Ama totalmente a Aquel que por tu amor se entregó todo entero, cuya hermosura admiran el sol y la luna, cuyas recompensas y su precio y grandeza no tienen límite; hablo de aquel Hijo del Altísimo a quien la Virgen dio a luz, y después de cuyo parto permaneció Virgen. Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían contener, y Ella, sin embargo, lo acogió en el pequeño claustro de su sagrado útero y lo llevó en su seno de doncella.
¿Quién no aborrecerá las insidias
del enemigo del género humano, el cual, mediante el fausto de glorias
momentáneas y falaces, trata de reducir a la nada lo que es mayor que el cielo?
En efecto, resulta evidente que, por la gracia de Dios, la más digna de las
criaturas, el alma del hombre fiel, es mayor que el cielo, ya que los cielos y
las demás criaturas no pueden contener al Creador, y sola el alma fiel es su
morada y su sede, y esto solamente por la caridad, de la que carecen los
impíos, como dice la Verdad: “El que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo
amaré, y vendremos a Él, y moraremos en él” (Jn 14,21.23).
Por consiguiente, así como la
gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente, así también tú,
siguiendo sus huellas, ante todo las de la humildad y pobreza, siempre puedes,
sin duda alguna, llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal,
conteniendo a Aquel que os contiene a ti y a todas las cosas, poseyendo aquello
que, incluso en comparación con las demás posesiones de este mundo, que son
pasajeras, poseerás más fuertemente. En esto se engañan algunos reyes y reinas
del mundo, pues aunque su soberbia se eleve hasta el cielo y su cabeza toque
las nubes, al fin se reducen, por así decir, a basura.