El Vaticano habría autorizado las
Ordenaciones de la FSSPX de este año (Mons Galarreta)
El pasado
2 de julio, Mons. de Galarreta, obispo auxiliar de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X, fundada por Mons. Lefebvre, ordenó a un sacerdote en la parisina
iglesia de Saint Nicolas du Chardonnet. Durante su homilía dio una importante
información que ha pasado muy desapercibida para los medio,s pues afirmó
textualmente que las ordenaciones sacerdotales que han realizado este año
cuentan con el visto bueno de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
por lo que no incurrirán en sanción canónica alguna por las mismas. He aquí el
extracto
Tengo
conmigo la carta que me ha entregado Su Excelencia monseñor Fellay, en la que
la Congregación para la Doctrina de la Fe nos dice, ha dicho al Monseñor, que podemos
proceder a las ordenaciones sin pedir el permiso de los ordinarios del
lugar; que basta con darles los nombres de los ordenados, cosa que haremos por
supuesto como corresponde. Es decir, que no somos ni cismáticos ni ilegales.
Ofrecemos
a continuación nuestra traducción del Sermón.
***
Sermón de
Mons. de Galarreta del 2 de julio de 2016 a San Nicolás de Chardonnet –
Ordinación del Abad Sabur
Sermón de Mons. de Galarreta del 2
de julio de 2016 a San Nicolás de Chardonnet – Ordinación del Abad Sabur
Asistimos ante una terrible misión
de demolición de la moral católica, de la fe católica, del culto católico de la
verdadera religión.
En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amen.
Muy
queridos hermanos,
Querido
abad Sabur,
Muy
queridos fieles,
Ministro, embajador, apóstol,
servidor de Nuestro Señor Jesucristo, dispensador de los misterios de Dios
El Apóstol
San Pablo nos resume su idea del sacerdocio diciéndonos que los hombres deben
ver en nosotros ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios.
Ministros, embajadores, apóstoles, servidores de Nuestro Señor Jesucristo,
dispensadores de los misterios de Dios. Que esto sea la verdadera Fe, la
doctrina, los sacramentos, la gracia de Dios, todas las riquezas contenidas en
la Iglesia y en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, el santo Sacrificio de
la misa, mysterium fidei.
Y San
Pablo añade : «Lo que se requiere, lo que se exige del ministro es que sea
fiel». Que sea fiel a Aquel a cuyo servicio está, de quien él es ministro. Que
sea fiel en transmitir aquello que ha recibido, lo tesoros de Dios que ha
recibido: la verdad y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, y los conceda
gratuitamente, con generosidad. Y en el pontifical romano, la Iglesia nos dice
cuáles son las potestades del sacerdote. El sacerdote debe ofrecer, ofrendar el
santo Sacrificio, bendecir, precisar, predicar y bautizar; éstas son las
facultades sacerdotales.
Para
empezar: ofrecer el santo Sacrificio de la misa, reanudar el sacrificio
de la Cruz. Pues el centro del culto está ahí, es el acto esencial por el
cual los hombres y la Iglesia, con Nuestro Señor Jesucristo a la cabeza,
cumplimos nuestro deberes religiosos para con Dios de una manera perfecta y
consumada. Es el acto perfecto de religión de los hombres hacia Dios. Al mismo
tiempo, el sacerdote debe ofrecer este sacrificio que es la fuente de todos los
bienes y de todas las gracias.
El santo
Sacrificio de la misa es como el foco de la redención que está siempre presente
con nosotros, para nosotros. Es la redención siempre fecunda en gracias de todo
tipo: gracias de conversión, gracias de purificación, de perseverancia, de
santificación, de salud. La fuente y el santo Sacrificio de la misa. Es ahí,
dice la Iglesia, donde se hace reparación por todos nuestros pecados; pecados
que todos cometemos cada día, y donde somos purificados y renovados. En cada
misa.
Y la
Iglesia va mucho más lejos y nos dice que cada vez que se celebra el misterio
de la Víctima que está sobre el altar se cumple la obra de la Redención, se
realiza la obra de la Redención, cada vez que se celebra el misterio de la
santa misa. Entonces comprendemos que, esencialmente, el sacerdote está hecho
para el santo Sacrificio de la misa.
«Aquel que se aparta, que se aleja y
que no permanece en la doctrina de Cristo no posee a Dios »
Pero al sacerdote le corresponde
predicar. Es decir, enseñar y enseñar la verdad. Y además la verdad
revelada, aquello que nos ha sido revelado por Dios y esencialmente transmitido
por Nuestro Señor Jesucristo y después por los Apóstoles, por la Santa Iglesia.
Prediquen
entonces la verdadera doctrina, y esta doctrina en su pureza e integridad. El
sacerdote es un ministro, no puede añadir, ni puede suprimir, ni puede cambiar
nada. Debe transmitir la verdad inmutable pues se trata de la Fe y de Dios, y
de cosas sobrenaturales, no de trivialidades de todos los días. Entonces, debe
transmitir estas verdades inmutables con fidelidad.
Y San
Pablo insiste. Por ejemplo, dice a Timoteo: «Guarda el depósito de la Fe por el
Santo Espíritu que habita en nosotros». Y habla por lo tanto al respecto, ha
dicho propiamente del sacerdocio, del Espíritu Santo que habita en el
alma del sacerdote por la ordenación, que es recibido entonces para mantener
celosamente y proteger este depósito de la fe.
El apóstol
San Juan nos dice: «Aquel que se aparta, que se aleja y que no permanece en
la doctrina de Cristo no posee a Dios». «Y aquel que permanece en la
doctrina de Cristo, posee al Padre y al Hijo». Por lo tanto el sacerdote enseña
la verdadera Fe y la confiesa ante los hombres. «Pero a todo el que se
avergüence de mí y de mi doctrina, ante los hombres, yo me avergonzaré de él
ante el Padre». Y con más razón del sacerdote que no confiese, que no defienda
esta Fe. Pues si existe la verdad revelada por Nuestro Señor, también existe el
error, existe la herejía, existe el engaño, y todo esto en la vida de la
Iglesia.
Por tanto
el sacerdote no sólo debe defender la Verdad sino combatir el error, y
combatirlo públicamente. Y no sólo debe denunciar los errores, sino también a
quienes difunden los errores. Un pastor no puede, al hablar a sus ovejas, dejar
de decirles que hay que poner atención a los lobos. Debe advertirles cuando el
lobo se encuentra en el redil. Por consiguiente, el sacerdote está hecho para
predicar la verdad de Nuestro Señor Jesucristo.
Después,
se dice que el sacerdote debe bendecir y bautizar. Ese es el oficio de
santificador.
El
sacerdote está hecho para comunicar la gracia de Dios a las almas y por tanto
las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo, la santidad de Cristo, la santidad de
Dios.
Está
hecho, pues, para transmitir, para enseñar, para comunicar la verdadera vida
sobrenatural a las almas, y toda su acción está destinada a esta obra de
santificación, sin punto de perversión evidentemente.
Por eso
dice también el pontifical que debe gobernar, que debe dirigir, que debe guiar.
Así se manifiesta el poder de la autoridad que tiene el sacerdote sobre las
almas, sobre los fieles, sobre el pueblo de Dios.
A eso está
ordenada precisamente esta potestad para guiar y dirigir y, en
consecuencia, él tiene esta autoridad a fin de establecer el reino de Nuestro
Señor Jesucristo. En las almas y enseguida en las familias, por consecuencia en
las instituciones, la sociedad, las naciones: «Id y enseñad a todas las
naciones».
«Asistimos ante una terrible misión
de demolición de la moral católica, de la fe católica, del culto católico de la
verdadera religión».
Ahora,
estimado abad, tendrá que ejercer este ministerio, tan elevado, tan necesario,
tan saludable, en tiempos de crisis, en un tiempo de crisis profunda. Crisis en
la sociedad en medio de la cual vivimos, a la cual pertenecemos. Crisis
profunda en el seno de la Iglesia misma, al interior de la santa Iglesia misma.
Asistimos ante una terrible misión de demolición de la moral católica, de la fe
católica, del culto católico de la verdadera religión.
Al mismo
tiempo, el hombre es exaltado y sustituye a Dios, del culto de Dios pasamos al
culto del hombre. De la realeza de Nuestro Señor Jesucristo a la independencia,
autonomía y realeza del hombre. Entonces es el hombre quien crea la verdad, es
el hombre quien crea la moral, quien determina lo que es verdadero y lo
que es falso, el bien y el mal.
El
problema profundo en la Iglesia es que ha querido adaptarse a este mundo, tal
vez siendo estrictos con buenas intenciones; evidentemente no todos. Ha
querido adaptarse a este mundo moderno, a sus costumbres, sus leyes, sus ideas,
su filosofía, su nula teología, su ateísmo. Así pues, comenzamos a invertir los
cimientos de la religión católica. Para dar un ejemplo claro y concreto, vean
ustedes, hoy en día tenemos autoridades en la Iglesia, a las que nosotros
reconocemos por supuesto como autoridades de la Iglesia, y esas autoridades
aprueban y enseñan lo que es pecado.
Se permite
la comunión, en el caso de los matrimonios mixtos, al cónyuge no católico. ¡En
ciertos matrimonios, el cónyuge no católico mixtos puede recibir la comunión en
la Iglesia católica!
Hasta hemos llegado a oír, la semana
pasada, que la fidelidad de los concubinos es un símbolo de que hay verdadero
matrimonio y tienen verdaderamente la gracia del sacramento. Se trata
de una nueva moral, contraria a dos mil años de enseñanza del magisterio
católico constante y unánime. Son afirmaciones contrarias a lo que nos dicen
las epístolas, los santos Evangelios, los Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo.
Entonces, evidentemente,
debemos hacer como hizo san Pablo con san Pedro. San Pablo, en la carta a los
Gálatas explica, y es la palabra de Dios, que debió
resistir en su cara públicamente a san Pedro porque no iba conforme al
Evangelio. Hoy en día todo católico, y sobre todo si es sacerdote, debe
defender la Fe y oponerse públicamente a los que la destruyen, y debemos
decir como san Pablo: resistimos públicamente porque hay un problema profundo
de Fe. Porque ya no nos ajustamos al Magisterio de siempre, a la Tradición.
Vean a san Pablo, que se aferraba a las tradiciones, guardaba la Tradición.
Por lo
tanto se trata de un combate al mismo tiempo por la verdad, por la doctrina,
por la verdadera Fe, y también por la santidad, la santidad de las almas, de
las familias, del matrimonio, la santidad de la santa Iglesia: una, santa,
católica, apostólica y romana.
«Aquellos que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución».
Y luego
algunos, evidentemente, dicen que nos equivocamos y que somos cismáticos, que
somos ilegales en la Iglesia, y ya, querido Abad, usted lo ha experimentado un
poco al volver, como un buen soldado de Cristo, a los combates de Dios. Ha
debido por tanto sufrir esa persecución de la que nos habla san Pablo:
«Aquellos que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución».
El
Patriarca de Babilonia, que es caldeo, dice que somos cismáticos. Y el
ordinario en Francia para las iglesias orientales dice que somos ilegales. El
Papa mismo dice que en la Fraternidad somos católicos. ¿En qué quedamos? ¿Somos
católicos o somos cismáticos? Tengo conmigo la carta que me ha entregado Su
Excelencia monseñor Fellay, en la que la Congregación para la Doctrina de la Fe
nos dice, ha dicho al Monseñor, que podemos proceder a las ordenaciones sin
pedir el permiso de los ordinarios del lugar; que basta con darles los nombres
de los ordenados, cosa que haremos por supuesto como corresponde. Es decir, que
no somos ni cismáticos ni ilegales.
Entonces,
¿por qué agitan este espantapájaros? ¿Se dan cuanta ustedes de la legalidad, de
si nos encontramos en regla o no, de que no hay tal cisma y Roma misma lo
reconoce? Es que lo que nos separa es la doctrina, la Fe, su ruptura con la
Tradición. O que no quieren aceptar que el problema está ahí. Porque
ellos saben muy bien que en eso se equivocan. Ellos no podrán jamás, aunque lleguen a, digamos, maquillarlo todo, destruir la Fe, ni la Tradición ni la Iglesia.
ellos saben muy bien que en eso se equivocan. Ellos no podrán jamás, aunque lleguen a, digamos, maquillarlo todo, destruir la Fe, ni la Tradición ni la Iglesia.
El
sacerdote es servidor de la Santísima Virgen María, mediadora de todas las
gracias.
Y entonces
pues, querido abad, en este combate tan feroz, tan exigente, que exige tanta
ciencia y santidad al sacerdote, ustedes deben, nosotros debemos volver nuestra
mirada hacia la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles. Bajo esta
invocación se la venera en esta iglesia de San Nicolás: María Reina de los
apóstoles. Y no sólo lo es por su mediación, por la misión que desempeña ante
los mismos apóstoles, durante su vida, en el nacimiento de la Santa Iglesia.
Pero también porque si el sacerdote debe comunicar la vida de la gracia, es un
colaborador, un servidor de la Santísima Virgen María, que es la mediadora de
todas las gracias.
Ella es
tesorera y dispensadora de todas las gracias merecidas por Nuestro Señor
Jesucristo. Y en la medida en que Ella da a quien Ella quiere, tanto como Ella
quiere, cuando Ella quiere, como Ella quiere. Por último, el sacerdote es
colaborador en esta obra de santificación de las almas que se ha confiado a la
Santísima Virgen María. Él no hace otra cosa que cooperar en esta acción de
María en las almas.
Por otro
lado, la Virgen María nos da un ejemplo de vida apostólica precisamente en la
festividad que celebramos hoy: la de la Visitación de la Santísima Virgen
María. Si hoy celebramos la misa de la dedicación de esta iglesia, de hecho se
trata de la festividad de la Visitación de la Santísima Virgen a su prima
Isabel.
Podríamos
preguntarnos por qué, si ya había tenido lugar la Encarnación, y Ella estaba
llena del Santo Espíritu, si había concebido a Nuestro Señor Jesucristo en su
corazón y en su sangre, por qué fue ella quien fue a ver a su prima Isabel, por
qué prefirió por así decirlo, la vida activa, apostólica, a la contemplativa?
Lo más
lógico habría sido que se hubiera quedado inmersa en la adoración y en el amor
a Nuestro Señor, a Dios, como ya lo estaba antes de la Anunciación del ángel.
En esto Santo Tomás de Aquino nos aclara los motivos, porque dijo algunas veces
es más meritoria la vida activa que la contemplativa; y en este caso la vida
activa o apostólica está el desbordamiento del amor de Dios, en la medida en
donde uno se sustrae a la contemplación, a la vida interior, la vida de
oración, temporalmente, en la medida en que lo hacemos con sacrificio. Y
después existe como un objetivo de conformarse a la voluntad de Dios y buscar
la más grande gloria para Él.
He aquí
entonces por qué Nuestra Señora es la Reina de los Apóstoles, porque nos da un
ejemplo perfecto de lo que debe ser la vida apostólica del sacerdote, y lo
vemos precisamente en la Visitación. Ante todo porque ella está llena del amor
de Dios, fruto precisamente de la Encarnación, este amor se desborda hacia su
prima Isabel.
Porque el
ángel le sugiere ir a visitarla con prontitud y porque es conforme a la
voluntad de Dios. Evidentemente, la Virgen María se apresuró a partir. Este es
el sentido del Evangelio. Porque ella quería conformarse a la voluntad
manifestada discretamente por parte de Dios.
Se fue por
un tiempo, ya que se quedó por algunos meses, lo necesario, y después volvió a
su casa. Lo hace buscando la gloria de Dios tal como lo demuestra el fruto de
su visita. Ella veía muy pocos medios apostólicos que hubieran producido
efectos tan grandes en el orden sobrenatural. Es precisamente su salutación la
que da lugar a tres prodigios. Primero, San Juan reconoce a Nuestro Señor y a
su Santísima Madre y se estremece de alegría. Enseguida se llena del Espíritu
Santo, queda santificado. Y después Santa Isabel se llena también del Espíritu
Santo. Y ésto ni más ni menos que por la salutación de la Santísima Virgen
María. Que fue tal vez «Schlama lej Elisbeth (1)»… tal como la había saludado
el ángel también a ella.
¿A qué se
debe la eficacia de la vida apostólica de la Virgen María? A que estaba unida a
Nuestro Señor Jesucristo, estaba plenamente unidad a Nuestro Señor, porque
llevaba en su seno a Nuestro Señor Jesucristo, estaba llena del Espíritu Santo,
llena de la gracia de Dios. Su apostolado, por así decirlo, fue muy fecundo.
Porque ella lo ejercía en conformidad con la voluntad de Dios, y en humildad.
Entonces Isabel la alaba, y la Santísima virgen María reenvía esta alabanza a
la gloria de Dios y compone ese canto extraordinario que se llama el Magnificat,
canto de glorificación a Dios, de acción de gracias, pero también un canto de
humildad en el que María reconoce su nada, su pequeñez.
Estas son,
querido Abad, querido hermano, las disposiciones que deben animarnos en nuestra
vida apostólica, dando absolutamente la primacía a nuestra vida interior, a
nuestra vida contemplativa, nuestra vida de unión con Nuestro Señor Jesucristo.
Por eso siempre encontrarán ustedes en el Corazón Inmaculado de María nuestra
Madre, y madre en particular del sacerdote, refugio, fuerza y consuelo.
En el
corazón de la Santísima Virgen María es donde podremos ser formados y moldeados
conforme a Nuestro Señor Jesucristo, soberano y Eterno sacerdote.
En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Monseñor Alfonso de Galarreta, obispo
auxiliar de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
Fuente: Sermón audio
St-Nicolas- du-Chardonnet/La Porte Latine del 7 de julio de 2016
La
transcripción y los títulos son de La Porte Latine
[Fuente. Traducción
de M.M. Corrección J.E.F. Equipo de Traducción de Adelante la Fe]