Al día siguiente del XIV Sínodo sobre la Familia, parecería que todos han
ganado. Ha ganado el papa Francisco, porque ha conseguido elaborar un texto que
pone de acuerdo a dos posturas opuestas. Han ganado los progresistas, porque el
texto aprobado admite la Eucaristía para los divorciados vueltos a casar. Han
ganado los conservadores, porque el documento no alude en concreto a la
administración de la comunión a los divorciados y rechaza el matrimonio homosexual
y la teoría de género.
Para entender mejor lo sucedido, hay que partir de la tarde del
23 de octubre, cuando se encargó a los padres sinodales la redacción final,
elaborada por una comisión ad hoc basándose en las enmiendas (modi) al Instrumentum
laboris, propuestas por los grupos de trabajo organizados por idiomas (circuli
minores).
Con gran sorpresa de los padres sinodales, el texto que se les encargó el
pasado jueves por la tarde sólo estaba en lengua italiana, estando totalmente
prohibido comunicarlo no sólo a la prensa, sino también a los 51 oyentes y
demás participantes en la asamblea. El texto no tenía en cuenta ninguna
de las 1355 enmiendas propuestas durante las tres semanas previas, y en
sustancia volvía a proponer la estructura del Instrumentum laboris, que
incluía los párrafos que habían suscitado tan duras críticas en el aula: los
referidos a la homosexualidad y a los divorciados vueltos a casar. El debate se
fijó para la mañana siguiente, con lo que sólo se podían preparar durante la
noche nuevas enmiendas a un texto redactado en una lengua que sólo dominaban
algunos de los padres.
Pero en la mañana del 23 de
octubre, Francisco, que
siempre ha seguido con atención los trabajos, se ha topado con un
inesperado rechazo del documento que había redactado la comisión. Nada
menos que 51 padres sinodales intervinieron en el debate, la mayor
parte de los cuales se oponía al texto avalado por el Santo Padre. Entre
ellos estaban el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los
Obispos; Joseph Edward Kurtz, presidente de la Conferencia Episcopal estadounidense;
Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal italiana; Jorge
Liberato Urosa Savino, arzobispo de Caracas; Carlo Caffarra, arzobispo de
Bolonia; monseñor Zbigņevs Gadecki, presidente de la Conferencia Episcopal
polaca; Henryk Hoser, arzobispo y obispo de Varsovia y Praga respectivamente;
Ignace Stankevics, arzobispo de Riga; Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo de
Minsk-Mohilev; Stanisław Bessi Dogbo, obispo de Katiola (Costa de Marfil); Hlib
Borys Sviatoslav Lonchyna, obispo de la Sagrada Familia de Londres de rito
ucraniano bizantino, y muchos otros, todos los cuales expresaron con diversos
matices su desacuerdo con el texto.
El documento no podía ciertamente volver a presentarse al día siguiente
en el aula, por el riesgo de quedar en minoría y producir una grave división. La
fórmula de conciliación se encontraba siguiendo la vía trazada por los
teólogos del Germanicus, el círculo al que pertenecían los
cardenales Kasper, icono del progresismo, y Müller, prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe. Entre la tarde del viernes y la mañana del
sábado, la comisión redactó un nuevo texto, que se leyó en el aula en la mañana
del sábado 24 y se sometió a votación por la tarde, obteniendo para cada uno de
los 94 párrafos la mayoría exigida de dos tercios, que entre los 265 padres
sinodales presentes era de 177 votos.
En la sección informativa del sábado, el cardenal Schönborn había
anticipado la conclusión en lo relativo al punto más discutido, el de los
divorciados vueltos a casar: «Se habla de ello, se habla con mucho
interés, pero la palabra clave es discernimento, y os invito a todos a
pensar que no es una cuestión de blanco o negro, de un simple sí o un no, sino
de discernir. Y de eso habló exactamente San Juan Pablo II en Familiaris
consortio: de la obligación de actuar con discernimiento, porque las
situaciones varían mucho. Y la gran necesidad de ese discernimiento la ha
aprendido desde joven el papa Francisco, buen jesuita: discernir es tratar de
entender la situación de tal pareja o de tal persona».
Discernimiento e integración es el título que corresponde a los apartados 84, 85 y 86. El
párrafo más polémico es el nº 85, que sienta las bases para una apertura con
relación a los divorciados vueltos a casar y presenta la posibilidad de que se
acerquen a los sacramentos. Eso sí, sin mencionar explícitamente la
comunión. Fue aprobado con 178 votos a favor, 80 en contra y 7 abstenciones. Un
solo voto de más sobre el quórum de dos tercios.
La imagen de Francisco no sale
reforzada de la asamblea de obispos, sino empañada y debilitada. El documento que había
avalado fue rechazado abiertamente por la mayoría de los padres
sinodales el 23 por la mañana, que fue su jornada negra. El discurso
de clausura pronunciado por Bergoglio no expresaba el menor entusiasmo
por la Relatio final, sino una reiterada crítica
de los padres que habían defendido las posturas tradicionales. Por dicho
motivo, dijo entre otras cosas el Papa en la tarde del sábado:
«Concluir este sínodo significa también haber
abierto los corazones sellados que con frecuencia se ocultan incluso tras las
enseñanzas de la Iglesia, o tras buenas intenciones, para sentarse en la
cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialmente, los
casos difíciles y las familias heridas. (…) Significa haber intentado abrir
horizontes para superar toda hermenéutica conspirativa o cerrazón de
perspectivas, para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para
transmitir la belleza de la novedad cristiana, que a veces está cubierta por el
óxido de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible».
Palabras duras, que expresan amargura e insatisfacción. No son las
palabras de un vencedor.
También han sido derrotados
los progresistas, porque no
sólo se ha eliminado toda referencia positiva a la homosexualidad, sino que también
la apertura a los divorciados vueltos a casar es mucho menos explícita de lo
que les habría gustado. Pero los conservadores no pueden cantar victoria. Si
80 padres sinodales, un tercio de los congregados, han votado contra el párrafo
86, eso quiere decir que no les satisfacía. Que este párrafo haya sido aprobado
por un voto no le quita el veneno que contiene.
De acuerdo con la Relatio final, la participación de los divorciados
recasados en la vida eclesial puede darse en forma de «diversos servicios»: es
preciso, por tanto,
«discernir cuáles de las diversas formas de
exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e
institucional se pueden superar. Aparte de que no deben sentirse excomulgados,
pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia» (nº 84);
«El itinerario de acompañamiento y
discernimiento orienta a estos fieles para que tomen conciencia de su situación
a los ojos de Dios. El diálogo con el sacerdote, en su fuero interno, les ayuda
a formarse un juicio correcto de lo que impide una participación más plena en
la vida de la Iglesia y de las medidas que pueden favorecerla y hacerla crecer» (nº 86).
Ahora bien, ¿qué significa ser
«miembros vivos» de la Iglesia sino estar en gracia y recibir la Sagrada
Comunión? Y para un seglar, la
«más plena participación en la vida de la Iglesia», ¿no incluye
participar del sacramento de la Eucaristía? Se dice que las formas de exclusión
actualmente practicadas en los ámbitos litúrgico, pastoral, educativo e
institucional se pueden superar «caso per caso», siguiendo una via
discretionis. ¿Es posible superar la exclusión de la comunión
sacramental? El texto no afirma tal cosa, pero tampoco la excluye. La
puerta no está abierta de par en par, sino entreabierta, y por tanto no se
puede negar que está abierta.
La Relatio no proclama que los divorciados vueltos a
casar tengan derecho a recibir la comunión (y por consiguiente derecho al
adulterio), pero niega de hecho a la Iglesia el derecho a definir públicamente
como adulterio la situación de los divorciados vueltos a casar, dejando la
responsabilidad de la valoración a la conciencia de los pastores y de los
propios divorciados vueltos a casar. Retomando el lenguaje de Dignitatis
Humanae, no se trata de un derecho afirmativo al
adulterio, sino de un derecho negativo a que
no se impida practicarlo, o sea de un derecho a la «inmunidad contra toda
coerción en materia de moral». Al igual que en Dignitatis Humanae, se
borra la distinción fundamental entre el fuero interno, que tiene que ver
con la salvación eterna de los fieles individuales, y el foro externo, relativo
al bien público de la comunidad de fieles. En realidad, la comunión no es un
acto individual, sino un acto público que se realiza ante la comunidad de
fieles. Sin entrar en el foro interno, la Iglesia siempre ha prohibido la
comunión a los divorciados vueltos a casar porque es un pecado público; se
comete en el fuero externo. La ley moral es absorbida por la conciencia, que se
convierte en un nuevo lugar, no sólo teológico y moral, sino canónico. En este
sentido, la Relatio finalis armoniza con los dos motu
proprio del papa Francisco, cuyo significado subrayó el historiador de
la escuela de Bolonia en el Corriere della Sera del pasado 23 de
octubre: «Al delegar en los obispos la autoridad para juzgar sobre las nulidades,
Bergoglio no ha cambiado la situación de los divorciados; lo que ha hecho es un
silencioso y gigantesco acto de reforma del papado».
Atribuir a los obispos diocesanos, como jueces únicos, la facultad de
instruir a su discreción procesos breves y dictar sentencia equivale a
atribuirles discernimiento sobre la situación moral de los divorciados vueltos
a casar. Si el obispo de la diócesis considera que ha concluido el itinerario
de crecimiento espiritual y profundización de una persona que vive una nueva
unión, esa persona podrá comulgar. El discurso dirigido por Francisco el
17 de octubre al Sínodo recomienda en la «descentralización» la proyección eclesiológica
de la moral «caso per caso». El Papa ha afirmado:
«Más allá de las cuestiones dogmáticas bien
definidas por el Magisterio de la Iglesia, hemos visto también que lo que le
parece normal a un obispo de tal continente puede resultarle extraño,
prácticamente un escándalo, al de otro; lo que una sociedad considera violación
de un derecho, puede ser un precepto evidente e intangible en otra; y lo que
para unos es libertad de conciencia, para otros no ser sino confusión. En
realidad, las culturas presentan mucha diversidad entre sí, y es necesario
aculturar todo principio general si se quiere que sea observado y aplicado».
La moral de la aculturación, es decir la del «caso per
caso», relativiza y disuelve la ley moral que, por definición,
es absoluta y universal. No hay ni buenas intenciones ni circunstancias
atenuantes que puedan transformar en malo un acto bueno, y viceversa. La
moral católica no admite excepciones; o bien es absoluta y universal, o no es
ley moral. No se equivocan, pues, los periódicos que han presentado la Relatio final
con este titular: «Desaparece la prohibición absoluta de comulgar para los
divorciados vueltos a casar».
La conclusión es que nos encontramos ante un documento ambiguo y contradictorio que
permite a todos cantar victoria; pero no ha ganado ninguno. Todos han quedado
derrotados, empezando por la moral católica, que sale profundamente humillada
del Sínodo de la Familia clausurado el 24 de octubre.
Roberto
de Mattei
Traducido por J.E.F para Adelante
la Fe, 29-Oct-2015.