Visto en Catapulta,
12-May-2015.
PEQUEÑO APUNTE TDEL DÍA
MAMARRACHADA
Francisco pone a prueba nuestra paciencia,
cansando ya con su “humilditis” y su exhibicionismo pobrista: el domingo 3 de
mayo se presentó en una parroquia “periférica” de Ostia con una
sotana prolija y deliberadamente raída. No es creíble que en apenas dos
años se la haya desgastado tanto y tampoco es creíble que tenga una sola
sotana. Es simplemente otra de sus grotescas artimañas demagógicas para
conseguir la jefatura espiritual de los “pobres” del mundo. (¿Pronto tendremos
que rezar las “Letanías de los Pordioseros”?)
Frente a tal mamarrachada, bueno
es acudir a Santo Tomás y a su Suma:
-“ el fin de la
vanagloria es la manifestación de la propia excelencia… a lo cual puede
el hombre tender de dos modos: primero, directamente, ya por
palabras, y así tenemos la jactancia, ya por hechos, y entonces, si son
verdaderos y dignos de alguna admiración, tenemos el afán de novedades, que los
hombres suelen especialmente admirar, y si son ficticios, la hipocresía”. (II-IIae
– Cuestión 132)
-“…la humildad, en cuanto
virtud, lleva consigo cierto laudable rebajamiento de sí mismo. Esto
se hace, a veces, sólo con signos externos y es fingido, constituyendo la falsa
humildad, de la cual dice San Agustín, en una carta, que es gran soberbia,
porque parece que busca la excelencia de la gloria”. (II-IIae –
Cuestión 161)
-“Andrónico asigna tres
virtudes al ornato externo. La primera es la humildad, que
excluye la intención de vanagloria. Por eso dice que la humildad
no se excede en gastos ni en preparativos. La segunda consiste en
contentarse con poco, que excluye la intención de regalo. Y dice:
El contentarse con poco es el hábito por el que nos contentamos con lo
conveniente, y que señala lo que necesitamos para vivir (según lo que dice el
Apóstol en 1 Tim: Teniendo alimento y con qué vivir, estemos satisfechos). La
tercera es la sencillez que excluye la excesiva solicitud, diciendo que la
sencillez es el hábito por el que recibimos las cosas tal como vienen.
El desorden por defecto
puede ser, también, doble, según el afecto. Primero, por negligencia del
hombre, que no pone el cuidado y empeño necesario en usar el ornato externo
conveniente. Al respecto, dice el Filósofo, en VII Ethic., que es molicie el
dejar que el vestido arrastre por tierra sin levantarlo. En segundo lugar,
cuando se ordena a la vanagloria el mismo defecto en el ornato exterior. De
ello dice San Agustín, en De Serm. Dom. in Monte: No
sólo en el esplendor y pompa corporal, sino en los vestidos más viles y
degradantes, se puede buscar vanidad. Y este segundo defecto es más peligroso
por presentarse con capa de virtud. Y el Filósofo dice, en IV Ethic.,
que tanto la superabundancia como la deficiencia desordenada
pertenecen al mismo género de jactancia”.(II-IIae – Cuestión 169)
Pero si Tomás fue lo que fue y
escribió lo que escribió es porque siempre pedía:
“Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi
vida, obediente sin contradicción, pobre sin rebajamiento, casto
sin corrupción, paciente sin disipación, maduro sin pesadumbre, diligente sin
inconstancia, temeroso de Vos sin desesperación, veraz sin doblez; haced
que practique el bien sin presunción, que corrija al prójimo sin
soberbia, que le edifique con palabras y obras sin fingimientos. Dadme,
dulcísimo Dios mío, un corazón velador, que ningún pensamiento lo aparte de
vos; un corazón noble, que ningún bajo deseo lo cautive; un
corazón valeroso, que ningún trabajo lo quebrante; un corazón libre, que ningún
poder lo fuerce, y un corazón derecho, que ninguna mala intención lo
pueda doblar”.(La oración es del mismo santo.
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