Esta
pregunta espinosa se puede satisfacer con una distinción muy sencilla:
anticlerical que va en contra del clero, NO; anticlerical que va en contra del
clericalismo, SÍ. Wicleff, de Oxford, fue anticlerical en el primer sentido;
Chaucer, de Oxford, su contemporáneo y condiscípulo (1340-1400) sólo en el
segundo. Y lo mismo podemos decir del Papa Gregorio XI, que respondió a los que
acusaban al poeta inglés de ir «contra los religiosos»: «Quodsi improbis et
idiotis adversatur, et ego adversor.» («Pero si se opone a los perversos y a
los idiotas, también yo me opongo»)
Clericalismo
es «el descenso de una mística en política», como lo definió muy bien Charles
Peguy. No es simplemente un cura que se vuelve político, como el P. Filippo o
el Cardenal Cisneros, eso no tiene «décalage» –vale decir, cuando los fines
específicos del sentimiento religioso se desvían a metas terrenales. Nuestros
padres llamaron «santulones» a los que sufren de este desorden, cuando son
gentecilla; cuando son Jerarcas, la cosa tiene otro nombre más feo, procedente
del Evangelio.
Clericalismo
ha habido siempre, y el de hoy no es invisible. Por ejemplo, cuando un Jerarca
de la Iglesia se creé más infalible de lo que es, y aun más que el Padre
Eterno, eso es alto-clericalismo; cuando un súbdito afecta creerlo,
bajo-clericalismo. Hoy día es más castigado el que se atreve a decir que un
Jerarca se equivocó, aunque eso sea patente, que el que dijera que la Santísima
Trinidad tiene cuatro personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo y el Obispo. A este
último son capaces de condecorarlo los Canónigos Lateranenses, como a
Constancio Vigil. Tal como anda hoy el mundo, por lo menos en este país, un
mínimo de anticlericalismo es necesario para la salvación eterna.
R.P. Leonardo Castellani, encuesta de Dinámica Social, en “Castellani por Castellani”, Ediciones
Jauja.