nos, hemos sabido, Venerables Hermanos y muy amados
hijos, que los insistentes rumores de un posible arreglo entre el Episcopado
Mexicano y el Gobierno perseguidor, no fundados en la efectiva derogación de
las leyes, han angustiado horriblemente vuestro corazón añadiendo una nueva
pena a las incontables que estáis padeciendo. Vuestro instinto cristiano, sin necesidad de hacer grandes reflexiones,
os hizo sentir repugnancia e indignación al mirar una vez más al lobo rapaz
tomar la piel de oveja y acercarse a los Prelados, representantes de los
Apóstoles, para conmover con fingida dulzura a quienes no pudo conmover con
rugidos espantosos. Y temisteis que los falsos profetas enviados
por el perseguidor hiciesen doblegar a vuestros Prelados con vanas y engañosas
ofertas. Pero temisteis sin fundamento. ¿Que no recordáis las palabras de
nuestra Carta Pastoral Colectiva del 25 de julio de 1926, cuando ordenábamos la
suspensión de cultos? Ahí decíamos, hablando de las leyes persecutorias: «Ante
semejante violación de valores morales tan sagrados, no cabe ya de nuestra
parte condescendencia ninguna. Sería para nosotros un crimen tolerar tal
situación y no quisiéramos que ante el Tribunal Divino nos viniese a la memoria
aquél tardío lamento del Profeta: Ay de mí porque callé. Por esta razón,
siguiendo el ejemplo del Sumo Pontífice, ante Dios, ante la Humanidad
Civilizada, ante la Patria, protestamos contra ese decreto… Contando con el
favor de Dios y con vuestra ayuda, trabajaremos porque ese decreto y los
artículos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta haberlo
conseguido».
¿Y creéis que íbamos a olvidar esas palabras y a
tener hoy por aceptable lo que ayer tuvimos por indigno? ¿No recordáis que el
mismo Sumo Pontífice nos enviaba un mensaje que decía: «Santa Sede condena
la Ley, a la vez que todo acto que signifique o pueda ser interpretado por el
pueblo fiel como aceptación o reconocimiento de la misma Ley». ¿Y creéis
que nosotros los Prelados Mexicanos que nos hemos abandonado en los brazos del
Papa y que nos gloriamos de obedecer sin discutir sus disposiciones, íbamos a
pasar sacrílegamente sobre semejante condenación pontificia? ¿No recordáis que
a raíz de la suspensión del culto, un día en que circuló rumor de arreglos que
dejaban en pie las abominables leyes persecutorias, el Sumo Pontífice nos
cablegrafió diciendo que nos mantuviéramos en la actitud asumida por todo el
mundo.
De entonces acá el furor de los perseguidores no ha
tenido límite. La sangre de los cristianos ha corrido a raudales, mezclada la
de los sacerdotes con la de los jóvenes, la de las doncellas con la de los
ancianos. ¡Sangre bendita, que hizo brotar por todas partes cristianos nuevos,
rejuvenecidos, valerosos, invencibles! ¿Y creéis que después de tanta sangre y de tantas lágrimas, de tantos
heroísmos y de tantos sacrificios íbamos a ser nosotros los
que cerráramos las puertas a la plena victoria de Cristo? Si
tal hiciéramos, nuestros mártires y nuestros héroes se levantarían de sus
tumbas para reclamarnos el despilfarro de sangre gloriosa…
¡No y mil veces no! Nuestra fe de católicos,
nuestro deber de Prelados, nuestra dignidad, el respeto que debemos a las
víctimas, el puesto que hemos conquistado ante el mundo, y finalmente la
conciencia que tenemos de nuestra fuerza moral y espiritual, que centuplica
nuestra fuerza física, todo nos hace repetir día por día, momento por momento,
las palabras de la Carta Pastoral Colectiva: «Trabajaremos por que ese
decreto y los artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados, y
no cejaremos hasta haberlo conseguido». Nuestro non possumus se
mantiene en pie, y se mantendrá hasta el fin, pues ayudados de la gracia de
Dios, estamos dispuestos a morir en el destierro, antes que dar un paso atrás
en la actitud que hemos asumido. Ya no estamos dispuestos a confiar ni en
disimulos ni en promesas. Tenemos en mucho la libertad de la Iglesia, la paz de
México y el bien temporal de nuestros hijos para hacerlos depender de unos
hombres que tantas veces nos han engañado y que no han sabido cumplir los
compromisos firmados por su Cancillería. Nos referimos al compromiso que como
Ministro de Relaciones contrajo y firmó el Sr. Aarón Sáenz, con acuerdo del Sr.
Obregón, entonces Presidente de la república, con su Eminencia el cardenal
Gasparri, Secretario de estado de Su Santidad Pío XI. Por eso decimos que es
imposible aceptar arreglos que no estén fundados, cuando menos, en la
derogación efectiva de las leyes persecutorias.
Sí, nuestro non possumus se mantiene en
pie, y se mantendría aunque todas las circunstancias nos anunciaran la derrota.
Más, ¿quién piensa en derrota en los momentos actuales?, ¿quién piensa en
derrota cuando la atenta observación de los acontecimientos nos hace repetir
con mayor firmeza las palabras del Profeta:‘Exulya satis, filia Sion; jubila,
filia Jerusalem; ecce Rex tuus veniet tibi justus et salvator’ (Zach. IX,
9) ‘¡Oh hija de Sión!: Regocíjate en gran manera; salta de júbilo ¡oh hija
de Jerusalén!: He aquí que a tí vendrá el rey, el Justo, el Salvador’.
Ánimo, pues Dios está con nosotros, y se muestra
visiblemente donde los católicos cumplen dignamente con su deber, donde los
católicos están perfectamente penetrados de que son hijos de una Iglesia que
Jesucristo hizo libre y no sujeta a ningún poder terreno, y donde están plenamente
convencidos de que no hay medio ninguno de asegurar la libertad de la Iglesia,
la paz de la Nación, y su bienestar temporal mismo, si no es la derogación
efectiva de las leyes que se invocan a todas horas para conculcar los derechos
más sagrados y cometer los sacrilegios más horrendos. Levantad, pues, vuestro
ánimo, mis muy amados hijos, y abrid vuestro corazón ampliamente a la
esperanza.
En nuestra Carta Pastoral Colectiva en que
ordenábamos la suspensión del culto, os recomendábamos las palabras de N. S.
Jesucristo a sus Apóstoles, pronunciadas la víspera de su Pasión: He aquí que
subimos a Jerusalén, en donde el Hijo del Hombre será entregado, condenado a
muerte, flagelado, crucificado, y al tercer día resucitará. Ahora, hijos
amados, la Iglesia de México, ha entrado ya a Jerusalén, ha padecido tristeza
mortal en el Huerto de los Olivos, ha presenciado las traiciones de los
miserables Judas, ha visto a los Pilatos lavarse las manos y excusarse con la
ley o con el mandato del César. Hoy se encuentra en pleno Calvario; pero el
sacrificio está consumado ya. El día de la Pascua se acerca. Ya los ángeles
preparan sus cantos de triunfo, para asistir a la resurrección gloriosa, y para
cortejar a Nuestro Rey y Salvador Jesús, que se acerca ya a enjugar vuestras
lágrimas y a daros en premio la libertad que habéis merecido con vuestros
sufrimientos.
Dada
en roma, fuera de la Puerta Flaminia, el 7 de octubre de 1927, fiesta del Smo.
Rosario.
Jose María, Arzobispo
de Durango.
Pbro. David G. Ramírez,
Srio
Visto en el Blog Ecce Chrisianvs.