Nos sorprende cómo a estas alturas, a semanas
de haberse publicado la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (aparecida en los medios oficiales el 7 de abril y publicada con fecha del 19 de marzo de
2016) ya habiendo desistido de esperar alguna reacción en el clero, obispos y
sacerdotes de la Iglesia conciliar, aún no se haya pronunciado ninguna voz
proveniente de las congregaciones tradicionalistas. Parece que los únicos que
han tenido la valentía de dirigir críticas a un documento tan peligroso, han
sido los laicos que han venido siguiendo el tema.
Artículo publicado en Adelante
La Fe, 11-Abr-2016
La exhortación
postsinodal Amoris laetitia: primeras reflexiones sobre un documento
catastrófico
Por Roberto de Mattei
Con la exhortación apostólica
postsinodal Amoris laetitia, publicada el 8 de abril en curso,
el papa Francisco se ha pronunciado oficialmente sobre problemas de moral
conyugal que vienen debatiéndose desde hace dos años.
En el consistorio del 20 al 21 de
febrero de 2014, Francisco había confiado al cardenal Kasper la misión de
introducir el debate sobre este tema. La tesis de Kasper, según la cual la
Iglesia debe cambiar su praxis matrimonial, fue el tema central de los sínodos
sobre la familia celebrados en 2014 y 2015, y constituye el núcleo de la
exhortación del papa Francisco.
Durante estos dos últimos años,
ilustres cardenales, obispos, teólogos y filósofos han tomado parte en el
debate para demostrar que entre la doctrina y la praxis de la Iglesia tiene que
haber una íntima coherencia. La pastoral se funda precisamente en la doctrina
dogmática y moral. «¡No puede haber una pastoral en desacuerdo con las
verdades y la moral de la Iglesia, en conflicto con sus leyes y que no esté
orientada a alcanzar el idea de la vida cristiana!», declaró el cardenal Velasio
de Paolis en su alocución al Tribunal Eclesiástico de Umbría el 27 de marzo de
2014. Para el cardenal Sarah, la idea de separar el Magisterio de la praxis
pastoral, que podría evolucionar según las circunstancias, modos y pasiones,
«es una forma de herejía, una peligrosa patología esquizofrénica» (La
Stampa, 24 de febrero de 2015).
En las semanas que han precedido a
la publicación del documento se han multiplicado las intervenciones públicas de
purpurados y obispos ante el Sumo Pontífice con miras a evitar la publicación
de un texto plagado de errores, tomados de las numerosísimas enmiendas al
borrador propuestas por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Francisco no
se ha echado para atrás. Al contrario, parece que encargó el texto definitivo
de la exhortación, o al menos algunos de los pasajes clave, a teólogos de su
confianza que han intentado reinterpretar a Santo Tomás a la luz de la
dialéctica hegeliana. El resultado es un texto que no es ambiguo, sino claro,
en su indeterminación. La teología de la praxis excluye de hecho toda
afirmación doctrinal, dejando que sea la historia la que trace las líneas de la
conducta en los actos humanos. Por esta razón, como afirma Francisco, «puede
comprenderse» que, en el tema crucial de los divorciados vueltos a casar, «(…)
no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general
de tipo canónico, aplicable a todos los casos» (§300). Si se tiene la
convicción de que los cristianos no deben ajustar su comportamiento a
principios absolutos, sino estar atentos a «signos de los tiempos», sería
contradictorio formular cualquier clase de reglas.
Todos esperaban la respuesta a una
pregunta de fondo: los que, tras un primer matrimonio vuelven a contraer
matrimonio por la vía civil, ¿pueden recibir el sacramento de la Eucaristía? A
esta pregunta, la Iglesia siempre ha respondido con un no rotundo. Los
divorciados vueltos a casar no pueden recibir la comunión, porque su condición
contradice objetivamente la verdad natural y cristiana sobre el matrimonio que
se representa y actualiza en la Eucaristía (Familiaris consortio, §
84).
La exhortación postsinodal responde
lo contrario: en líneas generales no, pero «en ciertos casos» sí (§305,
nota 351). Los divorciados vueltos a casar deben ser «integrados» en vez de
excluidos (§299). Su integración «puede expresarse en diferentes servicios
eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de
exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e
institucional pueden ser superadas» (§ 299), sin excluir la disciplina
sacramental (§ 336).
En realidad, se trata de lo
siguiente: la prohibición de recibir la comunión ya no es absoluta para
los divorciados vueltos a casar. Por regla general, el Papa no los autoriza a
recibirla, pero tampoco se lo prohíbe. «Esto –había destacado el cardenal
Caffarra refutando a Kasper– afecta la doctrina. Inevitablemente. Se puede
incluso decir que no lo hace, pero lo hace. Es más, se introduce una costumbre
que a la larga inculca en el pueblo, sea o no cristiano, que no existe
matrimonio totalmente indisoluble. Y esto desde luego se opone a la voluntad
del Señor. No cabe la menor duda» (Entrevista en Il Foglio, 15
de marzo de 2014).
Para la teología de la praxis no
importan las reglas sino los casos concretos. Y lo que no es posible en lo
abstracto, es posible en lo concreto. Pero como acertadamente señaló el
cardenal Burke, «si la Iglesia permitiera (aun en un solo caso) que una persona
en situación irregular recibiese los sacramentos, eso significaría que, o bien
el matrimonio no es indisoluble y por tanto la persona en cuestión no vive en
estado de adulterio, o que la santa comunión no es el cuerpo y la sangre de
Cristo, que por el contrario requieren la recta disposición de la persona, o sea
el arrepentimiento del pecado grave y la firme resolución de no volver a pecar»
(Entrevista de Alessandro Gnocchi en Il Foglio, 14 de octubre
de 2014).
No sólo eso: la excepción está
destinada a convertirse en una regla, porque el criterio para recibir la
comunión lo deja Amoris laetitia al «discernimiento personal».
El discernimiento se logra mediante «la conversación con el sacerdote, en el
fuero interno» (§300), «caso por caso». ¿Y quién será el pastor de almas que se
atreva a prohibir que se reciba la Eucaristìa, si «el mismo Evangelio nos
reclama que no juzguemos ni condenemos» (§308) y es necesario «integrar a
todos» (§297), y «valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones
que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el
matrimonio» (§292)? Los pastores que quisieran invocar los mandamientos de la
Iglesia correrían el riesgo de actuar, según la exhortación, «como
controladores de la gracia y no como facilitadores» (§310). «Por ello, un
pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes
viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se
lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones
cerrados, que suelen esconderse aun detrás de de las enseñanzas de la Iglesia
“para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y
superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas”» (§305).
Este lenguaje inédito, más duro que
la dureza de corazón que recrimina a los «controladores de la gracia», es el
rasgo distintivo de Amoris laetitia, que, no es ninguna
casualidad, fue calificada por el cardenal Schöborn en la conferencia de prensa
del pasado 8 de abril de «un evento lingüístico». «Lo que más me alegra de
este documento -declaró el cardenal de Viena- es que supera de forma coherente
la artificial división externa que distinguía entre regular e
irregular». El lenguaje, como siempre, expresa un contenido. Las
situaciones que la exhortación postsinodal define como «llamadas irregulares»
son el adulterio público y la convivencia extramatrimonial. Para Amoris
laetitia, éstas realizan el ideal del matrimonio cristiano, «de modo
parcial y análogo» (§292). «A causa de los condicionamientos o de factores
atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado -que
no sea subjetivamente culpable o no lo sea de modo pleno- se pueda vivir en
gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la
gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia» (§305), «en
ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos» (nota 351).
Según la moral católica, las
circunstancias, que constituyen el contexto en el que desarrolla la acción, no
pueden modificar la cualidad moral de los actos haciendo buena y justa una
acción intrínsecamente mala. Pero la doctrina de los absolutos morales y del
mal intrínseco queda anulada por Amoris laetitia, que se
acomoda a la “nueva moral” condenada por Pío XII en numerosos documentos y por
Juan Pablo II en Veritatis splendor. La moral situacionista deja a
la merced de las circunstancias y, en últimas, a la conciencia subjetiva del
hombre, determinar qué está bien y qué está mal. Así, una unión sexual
extraconyugal no se considera intrínsecamente ilícita, sino que, en tanto que
acto de amor, se valora en función de las circunstancias. Dicho de un modo más
general, no existe el mal en sí como tampoco pecados graves ni mortales. Equiparar
a personas en estado de gracia (situaciones regulares) con personas en
situación de pecado permanente (situaciones irregulares) es algo más que una
cuestión lingüística: diríase que está en conformidad con la teoría luterana
del hombre que es a la vez justo y pecador, condenada por el Decreto sobre la
justificación en el Concilio de Trento (Denz-H, nn. 1551-1583).
La exhortación postsinodal Amoris
laetitia es mucho peor que la exposición del cardenal Kasper, contra
la que se han dirigido tantas y tan justas críticas en libros, artículos y
entrevistas. Monseñor Kasper se limitó a plantear algunas preguntas; Amoris
laetitia presenta la respuesta: abre puertas a los divorciados vueltos
a casar, canoniza la moral situacionista y pone en marcha un proceso de normalización
de todas las convivencias extramaritales.
Teniendo en cuenta que el nuevo
documento pertenece al Magisterio ordinario no infalible, es de esperar que sea
objeto de un análisis crítico profundo por parte de teólogos y pastores de la
Iglesia, sin engañarse pensando que pueda aplicársele lahermenéutica de la
continuidad.
Si el texto es catastrófico, más
catastrófico es que lo haya firmado el Vicario de Cristo. Ahora bien, para
quien ama a Cristo y a su Iglesia, es una buena razón para hablar y no quedarse
callado. Hagamos nuestras, pues, las palabras de un valiente mitrado, monseñor
Atanasio Schneider: «¡Non possumus! Yo no voy a aceptar un discurso ofuscado ni
una puerta falsa, hábilmente ocultada para la profanación del sacramento del
Matrimonio y de la Eucaristía. Del mismo modo, no voy aceptar una burla del
sexto mandamiento de la Ley de Dios. Prefiero ser ridiculizado y perseguido en
lugar de aceptar textos ambiguos y métodos insinceros. Prefiero la cristalina
“imagen de Cristo, la Verdad, a la imagen del zorro adornado con piedras
preciosas” (S. Ireneo), porque “yo sé a Quién he creído”, “scio cui credidi”»
(II Tm 1, 12)» (Rorate Coeli, 2 de noviembre de 2015).
Roberto de Mattei
[Traducido por J.E.F]