[laprensa.com.ar,
08-Mar-2015] Juan Manuel De Prada afirma que hay un
orden anticristiano que ya fue aceptado. Y que el pensamiento y el arte
católico son productos del pasado. Hasta la Iglesia se pone hoy de rodillas y
halaga al mundo para ser admitida, lamenta.
Por Agustín De Beitia
Juan Manuel de Prada, el famoso
escritor y columnista español, es un apasionado apologeta católico, tal vez el
más renombrado de la España actual. Sus artículos, donde se rebela contra el
mundo y contra la tiranía de la cultura dominante, son publicados desde hace
más de veinte años en el diario español ABC.
De Prada (Baracaldo, 1970) es un
caso infrecuente. No sólo por su incisiva mirada sobre la realidad y su defensa
de la doctrina católica, sino porque el desprecio que ha sufrido a veces por
este motivo se atenúa por el éxito de sus novelas y la aclamación de la
crítica. En una entrevista con este diario, el autor -que acaba de publicar en
España su novela Morir bajo tu cielo- examina la figura del intelectual
católico en el mundo actual.
– Los intelectuales católicos
suelen merecer el ostracismo, hablar desde las catacumbas. Usted no. ¿Por qué?
– Bueno, he tenido un primer
impulso como escritor y hoy cuento con unos lectores a los que estoy muy
agradecido, que creen en mis obras y ven que no estoy al servicio del sistema
como la mayoría de los llamados intelectuales españoles. Pero el sistema de a
poco me ha ido poniendo un cerco.
– ¿Cómo es eso?
– El mundo liberal y progresista
ha intentado arremeter contra mí y desprestigiarme de formas muy diversas.
Cuando tú te inscribes a negociados de izquierda o de derecha, el sistema te
permite encontrar tu lugar bajo el sol. Lo que no se soporta es una crítica más
profunda, más radical. Eso te condena al ostracismo. A mí de joven me veían
como un escritor conservador. A medida que se han dado cuenta que no es así las
resistencias y las condenas van creciendo. Sin embargo, lo más duro para mí fue
el ostracismo al que se me ha condenado desde medios católicos.
IMPENSABLE
– A principios del siglo pasado
hubo una ola de conversiones al catolicismo entre intelectuales que hoy parece
impensable. ¿A qué se debe?
– Creo que entonces los
intelectuales todavía participaban de un mundo que era católico. Un orden
cristiano que subsistía. Con problemas, es cierto. Con persecuciones incluso.
Pensemos en Inglaterra, donde el católico estaba mal visto en los círculos
burgueses. El problema hoy es otro. El problema es que la ideología mundialista
ha logrado reformatear las mentes. De tal manera que hoy ya no subsiste un
orden cristiano. Y el nuevo orden anticristiano ya fue aceptado como algo
natural. Creo que el capitalismo, como el comunismo, encierra una visión
antropológica, y que el consumismo desenfrenado, el hedonismo, la libertad
religiosa, han creado pueblos muertos desde un punto de vista espiritual. En el
actual orden anticristiano, encontrar un intelectual católico es tan difícil
como que aparezca una palmera en el Polo Norte.
– El intelectual católico de voz
potente, arraigado en la doctrina, ¿es una raza en extinción?
– Yo creo que sí. No tanto porque
no pueda aflorar, porque que eso aflora de forma natural, sino porque el
sistema lo reprime, lo silencia, lo condena.
– ¿Hay en los que quedan
demasiada adaptación al mundo?
– En realidad el pensamiento
católico, o el arte católico, duele decirlo, son productos de otras épocas.
Creo que ya han desaparecido. Solo quedan individualidades raras. Pero como
movimientos estéticos, intelectuales o filosóficos ya han muerto. Si uno lee
hoy los medios de comunicación católicos verá que las realidades económicas,
políticas, sociales, culturales, se analizan desde pensamientos ideológicos,
bien de corte liberal, bien de corte conservador o progresista, y luego se les
da un barniz católico para disimular. Pero el pensamiento católico, es decir la
capacidad que tenía la fe para encarnarse en las realidades artísticas,
sociales, políticas, la capacidad para analizar la realidad desde presupuestos
cristianos, eso ha desaparecido.
– El desapego doctrinal,
frecuente entre tantos católicos, ha llegado ahora a la jerarquía católica. Se
ha visto en el último Sínodo. ¿Qué reflexión le merece?
– El afán de la Iglesia de
entregarse al mundo es una tentación que recorre la historia. Quizás hoy es más
patético y lamentable. Porque, a diferencia de otras épocas, cuando la Iglesia
era la cabeza del mundo, el faro que alumbraba el camino, hoy ya no pinta nada.
Su prestigio, su predicamento, es cada vez menor. Entonces la Iglesia se pone
de rodillas, halaga al mundo para ser admitida. Hay una frase en el comienzo
del pontificado de Francisco que no se comentó lo suficiente. El dijo que a la
religión le correspondía el papel de ser “animadora” de la democracia. Es
escalofriante. Parece que le asigna a la religión el papel de allanarle la vida
a la democracia. Darle alegría al mundo. Actuar de pasatiempo y
entretenimiento, como si fuera una vedette del Maipo.
– Conforme pasa el tiempo es más
triste ver el significado de esa frase…
– Estamos en un momento donde,
como mínimo, se juega con la confusión.
– Ahora, si la Iglesia deja de
ser el faro que ilumina al mundo, y los intelectuales católicos han desertado,
¿cuál es el panorama?
– (Pausa) El panorama es el que
nos ha sido anticipado. Que la Iglesia, a medida que nos acerquemos al fin de
los tiempos, irá perdiendo relevancia, irá reduciéndose hasta convertirse en un
rebaño pequeño. Es la gran apostasía y la gran tribulación de las que habla San
Pablo. Es interesante el relato de las siete cartas a las siete iglesias del
Apocalipsis porque repite una y otra vez: “conserva lo que tienes”. La Iglesia
tiene que preservar el depósito de la fe.
– Usted se ha definido siempre
como un tradicional. ¿Por qué?
– Crecí en una pequeña ciudad de
provincias, en el seno de una familia modesta y muy ligada al mundo rural. Mi
vida está muy ligada a las tradiciones que mis antepasados me legaron. Creo que
la tradición es lo que constituye al ser humano. Le da al hombre una
perspectiva del tiempo y del espacio. Y, como escritor, no participo de esa
visión romántica del arte en el que la búsqueda de la originalidad se ha
convertido en el marchamo de calidad.
– Esa búsqueda de originalidad se
ha extendido hasta ser propia de la modernidad.
– Yo pienso que todo el tinglado
de la farsa de nuestra época le hace creer a las personas que son dueñas de su
propia vida y que pueden crear su propia biografía. Esto es algo que la
modernidad ha ideado para crear criaturas desvalidas. Para despojar a la gente
de aquellos vínculos fuertes que lo unían a realidades vitales más profundas,
que daban sustancia a su vida. Y el resultado son vidas condenadas a la
derrota, a la desesperación, a la depresión. La familia transmitía la fe,
también un oficio. El hombre venía al mundo con un abrigo: espiritual,
intelectual, moral. Allí donde los vínculos de la tradición quedan rotos se
puede masificar a la gente. Es interesante ver cómo hoy en día las estadísticas
pueden definir a los pueblos.
CASTELLANI
– Usted publicó en España al
sacerdote, escritor y apologeta argentino Leonardo Castellani. ¿Qué cree que
tiene él para ofrecer al lector de hoy?
– Castellani es uno de los más
grandes escritores argentinos del siglo XX. Cuando uno empieza a leerlo se da
cuenta que tiene un estilo personalísimo, un pensamiento vigoroso que expresa
con un donaire especial. Tiene muchas facetas: es apologeta, exegeta,
polemista, novelista, cuentista, poeta. Por desgracia en la Argentina es menos
apreciado de lo que debería. Sobre él pesa una condena ideológica. Yo lo
descubrí gracias a un amigo argentino, un librepensador, pero de gran gusto
literario. Me propuse darlo a conocer aquí en España. Publiqué cinco libros de
él y es una de las cosas de las que más orgulloso estoy.