Sobre la profanación de la Basílica de San Pedro. Artículo
visto en Wanderer,
15-Dic-2015.
Un simio en San Pedro
El 8 de diciembre pasado tuvo
lugar en Roma un detestable sacrilegio a la basílica de San Pedro, el que fue
placenteramente contemplado por el papa Francisco desde la ventana de sus
aposentos, y al que en nuestro país no le dimos, me parece, la importancia
simbólica que tuvo. Pueden ver el espectáculo aquí.
Todas las profecías sobre los
últimos tiempos y sobre los falsos profetas que lo poblarán hablan de las
asombrosas magias que éstos serán capaces de hacer a fin de encandilar a las
multitudes. Y el espectáculo de luz y sonido que se vio era mágico:
parecía que realmente la basílica se poblaba de enormes bestias salvajes y se
inundaba por oceánicas corrientes de agua.
Nuestros amigos italianos,
particularmente dotados de sensibilidad para estos temas, han reaccionado con
firmeza y claridad frente a tamaña profanación. Les dejo la traducción de los
párrafos más sobresalientes de los artículos de Roberto De Mattei, Antonio
Socci y Alessandro Gnochi:
Durante el show, pagado por el
Banco Mundial, las imágenes de gigantescos leones, tigres y leopardos se
superpusieron a San Pedro, que se levanta justamente sobre las ruinas del circo
de Nerón, donde las bestias salvajes devoraban a los cristianos. Gracias al
juego de luces, la basílica parecía derrumbarse, disolverse y sumergirse en el
agua, mientras sobre su fachada aparecían peces payaso y tortugas marinas, casi
evocando la liquefacción de las estructuras de la Iglesia, privadas de
cualquier elemento sólido. Una enorme lechuza y extraños pájaros volaban sobre
la cúpula, mientras monjes budistas marchando parecían indicar un camino de
salvación alternativo al cristianismo. Ningún símbolo religioso, ninguna
referencia al cristianismo, la Iglesia cedía el paso a la naturaleza soberana.
Cuando hace cincuenta años se
concluía el Concilio Vaticano II, el tema dominante de ese hecho histórico
parecía ser un cierto “culto del hombre”, encerrado en la fórmulahumanismo
integral de Jacques Maritain. El libro del filósofo francés que lleva
ese título es de 1936, pero su influencia se da sobre todo cuando uno de sus
más entusiastas lectores, Juan Bautista Montini, convertido en Papa con el
nombre de Pablo VI, quiso hacerlo una brújula de su pontificado. El 7 de
diciembre de 1965, en el homilía de la Misa, Pablo VI recordó que en el
Vaticano II se había producido el encuentro “entre la religión del Dios que se
ha hecho hombre” y la “religión (porque eso es) del hombre que se hace Dios”.
Cincuenta años después, asistimos
al pasaje del humanismo integral a la ecología integral, de la Carta de los
derechos del hombre a la de los derechos de la Naturaleza. En el siglo XVI, el
humanismo había rechazado la civilización cristiana medieval en nombre del
antropocentrismo. El intento de construir la ciudad del hombre sobre las ruinas
de la ciudad de Dios falló trágicamente en el Novecientos, y de nada sirvieron
los intentos de cristianizar el antropocentrismo bajo el nombre de humanismo
integral. A la religión del hombre se la sustituye por la de la tierra; al
antropocentrismo, criticado por sus “desvíos”, se lo sustituye por una nueva
visión eco-céntrica. La teoría del género, que disuelve toda identidad y toda
esencia, se inserta en esta perspectiva panteísta e igualitaria. (Roberto
de Mattei).
“Un espectáculo inconcebible en
la plaza de San Pedro; una afrenta a la basílica símbolo de la catolicidad”,
escribía Riccardo Cascioli, director del diario católico online Nueva
brújula cotidiana.
El show había sido presentado,
por parte del Vaticano, como una especie de alabanza a la Creación que
recordaba a la encíclica Laudato sii y a la Conferencia de
París sobre el cambio climático, por lo que alimentaba muchas dudas, ya que no
tenía nada que ver con la fiesta de la Inmaculada que se celebraba ese mismo
día, ni tampoco con la apertura de la Puerta Santa ni con la Navidad.
Así, en San Pedro, en la fiesta
de la Inmaculada Concepción, se ha preferido la celebración de la Madre Tierra
a la celebración de la Madre de Dios, a fin de propagar la ideología dominante,
la “religión climática y ecologista”, neopagana y neomalthusiana que es
sostenida por los poderes del mundo.
Una profanación espiritual (ese
lugar fue un lugar de mártirio cristiano) y una profanación cultural.
El mensaje del espectáculo se
sintetiza en el título: “Fiat lux”, que suena como una burla y como parodia de
la Sagrada Escritura en la cual la expresión “Fiat lux” indica el gesto creador
de Dios y, después, la Luz que es Cristo, venido a iluminar las tinieblas del
mundo.
Pero este espectáculo
representaba lo contrario: el “mundo” que proyecta luz sobre la Iglesia
sumergida en las tinieblas. Es la Iglesia la que recibe la luz del mundo. Se
trata, por tanto, de una simbólica y humillante inversión de la fe católica.
Demuestra lo que ya el pontífice
había dicho en una entrevista a Antonio Spadaro: “El Vaticano II fue una
re-lectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea”. Para Bergoglio
es el mundo (la cultura contemporánea) el que ilumina y juzga el Evangelio. La
Iglesia, en cambio, siempre afirmó lo contrario: es Cristo la verdadera luz que
resplandece en el rostro de la Iglesia y así ilumina al mundo.
La noche del 8 de diciembre,
además de la basílica, también el gran pesebre de la plaza de San Pedro había
sido apagado para la ocasión, no fuera que la luz del Niño Jesús molestara a la
puesta en escena ritual de la nueva religión neopagana. (Antonio
Socci)
En la entrevista realizada al
director del espectáculo, éste dijo: “No me encontré con el Papa, pero alguien
me dijo que Francisco miró el show que transcurría en San Pedro desde la
ventana de su cuarto y que le gustó mucho”. Dado que no había ninguna imagen de
Nuestro Señor que lo fastidiara, y dado que con este evento se iniciaba de modo
triunfalista el jubileo de su canonización mundana, se entiende que haya obrado
de este modo.
No fue el Isis el que profanó el
corazón de la cristiandad ni tampoco los extremistas del credo laico los que
han simplificado el credo católico, ni tampoco los conocidos artistas blasfemos
y afectos a las obscenidades los que ensuciaron la fe de tantos cristianos. No
había necesidad de controles de seguridad y de detectores de metales para
impedir el ingreso a los vándalos en la ciudadela de Dios: ya estaba adentro y
ya habían activado su bomba multicolor y en mundovisión.
El tiempo de las ilusiones ha
terminado. Ya no hay tierra donde refugiarse en una agujero esperando que las
bombas caigan en otro lugar. Ya no es posible ilusionarse que haya todavía algo
que salvar en el obsceno magisterio de estos pastores de almas muertas, de
estos clérigos de la duda y de la nada que nombran a Dios en vano y se ensañan
como perros rabiosos sobre el Cuerpo Místico y profanan el Cuerpo Eucarístico.
Tigres, leones, leopardos y osos
fueron entronizados como becerros de oro sobre la fachada del lugar en que está
sepultado el Príncipe de los Apóstoles; fueron presentados al éxtasis de una
multitud estupidizada e ignorante, que esperaba que él descendiera sobre la
plaza e hiciera estragos con las almas de quienes lo invocan sin saberlo, como
en una especie de Bataclan tremendo y potente, mucho más grave que el de París.
Y después de entrar en el templo de Cristo, hacerse adorar sobre su altar.
No pertenece a los hombres el
establecer cómo y cuándo la Providencia decidirá que la medida fue colmada.
Pero es de estúpidos buscar el bien allí no no puede estar, solamente porque es
demasiado doloroso admitir que en aquel lugar ya no está. Lo que no quiere
decir que la Iglesia católica desaparezca; quiere decir que la Iglesia católica
ha sido ocupada por falsos profetas que están buscando estropearla, de hacerla
un falso oráculo invertido que lleve a los hombres a la perdición.
Ya está todo claro, estimados
amigos que todavía se ilusionan con que se trate de una sutil estrategia para
conquistar el mundo para Cristo, pensada por estos pastores de almas muertas.
No serán los degolladores musulmanes o de otra religión los protagonistas del
acto final. No serán los fanáticos del apocalipsis laico quienes nos harán
arrodillar delante de las divinidades de los nuevos tiempos y de la nueva
tierra. Serán aquellos que se profesan católicos, en nombre de una Nueva y
Tremenda Evangelización, los ejecutores de las condenas surgidas del mundo y de
su amo contra aquellos que no aceptan postrarse ante la Bestia.
Entonces, ciertamente que todo se habrá cumplido en los planes de los
adversarios de Cristo. La Iglesia, que en un tiempo tenía en el poder civil su
brazo secular, se habrá convertido en el brazo espiritual del poder laico. La
inversión habrá satisfecho los deseos del adversario de Cristo. Pero será en
ese momento, si es que alguno habrá continuado a esperar contra toda desesperación,
que la Providencia habrá ganado. (Alessandro
Gnocchi)