Con respecto al Sínodo que se
avecina y las nuevas disposiciones disciplinares con respecto a las “nulidades
matrimoniales”, que en muchos casos, de facto se tratan como divorcios encubiertos o “divorcio católico”, la FSSPX emite
una carta pública dirigida a Francisco.
[Noticia aparecida en DICI, 29-Sep-2015]
Súplica al Santo Padre
Santo Padre,
Con viva
inquietud comprobamos a nuestro alrededor la degradación progresiva del
matrimonio y de la familia, origen y fundamento de la sociedad humana toda.
Esta disolución se acelera con fuerza, sobre todo por la promoción legal de los
comportamientos más inmorales y depravados. La ley de Dios, incluso simplemente
natural, es hoy por hoy pisoteada públicamente, los pecados más graves se
multiplican de manera dramática y claman venganza al cielo.
Santo Padre,
No podemos
negar que la primera parte del Sínodo dedicado a “Los desafíos pastorales de la
familia en el contexto de la evangelización” nos ha alarmado vivamente. Hemos
escuchado y leído, de personas constituidas en dignidad eclesiástica – que se
atribuyen vuestro respaldo, sin ser desmentidas –, afirmaciones tan contrarias
a la verdad, tan opuestas a la doctrina clara y constante de la Iglesia en lo
concerniente a la santidad del matrimonio, que nuestra alma se ha visto
profundamente perturbada. Lo que nos inquieta todavía más son algunas de
vuestras palabras, que dan a entender que podría haber una evolución de la
doctrina para responder a las nuevas necesidades del pueblo cristiano. Nuestra
inquietud brota de la condenación que San Pío X hizo, en su encíclica Pascendi,
del acomodación del dogma a pretendidas exigencias contemporáneas. Pío X y vos,
habéis recibido la plenitud del poder de enseñar, de santificar y de gobernar
en la obediencia a Cristo, que es el Jefe y el Pastor del rebaño en todo tiempo
y en todo lugar, y de quien el Papa debe ser el fiel vicario sobre esta tierra.
Lo que ha sido objeto de una condenación dogmática no puede convertirse, con el
tiempo, en una práctica pastoral autorizada.
Dios autor de
la naturaleza estableció la unión estable del hombre y de la mujer con vistas a
perpetuar la especia humana. La Revelación del Antiguo Testamento nos enseña de
modo clarísimo que el matrimonio, único e indisoluble, entre un hombre y una
mujer, fue establecido directamente por Dios, y que sus características esenciales
fueron sustraídas a la libre elección de los hombres para permanecer bajo una
protección divina particularísima: “No codiciarás la mujer de tu prójimo”
(Éxodo 20, 17).
El Evangelio
nos enseña que Jesús mismo, en virtud de su autoridad suprema, restableció
definitivamente el matrimonio, alterado por la corrupción de los hombres, en su
pureza primitiva: “Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mateo
19, 6).
Es gloria de
la Iglesia católica a lo largo de los siglos haber defendido contra viento y
marea, a pesar de las solicitaciones, amenazas y tentaciones, la realidad
humana y divina del matrimonio. Siempre ha llevado bien alto – incluso si
hombres corruptos la abandonaban por ese solo motivo – el estandarte de la
fidelidad, de la pureza y de la fecundidad que caracterizan el verdadero amor
conyugal y familiar.
Ahora que se
acerca la segunda parte de este Sínodo consagrado a la familia, estimamos en
conciencia que es nuestro deber expresar a la Sede Apostólica la profunda
angustia que nos embarga al pensar en las “conclusiones” que podrían ser
propuestas en esta ocasión, si por gran desgracia fueran un nuevo ataque contra
la santidad del matrimonio y de la familia, un nuevo debilitamiento de la
naturaleza de la sociedad conyugal y de los hogares. Esperamos de todo corazón
que, por el contrario, el Sínodo hará obra de verdadera misericordia
recordando, para el bien de las almas, la doctrina salvífica íntegra referente
al matrimonio.
Tenemos plena
conciencia, en el contexto actual, que las personas que se encuentran en
situaciones matrimoniales anormales deben ser acogidas pastoralmente, con
compasión, para mostrarles el rostro misericordiosísimo del Dios de amor que la
Iglesia da a conocer.
Sin embargo,
la ley de Dios, expresión de su eterna caridad para con los hombres, constituye
en sí misma la suprema misericordia para todos los tiempos, todas las personas
y todas las situaciones. Rezamos, pues, para que la verdad evangélica del
matrimonio, que debería proclamar el Sínodo, no sea en la práctica eludida
mediante múltiples “excepciones pastorales” que desnaturalizarían su verdadero
sentido, o por una legislación que anularía casi infaliblemente su alcance
real. En cuanto a esto, no podemos disimularos que las recientes disposiciones
canónicas del Motu proprio Mitis iudex Dominus Iesus, que permiten
declaraciones de nulidad aceleradas, abrirán de facto las
puertas a un procedimiento de “divorcio católico” sin llevar el nombre de tal,
a pesar de las referencias a la indisolubilidad del matrimonio que lo
acompañan. Estas disposiciones van en la dirección de la evolución de las
costumbres contemporáneas, sin tratar de rectificarlas según la ley divina;
¿cómo, pues, no estar conmocionado por la suerte de los niños nacidos de estos
matrimonios anulados de manera expeditiva, que serán las tristes víctimas de la
“cultura del descarte”?
En el siglo
XVI el Papa Clemente VII denegó a Enrique VIII de Inglaterra el divorcio que
éste solicitaba. Frente a la amenaza del cisma anglicano, el Papa mantuvo,
contra todas las presiones, la enseñanza inmodificable de Cristo y de su
Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. ¿Veremos ahora esta decisión
desaprobada por un “arrepentimiento canónico”?
En todo el
mundo en estos últimos tiempos numerosas familias se han movilizado
valientemente contra las leyes civiles que socavan la familia natural y
cristiana, y alientan públicamente comportamientos infames, contrarios a la
moral más elemental. ¿Puede la Iglesia abandonar a aquellos que, a veces en
detrimento propio y siempre bajo burlas y ataques, libran este combate
necesario pero difícil? Ello constituiría un antitestimonio desastroso y sería
para estas personas fuente de hastío y desaliento. Los hombres de Iglesia, por
el contrario, por su misión misma deben aportarles un apoyo firme y motivado.
Santo Padre,
Por el honor
de nuestro Señor Jesucristo, para consuelo de la Iglesia y de todos los fieles
católicos, por el bien de la sociedad y de la humanidad toda, en esta hora
crucial, os suplicamos, pues, que hagáis resonar en el mundo una palabra de
verdad, de claridad y de firmeza, en defensa del matrimonio cristiano, e incluso
simplemente humano, para sostén de su fundamento, a saber, la diferencia y
complementariedad de los sexos, como apoyo de su unicidad y de su
indisolubilidad.
Confiamos esta
humilde súplica al patronazgo de San Juan Bautista, que conoció el martirio por
haber defendido públicamente, contra una autoridad civil comprometida por un
“nuevo matrimonio” escandaloso, la santidad y la unicidad del matrimonio,
suplicando al Precursor de conceder a Vuestra Santidad el valor de recordar
ante el mundo entero la verdadera doctrina del matrimonio natural y cristiano.
En la fiesta
de Nuestra Señora de los Dolores, 15 de septiembre de 2015
+Bernard
FELLAY
Superior General de la
Fraternidad San Pío X