En el Nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Queridos fieles,
Este domingo coincide con el
aniversario de la primera venida de Nuestra Señora sobre el suelo de
Fátima, el día trece de mayo de 1917 al medio día, hace noventa y cinco
años.
¿Para que la Santísima Virgen
visitó la tierra?, sino para recordar a los hombres, tan apegados a esta
tierra, que hay un Cielo, hay una vida eterna, ¡pero la vida eterna se
puede perder para siempre y transformarse en una muerte eterna! Entonces,
Nuestra Madre del Cielo vino para recordar a los hombres sus
postrimerías, es la razón primordial de su venida a Fátima y el tema
principal de su aparición en este trece de mayo:
- “¿De dónde es Vuestra Merced?”, preguntó la
pastorcita Lucía.
- “Soy del Cielo”.
- “Y ¿yo también voy al Cielo?”
- “Sí, vas”.
- “¿Y Jacinta?”
- “También”.
- “¿Y Francisco?”
- “También; pero tiene que rezar muchos rosarios”.
- “¿Y nosotros?… También tenemos que rezar muchos
rosarios…
“Entonces, escribe Sor Lucía,
me acordé de preguntar por dos chicas que habían muerto hacía poco. Eran
amigas mías e iban a mi casa a aprender a tejer con mi hermana mayor”.
- “¿María de las Neves ya está en el Cielo?”
- “Sí, está”.
- “¿Y Amelia?”
- “Estará en el purgatorio hasta el fin del
mundo”…
Varios años después, se hizo una
investigación sobre esta muchacha, que había merecido un castigo tan
severo: sufrir las penas del purgatorio hasta el fin del mundo. Asistía a
la Santa Misa, es cierto, sabía su catecismo, a veces se confesaba,
comulgaba, pero, en general su espíritu, su corazón se dirigía más a
cosas vanas, si no peligrosas. En una palabra, era superficial. Su
apariencia exterior, los muchachos de la aldea, la falta de respecto a
sus padres, las rivalidades pueriles con sus compañeras, eran su pan
cotidiano. Sin embargo, había recibido una educación religiosa más que
suficiente, y, quizás por eso, justamente, Dios castigó más aún sus
vanidades… ¡Gran lección, queridos jóvenes!
El Cielo, el purgatorio, y
también el infierno: dos meses después, Nuestra Señora de Fátima no
dudará en mostrar a los tres pastorcitos el infierno; visión tremenda, que
suscitó en sus corazones, especialmente en el de Jacinta, un inmenso celo
por la conversión de los pecadores y una profunda y constante devoción al
Inmaculado Corazón de María.
- “Habéis visto el infierno, les dijo
Nuestra Señora, a donde van las almas de los pobres pecadores;
para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi
Inmaculado Corazón”.
Este terrible hecho de
actualidad no figura en los diarios; sin embargo, ¡es muchísimo más
terrible que un tsunami o un terremoto! Alrededor de 200 000
personas mueren cada día en el mundo. Pregunto: En este mundo que no es
cristiano, donde todos se mofan de las leyes morales más elementales,
donde la mayoría de los sermones están vacíos de la Cruz salvadora
de Nuestro Señor, calla la realidad del infierno y predica una mera filantropía
universal, ¿cuántas de estas almas se salvarán?
Entonces, sigamos con una
imperturbable perseverancia el pedido de Nuestra Señora de Fátima, seis
veces repetido: Rezad el rosario todos los días por la conversión
de los pobres pecadores, para que se conviertan, por lo menos al último
momento, y puedan entrar en el Cielo, y también por nuestra propia
fidelidad. ¿Soplan los vientos malos del orgullo, de la ambición? Ave
María. ¿De la pereza, de la impureza? Ave María. ¿Del
desánimo, de la vanidad? Ave María. ¿De la envidia, de la ira, de
la desobediencia? Ave María, Ave María, Ave María. Cuando el mar de este
mundo, con sus olas peligrosas, amenaza nuestra alma, miremos a la
Estrella, a la Virgen, y digámosle, con absoluta confianza: Ave María.
Pues Nuestra Señora, dice San Bernardo, es “tota ratio spei
nostrae”, “toda la razón de nuestra esperanza”, especialmente de
nuestra salvación.
El rosario es como una
cuerda que Nuestra Señora nos lanza y que sus manos sujetan firmemente
desde el Cielo; y es más fácil subir sobre una cuerda que tenga nudos que
sobre una cuerda lisa. Estos nudos son las cuentas de nuestro rosario. Si
no las rezamos, corremos el riesgo de deslizarnos y de no llegar al Cielo.
Y no solamente tenemos la
cuerda salvadora de nuestro rosario, sino también tenemos un refugio
seguro, una fortaleza inexpugnable, donde el enemigo no puede entrar,
como decía Santa Teresita: es el Inmaculado Corazón de María. Que
nuestros corazones, tantas veces débiles, mezquinos e inconstantes encuentren
en él su hospital (dice San Basilio), su seguridad, su mansión.
Ave María purísima
En el Nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
R.P. Bertrand
Labouche, FSSPX.