martes, 23 de noviembre de 2010

Yo no he venido a traer la paz, sino la espada.


No creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y la nuera de su suegra, y serán enemigos del hombre sus mismos domésticos”. (Mt. 10, 34-36)

San Jerónimo.
Había dicho antes: “Lo que os digo en las tinieblas decidlo en la luz”: ahora nos manifiesta lo que debe seguir a la predicación, diciendo: “No creáis que he venido a traer la paz”.

Glosa.
O bien continúa en otros términos: “Así como no os debe retraer el miedo de la muerte, así tampoco os debe atraer el amor carnal”.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35, 1.
¿Pues cómo les mandó que diesen la paz a las casas donde entrasen? (Mt 10,12; Lc. 10,5) ¿Pues cómo los ángeles dijeron: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres en la tierra” (Lc. 2,14)? Aquí se manda la paz como el supremo remedio para evitar todo lo malo y alejarse de todo lo que produce la división, pues con sólo la paz se une la tierra con el cielo. Por eso el médico, a fin de conservar el cuerpo, corta lo que tiene por incurable. Y una horrorosa división fue causa de que terminara en la torre de Babel la paz infernal que allí había (Gén. 11). Y San Pablo dividió a todos los que se habían unido contra él (Hch. 23), porque no siempre la concordia es buena y los ladrones también se unen. No es del propósito de Cristo este combate, sino de sus enemigos.

San Jerónimo.
Porque todo el mundo, al advenimiento de la fe cristiana, se hallaba dividido: cada casa tenía sus infieles y sus creyentes y por consiguiente, un combate beneficioso debía poner fin a una paz mala.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35, 1.
Dijo esto como consolando a los discípulos, lo cual es como si les hubiera dicho: “No os turbéis”, como si estas cosas sucedieran fuera de lo que esperábais, porque yo he venido a dar principio al combate. Y no dijo el combate, sino lo que es más difícil, “la espada”. Porque quiso El, por la aspereza de las palabras, excitar más su atención, a fin de que no desmayasen después en las dificultades que se les presentarían y para que nadie pudiera decir que había ocultado con expresiones suaves las cosas difíciles. Porque vale más la dulzura en las cosas que en las palabras. No se detuvo El en estas amenazas, sino que les expuso desde luego la clase de combate que habían de sostener y les manifestó que el combate era más terrible que toda una guerra civil, diciendo: “Porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre”; en cuyas palabras hace ver que, no solamente será el combate en el hogar de la familia, sino hasta entre aquellos que estén más estrechamente unidos por los lazos del corazón o la naturaleza de las cosas: la prueba más evidente del poder de Cristo consiste en que los Apóstoles que escuchaban estas palabras las tomaran para sí y las inculcaran a otros.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35, 1.
Aunque no hizo Cristo esta separación, sino la malicia de los hombres, se la atribuye sin embargo a Él, siguiendo la manera ordinaria de expresarse la Escritura; así, por ejemplo, cuando dice: “Dios les dio ojos para que no vieran” (Rom. 11; Is. 6,10), da a entender el parentesco que el Antiguo Testamento tiene con el Nuevo. Porque cualquiera entre los judíos, cuando hicieron el becerro (Ex. 32) y después cuando ofrecieron sacrificios a Beelphegor (Núm. 25), podía asesinar a su prójimo. De aquí es que para demostrar que le parecían iguales los del Antiguo y los del Nuevo Testamento, les hace mención de la profecía de Miqueas (Miq. 7), diciendo: “Serán enemigos del hombre sus mismos domésticos”. Y así sucedió entre los judíos: porque había bandos en el pueblo y las casas estaban divididas, había profetas verdaderos y profetas falsos. Los unos creían a unos y otros a otros.
San Jerónimo.
Casi en los mismos términos está descrito este pasaje en el profeta Miqueas (Miq. 7,5) Y es de notar que siempre que el Salvador recurre al testimonio del Antiguo Testamento, no interesa, si concuerdan las palabras o tan sólo el sentido.

San Hilario, in Matthaeum, 10.
En sentido místico, la espada es el arma más acerada de todas las armas y es figura del poder y del juicio, de la severidad y del castigo de los pecadores. También es emblema de la palabra de Dios, enviada a la tierra para penetrar en los corazones de los hombres. Esta espada divide entre sí los cinco habitantes de una misma casa: tres contra dos y dos contra tres. Estos tres los hallamos en el hombre y son su cuerpo, su alma y su voluntad; porque así como el alma fue dada al cuerpo, así el poder de usar de uno y otro ha sido dado al hombre. Y por esta razón la Ley fue propuesta a la voluntad, como se ve desde luego en los primeros que salieron de las manos de Dios. Más por el pecado y la infidelidad del primer padre, el pecado llegó a ser para las siguientes generaciones el padre de nuestro cuerpo y la infidelidad la madre de nuestra alma y la voluntad se adhiere a uno y a otra. Luego ya tenemos cinco habitantes en una misma casa. Cuando somos renovados por las aguas bautismales, la virtud de la Palabra nos separa de los pecados de nuestro origen y por las aberturas que hace en nosotros la espada de Dios, nos separamos de las afecciones de nuestro padre y de nuestra madre y resulta una gran lucha en la casa permanecer en esta novedad del espíritu, mientras que si desea continuar en su antiguo origen, se detiene en los placeres de la concupiscencia.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 3.
O de otra manera: “He venido a separar al hombre de su padre”, significa aquel que renuncia al diablo, de quien él era hijo: “Y el hijo de su madre”, es decir, al pueblo de Dios de la ciudad mundana, esto es, de la perniciosa sociedad humana, significada en la Escritura, ya por Babilonia, ya por el Egipto, ya por Sodoma y ya por una multitud de otras denominaciones. “A la nuera de su suegra”, es decir, a la Iglesia de la Sinagoga, que produjo, según la carne, a Cristo, Esposo de la Iglesia. Y son ellos divididos por la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios: “Y los enemigos del hombre son sus domésticos”, con quienes, por costumbre, antes había estado unido.

Rábano.
No puede observarse derecho alguno entre quienes existe la lucha de creencias.

Glosa.
O de otro modo: dice esto dando a entender que no ha venido a los hombres para afirmarlos en sus deseos carnales, sino para cortarlos con la espada espiritual y por eso dice muy bien: “Los enemigos del hombre son sus domésticos”.

San Gregorio Magno, Moralia, 3.
Porque el astuto enemigo, cuando se ve rechazado del corazón de los buenos, busca a aquellos a quienes él ama mucho, a fin de que, penetrado el corazón por la fuerza del amor, deje fácil paso a la espada de la persuasión y llegue hasta los últimos atrincheramientos de la rectitud.

Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea.