Publicamos un breve
estudio crítico realizado por un Padre de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
sobre la exhortación postsinodal Amoris lætitia. Visto en el sitio de la FSSPX
del Distrito de Sudamérica, 17-Abr-2016.
Amoris
lætitia: una victoria del subjetivismo
El pasado 8 de abril, se publicó la exhortación
postsinodal tan
esperada del Papa Francisco. En esta carta, el Papa no ha ni concedido un
permiso general para dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, ni
dejado a las conferencias episcopales el poder de dar derogaciones. Ha retomado
también los términos del último sínodo de los obispos, diciendo que “no hay
ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas,
entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la
familia” (n° 251). Finalmente, se ha pronunciado de manera clara contra la
teoría de género, denunciándola como una ideología que va en contra del orden
de la creación (cf. n° 56). A causa de todo aquello, el Papa Francisco
decepcionó a mucha gente entre los que no son católicos, sino [que se
encuentran] en el papel y en los ámbitos liberales.
Sin embargo, con Amoris
lætitia, el Papa abre una brecha que pone en tela de juicio toda la moral
católica. En el capítulo 8, titulado Acompañar, discernir e integrar la
fragilidad, el Papa Francisco abrió puertas que permitirán en lo sucesivo
el sustraerse a la moral católica, resguardándose al mismo tiempo detrás de las
instrucciones del Papa. Éste no sólo repite las afirmaciones dudosas del último
sínodo, según las cuales los divorciados vueltos a casar son “miembros vivos de
la Iglesia”, sobre los cuales el Espíritu Santo vierte “sus dones y carismas
para el bien de todos” (n° 299), sino que va más allá todavía. Desde
luego, la enseñanza sobre el matrimonio católico y todas las antiguas normas
siguen todavía en vigor; para los que viven en concubinato o que están
simplemente unidos por un matrimonio civil, les está, por lo tanto, prohibido
recibir la absolución y la santa comunión, pero… ¡hay excepciones!
Una puesta en tela de juicio de la moral
católica
Tendríamos, dice el Papa, que evitar
los juicios “que no toman en cuenta la complejidad de diversas situaciones”
(n° 296). Las normas generales serían desde luego un bien, “pero en su
formulación, no pueden abrazar en lo absoluto todas las situaciones
particulares” (n° 304). Esto se puede entender para la mayoría de las
normas humanas, pero no para las leyes divinas que afirman que el acto conyugal
sólo está permitido entre un hombre y una mujer unidos por un matrimonio válido,
y que un matrimonio sacramental y consumado no puede ser separado por ningún
poder en el mundo –ni siquiera el del Papa-. Estas leyes no conocen ninguna
excepción y son válidas independientemente de las circunstancias.
Además, la Iglesia enseñó siempre, a
semejanza de muchos filósofos paganos, que existe, al lado de los actos
moralmente indiferentes, actos buenos o malos en sí; el alcance moral de una
acción tiene, pues, algo de objetivo y no depende solamente de las circunstancias
o de la intención del sujeto. Matar a un inocente, abusar de un niño o
calumniar a alguien, es siempre un acto malo, cualesquiera que sean las
circunstancias, y no podrá nunca llegar a ser un acto moralmente bueno, incluso
si está hecho con la mejor de las intenciones. Aquel que estima, por ignorancia
y con una consciencia errónea, que está permitido matar a un inocente para
salvar a otro, o calumniar a un adversario para una buena causa, puede
eventualmente ser excusable del punto de vista del pecado, de manera subjetiva,
pero su acto sigue siendo objetivamente malo. Al contrario, ayudar a los que
están en la necesidad, o respetar la promesa de fidelidad hecha a su esposa o a
su esposo, constituye siempre un acto bueno. Si alguien hiciera algo bueno
únicamente para ser alabado por los demás o para ser pagado a cambio, esto
disminuiría su mérito personal o incluso lo suprimiría completamente, pero su
acto en sí mismo seguiría siendo bueno. La ley natural no es pues solamente
“una fuente de inspiración” para la toma de una decisión, como lo afirma el
párrafo 305, sino que prohíbe o manda algunas acciones de manera necesaria.
Esto verdaderamente no tiene nada que ver con
el hecho de creer “que todo es blanco o negro” (n° 305). Se puede tener
muy bien una cierta comprensión por una mujer que se comprometería en una nueva
relación en razón de una infidelidad o de la sequedad de corazón de su esposo,
se puede admitir que en tal o cual caso la falta es menos grave, sin embargo,
el adulterio sigue siendo un acto malo en sí.
Ahora bien, el Papa Francisco afirma
ahora que “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en una cierta
situación ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la
gracia santificante”, y no sólo por ignorancia de la norma divina, sino también
en razón “de una gran dificultad para captar los valores incluidos en la
norma”. Un sujeto puede incluso “puede tener una gran dificultad para
comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones
concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones
sin una nueva culpa” (n° 301). El Papa afirma así, oficialmente, que puede
encontrarse que alguien deba seguir en una relación objetivamente pecaminosa
para evitar cargarse con una nueva falta. El único caso imaginable aquí es el
de un hombre y una mujer, no casados religiosamente, que siguen juntos para
educar a sus niños menores. Este caso ya fue aprobado en el pasado por la
Iglesia con la condición de que esta pareja viva como hermano y hermana, en la
abstinencia completa.
¿Cuáles son las consecuencias lógicas de estos
errores?
Supongamos ahora que una pareja,
viviendo fuera del matrimonio, tenga una “gran dificultad” para entender que es
pecaminoso. Esta pareja quiere amar y servir a Dios en esta situación y actúa
así subjetivamente en toda buena consciencia. Tal caso puede eventualmente
presentarse en razón de la confusión general provocada por los medios de
comunicación, la opinión pública y sacerdotes que desafían la enseñanza
contraria de la Iglesia. Si es pues posible que tal pareja sea exenta de pecado
del punto de vista subjetivo, su relación contradice, sin embargo,
objetivamente la voluntad de Dios. Un verdadero pastor, cuya misión es volver a
llevar las ovejas perdidas a las vías de Dios, no puede, pues, aceptar tal
situación, ni darles los sacramentos, como si se tratara de una pareja casada
cristianamente. Ahora bien, es precisamente a eso a lo que conducen las
consideraciones del Papa. Es posible, escribe: “que, en medio de una situación
objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo
pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda
crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la
Iglesia” (n° 305). Como lo hace notar explícitamente la nota al pie de
página n° 351, esta ayuda de la Iglesia puede también componerse “en algunos
casos” “de la ayuda de los sacramentos”, ya que la Eucaristía no sería “un
precio destinado a los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para
los débiles”[1]. En esto el Papa se aleja de la moral católica, teniendo al
mismo tiempo el aplomo de apoyarse, para justificar tales sofismas, sobre las
distinciones enseñadas por Santo Tomás de Aquino.
El Papa Francisco puede recordar
siempre que “hay que evitar toda interpretación desviante” y “proponer el ideal
completo del matrimonio… en toda su grandeza”, y también que “toda forma de
relativismo” debe ser desterrada, pero está ahora en manos de cada pastor el
proceder, en el foro interno, “al discernimiento responsable personal y
pastoral de los casos particulares” (n° 300). Así, la decisión de dar o no
los sacramentos en tales casos será de facto confiada a la apreciación personal
de cada sacerdote. Pero ¿qué sacerdote tomará el riesgo de dar los sacramentos
a una pareja en razón de su situación particular y de negarlos a otras parejas
no casadas?
Además, la argumentación del Papa
puede aplicarse fácilmente a otros casos. Si una pareja de homosexuales se ama
verdaderamente y si no llegan sencillamente a entender que su modo de vida es
pecaminoso, ¿se les puede entonces dar también la comunión?
¿Y qué hay que pensar de la
aserción: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica
del Evangelio” (n° 297)? En el Evangelio, el Hijo del hombre dice a los
que han hecho el mal: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para
el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). El que no quiere abandonar una
situación pecaminosa, sino que al contrario, persiste en el pecado hasta el
fin, está condenado por Dios para la eternidad. Sin embargo, el Papa parece
decir que no se puede privar indefinidamente de la comunión a una pareja que
vive en el pecado. De la misma manera, ¿cómo podemos condenar para siempre a un
ladrón que se niega a devolver lo que ha robado? ¿El bien adquirido ilegalmente
vuelve a ser, con el tiempo, su posesión con toda legalidad? Es exactamente lo
que correspondería a la lógica del Papa.
Los bellos pasajes, ellos mismos, no están indemnes
de errores
No hay que silenciar que hay también
en Amoris lætitia, muy bellos pasajes. El Papa se esfuerza
verdaderamente en promover el ideal del matrimonio cristiano. Explica por qué
la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio debe ser por naturaleza
indisoluble, da una bella imagen de la familia cristiana, hablando del gran
regalo que representan los niños, da consejos para sobrellevar las crisis y
educar a los niños. Contra la ideología, muy difundida, de género, escribe:
“Cada niño tiene el derecho de recibir el amor de una madre y de un padre, los
dos siendo necesarios para su maduración íntegra y armoniosa” (n° 172).
Insiste sobre el hecho de que los niños necesitan la presencia de su madre,
sobre todo durante los primeros meses de la vida (n° 173), y muestra
también el papel importante del padre y los peligros de una “sociedad sin
padres” (n° 176). Francisco recuerda además, que la educación de los niños
es un “derecho primario” de los padres y que el Estado sólo tiene un papel
subsidiario en ella (n° 84).
Pero incluso en estos párrafos, hay
críticas que se imponen aún al espíritu. Por ejemplo, ¿es verdaderamente
apropiado, en un texto apostólico sobre el matrimonio y la familia, insertar
una larga cita de Martin Luther King, un acatólico notorio cuya enseñanza no
tiene lugar en tal documento?
Se nota igualmente que el Papa
comete un error cristológico cuando escribe que Jesús era “educado en la fe de
sus padres, hasta llegar a hacerla fructificar en el misterio del Reino”
(n° 65). Siendo Hijo de Dios por naturaleza, Jesús no tenía fe ya que
tenía la visión de su Padre y de las cosas divinas, y por consiguiente, no
necesitaba tampoco ser educado en la fe.
Repetidas veces se encuentra también
una mezcla del orden natural y del sobrenatural, cuando hace el elogio de un
bien natural viendo en él, demasiado rápido, la obra del Espíritu Santo.
Francisco afirma así que en cada familia donde los niños están educados hacia
el bien, el Espíritu es vivo, y eso de manera totalmente independiente de la
religión a la cual pertenece (n° 77; cf. también n° 47 y 54).
Sin embargo, es sobre todo con el
capítulo 8 que Amoris lætitia se inscribe en los escritos
apostólicos más deplorables de la historia de la Iglesia actual. Sólo se puede
esperar que los cardenales, obispos y teólogos que constantemente defendieron
la doctrina sobre el matrimonio religioso contra las edulcoraciones de estos
dos últimos años, se atrevan aún a resistir.
Padre Matthias Gaudron, FSSPX