domingo, 24 de junio de 2012

Las flores enseñan.


Flores. Foto: M. G Pérez.

Si las flores hablan (cf.EC 255), entonces ellas también pueden enseñar: el valor del tiempo, la justicia de Dios, la armonía de la gracia y de la naturaleza.

Por ejemplo, si Dios existe y El no es injusto por hacer que toda la eternidad del alma dependa de las elecciones que ella ha hecho durante una breve vida, aunque haya durado 90 años, entonces resulta lógico que cada momento de esa vida cuenta así como que en cada momento (aunque no siempre con la misma fuerza) Dios nos está atrayendo para unirnos a El por toda la eternidad. Por ello tiene sentido que El esté hablando a través de las flores y de cada otro regalo de su creación puesto que ¿qué alma viva puede verdaderamente decir que no tiene nada ni nadie a quien amar? Aún el más rabioso “ateísta” tiene, digamos, su perro o sus cigarrillos. ¿Y Quien diseñó a los perros y a las plantas de tabaco, y los mantuvo reproduciéndose siempre hasta hoy día?
Así, justo antes de morir, el “ateísta” puede todavía reclamar que al menos a él nunca le habló Dios pero en el instante que muera asirá velozmente que durante cada momento de su vida despierta, Dios ha estado atrayéndole hacia El por medio de una criatura u otra alrededor de él. “¿Soy ahora injusto”, Dios puede preguntarle, “si Yo te condeno por cada momento restante de mi vida siendo que, por cada momento de tu vida, tú me has estado rechazando? Ten lo que elegiste. Aléjate de mí” (Mt.XXV, 41).
Inversamente, vean un alma que ha aprovechado cada momento de su vida para amar al gran y buen Dios detrás de todas las buenas cosas que ha disfrutado, y que además ha reconocido el permiso de su Providencia detrás de todas las cosas malas que no ha gustado. Entonces, ¿Quién necesita ser reconocido o famoso, quien necesita aparecer en los medios o llenar cajones con fotografías de vacaciones, para darle así sentido a su vida? No es extraño que en épocas pasadas las almas talentosas podían enterrar sus talentos en un claustro o monasterio para consagrarlas enteramente al amor de Dios. Pues, de verdad, cada momento de nuestro tiempo tiene inmensurable valor, puesto que sobre cada momento pende para bien o para mal una inmensurable eternidad.
Más aún, el que las flores hablen puede ayudarnos a que tenga sentido otro bien conocido problema: ¿Cómo pueden las almas no Católicas ser condenadas por no tener la Fe Católica siendo que misioneros Católicos nunca llegaron a ellas? Cualquier misterio que allí haya puede al menos ser parcialmente resuelto, humanamente hablando, si uno recuerda que es el mismísimo Dios quien creó las flores y quien instituyó la Iglesia Católica. Así, si la Providencia de Dios nunca permitió que la verdad Católica llegue a los oídos de un alma determinada, sin embargo esa alma no podrá aducir que no conocía nada del verdadero Dios, y puede ser juzgada por aquello que sí conocía, como por ejemplo la belleza de los cielos con nubes, de los amaneceres y de los anocheceres. ¿Es que ella dijo, contemplándolos, tal como lo hizo el pagano Job (Job XIX, 25), “Mas yo sé que vive mi Redentor”? ¿O bien dijo ella “Bueno, sí, eso es lindo, pero déjeme ahora visitar a la esposa de mi vecino”?
De hecho, un número de quejas que los hombres tienen hoy contra su Creador se originan aún con los católicos, porque muchos católicos, como todos los demás hoy en día, están desconectados de la naturaleza debido a sus vidas urbanas o suburbanas, y su “espiritualidad” deviene, correspondientemente, artificial. “¡Guay de quien nunca haya amado a un animal!”, alguien dijo. Los niños están cercanos a Dios. Observen cuán naturalmente los niños aman a los animales.

Gran y buen Dios, concédenos verte donde Tú estás, en el fondo de todo y de todos, a cada momento.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 258, 23 de Junio de 2012.

martes, 19 de junio de 2012

Conferencia: Pío IX y el Modernismo.



El modernismo es la peor herejía que ha existido en al historia de la Iglesia, es la “suma de todas las herejías” como la llamaría el santo Papa Pío X, y hoy, en un mundo totalmene globalizado por las nuevas idelogías, el modernismo ha enbelezado a los hombres de Iglesia, los ha seducido con su acomodo al espíritu del mundo. Lejos de haber sido vencido, el modernismo hoy -podríamos decir- ha triunfado y es teología de todos los días en las testas más importates de la jerarquía eclesiástica.
A continuación publicamos la confrencia de el P. Alfredo Sáenz sobre uno de los primeros Papas que ha tenido que enfrentar este funesto error. Agradecemos el material al Blog Página Católica.

(archivo en mp3)

Iniciando el curso anual sobre el Modernismo -último tramo del largo y fecundo ciclo sobre “La Nave de Pedro y las Tempestades de la Historia- el Padre Alfredo Sáenz expone, en primer lugar, los antecedentes de esta funestísima herejía.
Funestísima, decimos, porque a diferencia de las restantes que atacaron desde el exterior a la Barca, ésta se ha constituido en una agresión interna, solapada, reptante. O con palabras de San Pío X, en una peste que corroe las venas mismas de la Iglesia. Se trata, pues, de una tempestad interior antes que exterior, y por eso mismo más dolorosa y amenazante.
La conferencia está dividida en dos partes.
En la primera, el tema central es la notable figura del Beato Pio IX. Su sorprendente y providencial tránsito de una concepción liberal, pro-masónica y filo-revolucionaria, a una toma de posición lúcida y viril contra aquellos errores que, con debilidad, había abrazado y apoyado al comienzo.
El odio de los enemigos de la Cristiandad contra este Papa, al que juzgaron un traidor a su causa, no se limitó sólo al ámbito ideológico. Fue además una persecución abierta, que abarcó desde la propaganda política hasta la expulsión física de Roma y la captura ruin de los bienes legítimos de la Iglesia.
Todo un proceso habitualmente desconocido por los católicos, tanto el del itinerario doctrinal del Pontífice como el de la conducta hostil de sus adversarios. Proceso doloroso, por un lado, pero glorioso por otro, pues a la par que retrata las iniciales confusiones de un Pastor de la Iglesia, describe después su combate extraordinario en defensa de la Verdad y de la Tradición.
En la segunda parte de su disertación, el Padre Alfredo Sáenz analiza los principales documentos del gran Beato. En especial laQuanta Cura y el Syllabus. Ambos de sorprendente actualidad y vigencia; y ambos, claro, silenciados u omitidos no principalmente por los enemigos de la Iglesia, sino por los católicos liberales y progresistas.
Párrafo aparte merecen dos momentos de esta conferencia. El primero es aquel en el que se cuenta la actuación del Beato Pio IX en nuestra historia patria, cuando -entonces como Monseñor Mastai-Ferreti- le tocó acudir, junto con el Cardenal Muzzi, para condenar las reformas heréticas de Rivadavia. Y el segundo, cuando se mencionan las consecuencias sociales del Dogma de la Inmaculada Concepción.
Algo particularmente significativo para nosotros, inmersos como estamos en la corrupción política, y deseosos de hacer algo por la regeneración de nuestro sufrido cuerpo social. Así como no faltaron los teólogos que señalaron la relación entre el culto al Sagrado Corazón de Jesús y la restauración de la vida político-social de una nación, lo mismo ha de decirse respecto del culto a la Inmaculada.
Dios permita que el Beato Pio Nono pueda alcanzar prontamente la canonización. Recemos para que así sea.

Agradecemos el material a Página Católica.

domingo, 17 de junio de 2012

Invitación a confrencia: “El Hombre, destinatario de la Doctrina Social de la Iglesia”.


Stat Veritas lo invita al Ciclo de Conferencias 2012
Dedicado a la Doctrina Social de la Iglesia

“EL HOMBRE, DESTINATARIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA”
Dr. Luis Roldán

Viernes 22 de Junio, 20 hs.
Priorato: Venezuela 1318-20, (1095)
Capilla “Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias”,
Montserrat, Buenos Aires, Capital.
 

sábado, 16 de junio de 2012

Conferencia: “Que no quede piedra sobre piedra”.



“Que no quede piedra sobre piedra”
 Archivo en mp3.

Todo sobre la sistemática destrucción del orden natural y cristiano que se está llevando a cabo, desde el perverso sistema, en la Argentina.
Conferencia de la licenciada Mónica del Río con respecto a las inicuas leyes que se han aprobado en nuestra Patria, el desastre que produce a la institución familiar, célula esencial de la sociedad.
Impartida en el espacio de cultura y ciencia Forvm el 7 de junio de 2012.

viernes, 15 de junio de 2012

Carta Encíclica: “Annum Sacrum”



de nuestro Santísimo Padre León XIII,
Papa según la Divina Providencia;
a los Pratiarcas, Primados, Arzobispos,
Obispos y otros ordinarios,
en paz y comunión con la Sede Apostólica

De la Consagración del Género Humano al Sagrado Corazón de Jesús

Hace poco, como sabéis, ordenamos por cartas apostólicas que próximamente celebraríamos un jubileo (annum sacrum), siguiendo la costumbre establecida por los antiguos, en esta ciudad santa. Hoy, en la espera, y con la intención de aumentar la piedad en que estará envuelta esta celebración religiosa, nos hemos proyectado y aconsejamos una manifestación fastuosa. Con la condición que todos los fieles Nos obedezcan de corazón y con una buena voluntad unánime y generosa, esperamos que este acto, y no sin razón, produzca resultados preciosos y durables, primero para la religión cristiana y también para el género humano todo entero.
Muchas veces Nos hemos esforzado en mantener y poner más a la luz del día esta forma excelente de piedad que consiste en honrar al Sacratísimo Corazón de Jesús. Seguimos en esto el ejemplo de Nuestros predecesores Inocencio XII, Benedicto XIV, Clemente XIII, Pío VI, Pío VII y Pío IX. Esta era la finalidad especial de Nuestro decreto publicado el 28 de junio del año 1889 y por el que elevamos a rito de primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.
Pero ahora soñamos en una forma de veneración más imponente aún, que pueda ser en cierta manera la plenitud y la perfección de todos los homenajes que se acostumbran a rendir al Corazón Sacratísimo. Confiamos que esta manifestación de piedad sea muy agradable a Jesucristo Redentor.
Además, no es la primera vez que el proyecto que anunciamos, sea puesto sobre el tapete. En efecto, hace alrededor de 25 años, al acercarse la solemnidad del segundo Centenario del día en que la bienaventurada Margarita María de Alacoque había recibido de Dios la orden de propagar el culto al divino Corazón, hubo muchas cartas apremiantes, que procedían no solamente de particulares, sino también de obispos, que fueron enviadas en gran número, de todas partes y dirigidas a Pío IX. Ellas pretendían obtener que el soberano Pontífice quisiera consagrar al Sagrado Corazón de Jesús, todo el género humano. Se prefirió entonces diferirlo, a fin de ir madurando más seriamente la decisión. A la espera, ciertas ciudades recibieron la autorización de consagrarse por su cuenta, si así lo deseaban y se prescribió una fórmula de consagración. Habiendo sobrevenido ahora otros motivos, pensamos que ha llegado la hora de culminar este proyecto.
Este testimonio general y solemne de respeto y de piedad, se le debe a Jesucristo, ya que es el Príncipe y el Maestro supremo. De verdad, su imperio se extiende no solamente a las naciones que profesan la fe católica o a los hombres que, por haber recibido en su día el bautismo, están unidos de derecho a la Iglesia, aunque se mantengan alejados por sus opiniones erróneas o por un disentimiento que les aparte de su ternura.
El reino de Cristo también abraza a todos los hombres privados de la fe cristiana, de suerte que la universalidad del género humano está realmente sumisa al poder de Jesús. Quien es el Hijo Único de Dios Padre, que tiene la misma substancia que El y que es “el esplendor de su gloria y figura de su substancia” (Hebreos 1:3), necesariamente lo posee todo en común con el Padre; tiene pues poder soberano sobre todas las cosas. Por eso el Hijo de Dios dice de sí mismo por la boca del profeta: “Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo… El me ha dicho: Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra” (Salmo 2: 6-8).
Por estas palabras, Jesucristo declara que ha recibido de Dios el poder, ya sobre la Iglesia, que viene figurada por la montaña de Sión, ya sobre el resto del mundo hasta los límites más alejados. ¿Sobre qué base se apoya este soberano poder? Se desprende claramente de estas palabras: “Tu eres mi Hijo.” Por esta razón Jesucristo es el hijo del Rey del mundo que hereda todo poder; de ahí estas palabras: “Yo te daré las naciones por herencia”. A estas palabras cabe añadir aquellas otras análogas de san Pablo: “A quien constituyó heredero universal.”
Pero hay que recordar sobre todo que Jesucristo confirmó lo relativo a su imperio, no sólo por los apóstoles o los profetas, sino por su propia boca. Al gobernador romano que le preguntaba: ¿Eres Rey tú?”, el contestó sin vacilar: “Tú lo has dicho: Yo soy rey!” (Juan 18:37)La grandeza de este poder y la inmensidad infinita de este reino, están confirmados plenamente por las palabras de Jesucristo a los Apóstoles: “Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra.” (Mt 28:18). Si todo poder ha sido dado a Cristo, se deduce necesariamente que su imperio debe ser soberano, absoluto, independiente de la voluntad de cualquier otro ser, de suerte que ningún poder no pueda equipararse al suyo. Y puesto que este imperio le ha sido dado en el ci elo y sobre la tierra, se requiere que ambos le estén sometidos.
Efectivamente, El ejerció este derecho extraordinario, que le pertenecía, cuando envió a sus apóstoles a propagar su doctrina, a reunir a todos los hombres en una sola Iglesia por el bautismo de salvación, a fin de imponer leyes que nadie pudiera desconocer sin poner en peligro su eterna salvación. Pero esto no es todo. Jesucristo ordena no sólo en virtud de un derecho natural y como Hijo de Dios sino también en virtud de un derecho adquirido. Pues “nos arrancó del poder de las tinieblas” (Colos. 1:13) y también “se entregó a si mismo para la Redención de todos” (1 Tim 2:6).
No solamente los católicos y aquellos que han recibido regularmente el bautismo cristiano, sino todos los hombres y cada uno de ellos, se han convertido para El “en pueblo adquirido.” (1 P 2:9). También san Agustín tiene razón al decir sobre este punto: “¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra. ¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio semejante!” (Tract., XX in Joan.).
Santo Tomás nos expone largamente porque los mismos infieles están sometidos al poder de Jesucristo. Después de haberse preguntado si el poder judiciario de Jesucristo se extendía a todos los hombres y de haber afirmado que la autoridad judiciaria emana de la autoridad real, concluye netamente: “Todo está sumido a Cristo en cuanto a la potencia, aunque no lo está todavía sometido en cuanto al ejercicio mismo de esta potencia” (Santo Tomás, III Pars. q. 30, a.4.). Este poder de Cristo y este imperio sobre los hombres, se ejercen por la verdad, la justicia y sobre todo por la caridad.
Pero en esta doble base de su poder y de su dominación, Jesucristo nos permite, en su benevolencia, añadir, si de nuestra parte estamos conformes, la consagración voluntaria. Dios y Redentor a la vez, posee plenamente y de un modo perfecto, todo lo que existe. Nosotros, por el contrario, somos tan pobres y tan desprovistos de todo, que no tenemos nada que nos pertenezca y que podamos ofrecerle en obsequio. No obstante, por su bondad y caridad soberanas, no rehusa nada que le ofrezcamos y que le consagremos lo que ya le pertenece, como si fuera posesión nuestra. No sólo no rehusa esta ofrenda, sino que la desea y la pide: “Hijo mío, dame tu corazón!” Podemos pues serle enteramente agradables con nuestra buena voluntad y el afecto de nuestra s almas. Consagrándonos a El, no solamente reconocemos y aceptamos abiertamente su imperio con alegría, sino que testimoniamos realmente que si lo que le ofrecemos nos perteneciera, se lo ofreceríamos de todo corazón; así pedimos a Dios quiera recibir de nosotros estos mismos objetos que ya le pertenecen de un modo absoluto. Esta es la eficacia del acto del que estamos hablando, y este es el sentido de sus palabras.
Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros, es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así, es darse y unirse a Jesucristo, pues los homenajes, señales de sumisión y de piedad que uno ofrece al divino Corazón, son referidos realmente y en propiedad a Cristo en persona.
Nos exhortamos y animamos a todos los fieles a que realicen con fervor este acto de piedad hacia el divino Corazón, al que ya conocen y aman de verdad. Deseamos vivamente que se entreguen a esta manifestación, el mismo día, a fin de que los sentimientos y los votos comunes de tantos millones de fieles sean presentados al mismo tiempo en el templo celestial.
Pero, ¿podemos olvidar esa innumerable cantidad de hombres, sobre los que aún no ha aparecido la luz de la verdad cristiana? Nos representamos y ocupamos el lugar de Aquel que vino a salvar lo que estaba perdido y que vertió su sangre para la salvación del género humano todo entero. Nos soñamos con asiduidad traer a la vida verdadera a todos esos que yacen en las sombras de la muerte; para eso Nos hemos enviado por todas partes a los mensajeros de Cristo, para instruirles. Y ahora, deplorando su triste suerte, Nos los recomendamos con toda nuestra alma y los consagramos, en cuanto depende de Nos, al Corazón Sacratísimo de Jesús.
De esta manera, el acto de piedad que aconsejamos a todos, será útil a todos. Después de haberlo realizado, los que conocen y aman a Cristo Jesús, sentirán crecer su fe y su amor hacia El. Los que conociéndole, son remisos a seguir su ley y sus preceptos, podrán obtener y avivar en su Sagrado Corazón la llama de la caridad. Finalmente, imploramos a todos, con un esfuerzo unánime, la ayuda celestial hacia los infortunados que están sumergidos en las tinieblas de la superstición. Pediremos que Jesucristo, a Quien están sometidos “en cuanto a la potencia”, les someta un día “en cuanto al ejercicio de esta potencia”. Y esto, no solamente “en el siglo futuro, cuando impondrá su voluntad sobre todos los seres recompensando a los unos y castigand o a los otros” (Santo Tomás, id, ibidem.), sino aún en esta vida mortal, dándoles la fe y la santidad. Que puedan honrar a Dios en la práctica de la virtud, tal como conviene, y buscar y obtener la felicidad celeste y eterna.
Una consagración así, aporta también a los Estados la esperanza de una situación mejor, pues este acto de piedad puede establecer y fortalecer los lazos que unen naturalmente los asuntos públicos con Dios. En estos últimos tiempos, sobre todo, se ha erigido una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados no se tiene en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la religión no tenga ningún papel en la vida pública. Esta actitud desemboca en la pretensión de suprimir en el pueblo la ley cristiana; si les fuera posible hasta expulsarían a Dios de la misma tierra.
Siendo los espíritus la presa de un orgullo tan insolente, ¿es que puede sorprender que la mayor parte del género humano se debata en problemas tan profundos y esté atacada por una resaca que no deja a nadie al abrigo del miedo y el peligro? Fatalmente acontece que los fundamentos más sólidos del bien público, se desmoronan cuando se ha dejado de lado, a la religión. Dios, para que sus enemigos experimenten el castigo que habían provocado, les ha dejado a merced de sus malas inclinaciones, de suerte que abandonándose a sus pasiones se entreguen a una licencia excesiva.
De ahí esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el mundo y que Nos obligan a pedir el socorro de Aquel que puede evitarlos. ¿Y quién es éste sino Jesucristo, Hijo Único de Dios, “pues ningún otro nombre le ha sido dado a los hombres, bajo el Cielo, por el que seamos salvados” (Act 4:12). Hay que recurrir, pues, al que es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
El hombre ha errado: que vuelva a la senda recta de la verdad; las tinieblas han invadido las almas, que esta oscuridad sea disipada por la luz de la verdad; la muerte se ha enseñoreado de nosotros, conquistemos la vida. Entonces nos será permitido sanar tantas heridas, veremos renacer con toda justicia la esperanza en la antigua autoridad, los esplendores de la fe reaparecerán; las espadas caerán, las armas se escaparán de nuestras manos cuando todos los hombres acepten el imperio de Cristo y sometan con alegría, y cuando “toda lengua profese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre” (Fil. 2:11).
En la época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba oprimida bajo el yugo de los Césares, un joven emperador percibió en el Cielo una cruz que anunciaba y que preparaba una magnífica y próxima victoria. Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: Es el Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la cruz, y que brilla con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres.
Finalmente, no queremos pasar en silencio un motivo particular, es verdad, pero legítimo y serio, que nos presiona a llevar a cabo esta manifestación. Y es que Dios, autor de todos los bienes, Nos ha liberado de una enfermedad peligrosa. Nos queremos recordar este beneficio y testimoniar públicamente Nuestra gratitud para aumentar los homenajes rendidos al Sagrado Corazón.
Nos decidimos en consecuencia, que el 9, el 10 y el 11 del mes de junio próximo, en la iglesia de cada localidad y en la iglesia principal de cada ciudad, sean recitadas unas oraciones determinadas. Cada uno de esos días, las Letanías del Sagrado Corazón, aprobadas por nuestra autoridad, serán añadidas a las otras invocaciones. El último día se recitará la fórmula de consagración que Nos os hemos enviado, Venerables Hermanos, al mismo tiempo que estas cartas.
Como prenda de los favores divinos y en testimonio de Nuestra Benevolencia, Nos concedemos muy afectuosamente en el Señor la bendición Apostólica, a vosotros, a vuestro clero y al pueblo que os está confiado.

León XIII, Papa, dado en Roma, el 25 de mayo de 1899, el 22 de Nuestro Pontificado.

miércoles, 13 de junio de 2012

Padre Pío: Anécdotas.



¡Cuida por dónde caminas!

Un hombre fue a San Giovanni Rotondo para conocer al Padre Pío pero era tal la cantidad de gente que había que tuvo que volverse sin ni siquiera poder verlo. Mientras se alejaba del convento sintió el maravilloso perfume que emanaba de los estigmas del padre y se sintió reconfortado.
Unos meses después, mientras caminaba por una zona montañosa, sintió nuevamente el mismo perfume. Se paró y quedó extasiado por unos momentos inhalando el exquisito olor. Cuando volvió en sí, se dio cuenta que estaba al borde de un precipicio y que si no hubiera sido por el perfume del padre hubiera seguido caminando... Decidió ir inmediatamente a San Giovanni Rotondo a agradecer al Padre Pío. Cuando llegó al convento, el Padre Pío, el cual jamás lo había visto, le gritó sonriendo:- “¡Hijo mío! ¡Cuida por dónde caminas!”.

Debajo del colchón.

Una señora sufría de tan terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre Pío debajo de su almohada con la esperanza de que el dolor desaparecería. Después de varias semanas el dolor de cabeza persistía y entonces su temperamento italiano la hizo exclamar fuera de sí: -“Pues mira Padre Pío, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del colchón como castigo”. Dicho y hecho. Enfadada puso la fotografía del padre debajo de su colchón.
A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre. Apenas se arrodilló frente al confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puertecilla del confesionario con un soberano golpe. La señora quedó petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra. A los pocos minutos se abrió nuevamente la puertecilla del confesionario y el padre le dijo sonriente: “No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que me pusieras debajo del colchón!”.

Los consejos del Padre Pío.

Un sacerdote argentino había oído hablar tanto sobre los consejos del Padre Pío que decidió viajar desde su país a Italia con el único objeto de que el padre le diera alguna recomendación útil para su vida espiritual. Llegó a Italia, se confesó con el padre y se tuvo que volver sin que el padre le diera ningún consejo. El padre le dio la absolución, lo bendijo y eso fue todo. Llegó a la Argentina tan desilusionado que se desahogaba contando el episodio a todo el mundo. “No entiendo por qué el padre no me dijo nada”, decía, “¡y yo que viajé desde la Argentina sólo para eso!” “-El Padre Pío lee las consciencias y sabía que yo había ido con la esperanza de que me diera alguna recomendación”, etc, etc. Así se quejaba una y otra vez hasta que sus fieles le empezaron a preguntar: “Padre, ¿está seguro que el padre Pío no le dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo común??”. Entonces el sacerdote se puso a pensar y finalmente se acordó que el Padre Pío sí había hecho algo un poco extraño. “-Me dio la bendición final haciendo la señal de la cruz sumamente despacio, tan despacio que yo pensé: ¿es que no va a acabar nunca?”, contó a sus fieles. “¡He ahí el consejo!”, le dijeron, “usted la hace tan rápido cuando nos bendice que más que una cruz parece un garabato”. El sacerdote quedó contentísimo con esta forma tan original de aconsejar que tenía el Padre Pío.

El vigilante y los ladrones.

“Unos ladrones merodeaban en mi barrio, en Roma, y esto me impedía ir a visitar al Padre Pío. Al final me decidí después de haber hecho un pacto mental con él: “Padre, yo iré a visitarte si tú me cuidas la casa...”.
Una vez en San Giovanni Rotondo, me confesé con el Padre y al día siguiente, cuando fui a saludarle, me reprendió: “¿Aún estás aquí? ¡Y yo que estoy sudando para sostenerte la puerta!”.
Me puse de viaje inmediatamente, sin haber comprendido qué había querido decirme. Habían forzado la cerradura, pero en casa no faltaba nada.”

Niños y caramelos.

“Hacía tanto tiempo que no iba a visitar al Padre Pío que me sentía obsesionada por la idea de que se hubiera olvidado de mí.
Una mañana, después de haberle confiado, como de costumbre, mi hija bajo su protección, fui a Misa. De regreso, encontré a la pequeña saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté quién le había dado el “melito”, como ella llamaba a los caramelitos, y muy contenta me señaló el retrato del Padre Pío que dominaba sobre el corralito donde dejaba a la pequeña durante mis breves ausencias.
No di ninguna importancia al episodio y no pensé más en él.
Después de algún tiempo, no logrando sacarme de la cabeza la idea de que el Padre Pío se hubiera olvidado de mí, pude finalmente ir a visitarlo. Inmediatamente después de la confesión, cuando fui a besarle la mano, me dijo riendo: “...¿también tú querías un “melito”?”.

Un calvo.

“No había remedios para mi cabello que iba desapareciendo de mi cabeza, y sinceramente me disgustaba quedar calvo. Me dirigí al Padre Pío y le dije: “Padre, ruegue para que no se me caiga el cabello”.
El Padre en ese momento bajaba por la escalera del coro. Yo lo miraba ansioso esperando una contestación. Cuando estuvo cerca de mí cambió el semblante y con una mirada expresiva señaló a alguien que estaba detrás y me dijo: “Encomiéndate a él”. Me di vuelta. Detrás había un sacerdote completamente calvo, con una cabeza tan brillante que parecía un espejo. Todos nos echamos a reír.

El zapatazo.

Una vez un paisano del Padre Pío tenía un fuertísimo dolor de muelas. Como el dolor no lo dejaba tranquilo su esposa le dijo: “¿Por qué no rezas al Padre Pío para que te quite el dolor de muelas?? Mira aquí está su foto, rézale”. El hombre se enojó y gritó furibundo: “¿Con el dolor que tengo quieres que me ponga a rezar???”. Inmediatamente cogió un zapato y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la foto del Padre Pío.
Algunos meses más tarde su esposa lo convenció de irse a confesar con el Padre Pío a San Giovanni Rotondo. Se arrodilló en el confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados que se acordaba, el Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?” “Nada más”, contestó el hombre. “¿¿Nada más?? ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena cara?!.”

El saludo “grande, grande”.

Una hija espiritual del Padre Pío se había quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con el único propósito de poder confesarse con él. Al no lograrlo, ya se marchaba para Suiza profundamente triste, cuando se acordó que el Padre Pío daba todos los días la bendición desde la ventana de su celda. Se animó con la idea de que por lo menos recibiría su bendición antes de partir y salió corriendo hacia el convento. Por el camino iba diciendo para sus adentros: “quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. Cuando llegó se encontró con que la gente se había marchado pues el Padre había dado ya su bendición, los había saludado a todos agitando su pañuelo desde su ventana y se había retirado a descansar. Un grupo de mujeres que rezaban el Rosario se lo confirmaron. Era inútil esperar. La señora no se desanimó por eso y se arrodilló con las demás mujeres diciendo para sí: “no importa, yo quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. A los pocos minutos se abrió la ventana de la celda del Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de saludo en vez de usar su pañuelo. Todos se echaron a reír y una mujer comentó: “-¡Miren, el padre se ha vuelto loco!”. La hija espiritual del padre comenzó a llorar emocionada. Sabía que era el saludo “grande, grande” que había pedido para sí.

Un niño y los caramelos.

Un niño, hijo de un guardia civil, deseaba tener un trencito eléctrico desde hacía mucho tiempo. Acercándose la fiesta de Reyes, se dirigió a un retrato del Padre Pío colgado en la pared, y le hizo esta promesa: “Oye, Padre Pío, si haces que me regalen un trencito eléctrico, yo te llevaré un paquete de caramelos”.
El día de los Santos Reyes el niño recibió el trencito tan deseado.
Pasado algún tiempo, el niño fue con su tía a San Giovanni Rotondo. El padre Pío, paternal y sonriente, le preguntó: “-Y los caramelos, ¿dónde están?”.


¡Por dos higos!

Una señora devota del Padre Pío comió un día un par de higos de más. Asaltada por los escrúpulos, pues le parecía que había cometido un pecado de gula, prometió que iría en cuánto pudiera a confesarse con el Padre Pío. Al tiempo se dirigió a San Giovanni Rotondo y al final de la confesión le dijo al padre muy preocupada: “Padre, tengo la sensación de que me estoy olvidando de algún pecado, quizá sea algo grave”. El Padre le dijo: “No se preocupe más. No vale la pena. ¡Por dos higos!”.

¿Esperas que me case yo con ella?

El Padre Pío estaba celebrando una boda. En el momento culminante del acto el novio, muy emocionado, no atinaba a pronunciar el “sí” del rito.
El Padre esperó un poco, procurando ayudarlo con una sonrisa, pero viendo que era en vano todo intento, exclamó con fuerza: “¡¿En fin, quieres decir este “sí” o esperas que me case yo con ella?!”

¡Padre, ruegue por mis hijitos!

Una señora muy devota del Padre Pío nunca se iba a dormir sin haberle encomendado antes a sus hijos. Todos las noches se arrodillaba frente a la imagen del Padre y le decía: “Padre Pío, ruegue por mis hijitos”. Después de tres años de rezar todos los días la misma jaculatoria pudo ir a San Giovanni Rotondo. Cuando vio al Padre le dijo: “Padre, ruegue por mis hijitos”. “Lo sé, hija mía”, le dijo el Padre, “¡hace tres años que me vienes repitiendo lo mismo todos los días!”.

¡Y tú te burlas!

Una devota del Padre Pío se arrodillaba todos los días frente a la imagen del padre y le pedía su bendición. Su marido, a pesar de ser también devoto del padre, se moría de la risa y se burlaba de ella pues consideraba que aquello era una exageración. Todas las noches se repetía la misma escena entre los esposos. Una vez fueron los dos a visitar al Padre Pío y el señor le dijo: “Padre, mi esposa le pide su bendición todas las noches”. “Lo sé”, contestó el Padre, “¡y tú te burlas!”.

Bilocaciones.

Padre Pío reza a San Pío X.

Una vez el Cardenal Merry del Val contó al Papa Pío XII que había visto al Padre Pío rezando en San Pedro frente a la tumba de San Pío X, el día de la canonización de Santa Teresita. El Papa preguntó al Beato Don Orione qué pensaba del asunto. Don Orione respondió: “Yo también lo vi. Estaba arrodillado rezando a San Pío X. Me miró sonriente y luego desapareció”.

Padre Pío en Uruguay.

Monseñor Damiani, obispo uruguayo, fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre Pío. Luego de confesarse se quedó unos días en el convento. Una noche se sintió enfermo y llamaron al Padre Pío para que le diera los últimos sacramentos. El padre Pío tardó mucho en llegar y cuando lo hizo le dijo:
“Ya sabía yo que no te morirías. Volverás a tu diócesis y trabajarás algunos años más para gloria de Dios y bien de las almas”. “Bueno”, contestó Monseñor Damiani, “me iré pero si usted me promete que irá a asistirme a la hora de mi muerte”. El Padre Pío dudó unos instantes y luego le dijo “Te lo prometo”.
Monseñor Damiani volvió al Uruguay y trabajó durante cuatro años en su diócesis.
En el año 1941 Monseñor Alfredo Viola festejó sus bodas de plata sacerdotales. Para tal acontecimiento se reunieron todos los obispos uruguayos y algunos argentinos en la ciudad de Salto, Uruguay. Entre ellos estaba Monseñor Damiani, enfermo de angina pectoris. Hacia la medianoche el Arzobispo de Montevideo, luego Cardenal Antonio María Barbieri, se despertó al oír golpear a su puerta. Apareció un fraile capuchino en su habitación que le dijo: “Vaya inmediatamente a ver a Monseñor Damiani. Se está muriendo”. Monseñor Barbieri fue corriendo a la alcoba de Monseñor Damiani, justo a tiempo para que éste recibiera la extremaunción y escribiera en un papel: “Padre Pío..” y no pudo terminar la frase. Fueron muchos los testigos que vieron un capuchino por los corredores. Quedó en el palacio espiscopal de Salto un medio guante del padre Pío que curó a varias personas.
En 1949 Monseñor Barbieri fue a San Giovanni Rotondo y reconoció en el padre al capuchino que había visto aquella noche, a más de diez mil kilómetros de distancia. El Padre no había salido en ningún momento de su convento.
Hoy día hay en Salto una gruta que recuerda esta bilocación y desde allí el padre ha hecho varios milagros.

Nos hemos salvado por los pelos aquella tarde ¿eh General?

El General Cardona, después de la derrota de Caporetto, cayó en un estado de profunda depresión y decidió acabar con su vida. Una tarde se retiró a su habitación exigiéndo a su ordenanza que no dejara pasar a nadie. Se dirigió a un cajón, extrajo una pistola y mientras se apuntaba la sien oyó una voz que le decía: “Vamos, General, ¿realmente quiere hacer esta tontería?”. Aquella voz y la presencia de un fraile lo disuadieron de su propósito, dejándolo petrificado. Pero ¿cómo había podido entrar ese personaje en su habitación? Pidió explicaciones a su ordenanza y este le contestó que no había visto pasar a nadie. Años más tarde, el General supo por la prensa que un fraile que vivía en el Gargano hacía milagros. Se dirigió a San Giovanni Rotondo de incógnito y ¡cuál no fue su sorpresa cuando reconoció en el fraile al capuchino que había visto en su habitación! “Nos hemos salvado por los pelos aquella tarde ¿eh General?”, le susurró el Padre Pío.

Amor del Padre Pío por San Pío X y Pío XII.

El Padre Pío solía decir que San Pío X era el papa más simpático desde San Pedro hasta nuestros días. “Un verdadero santo”, decía siempre, “la auténtica figura de Nuestro Señor”. Cuando murió San Pío X Padre Pío lloraba como un niño diciendo: “Esta guerra se ha llevado a la víctima más inocente, más pura y más santa: el Papa”, pues corrían rumores que el Santo Padre había ofrecido su vida para salvar a sus hijos del flagelo de la guerra.
Una vez Padre Pío dijo a un sacerdote que iba para Roma: “Dile a su Santidad (Pío XII) que con gusto ofrezco mi vida por él”. Cuando murió Pío XII el Padre Pío también lloraba desconsoladamente. Al día siguiente de la muerte no lloraba más y entonces le preguntaron: “Padre, ¿ya no llora por el Papa?” “No”, contestó el padre, “pues Cristo ya me lo ha mostrado en Su gloria”.

Reacciones frente al “aggiornamento” de los franciscanos.

El Padre Pío ya había expresado su descontento frente a los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II cuando el cardenal Bacci fue a verlo a San Giovanni Rotondo. “¡Terminad con el concilio de una vez!¡Por piedad, terminádlo pronto!”, le había dicho al cardenal.
Cuando el encargado de la Orden franciscana fue a San Giovanni Rotondo para pedirle oraciones al Padre para los “Nuevos Capítulos”el padre se enojó mucho. Apenas oyó el padre la palabra “nuevos capítulos” se puso a gritar: “¿Qué están combinando en Roma? ¡Ustedes quieren cambiar la regla de San Francisco! En el juicio final San Francisco no nos reconocerá como hijos suyos.” Y frente a la explicación de que los jóvenes no querían saber de nada con la tonsura ni con el hábito, el padre gritó: “¡Echádlos fuera! ¡Ellos se creen que le hacen un favor a San Francisco entrando en su Orden cuando en realidad es San Francisco quien les hace un gran don!”.

Yves Chiron, extraído de: “La voce del Padre Pío”, “Padre Pío de Pietrelcina”.