Publicamos la traducción del inglés del artículo “Francisco es el Papa idóneo para los judíos”
cuyo autor es Francis X. Rocca, corresponsal en Roma de Catholic News
Service.
El artículo fue publicado primeramente en The Wall Street Journal en su edición del día 14 de Junio el
colaborador del Blog Veritas Liberabit
Vos, C.G.L. realizó la traducción.
[Veritas Liberabit Vos
- 16-06-13]
Existe un
proceso de reparación que comenzó con Juan Pablo II y que podría ser culminado
por el nuevo Papa.
El Concilio
Vaticano II, hace casi medio siglo, corrigió la actitud histórica de la Iglesia
Católica hacia los judíos con la declaración Nostra Aetate, por el cual se
exoneró a los judíos de toda culpa colectiva por la muerte de Jesús en la cruz
y también se afirmó, que el pacto de ellos con Dios nunca fue suprimido.
El documento
continúa siendo una fuente de controversia entre los católicos, sobre todo, por
la cuestión de que si se debería procurar siempre la conversión de los
judíos, o simplemente, como Nostra Aetate, declara, esperar “ese día, que solo
Dios conoce, en el que todos los pueblos se dirigirán al Señor al unísono”. Sin
embargo, el documento de 1965, sin duda, abrió un período de diálogo sin
precedentes y propuestas dramáticas por los líderes católicos. Un movimiento
que promete continuar, incluso elevarse a otro nivel, bajo el pontificado del
Papa Francisco.
Mientras que
los judíos tienen un interés evidente en la comunicación cordial con la Iglesia
más grande del mundo, el interés de los católicos es más complejo. El diálogo
permite a la Iglesia repudiar el antisemitismo fomentado o tolerado por parte
de sus líderes y miembros durante muchos siglos y reconocer lo que Nostra
Aetate llama su “sustento de la raíz del olivo bien cultivado en el que se han
injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles”. Un catolicismo
que se refiera a las personas de su divino fundador con amor y respeto, y a la
vez de forma diferente a otras, es una religión en profunda contradicción
consigo misma.
El Papa Juan
Pablo II, quien creció con amigos de la gran comunidad judía de Polonia antes
de la guerra, se convirtió en 1986 en el primer Papa de la era moderna en
visitar una sinagoga, la Gran Sinagoga de Roma, donde sus predecesores habían
mantenido a los judíos confinados hasta finales del siglo XIX.
El Papa visitó
Jerusalén en el año 2000 y rezó en el Muro de los Lamentos, expresando su
tristeza por el daño ocasionado a los judíos en el pasado. Asimismo, Juan Pablo
II abrió todas las relaciones diplomáticas entre Israel y la Santa Sede.
El Papa
Benedicto XVI siguió el ejemplo de Juan Pablo II, al visitar también la Gran
Sinagoga de Roma e Israel, y reiteró y explicó con gran detalle que el pueblo judío no era culpable de la muerte de
Jesús como así lo afirma la declaración del Concilio Vaticano II.
Benedicto XVI también modificó la famosa descripción de Juan Pablo II sobre los
judíos como “hermanos mayores” en favor de un término —según lo considera él—
aún más reverente: “padres en la fe”.
Cuando la
decisión de Benedicto XVI de volver a admitir a un obispo tradicionalista
excomulgado en la Iglesia Católica en el 2009, que luego resultó ser
públicamente un negador del Holocausto Judío para desatar un furor a nivel
internacional, entonces el Papa les agradeció expresamente su apoyo llamándoles
“nuestros amigos judíos”.
Los gestos y
palabras de Benedicto XVI, procedentes de un alemán que había servido (de mala
gana) en las Juventudes Hitlerianas, además, militar de su país durante la
Segunda Guerra Mundial, tuvieron una resonancia histórica muy especial. También
indicaron que la amistad con los judíos era el principio de la enseñanza de la
Iglesia y no sólo la tendencia de un pontífice en particular.
Sin embargo,
dada la creciente necesidad de proseguir también el diálogo con el Islam, era
casi obvio que el sucesor de Benedicto XVI en Roma promovería la relación de la
Iglesia con el judaísmo con el mismo enfoque y entusiasmo de su antecesor,
sobre todo si el nuevo Papa venía de fuera de Europa.
Al final
resultó que el Colegio de Cardenales no pudo haber elegido a un hombre con un
compromiso más claro para las relaciones entre católicos y judíos que el
cardenal Jorge Mario Bergoglio. Como arzobispo de Buenos Aires, había celebrado
Rosh Hashaná y Hannukah en las sinagogas locales, expresó su solidaridad con
las víctimas judías por el terrorismo, y coautor de un libro con un prominente
rabino.
Refiriéndose a
uno de los puntos más sensibles en la relación entre los católicos y los
Judíos, Bergoglio había pedido al Vaticano que abra sus archivos desde el
pontificado de Pío XII, que reinó desde 1939 hasta 1958, para hacer frente a
persistentes dudas sobre si el Papa durante la guerra había hecho lo suficiente
para oponerse al genocidio nazi.
Es relevante
en este aspecto que el nuevo Papa viene de Buenos Aires, la ciudad con la
comunidad judía más grande en el hemisferio sur. Ningún Papa desde los primeros
siglos de la Iglesia ha venido de una sociedad culturalmente diversa como la
Argentina moderna que Francisco homenajeaba por su mezcla de etnias y
religiones.
Este trasfondo
ayuda a explicar la sorprendente cuestión de hecho y el carácter inconsciente
de la conversación de su libro con el rabino Abraham Skorka de Buenos Aires,
publicado en español hace tres años y traducido recientemente al inglés con el
título “On Heaven and Earth”.
Solo unas
pocas páginas de la conversación entre el entonces cardenal y el rabino hacen
mención a las tensiones históricas entre católicos y judíos, o sobre cómo
podrían ser resueltas; son cuestiones que tradicionalmente han cobrado mucha
importancia en el diálogo entre católicos y judíos.
De modo
inusual, el libro presenta a dos líderes religiosos como amigos tratando
asuntos sobre temas tan variados como el feminismo, la globalización y el
matrimonio entre personas del mismo sexo.
Los dos
hombres se comparan notas sobre los planteamientos de sus respectivas
tradiciones, pero a menudo comprometiéndose a no dudar en señalar las
diferencias.
En las propias
palabras del ahora Papa: “Con Skorka nunca he tenido que comprometer mi
identidad católica, así como nunca él lo hizo con su identidad judía, y esto no
era solo por el respeto que tenemos el uno por el otro, sino también porque es
nuestra manera de entender el diálogo interreligioso”.
Medio siglo
después del Concilio Vaticano II, seguida de la apertura precursora al judaísmo
de Juan Pablo II y su confirmación con Benedicto XVI, el pontificado del Papa
Francisco ofrece ahora la posibilidad de un logro no menos histórico para las
relaciones entre católicos y judíos: la normalidad.