La
atracción del Divino Niño en los brazos de su Madre Virginal hace todavía que
Navidad sea la más popular de las Fiestas Cristianas, pero a medida que el
mundo le da la espalda a Dios, así también el corazón y el alma de la Escena de
la Natividad se van desvaneciendo, y los sentimientos Navideños se vuelven cada
vez mas artificiales. La verdadera Cristiandad se ha esfumado. Es hora de
retornar a la liturgia de la Madre Iglesia de las épocas anteriores a Cristo
cuando los hombres sabios se regocijaban intensamente a la expectativa de Su
venida. Para ellos, eso sólo daba sentido a la infelicidad de la humanidad
siempre más devastada por las consecuencias del pecado original. Era su gran
esperanza y nada podía hacerla tambalear. El Cristo vendría, y con El las
puertas del Cielo se abrirían otra vez a las almas de buena voluntad. He aquí
las antífonas del cuarto Do mingo de Adviento, compuestas a partir de textos
del Antiguo Testamento.
“Tocad
la trompeta en Sion porque el día del Señor está cerca: mirad, que ya vendrá
para salvarnos, aleluya, aleluya”. Si
los hombres no quieren ser salvados, entonces difícilmente podrán entender para
que han nacido y así deben morir con desesperanza en mayor o menor grado. Pero
si queremos ser felices por toda la eternidad y si sabemos que sólo Jesucristo
puede hacer ello posible, ¡cuanto entonces debemos regocijarnos de que El haya
venido!
“Mirad,
el deseado de todas las gentes vendrá y la casa del Señor estará henchida de
gloria, aleluya”. Así
como el pecado original es universal, así los Reyes Magos vinieron de tierras
lejanas y extrañas para adorar a su Salvador en Belén, y ellos hubieran podido
venir de todas las naciones del mundo deseándolo a El. Desde su época, los
Cristianos en realidad han venido de todas las naciones para encontrar a su
Salvador en su Iglesia católica, y la han llenado siempre desde entonces con la
gloria de hermosas ceremonias, edificios, ornamentos, arte y música.
“Los
caminos torcidos serán enderezados, y los caminos escabrosos serán aplanados:
ven, Señor, y no demores”. Cuatro
mil años después de la Caída de Adán y Eva el mundo se había vuelto totalmente
torcido. Hace dos mil años la más asombrosa transformación de la humanidad
empezó con el nacimiento de Nuestro Señor. Durante siglos, hemos dado por
sentado que estas formas aplanadas de civilización permanecerían aplanadas,
pero con el desprecio de Cristo por parte de los hombres, estas formas se han
vuelto más escabrosas que nunca – vean cualquier diario hoy. Ven, Oh Señor,
vuelve y no tardes, porque de otro modo nos vamos a devorar unos a otros como
animales salvajes.
“El
Señor vendrá, id a encontrarle diciendo: Gran es su principio y su Reino no
tendrá fin: Dios, Poderoso, Señor de todo, Príncipe de la Paz, aleluya,
aleluya”. Con
palabras parecidas, tal vez, los Reyes Magos aclamaron al Cristo Niño cuando
después de largos viajes lo encontraron. Convertidos de hoy, después de largas
tribulaciones en los desiertos del ateísmo, ojalá puedan todavía encontrar
parecidas palabras para recordarnos como el Niño en el pesebre tendría que ser
aclamado. Sin El, el mundo no puede tener paz y está al borde de otra tremenda
guerra. Divino Niño, ven, no tardes, o sino pereceremos todos.
“Tu
Palabra Todopoderosa, Oh Señor, fluirá de tu trono real, aleluya”. Navidad es la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad descendiendo todo el camino desde el Cielo, revistiéndose de
una frágil naturaleza humana y naciendo de una Madre humana, para rescatarnos
de la esclavitud del Diablo y reabrirnos las puertas del Cielo para las almas
de buena voluntad, dispuestas a creer. Divino Niño, yo creo. Ayuda Tú a mi
descreimiento y ayuda con gracias especiales en la Fiesta de tu nacimiento a
millones y millones de almas descreídas.
Kyrie eleison.
Mons.
Richard Williamson, “Comentarios Eleison” n° 284, 22 de diciembre
2012.