En el Nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Queridos fieles,
Movidos
por una santa impaciencia, los discípulos de San Juan Bautista preguntaron a
Nuestro Señor: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”.
Y, respondiendo Jesús, les dijo: “Id y contad a Juan lo que habéis oído y
visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos
oyen, los muertos resucitan”[1].
Se
realizó la profecía mesiánica de Isaías. Los milagros cumplidos por Nuestro
Señor son la prueba que El es el Salvador prometido por Dios. Y estos milagros
físicos representan los milagros morales de la curación y salvación de las
almas.
La Santa
Iglesia, que es “Jesús continuado y difundido”[2], tiene la misión de
renovar estos milagros de la gracia en las almas hasta el fin del mundo. Hubo
santos que incluso curaron los cuerpos y resucitaron muertos, pero la misión
esencial de la Iglesia es santificar las almas y salvarlas de la muerte eterna.
Y lo hace por el ministerio de los sacerdotes y también por la consagración de
los religiosos y de las religiosas, las cuales pueden convertir muchas almas
por su oración y la práctica de sus santos votos; así ciegos, cojos, sordos,
leprosos serán curados y muertos son resucitados.
• En efecto, por el sacerdote de
Jesucristo, los ciegos ven y los sordos oyen: la ceguera y la sordez
espirituales son enfermedades muy extendidas hoy. A la luz de la verdad, los
hombres prefieren la libre opinión. “No soportan la sana doctrina, se eligen
maestros a granel, desvían sus oídos de la verdad y se vuelven hacia fábulas”[3],
dice san Pablo. Por eso dice el mismo San Pablo al sacerdote: “Haz obra de
predicador del Evangelio; proclámalo, insiste a tiempo y a
destiempo, reprende, ruega, exhorta con paciencia siempre y afán de enseñar”.
No se trata ni de diálogo, ni de martillazos grandilocuentes e interminables,
pero sí de la verdad de Nuestro Señor trasmitida por amor a las almas: La
verdad con la humildad y la caridad sacerdotales son los remedios que necesitan
los ciegos y los sordos de este pobre mundo, y también los tuertos y los que
perdieron el oído fino, esto es los católicos que no profundizan su
conocimiento de la verdadera religión, que practican la polémica estéril de los
inmaduros o la política de la avestruz, de los timoratos. “¡Señor, danos
sacerdotes!”
• El sacerdote de Jesucristo también cura
los cojos, les da incluso alas: Tantas almas caminan en esta vida sin
fortaleza, tropezando con los obstáculos del mundo, cayendo en sus asechanzas,
arrastrándose en la sensualidad, aturdidos por el respeto humano, las mentiras,
las inmoralidades de los medias y la informática desenfrenada. El sacerdote,
por sus exhortaciones, sus consejos, por el ejemplo de su vida, cura la pereza
espiritual, enciende las voluntades desanimadas y las conduce por el camino de
la santidad. “¡Señor, danos santos sacerdotes!”
• En fin, el ministro de Nuestro Señor
Jesucristo tiene el poder de purificar a los leprosos y resucitar a los
muertos. Sobre los 200 000 seres humanos que agonizan cada día en el mundo,
¿cuantos ya son muertos espiritualmente? La lepra del pecado, incubada o
declarada, es lo peor que le puede suceder a un alma. Ningún premio nobel de
medicina la puede curar. El pecado es una lepra, esto es, una enfermedad que
desfigura, provoca anemia, es contagiosa, vuelve monstruoso al hombre y lo
mata. Los rasgos de la imagen de Dios se convierten en los de un ser deforme,
como los de una caricatura, esto es, un rostro cuyos defectos resultan
acentuados, desmedidos. Ya no forma parte de la familia de Dios, la imagen de
Nuestro Señor ha desaparecido en el pobre pecador, es una criatura vagabunda
sin destino, o mejor dicho con un destino espantoso, un destino eterno de
fealdad y de odio, un destino sin Dios para siempre. ¡Pobre criatura! ¡Pobre
ser también el que, poco a poco, de concesión en concesión, se acerca de este
tremendo estado de pecado mortal!
¿Quien
es el médico especializado, (y sin honorarios), que dará la salud completa a
esta pobre alma, la curará, la resucitará, le dará la paz interior, y la
belleza y la vida de la gracia, principio de la Vida Eterna? El sacerdote, con
la absolución sacramental, el sacerdote con la receta de la oración
perseverante, de la asistencia a la Santa Misa y de la huida determinada de las
ocasiones, el sacerdote cuya oración y penitencia apoyarán su buena voluntad
para no caer de nuevo, el sacerdote con la preciosa ayuda de los religiosos.
¿Por qué las almas hoy en día van de secta en secta, consultan psicoanalistas,
gurús, cartománticos y brujos de toda especie, buscan músicas new-age y hacen
sesiones de yoga y de zen, pasan horas dialogando con anónimos por computador?
¿Por qué? Porque los confesionarios están sin sacerdotes. Entonces muchísimas
almas son como ovejas extraviadas que siguen mercenarios en pastos envenenados.
¡“Señor, danos muchos
santos sacerdotes e muchas santas vocaciones religiosas”!
Ave María Purísima
En el Nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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[1] Mat. 11, 2-10.
[2] Bossuet.
[3] 2 Tim. 4
R.P.
Bertrand Labouche, sermón
publicado en la sección “Mi amigo el Cura” de Panorama Católico Internacional.