jueves, 14 de agosto de 2014

Tolkien: amor, matrimonio y divorcio.


Reproducimos a continuación algunos fragmentos de una carta escrita por J.R.R. Tolkien a su hijo en marzo de 1.941 a propósito del amor, el matrimonio y el divorcio:

“En nuestra cultura, la tradición caballeresca romántica (…) empezó como un juego cortesano artificial, una manera de gozar del amor por sí mismo sin referencia (y en verdad opuesto) al matrimonio. (…) Tiende todavía a hacer de la mujer una especie de estrella conductora o divinidad (…). Esto es por supuesto fácil y, en el mejor de los casos, un artificio. (…) Evita, o cuanto menos en el pasado ha evitado, que el hombre joven vea a las mujeres tal como son: como compañeras de naufragio, no como estrellas conductoras. (…) Inculca una exagerada noción del “amor verdadero”, como fuego venido desde fuera, una exaltación permanente, sin relación con la edad, el nacimiento de hijos y la vida cotidiana, y sin relación tampoco con la voluntad y los objetivos (…).
Sin embargo, la esencia de un mundo caído consiste en que lo mejor no puede obtenerse mediante el libre gozo o mediante lo que se denomina “autorealización” (por lo general, un bonito nombre con el que se designa la autocomplacencia…), sino mediante la negación y el sufrimiento. La fidelidad en el matrimonio cristiano implica una gran mortificación (…). No hay hombre, por fielmente que haya amado a su prometida y novia cuando joven, que le haya sido fiel ya convertida en su esposa en cuerpo y alma sin un ejercicio deliberadamente consciente de la voluntad, sin autonegación. A muy pocos se les advierte eso, aún a los que han sido criados “en la Iglesia”. Los que están fuera de ella rara vez parecen haberlo escuchado. Cuando el hechizo desaparece o sólo se vuelve algo ligero, piensan que han cometido un error y que no han encontrado todavía a la verdadera compañera del alma. Con demasiada frecuencia la verdadera compañera del alma es la primera mujer sexualmente atractiva que se presenta. Alguien con quien podrían casarse muy provechosamente “con que sólo” (…). De ahí el divorcio, que proporciona ese “con que sólo” (…). Pero el verdadero compañero del alma es aquel con el que se está casado de hecho (…) sólo la más feliz de las suertes reúne al hombre y a la mujer que están, por decirlo así, mutuamente “destinados”, y son capaces de un amor grande y profundo. La idea todavía nos deslumbra (…) se han escrito sobre el tema una multitud de poemas e historias, más, probablemente, que el total de tales amores que han existido en la vida real (sin embargo, los más grandes de esos cuentos no nos hablan de feliz matrimonio de esos grandes enamorados, sino de su trágica desaparición; como si aún en esta esfera lo de verdad grande y profundo en este mundo caído sólo se lograra por el fracaso y el sufrimiento). En este gran amor inevitable, a menudo amor a primera vista, tenemos un atisbo, supongo, del matrimonio tal como habría sido en un mundo que no hubiera caído. En éste tenemos como únicas guías la prudencia, la sabiduría (rara en la juventud, demasiado tardía en la vejez), la limpieza de corazón y la fidelidad de voluntad (…)”