Festejamos hoy a aquélla en quien encarnó el Verbo; a aquella quien el Hijo de Dios se unió para siempre a nuestra humanidad para hacernos partícipes de su divinidad. El misterio de la Encarnación mereció a María el título más hermoso: el de madre de Dios. Por él quedó también constituida madre de los cristianos, porque somos de Cristo y vivimos de su vida. Veneremos a la Virgen María e invoquémosla como madre de Dios y madre nuestra.
La fiesta de la Anunciación es muy antigua. En Oriente la encontramos ya en el siglo V, como fiesta de la concepción de Jesús, y en Occidente, en el siglo VII. Fijada en el 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad, forma parte del misterio de la Encarnación y va unida a las fiestas del nacimiento del Señor.
El tema central de la misa y del oficio lo constituye el admirable relato de san Lucas, en el Evangelio. Nunca se cansarán los cristianos de oír cantar y meditar ese diálogo lleno de la manifestación de los designios divinos, en el que tan extraordinaria parte tiene la Santísima Virgen y en el que tan humilde y tan grande se nos ofrece al mismo tiempo.
Dom Gaspar Lefebvre O.S.B. y los monjes benedictinos de San Andrés, Tomado del “Misal diario”, traducción castellana P. Germán Prado y los monjes de la abadía de Silos.