El Dilucio Universal, Miguel Ángel.
Muchas personas hoy en día tienen una idea tan sentimentalista de Dios, o una idea tan limitada de su poder, que es casi imposible para ellos imaginarlo castigando, aun menos utilizando el universo material o su clima para castigar. Sin embargo existe un fuerte argumento que indica que la misma inestabilidad de las placas tectónicas de la tierra, que ocasiona desastres semejantes a los que hemos visto recientemente en Japón, fue resultado y castigo por los pecados de los hombres. Aquí presento el argumento (del cual yo nunca aprendí nada en la escuela):
Antes de que Adán y Eva pecaran, la naturaleza humana era una creación gloriosa de Dios, fuerte y estable, pero no inquebrantable. La revuelta en contra de Dios podía quebrantarla. Así es que cuando Adán y Eva cometieron el pecado original, todos sus descendientes (excepto Nuestro Señor y Nuestra Señora) heredaron una naturaleza herida, así que todos nosotros podemos sufrir, tenemos que morir y únicamente con dificultad controlamos nuestra naturaleza caída. De manera similar sucede con la naturaleza física de nuestro planeta. Antes del Diluvio en el tiempo de Noé, era como un jardín del paraíso, una creación gloriosa de Dios, fuerte y estable, pero no inquebrantable. La corrupción universal del hombre (Gen. VI, 11, 12) podía e iba a quebrantarla.
Tal vez muchos geólogos hoy en día no tienen fe en el Diluvio como está descrito en la Biblia, pero si creen en una convulsión prehistórica muy poderosa de la superficie de la tierra como una manera de explicar, por ejemplo, la evidencia de los fósiles de animales marinos que se encuentran hoy en día en algunas de las cordilleras de la tierra, como las Rocosas en Norte América. Originalmente, según especulan, la circunferencia rocosa de la tierra se mantenía bastante más alejada del centro de la tierra por inmensas cámaras subterráneas de agua, sobre las cuales las rocas ejercían presión debido a la gravedad. Si entonces esa concha esférica de roca comenzó a fisurarse en algún punto, el agua fluiría hacia la superficie, inundando la superficie abierta que se encontraba arriba, y la roca se colapsaría hacia abajo para tomar su lugar. Las inmensas tensiones involucradas podrían dispersar la inundación y el colapso alrededor de todo el mundo. (Note que de las Escrituras parece claro que las aguas que ocasionaron la Inundación no solamente cayeron del cielo sino que también surgieron de la tierra: Génesis VII, 11; VIII, 2.).
Pero es obvio que si en toda la tierra, la circunferencia de roca se colapsó hacia adentro para formar una circunferencia más pequeña, habría demasiada roca para un menor espacio, así es que no solamente se fisuraría, para formar las placas tectónicas colisionantes, sino que también se desmoronaría para formar, en adición a otras características visibles de la geología de nuestro planeta hoy en día, las inmensas cordilleras, levantando a los animales marítimos mucho más por encima del nivel del mar. El Monte Everest sigue elevándose unos pocos centímetros cada año, porque la placa de India se está empujando por debajo de la placa Euroasiática de China y el Tíbet.
Entonces así como el pecado original generó desde entonces tensiones punitivas dentro de la naturaleza humana, así la corrupción prehistórica de la humanidad generó tensiones dentro de la corteza de la tierra en donde yacen los terremotos y maremotos históricos como el que acabamos de presenciar en Japón. “La Naturaleza”, dijo Nuestra Señora en La Salette en 1846, “está clamando venganza por causa del hombre, y tiembla con pavor de lo que debe de suceder a la tierra manchada de crimen. Tiembla, tierra, y ustedes que se proclaman servidores de Jesucristo y quien, en el interior, solo se adoran a sí mismos, tiemblen, porque Dios los entregará a su enemigo, porque los lugares santos están en estado de corrupción”.
Temblemos. ¡Oremos!
Kyrie eleison.
Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison”, Nº 193, 26 de marzo del 2011.