lunes, 12 de noviembre de 2018

La Ciudad del Hombre.



En la obra “Las dos ciudades”, san Agustín de Hipona decía que:

“Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la ciudad terrena el amor de sí hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celeste el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”.

En el día de hoy vivimos inmersos en la Ciudad del Hombre que ha llegado hasta el desprecio de Dios, y con soberbia ha construido esas grandes catedrales de hierro y cemento nombradas orgullosamente “rascacielos”. Gigantes secuoyas de angulosas formas, cubiertas de acero y vidrio, grises, fríos, que en su interior contiene miles de personas trabajando como hormigas afanosamente en los negocios de la ambición humana. Esta Ciudad del hombre, con esfuerzo casi sobrehumnano, ha querido tapar la Creación de Dios. En toda ella se respira esa ambición, en toda ella se ha impreso la mano del hombre. En toda ella se imprime, sobre su acero y sobre su granito, la impronta del hombre voluntarista, del superhombre nitzcheano, y bajo esa figura, el poder de la manipulación de la materia, con el cual ha llegado a dominar la técnica.

El estruendoso rugir de los motores y el chillido de las bocinas, nos llevan a desconocer el silencio. Los gritos de hombres descontentos, distorsionados por la desgastada arenga de los amplificadores eléctricos que se entremezclan con los golpes de tambores, como danza tribal y desentonada, de los constantes insatisfechos manifestantes que se movilizan con el lento paso del ganado bovino sobre una ancha avenida.

Y en las noches, la estertórea música que resuena repetitivamente en los parlantes de una cultura descartable, en los boliches, en los antros y bares de vida nocturna, emite  aquellos sonidos que producen un encantamiento en los bajos instintos, esa hipnótica transformación de las mentes juveniles que caen desprevenidamente en las actitudes más torpes a la vez que intentan homologar lo que sus “próceres” de la subcultura imponen con la suyas. El bien no hace ruido y el ruido no hace bien, decía un santo. Y los ruidos nos alejan del silencio tan necesitado para el hombre que hoy y siempre ha buscado la Verdad.

Ya no contenta esta ciudad humana con sus estridencias sonoras, recurre a las miles de luces y grandes pantallas mostrando todas sus ofertas. Las luces de colores y los carteles cada vez más vistosos, son aquellos ruidos que a la vista nos distrae. Las grandes cadenas cada vez más monopolizadas del cine, con sus películas cada vez más vacías de contenido pero a la vez más vistosas, repletas hasta el hartazgo de efectos especiales, recordándome cada vez más a las elucubraciones culturales en la distópica ¿o utópica? novela de Aldous Huxley “Un mundo feliz” con el “cine sensible”. El concupiscente embelesamiento que nos pone enfrente para vendernos el modo de vida que debemos aceptar, o sus muchas manufacturas de las grandes fábricas o, cuando nos encontramos en épocas electorales, nos distrae con el variopinto abanico multicolor del “márketing” político. Ruido para la vista y para un verdadero pensamiento sobre qué necesita realmente la polis de hoy.
Hasta la escasa vegetación que podemos encontrar en el centro de la urbe, parece subyugarse sumisamente a un patrón humano que la ordena en la ciudad y la dispone como piezas de ajedrez, manipulandola y la recortandola como papirola según su beneplácito. Todo ha sido manejado, construido, plantado milimétricamente por la mano del hombre, a tal grado que no podemos ver otra mano en lo que nos rodea, que la del hombre.

La Ciudad del Hombre, “la Ciudad Terrena” que llamaba san Agustín, se yergue soberbia, omnipotente, omnipresente, omnifuncional, como una aceitada maquinaria dispuesta a seguir creciendo indeterminadamente frente al hombre que vive inmerso en ella, absorbido por ella, impidiéndole por todos los medios posibles poder contemplar más allá de sus paredes de cemento. La mano humana la ha construido toda ladrillo por ladrillo, la Babilonia prostituta, la torre de Babel, cuyo príncipe es el Príncipe de este Mundo, vuelve a erguirse para decirle al hombre contemplador: “tú no podrás”.

La Ciudad Terrena busca siempre que los hombres estén inmersos en sus ocupaciones, en sus diversiones, en lo posible, toda la vida, y así olvidar lo profundo, lo importante y trascendental. Su aplanadora sensorial busca achatar las perspectivas de la vida, mostrando que solo hay un horizonte: el terreno, y así ocultar con sus variadas artimañas, que también hay un horizonte vertical, si se me permite la paradoja.

Pero aún, al contemplador, al hombre que ama y que busca al Amor, que desea vivir en la Ciudad Celeste, la Patria Celestial, cuando se le presenta el combate frente la Ciudad Terrena, puede encontrar la gracia de cobijarse en el candor de un sencillo San Ireneo de Arnoise interior, le queda ese vestigio que todavía el conglomerado de cemento no le puede quitar. Aunque la urbe, con sus fulgurantes luces ha podido tapar gran parte de las estrellas, aún quedan los cielos para poder escalar al cenit y divisar el vestigio de Dios.

Y luego de estas reflexiones, a modo retórico, podría hacerme unas preguntas, ¿serán estas cosas por las cuales las grandes ciudades se han transformando en la acumulación legalista y legislativa de vicios y desórdenes inimaginables antaño? ¿El alejamiento del hombre de Dios nos ha llevado a la construcción de estas grandes ciudades o fueron las grandes ciudades que alejaron también al hombre de la mirada trascendente?

Tal es el encierro del hombre entre las paredes de la gran ciudad, que ha prodigado una considerable cantidad de lunáticos, esos lunáticos que G. K. Chesterton describía como aquél que se había encerrado entre las cuatro paredes de la caja de cartón de su pequeño universo, pintando  el cielo y las estrellas en el techo.

Y recuerdo que, con ciertos dejos de melancolía, recordaba el Papa León XIII en “Inmortale Dei” que “hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad.”

Dentro de los defectos humanos, en aquellos tiempos, reinaba la armonía que produce la vida de una profunda cosmovisión cristiana. La época dónde la verdad era la Verdad, dónde el sentido común y la cordura reinaba en las leyes. El contraste entre las dos ciudades es contundente. No pueden convivir juntas, son inconciliables y siempre estarán en constante pugna.

Mariano Gabriel Pérez-Tinnirello, tomado del portal Noticias Congreso Nacional, 07-Nov-2018.

miércoles, 24 de enero de 2018

Novena al Sagrado Corazón de Jesús que rezaba el padre Pío.


I. Oh Jesús mío, que dijiste: “En verdad os digo, pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. He aquí, confiado en tu Palabra divina, llamo, busco y te pido la gracia...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II. Oh Jesús mío, que dijiste: “En verdad os digo, todo lo que pedireis a mi Padre en mi nombre, Él os lo concederá”. He ahí que, confiado en Palabra divina, pido al eterno Padre en tu Nombre la gracia......

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: “En verdad os digo, los cielos y la Tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”. He ahí que, confiado en la infalibilidad de tu Palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desgraciados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre.

San José, padre adoptivo del Sagrado Corazón de Jesús, ruega por nosotros. Amén.

jueves, 17 de agosto de 2017

La abolición del sentido común.


Uno de los rasgos más estremecedores de nuestra época es la abolición del sentido común. Aquella fábula del rey desnudo, en la que un niño intrépido se atrevía a decir lo que todos callaban, ha alcanzado hoy su paroxismo; sólo que el desenlace de esa fábula sería hoy trágico, pues el rey de inmediato privaría de la patria potestad a los padres de ese niño, que entregaría a una parejita chunga, para que lo “reeducase”.

El desprestigio del sentido común no es un fenómeno reciente. Todos los sistemas filosóficos prometeicos que han querido negar la naturaleza de las cosas se han preocupado de anatemizar el sentido común. Así, por ejemplo, Hegel (el Antiaristóteles por excelencia) arremete en el prólogo de su Fenomenología del espíritu contra «el sentido común y la inmediata revelación de la divinidad, que no se preocupan de cultivarse con la filosofía» y que son «la grosería sin forma ni gusto». Resulta, en verdad, muy revelador que Hegel vitupere en la misma frase la Revelación divina y el sentido común humano; prueba inequívoca de que sabe misteriosamente –como sólo saben quienes creen y tiemblan– que ambos se amamantan de la misma luz.

Y es que, en efecto, el sentido común no es un amontonamiento informe de opiniones cazurras o tópicas sobre esto, eso y aquello. El sentido común es el juicio sano que permite el conocimiento de la verdad de las cosas; y es un sentido que tiene toda persona, con independencia de que sea creyente o incrédula, si no ha sido ofuscada por visiones culturales o ideológicas deformantes. Toda la historia de la filosofía moderna ha sido un combate –a veces soterrado, a veces furioso– contra el sentido común y contra los filósofos que lo sostuvieron, empezando por Aristóteles. Y en nuestra época ese combate se ha trasladado a la política, que nos impone construcciones abstractas y utopías mórbidas con escaso o nulo anclaje en el orden real de las cosas. Las ideologías modernas han logrado instaurar de este modo una nueva barbarie (como siempre ocurre cuando se pierde contacto con la realidad), sólo que esta vez se trata de una barbarie más incitante y golosona, porque nos hace creer que somos soberanos.

No pensemos bobaliconamente que esta abolición del sentido común propone a cambio diversas “versiones relativistas” de la realidad. Por el contrario, aunque ofrezcan aderezos variados, lo cierto es que las ideologías en liza ofrecen las mismas definiciones dogmáticas que, por supuesto, niegan el sentido común y postulan la subversión del orden real de las cosas. Sus premisas no pueden ser discutidas; y quienes se atreven a hacerlo son de inmediato señalados, desprestigiados, estigmatizados, incluso civilmente eliminados. Y, entretanto, las definiciones dogmáticas contrarias al orden real de las cosas son proclamadas por “iluminados” de izquierdas y derechas con todos los medios propagandísticos puestos a su servicio, hasta la abolición completa del sentido común, hasta la conversión de los hombres en bestias esclavizadas que, además, se creen grotescamente soberanas.

En estos momentos asistimos a la última ofensiva contra el sentido común, con la imposición de leyes que atentan contra la misma naturaleza humana, que la rectifican hasta convertirla en una parodia (no en vano los clásicos llamaban al demonio “el simio de Dios”) y que consagran la muerte civil de quienes osen rechistar. Sin embargo, más acongojante aún que estas leyes que van a imponernos es el remoloneo inane de la única institución que, por ser depositaria de la Revelación divina, podría reavivar el sentido común entre los hombres esclavizados. Ese remoloneo inane hiela la sangre en las venas.


Juan Manuel de Prada, publicado en ABC, 14-Ago-2017.

viernes, 7 de abril de 2017

El problema femenino.


Uno de los tomos de la preciosa colección de «Enseñanzas Pontificias», publicado por los Monjes de Solesmes en 1958, tiene un nombre sorprendente: El Problema Femenino. Aunque no nos tendría que sorprender tanto, pues en el último siglo los Papas fueron prestando cada vez mayor atención a la crisis de la sociedad moderna, y la mujer es el quicio en que gira toda la sociedad. La sociedad está en crisis, y lo está la mujer, y la declaración pública y oficial de que la mujer está en problemas, está en que se estableció su Día. Si hubo Día del Trabajador, fue porque los trabajadores estaban en problemas, como pasa con el Día del Medio Ambiente y el día del Animal. Y lo mismo para el Día de la Mujer, 8 de marzo.

Y las cosas han empeorado tanto que el pasado 8 de marzo se sufrió el general desconcierto de una «huelga mundial de mujeres». ¿Qué puede pasar en una sociedad en que las mujeres entran en huelga, cómo se arregla? Todas sienten que algo no va, que la situación las enferma, pero a la hora de diagnosticar la enfermedad, el desconcierto es abismal. Se reclaman los derechos de la mujer, pero por poco que se investigue se hace evidente que ya nadie sabe bien qué es la mujer, ni cuál es su lugar. Para calmar los ánimos, a un presidente se le ocurrió elogiar las virtudes domésticas de la ama de casa, y se le volvieron furiosas por su discurso machista. Se renuncia al hogar, al matrimonio, a la maternidad. Es un hecho patente que la Iglesia restituyó a la mujer en su verdadera dignidad, pero ahora prenden fuego delante de la Catedral. Se llega al extremo de blasfemar contra el purísimo ideal de toda mujer, la Santísima Virgen María. O restauramos el ideal de la mujer cristiana, o todo se acaba.

1º La verdadera belleza femenina.

Es verdad que, como se ve en el Génesis, la mujer fue creada por Dios para el hombre, pero no para ser su sierva o esclava, sino como su auxiliar: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda semejante a él» (Gen. 2 18). En términos más precisos, no es sierva del bien personal del hombre, sino auxiliar para el bien común de la familia y de la sociedad: para que el hombre no esté solo, porque por naturaleza es social. La mujer es el complemento del hombre en orden a la vida temporal, es su gran bien, porque por ella el hombre se prolonga y multiplica en la sociedad. Y por eso es su gloria y alegría. Lo dice San Pablo, al explicar por qué la mujer debe cubrir sus cabellos en la Iglesia: «El varón no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen de la gloria de Dios, pero la mujer es gloria del varón» (I Cor. 11 7).

Como Dios todo lo hace bien, y la mujer debía ser complemento del varón en una tarea tan grande como la transmisión de la vida y el establecimiento de la sociedad, la hizo amable al varón: atractiva. Pero con el uso de esta palabra se produce una nefasta confusión. Cuando se dice que la mujer es atractiva para el varón, inmediatamente se piensa en el atractivo físico. Pero la mujer no es un maniquí sino un ser humano, con cuerpo y alma, y con un cuerpo que debe estar subordinado al alma como lo secundario a lo principal. Dios hizo a la mujer como un complemento atractivo del varón principalmente por el alma, por lo espiritual. Y también en lo corporal, pero subordinado al espíritu, como instrumento de lo espiritual. La verdadera belleza de la mujer no está en sus formas femeninas, sino en sus virtudes femeninas, que son justamente el complemento de las virtudes del varón.

El orden virtuoso que la gracia debe ir poniendo en el hombre va de lo espiritual a lo corporal, y de lo interior a lo exterior. Primero debe poner sabiduría y prudencia en la inteligencia; luego justicia en la voluntad; después fortaleza en el apetito irascible, que es como la fuente en el alma de todas las pasiones que tienen que ver con los bienes dificultosos y los males agresivos, sobre todo de la ira (de allí su nombre); y por último, la gracia tiene que poner orden por la templanza en el apetito concupiscible, que es fuente de las pasiones del amor y del odio, del deseo y del gozo.

Por eso la última de las virtudes que se establecen en el alma es la castidad: el varón prudente, justo y fuerte tiene que tener siempre cuidado respecto de la castidad, porque estando seguro en las otras virtudes, no puede estarlo en ésta hasta que no ha alcanzado una perfecta santidad. Por eso San Pablo pone en conexión la santidad con la castidad: «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, […] pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad» (I Tes. 4 3-7). Y recién con el reino de la castidad aparece la virtud al exterior, pues llega la obra de la santificación a su plenitud: de la castidad brota la modestia exterior, que manifiesta hacia afuera el esplendor de un alma ordenada.

Ahora bien, no hace falta demasiada penetración sicológica para saber que en el varón predominan las pasiones propias del irascible, mientras que en la mujer las propias del concupiscible. El varón tiene pasiones más prontas e impetuosas, propias para el combate, y con objetos más complejos, porque el bien difícil o arduo propio de estas pasiones es como un bien envuelto de mal, de la dificultad de alcanzarlo. En cambio en la mujer predominan los afectos más simples del concupiscible, el amor y el odio. Por eso –digámoslo– la mujer es un pésimo enemigo. Porque el varón puede combatir a su enemigo, herirlo y hasta matarlo, y sin embargo distingue su valor, e inmediatamente después del combate puede brindar con su adversario –si sigue vivo– con leal amistad de la paz. En cambio la mujer no siente tanto ira con sus enemigos, sino odio, que es muy distinto: o ama u odia, todo o nada, no anda con distinciones. Con ella la guerra –si la declara– es siempre de exterminio: no termina hasta que no desapareció el enemigo. En los conflictos matrimoniales, el esposo ve en la mujer un adversario con el que luchar para pactar la paz; en cambio la mujer ve en el esposo el mal, y es verdad que no cabe pactar con el mal, sino sólo quitarlo de la propia vida. 

Pero si el varón entiende la ira y más fácilmente adquiere las virtudes que tienen que ver con la fortaleza, la mujer entiende el amor y tiene como una facilidad natural para las virtudes que lo moderan, en especial la castidad. Y estas virtudes son las últimas, las que se manifiestan más hacia afuera, las que vuelven espiritualmente hermosa a la persona, como la modestia o fineza exterior. Por eso la fisonomía espiritual de una buena mujer es más manifiesta y más hermosa que la del buen varón. Tiene más hermosa apariencia una virtuosa madre de familia, refugio de los afligidos, que un virtuoso militar que le parte la cabeza a los enemigos de la Iglesia. La belleza de la mujer está, pues, en su facilidad para adquirir las virtudes dependientes de la templanza, como la mansedumbre y la humildad, pero principalmente la más exigente de todas: la castidad. Por eso la Mujer por excelencia tiene como nombre propio la Virgen, y siempre había sido la castidad el ornamento más hermoso de la mujer cristiana, sinónimo de su belleza.

Y para todo aquel que aún guarda un poco de sentido común, es evidente que las virtudes femeninas son justamente el complemento y auxilio de las del varón, porque por el carácter impetuoso de las pasiones del varón, hecho para la guerra, la castidad se le hace muy problemática, y es la mujer la que lo contiene y modera, la que le comunica este complemento de las virtudes bellas, ayudándolo a ser casto, y más manso y humilde de corazón.
 La castidad de la familia cristiana, y por lo tanto la santidad, dependen muy especialmente de la buena mujer. Ella debe ser el muro de contención que conserva en la pureza al esposo y a los hijos, la que amansa el ejercicio de la autoridad del padre de familia, y la que conserva en la obediencia al resto de la familia. Por eso, en la medida en que la mujer es verdadera mujer, la familia y la sociedad encaja en sus verdaderos quicios, y se alcanza la felicidad temporal, que proviene de un orden pleno. La buena mujer es causa de la alegría familiar y social, como la Santísima Virgen es causa de la alegría de toda la Iglesia. Y si hoy la sociedad se hunde en la depresión y en la tristeza, es porque la mujer tiene un problema.

2º El problema de la mujer moderna.

La mujer entra en problemas cuando deja de entender que lo propio de ella es ser espiritualmente atractiva, lo que se da especialmente por la castidad, y quiere ser atractiva por lo corporal. Cuando –como le fue pasando cada vez más a la mujer moderna– su ideal ya no es la mujer pura sino la mujer sexy, entra en una espiral viciosa que pasa del deseo a la exasperación, y de allí a la violación de la naturaleza y autodestrucción de la sociedad.

Cuando el hombre ama a su mujer por su honestidad cristiana, todas las demás dimensiones se subliman y dignifican: los sentimientos se hacen más estables y delicados; aun si no fuera linda se vuelve bella, porque la fisonomía transparenta las profundidades del alma; y la misma sexualidad adquiere su verdadera dimensión humana y cristiana, pues es unión de cuerpos y de almas. Esta mujer no sufre celos ni se angustia porque pase el tiempo.

La mujer que atrapa al varón por la atracción física prepara su desgracia, porque todas sus dimensiones se carnalizan. No importa que sea dulce, sino sugestiva; la honestidad pasa a ser bobería. La mujer sexy es una mujer invertida; tan es así que ya ni el rostro es lo que se le mira. Es una mujer que no domina su vida, porque la virtud se adquiere por el mérito de la buena voluntad, mientras que la forma física depende del puro azar, y ante el paso del tiempo aquélla permanece y crece, mientras que ésta muy pronto se desvanece.

Es cierto que la mujer sexy despierta inmediatamente la atención de todos, mientras que la mujer pura tarda en conquistar el interés de uno, porque aquella es mercadería en vidriera, mientras que ésta es tesoro escondido. Pero la relación con el varón la ofende, porque la pasión, divorciada del atractivo espiritual, se vuelve egoísta y despreciativa. Y es así como comienza el conflicto: para manejar al varón, esta mujer sólo cuenta con el acelerador del deseo para atraerlo, y con el freno de sus resistencias para lograr el respeto. Pero en lugar de amansar al varón, como le pasa a la mujer pura, lo exaspera, pues se le vuelve el más arduo de los bienes y el más agresivo de los males.

El gravísimo problema está en que ya no se trata de la conducta personal de algunas o muchas mujeres, sino de todo una subversión social que se ha transformado en legislación internacional. La mujer tiene derecho a introducirse y mezclarse en todas partes, y mostrarse como quiera; su imagen provocativa todo lo invade, multiplicada por millones de pantallones y pantallitas. Y ¡ay de aquel varón que ose propasarse! Hoy ya no hace falta ser profeta para señalar cuáles son las vertientes que se originan: o el hombre se enloquece de ira, o renuncia a su hombría. Femicidio o afeminamiento, ¿qué puede haber de más destructivo para una sociedad?

3º Restaurar la mujer en Cristo.

«No es bueno que el hombre esté solo». No era bueno que Adán estuviera solo, y se le dio como auxiliar a Eva. Pero la Serpiente la sedujo y por ella envenenó a Adán, y Satanás sigue siempre la misma estrategia. Mas tampoco era bueno que Jesucristo estuviera solo, y se le dio como auxiliar a María, que aplastó la cabeza de Satanás. Por Ella Nuestro Señor restauró su Iglesia, y Jesucristo también sigue siempre la misma estrategia. La restauración de la sociedad cristiana pasa muy especialmente por la restauración de la mujer.
Que nuestras mujeres no se dejen seducir por el falso ideal de la mujer moderna, que ya vemos cómo arrastra la sociedad a un pozo sin salida. «Engañosa es la gracia, fugaz la belleza; la mujer que teme a Dios, ésa es de alabar» (Prov. 31 30). La Mujer ideal es la Santísima Virgen. Así llama siempre Nuestro Señor a su Madre en los Evangelios: Mujer. Imiten a la Santísima Virgen, sean femeninas a su manera.
Se le hace muy difícil a una jovencita cultivar ese ideal cuando no lo ve de cerca, ni siente que nadie lo aprecie. Pero si nuestras jóvenes comienzan a conocer verdaderas mujeres cristianas, mujeres fuertes, mucho más femeninas y más amadas, entonces se animarán a imitarlas. Y si tenemos verdaderas mujeres, tendremos verdaderos varones, y habrá familias y habrá sacerdotes. Para restaurar todas las cosas en Cristo hay que empezar por la mujer.


Tomado de Hojitas de Fe, nº 189, Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora.

miércoles, 4 de enero de 2017

Juicio y Misericordia.


El hijo pródigo” de Pierre Puvis de Chavannes, pintor simbolista del siglo XIX.

“No entres en juicio con tu siervo, porque ante Ti ningún viviente es justo.” (Salmo 142, 2).

Alguien que, por una rápida infección en la cara se halló a un paso de la muerte sin perder el conocimiento, ha narrado las angustias de ese momento para el que quiere prepararse al juicio de Dios. Sentía necesidad de dormir pero luchaba por no abandonarse al sueño porque tenía la sensación de que éste era ya la muerte y que en cuanto se durmiese despertaría en el fuego del purgatorio. Aunque había hecho confesión general y recibido los sacramentos le faltaba todo consuelo y la certeza del purgatorio se le imponía como una necesidad de justicia, pues tenía, claro está, conciencia de haber pecado muchas veces pero no la tenía de haberse justificado suficientemente ante Dios. Una religiosa enfermera a quien le confió esa tremenda angustia espiritual no hizo sino confirmarle esos temores, como si debiese estar aún muy satisfecho de que ese fuego no fuese el del infierno. Salvado casi milagrosamente de aquel trance —agrega— me consulté con un sacerdote, que me aconsejó leer y estudiar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y allí encontré lo que asegura la paz del alma, pues al comprender que nadie puede aparecer justo ante Dios (S. 142, 2) y que nadie es bueno sino Dios (Luc. 18, 18) comprendí que sólo por la misericordia podemos salvarnos y que en eso precisamente consiste nuestro consuelo, en que podemos salvarnos por los méritos de Jesucristo, pues para eso se entregó Jesús en manos de los pecadores. Maravillosa e insuperable verdad, que nos llena más que ninguna otra de admiración, gratitud y amor hacia Jesús y hacia el Padre que nos lo dio. Ella quedará grabada para siempre en el alma que haya meditado este misterio de la misericordia divina.

Mons. Dr. Juan Straubinger.

No queremos...

La mayoría de la gente, influenciada por los medios y el espíritu que reina, y hacen reinar, en la sociedad, piensan y sienten que un buen gobierno es aquel en el que no se sufrirían trastornos económicos. Ignorando que los problemas económicos son efecto de la destrucción moral que existe en todos los órdenes. Pero también ignoran que la moral no es una mera convención o contrato (implícito o no) entre los hombres. Si Dios no es el Supremo legislador no hay moral alguna que valga. Sin una conversión verdadera a Jesucristo nada es posible. Y, al parecer no habrá nunca un “cacerolazo” para pedir esto. En realidad: parecen decir todos a coro - alentados por los falsos profetas de hoy y de siempre: -“No queremos que Ése reine sobre nosotros.” No abandonaremos el barro que amamos. “Voz que clama en el desierto”.


San Juan Bautista señalando a Cristo ante la multitud”.
Por el pintor ruso Alexander Ivanov (1806-1858)

Carlos Pérez Agüero, 12-Abr-2016, tomado de su archivo personal.

***

“El resorte que mueve a la Humanidad está por encima de las realidades políticas”, decía Chesterton en su libro “El hombre eterno”. Y esta es la verdad olvidada, tapada, escondida y rechazada por la necedad y la ignorancia modernas. Rechazada por la soberbia y la estupidez de la humanidad-deshumanizada actual. Pero esto traerá sus consecuencias. Como decía un poema medieval anónimo: 

“Todos los sabios dixeron
que las cosas mal regidas
cuanto más alto subieron
mayores dieron caídas.”

Y, no se puede edificar algo sólido con ladrillos podridos. 

Y también: “Cuando los ciegos son los que guían, ¡Ay! de los que van detrás”.


1568. “La parábola de los ciegos” Un ciego guiando a otros ciegos.
Por el artista holandés Pieter Bruegel, el Viejo.

Carlos Pérez Agüero, 11-Abr-2016, tomado de su archivo personal.

martes, 20 de diciembre de 2016

1492, fin de la barbarie comienzo de la civilización en América. Presentación del tomo II.


En al foto, de izquierda a derecha: Lucas Carena, Cristian Iturralde y Pablo Davoli

Presentación del Tomo II de “1492: fin de la barbarie comienzo de la civilización en América de Cristian Rodrigo Iturralde, realizada en el Museo Roca el 13 de diciembre del 2016. Presentaron, por orden de aparición: Lucas Carena, Pablo Davoli y el autor.

Se puede escuchar o descargar desde este enlace

Cuándo el arte es sagrado y cuándo deja de serlo.

En recuerdo a nuestro querido Carlos Pérez Agüero, quién además de artista fue estudioso del mismo, escribiendo artículos y escribiendo conferencias sobre filosofía del arte, publicamos uno de sus últimos artículos que escribió sobre arte sacro.


CUÁNDO EL ARTE ES SAGRADO
Y CUÁNDO DEJA DE SERLO
Por Carlos A. Pérez Agüero


Catacumba de Commodila. Roma. Jesucristo.
No es fácil resumir en dos palabras cuándo el arte comienza a ser sagrado y cuándo comienza a dejar de serlo.

En otras culturas - no cristianas - hubo intentos,  más o menos logrados, en el sentido de expresar lo sagrado - o sobrehumano -  con medios artísticos que lo hicieran notable.
Pero, en el caso del cristianismo - dado su peculiar  espíritu - éste resultó ser muy especial y original, a tal punto que, exigió otros medios para alcanzarlo. El hecho de la Encarnación del  Verbo divino, que habitó entre nosotros y del cual “vimos su Gloria” – como dice el Apóstol San Juan- el camino correcto a tomar ya estaba implícitamente indicado. Trataremos, en estas breves consideraciones, de dar un poco de luz sobre el tema, parado, como suele decirse, por supuesto, sobre hombros de gigantes - con miradas más altas, agudas y claras sobre ello.

Para comenzar, podríamos decir que el arte Cristiano encontró sus formas propias - es decir, adecuadas a su espíritu - a partir del siglo IV con el ascenso de Constantino el Grande como Emperador del decaído Imperio Romano- hasta llegar a mediados  del  siglo XV, con la caída de Constantinopla por los turcos Otomanos, luego del cual, podríamos decir que, el arte cristiano sagrado comienza su decadencia, especialmente a partir del período histórico  conocido como, y erróneamente calificado de, “Renacimiento”.

Dentro de este extenso período (s. IV al XV, un milenio, más o menos) se desarrollan y fijan las características más importantes del arte sagrado cristiano. Con Constantino el Grande comienza el desarrollo y  la expansión del arte cristiano por toda la Europa, lo que propiamente conocemos como la Cristiandad.

Desprendido de las formas grecorromanas de sus comienzos en las catacumbas,  la vida al exterior del cristianismo trajo aparejadas sus exigencias propias, especialmente con las nuevas formas que exigiría el oficio sagrado de la liturgia en los sitios en dónde se oficiaría: los templos, el lugar del Culto. El Templo será el lugar privilegiado para convertirse no solo en la Casa de Dios, en la casa delSacrificio (sacra facere), en la casa de oración por excelencia, sino también en una representación del mundo cristiano: la transfiguración de este mundo - hasta entonces pagano- en el nacimiento de un nuevo mundo: el mundo cristiano, la Cristiandad.

El Arte Cristiano le habla al mundo de un “otro mundo”, no solo en el más allá, sino aún en este mundo, pero transfigurado éste por el Espíritu de Cristo.

Sus nuevas formas artísticas lo recalcan y lo muestran con características que le son propias:

Las representaciones sagradas de Cristo, de la Virgen, de los Ángeles y de los Santos se espiritualizan, se sobrenaturalizan.  ¿Cómo es que se consigue esto? ¿Con qué medios?

Los cuerpos humanos pierden peso. Los pies de los personajes representados apenas tocan el suelo, parecen flotar sobre él. Incluso se sobreponen unos a otros sin considerar una perspectiva espacial. Desaparecen las sombras plásticas que le dieran volumen y peso a los cuerpos. El espacio pierde su tridimensionalidad y se convierte en un plano, a veces abstracto. Los cuerpos pierden su opacidad y tangiblidad, las vestiduras su calidad y textura. No solo los cuerpos se hacen “transparentes”, pasan a un primerísimo plano abandonando prácticamente el paisaje, el mundo que les rodea. El lugar, o el paisaje en donde se encuentran, deviene un plano abstracto, o solo indicativo por algún elemento del lugar o de la situación. Se resuelven en un plano simbólico, sin sensación  de espacio tridimensional.


La Transfiguración del Señor
  
Por ejemplo: el monte Tabor en donde Cristo se transfiguró resplandeciendo su divinidad, está sugerido con la representación de rocas amontonadas en un plano. La gloria divina de Cristo está significada con un óvalo o almendra o círculo de luz. Moisés y Elías se inclinan reverentemente hacia Cristo. Cristo de frente alzando solemnemente su mano derecha bendiciendo y sosteniendo a sus discípulos. Éstos, más abajo en la composición, están en poses que representan por sí mismas que se han desplomado por el asombro y el arrobamiento que ha provocado en ellos la gloriosa manifestación del Señor. No hay ninguna representación “realista” del hecho, en el sentido de que cómo éste hecho podría haber sido percibido por los sentidos externos –por así decirlo. El contemplador de la escena se ve obligado a detenerse y a contemplar cada cosa. Se ve obligado a “leer” no solo el hecho general en sí, sino cada cosa en particular. Se ve obligado a hacer una “lectura teológica” del suceso. Pedro ha caído de rodillas y ha girado su cabeza para dirigir su palabra a Cristo: - “Qué bueno es estarnos aquí, Señor”. Otro discípulo (probablemente San Juan – el amor suele representarse con el color rojo, en este caso el color del vestido del discípulo amado). San Juan se toma la cara entre pensativo y azorado y, por último,  vemos a Santiago, el tercer discípulo, “cabeza abajo”, cubriéndose el rostro sumido todo su ser en su interior.

Los personajes no solo han perdido peso sino que sus movimientos son serenamente contenidos. No hay movimientos bruscos. Como si los movimientos no dependiesen ya del tiempo, como si ya no tuvieran nada que ver con él. Las composiciones no son asimétricamente dinámicas sino serenamente simétricas. Se asemejan a lo inmutable porque reflejan lo inmutable, lo que está más allá del tiempo y del espacio de este mundo.

Tampoco hay preocupación por mostrar estados psicológicos, más exteriores que las profundidades del alma. Todo drama, o acción exterior, ha pasado a ser interior, invisible a los sentidos y a las leyes que rigen este mundo. Solo hay indicaciones externas que, sugieren más que muestran, los estados interiores del alma. La imagen sagrada se convierte en una especie de álgebra teológica dirigida no a conmover o a impactar sobre los sentidos sino a despertar el intelecto, el pensamiento, la meditación señalada por los símbolos que la conforman. Por eso es que, de los íconos, no se dice de ellos que “se pintan” sino que “se escriben”. Se asemejan a un álgebra teológica a ser descifrada. No por nada la representación de este hecho de la Transfiguración del Señor es el primer icono que deben realizar los aspirantes a ser escritores de íconos. Éste ícono resume en sí mismo la teología y las formas del arte sacro.


Reconstrucción de una ceremonia litúrgica en la catedral de Amiens, Francia

El arte es sagrado cuando acompaña y sirve a la liturgia como un soporte de su significación y reverencia ante los Misterios. No cualquier representación religiosa es sagrada. El tema religioso no basta para ser considerado sagrado, debe tener un lenguaje y conformación acordes con ello. Para que una obra sea considerada sagrada debe ser digna de acompañar con su significación simbólica  a realzar la acción litúrgica en su acción y significación. La imagen para ser digna de la acción litúrgica no debe dirigirse a los sentidos en primer lugar sino – y a través de ellos - llevar a la intelección de lo que obra la acción litúrgica.


EL TEMPLO

Como dijimos más arriba el principal objetivo de los cristianos al abandonar las catacumbas fue la instalación de un templo, un espacio sagrado, y consagrado, para realizar la acción litúrgica principal, el corazón de la Fe cristiana: el Oficio del Sacrificio de la Misa. Todo en el Templo estará orientado hacia esto: La representación incruenta del Sacrificio de Cristo en el Calvario para la Redención de los hombres: El Sacrificio del único Sacerdote y Víctima, Jesucristo, realizado por única vez de modo cruento penetrando en el Santuario no hecho por manos de hombres, pues eso es lo que significó la rasgadura del velo del Templo,  a la hora misma de la muerte del Señor: El fin de la Antigua Alianza. Y, por lo tanto, de los sacrificios de toros, machos cabríos y corderos –figuras todas ellas del Sacrificio que haría el Ungido de Dios, en la plenitud de los tiempos, y el inicio de la Nueva Alianza realizada por Jesucristo, el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Y, como diría luego San Pedro a los judíos, no hubo ni habrá ningún otro nombre dado a los hombres -fuera del de Jesucristo- por el cual podamos ser salvados.

Los templos, o las Iglesias, que construirá la Iglesia Católica en su larga y milenaria historia hasta hoy, serán para realizar este sacrificio perpetuo, hecho por Jesucristo, hasta el fin del siglo, es decir, del tiempo histórico.

En cuanto a las formas artísticas escogidas para la acción sacra, también éstas se irán separando de este mundo reservándose un espacio, un mundo consagrado. En el Templo todo es sacro, fuera de él todo es “profano”, no sacralizado, fuera del Templo que ya no sirve para la acción sacra, (excepto contadas excepciones). Como todos saben, se comenzó, tomando de los romanos y griegos las formas ya existentes de los edificios más adecuados - o que pudieran irse adecuando a las necesidades del culto y de los símbolos con los que se les  revestiría.

Tomarían, en primer lugar y como referencia principal, un lugar escogido en el cosmos, como el centro de éste, en el corazón de la cruz que forman los cuatro puntos cardinales. De este modo se convertirían éstos en el propio centro del mundo. En uno de los centros del mundo como el lugar en donde, de un modo especial y real,  habita la divinidad. Éste lugar y esta orientación es escogida cosmológicamente, según el ritmo del cielo, en el solsticio de invierno, el solsticio tradicionalmente divino, escogido por Cristo para nacer. El ábside del Templo se ubicaría hacia donde también se orienta el altar, hacia el Este, el lugar de donde sale el Sol invicto: Jesucristo. La puerta de entrada al Templo hacia el Oeste. Porque el Hijo del Hombre volverá a juzgar a los vivos y a los muertos como el relámpago que nace en el oriente y llega al occidente. Por eso en las catedrales medievales representaban, sobre el tímpano de esta puerta occidental, el Juicio Final con Cristo sentado como Juez en su trono, rodeado de los cuatro animales apocalípticos que representan a los cuatro evangelistas, el Evangelio de Jesucristo; los veinticuatro ancianos apocalípticos y los hombres, buenos y malos, resucitando,  emergiendo de sus tumbas para el juicio final.


Tímpano sobre el portal Oeste de la Catedral de Chartres, Francia.
Cristo en majestad viniendo como juez al fin de los tiempos rodeado de los cuatro animales apocalípticos.

Las paredes de los templos también se afinan y transparentan, espiritualizadas en un principio con las ventanas y con las figuras religiosas iluminándolas. Más adelante, con los vitrales creados como las joyas de la Nueva Jerusalén, transfigurarán la cruda luz de éste mundo. Y ya no será  ésta la pura luz material que ilumina las cosas de este mundo sino la luz de Dios transfigurando el mundo.

Las columnas que sostienen el techo, las cuales representan a los doce apóstoles, descansan sobre la planta en forma de cruz, representación del cuerpo humano de Cristo y la tierra firme de su Doctrina. Verdadera imagen del Hijo del hombre y de su Evangelio. En su centro, marcado por el crucero, en  el corazón del Templo, se yergue el altar del sacrificio, desde donde, luego, partirá el cuerpo multiplicado de Nuestro Señor como el pan de la vida eterna. Las columnas aplastan también el número 666 (en letras griegas) el número de la bestia. El número 888 (En letras griegas corresponde al nombre de Jesucristo, el Salvador del mundo, desde el suelo hasta la piedra principal de la Bóveda). “La piedra que desecharon los edificadores”- como lo anunciaron proféticamente las Sagradas Escrituras – que “vino a ser la piedra angular”.

El uso de la gematría (los letras en griego y hebreo tenían valor numérico) con este valor, que les daba el platonismo, el pitagorismo y aún la teología -“Dios creó todas las cosas con número, peso y medida” dice la Escritura- con estas medidas, repetimos, se construían los templos, resultando todos ellos una representación de la armonía del cielo y el esplendor de su belleza.


Catedral de Monreale, románica, nave central. Italia. Fines del siglo XII.

LA MÚSICA SACRA
Y LOS GESTOS Y ACCIONES LITÚRGICOS

La música sacra halló su forma sagrada en el canto monódico gregoriano, verdadera interpretación de los textos de la Sagrada Escritura. La acústica estudiada de las Catedrales acompañaría a los fieles con estos cánticos acercándolos a la esfera de los cánticos angélicos, ayudando a las almas a elevarse en la contemplación del mundo divino.

Los movimientos y acciones litúrgicas serán también reposados y serenos al modo de las imágenes sagradas que los representan. No es la acción litúrgica una manifestación mundana. Somos, en ella, transportados al mundo sobrenatural de las cosas divinas. Lo que sucede realmente en la acción divina de cada Misa o Sacramento.


Capilla Palatina de Palermo, bizantina, Italia.

EL ARTISTA, O LOS ARTISTAS

El artista católico debe ser católico, es decir, católico de convicción y, por lo tanto, de vida católica. Esto es más importante de lo que hoy en día se ha llegado a pensar. Después de Descartes se ha separado todo en la vida. Ha ocurrido una ruptura en la realidad una de las cosas. Se ha separado el cuerpo del alma y se ha llegado a pensar cosas absurdas sobre todas las cosas, se ha perdido casi definitivamente, lo que llamábamos hasta entonces, el sentido común. Pensar, por ejemplo, que un artista ignorante del Catolicismo o incluso ateo, puede ser un buen artista sacro es como imaginarse que un buen zapatero, por el hecho de serlo, puede ser un buen cirujano porque sabe cortar el cuero. Todo artista tiene que conocer desde el fondo - qué es lo que da realmente vida a una obra de arte - cuál es el espíritu que obra dentro de ella y le engendra. Si el espíritu católico no dio a luz verdaderamente a la obra esta no resultará  sacra, no será apta ni siquiera para decorar el templo, y menos aún para acompañar la acción litúrgica. La acción litúrgica no es un “show”. No se trata de de nada mundano. No hay en él necesidad de un “animador” de TV para “animarla”. No es un entretenimiento. No es algo intermedio entre la realidad y la fantasía. Es una realidad que sobrepasa toda realidad humana y la trasciende. La desacralización tuvo y tiene aún hoy, como fin primario, la destrucción de lo sagrado. No solo pretende negarlo sino destruir todo vestigio de él. Es el plan del Anticristo desde siempre. Está presente desde los inicios del Cristianismo, y aun los mismos Apóstoles le denunciaron claramente al desenmascarar a los falsos hermanos que propagaban un Evangelio distinto al predicado por ellos. La sana doctrina tergiversada. El Evangelio de Cristo usado para tratar de convertirlo en otra cosa, en una cosa puramente humana, primeramente, para luego desecharlo como otro mito más invención de los hombres. 

Los artistas no pueden quedar librados al azar y menos a sus caprichos y pasiones. No basta tener talento artístico y destreza en el  manejo de los medios y los materiales artísticos, para producir una obra verdaderamente religiosa  y menos aún, sacra. Un artista que tiene las dotes necesarias para ser lo que es - pues cuenta para ello, con una sensibilidad especial que lo cualifica para captar más sensiblemente las cosas del espíritu- no por ello reúne ya en sí mismo todo lo necesario para realizar obras verdaderamente sagradas.  Poseer inventiva e imaginación artística tiene sus ventajas, pero también sus desventajas, esto último en el sentido de que, como artista, es más proclive a caer en errores teológicos ya que más fácilmente puede caer en las trampas de su imaginación divagando por senderos que no conoce, como es aquel bosque, a veces intrincado, de la teología racional y aún la apofática.

En resumen: el Arte sacro es tal cuando emplea los medios necesarios para resaltar que las cosas de este mundo, aunque el arte se sirva de algunos elementos de él, lo sobrepasan y lo trascienden infinitamente. “No hay palabras humanas para hablar de Él (de las cosas del mundo divino) sin profanarlo de algún modo o torcerlo” como lo recalcó San Pablo luego de su ascensión al tercer cielo por gracia y obra divina. Los medios artísticos para expresar lo sagrado son comparables a una teología apofática. Es decir, se puede hablar de ello más de lo que no es quede lo que es.

Como dice Santo Tomás de Aquino en su Summa Teológica (I q.1 a.9) 2:

“El rayo de la divina revelación no queda extinguido por las figuras sensibles en que se envuelve, como dice Dionisio, sino que su verdad se transparenta en forma que no consiente a las inteligencias agraciadas con la revelación estancarse en las imágenes, antes bien las eleva al conocimiento de las cosas inteligibles, de suerte que por su medio llegue la revelación al conocimiento de los demás; y por esto, lo que en un lugar de la Escritura se dice bajo metáforas, se pone en otro con mayor claridad. Incluso es útil hasta la misma obscuridad de las figuras: por un lado, para ejercitar el ingenio de los estudiosos, y por otro, para sustraerlas a la burlas de los infieles, de quienes se dice en el Evangelio: No deis lo santo a los perros.

3. Como dice Dionisio, es más conveniente que la Sagrada Escritura proponga lo divino bajo la figura de cuerpos viles que de cuerpos nobles, y esto por tres motivos. Primero porque así se previene mejor al hombre contra el error, pues todos comprenden que tales figuras no se aplican a Dios con propiedad, y, en cambio, podrían dudarlo si se describiese lo divino con imágenes de cuerpos nobles; y más que a nadie sucedería esto a los que no conciben cosa superior a los cuerpos. –Segundo, porque este modo está más en conformidad con el conocimiento que tenemos de Dios en esta vida, ya que con más facilidad vemos lo que de Dios no es que lo que es, y por esto las imágenes más alejadas de Dios nos dan mejor a entender que está por encima de cuanto pensamos y decimos de Él. – Tercer, porque así lo divino se recata mejor de los indignos.”

En cuanto a un sabio asesoramiento de los teólogos sobre los artistas obliga a los mismos teólogos a instruirse sobre las formas más adecuadas de cómo representar lo divino sin caer en errores ni indignidades en las cosas dirigidas a la mayor gloria de Dios.

Los verdaderos artistas cristianos siempre han hecho meditación y oración sobre los misterios a representar, incluso ayunos, sin necesidad de ser monjes para ello. Aunque algunos lo hayan sido, como el Beato Angélico, por ejemplo y algunos iconógrafos.

La caída en el humanismo a partir del Renacimiento, como adelantáramos ya, ha producido la gran decadencia y destrucción del arte sacro. Decadencia lenta pero continuada. La decadencia de la Cristiandad fue acompañada naturalmente por la decadencia del Arte cristiano católico, el cual, partiendo del templo, había conformado el espíritu de todo el arte de Europa.

viernes, 16 de diciembre de 2016

R.I.P.: Carlos Pérez Agüero. (1943-2016)


Recordamos a Carlos Pérez Agüero, católico cabal, luchador por la Verdad y la Tradición católica. Hombre de familia y educador católico, artista y padre del autor de esta página. Fallecido, luego de una larga agonía y habiendo recibido todos los sacramentos, el domingo 20 de noviembre, último domingo de Pentecostés, según el calendario litúrgico.
Pedimos encarecidamente, a nuestros lectores y amigos, una oración por el eterno descanso de su alma y consuelo cristiano de su familia.

Aquí una de sus últimas publicaciones:

“La mejor prueba de amor es el ser capaz de sufrir por quien se ama, con diligencia y buen ánimo. El egoísmo, el no-amor, o, el amor solo orientado a sí mismo, es justamente la prueba de lo contrario. Solo el niño está pendiente, y dependiente, del amor que vuelcan sobre él los que le aman. Somos adultos en la medida en que abandonamos los caprichos de la niñez y aprendemos a sufrir la renuncia de sí mismo. Allí comenzamos a madurar, a ser responsables. A no exigir solo “derechos” y aprender a afrontar los deberes. El amor es siempre un salir de sí. El amor siempre es difusivo, tiende a darse. No es el amor un “sentimiento” o un “estado de ánimo”, no es sentirse siempre “feliz”. Eso es cursi y superficial y caprichoso (en el sentido de pasajero) además de ser siempre otro de los disfraces del egoísmo. El amor es desear, y hacer, lo que es bueno para el amado. Querer el bien del amado. Lo bueno para el amado no es siempre lo que le agrada a éste, aunque, a veces, puedan coincidir las dos cosas. Por lo tanto, para amar bien, antes es necesario saber lo que es el bien y, luego, tener el coraje (coraje viene de “cord” = corazón) de renunciar a sí mismos, si es necesario, (siempre es necesario) para lograrlo. Los fracasos del amor, hoy, son los triunfos del egoísmo. Las victorias del amor siempre van acompañadas de la derrota del amor a sí mismo. No hay amor sin ese desgarro.”

Carlos Pérez Agüero

Requiem aeternam dona ei Domine.
Et lux perpetua luceat ei.
Requiescat in pace

Dale, Señor, el descanso eterno.
Y brille para él la luz perpetua.
Descanse en paz.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Audio: Presentación de la segunda edición del libro “Lenguaje, ideología y poder”.


Presentación de la segunda edición del libro “Lenguaje, ideología y poder” de Juan Carlos Monedero (h), realizada en el Instituto de Filosofía Práctica el 16 de noviembre del 2016.