viernes, 31 de octubre de 2014

El modernismo, religión del Anticristo.


“El modernismo es la última evolución del protestantismo liberal y es la herejía más sutil y compleja que ha existido y puede existir, de modo que sin duda será la religión del Anticristo; porque concilia en sí las dos notas antagónicas con que San Pablo describe misteriosamente el Hombre de Pecado, y que hasta hoy parecían incompatibles: 1°, será adversario de toda religión y culto; 2°, se sentará en el templo haciéndose adorar como Dios. El modernismo deshace toda religión existente, apropiándose empero de sus formas exteriores, a las cuales vacía de su contenido para rellenarlas con la idolatría del hombre”.

R.P. Leonardo Castellani, tomado de sus comentarios a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Pablo VI, ¿beato?


El 19 de octubre de 2014 quedará en la historia como el día en que el Papa Francisco beatificó a Juan Bautista Montini.
Ante la beatificación de quien gobernó la Iglesia en la tormenta de los años 1960-1970, algunos se extrañan, otros se indignan, pero la mayoría guardará silencio. ¿Qué se puede hacer contra una beatificación? ¿No es el término de un proceso en forma canónica, durante el cual se han examinado las virtudes del «servidor de Dios», y se las ha considerado heroicas?
Sin embargo, hay procesos cuya sentencia es injusta. Ninguna beatificación puede falsear la realidad, y la memoria de los «años de Pablo VI» no se borrará tan prontamente. Recordemos, pues, para justificar nuestro rechazo de esta beatificación, los hechos que forman la trama del pontificado de Juan Bautista Montini.

Empecemos, sin embargo, diciendo que no pretendemos juzgar el alma de Pablo VI: sólo Dios es juez de los actos internos y de las intenciones; nos contentamos con citar algunos ejemplos externos que bastan para asentar la siguiente proposición: las acciones de Pablo VI no han sido las de un papa que se pueda proponer como modelo de vida cristiana.

Tampoco negamos que este papa haya tenido ciertas dotes muy por encima de lo común; pues ¿cómo comprender, si no, que haya llegado al sumo pontificado? Los biógrafos de Pablo VI, tanto los favorables como los críticos, no han dejado de subrayar las cualidades de Juan Bautista Montini. Trabajador, organizado, inteligente, orador de talento; más bien discreto y digno de porte, respetuoso, fiel a la amistad, realizó señalados gestos de generosidad en alguna que otra ocasión. Pero no se beatifica a nadie por sus cualidades naturales.

Finalmente, hemos de reconocer que Pablo VI manifestó varias veces su deseo de estar al servicio de la verdad y de la fe católica. En ese sentido, reafirmó la satisfacción vicaria de Cristo en su Pasión, negada por la nueva teología, y encomió en algunas ocasiones los méritos del tomismo, aunque por desgracia él mismo no estuviese impregnado de las enseñanzas del Doctor angélico. Cabe recordar también su profesión de fe de 1968, y la encíclica Humanæ vitæ, en defensa de la moral matrimonial.

1º Pablo VI introdujo en el Concilio las ideas liberales.

El problema con Pablo VI se plantea al nivel de la fe y, más generalmente, de la doctrina. Las tendencias innovadoras en teología, sostenidas por hombres como Rahner, Schillebeeckx o Chenu, no datan del Concilio; pero también eran muy anteriores al mismo la simpatía y el interés que Juan Baustista Montini mostraba por estas audacias doctrinales.

Ya mientras estaba al servicio de Pío XII, en la Curia romana, fue el principal sostén de los teólogos «conflictivos» con el Vaticano y el Santo Oficio. Consideraba la filosofía de Blondel como «válida»; defendió varias veces a Congar, de Lubac, Guitton y Mazzolari contra las amenazas de sanción del Santo Oficio. Cuando los libros de Karl Adam iban a ser denunciados al Índice, fue Monseñor Montini, uno de los hombres de confianza del papa, quien los escondió en sus apartamentos, para difundirlos luego discretamente. ¿Es eso virtud heroica?

Cuando Juan XXIII convocó el concilio Vaticano II, Juan Bautista Montini era arzobispo de Milán. Al fallecer Juan XXIII entre la primera y la segunda sesión, fue elegido papa el cardenal Montini, que asumió el nombre de Pablo VI. Y como había depositado muchísimas esperanzas en ese Concilio, decidió continuarlo y mantener el rumbo que ya llevaba.

Pablo VI apoyó indiscutiblemente con su autoridad la toma del poder, durante el Concilio, por parte del ala liberal representada por los cardenales Döfner, Lercaro, Koenig, Liénart, Suenens, Alfrink, Frings y Léger, en detrimento de la línea tradicional representada por los cardenales Ottaviani, Siri, Agagianian y Monseñor Carli, fieles a la herencia multisecular de la que Pío XII se había mostrado verdadero de-positario. Sesión tras sesión, declaración tras declaración, Pablo VI apoyó, aunque con aires de moderación, «la revolución en tiara y capa pluvial» que se desarrollaba ante los ojos espantados de los obispos aún clarividentes. Para la historia, es el gran responsable de la firma de documentos funestos tales como Lumen Gentium, Gaudium et Spes, Nostra Ætate, Unitatis Redintegratio.

Sobre todo, Pablo VI, ganado ya antes del Concilio para el principio de la libertad religiosa, promulgó la declaración Dignitatis humanæ, que afirmaba sin ambigüedad lo que sus predecesores habían condenado como opuesto a la doctrina católica. ¿Cómo suponer que la proclamación del derecho civil a los cultos erróneos, y las presiones ejercidas sobre los gobiernos católicos del mundo entero para que aceptaran la laicidad, sean indicios de virtud y santidad de vida? Piénsese tan sólo en el gran número de almas que, arrastradas por la corriente de la nueva laicidad y de la apostasía de las leyes, acabaron por perder la fe de sus padres.
Si Pablo VI amó tanto ese Concilio, fue porque la orientación general de esa gran asamblea correspondía a las aspiraciones íntimas de su espíritu. El Concilio fue una apertura de los hombres de Iglesia hacia el mundo. Ahora bien, Pablo VI amaba el mundo moderno, y deseaba sumirse en él y sentir con él. Interesado por todas las realidades humanas, mantuvo siempre un juicio benévolo sobre el pensamiento moderno, su filosofía, su cultura, su arte, sus ideales.

Lo que él amaba en el mundo era el hombre. La humanidad estuvo en el centro de su reflexión, aunque de vez en cuando denunciara un antropocentrismo exagerado. Al hombre volcó todo el trabajo del Concilio, que él mismo resumió, en la clausura de la cuarta sesión y de todo el Concilio, con las siguientes palabras: «El humanismo laico y profano ha aparecido en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio… El descubrimiento de las necesidades humanas ha absorbido la atención de nuestro sínodo. Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito, y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros –y más que nadie– tenemos el culto del hombre».

2º Pablo VI reformó la Iglesia según el mundo moderno.

• Pues bien, para acercarse a este hombre, laico y profano, había que empezar por arrepentirse de tantos comportamientos característicos del pasado de la Iglesia, propios para alejar las almas, como las condenaciones o las afirmaciones dogmáticas demasiado tajantes. De ahí que suprimiera el Indice de los libros prohibidos. Prefería la sugestión al gobierno, la exhortación a la sanción. Su reino fue un reino de diálogo con todos, salvo, claro está, con los que querían mantener la verdad, como Monseñor Lefebvre. Con él sí fue claramente intolerante y se valió de las más severas sanciones.

• Acercarse al hombre quería decir, ante todo, acercarse a los protestantes. Pablo VI fue el iniciador pontificio del ecumenismo. Aunque teóricamente pudiese concebirlo como una vuelta al catolicismo, no dejó de exaltar los valores de los protestantes, multiplicando las relaciones con Taizé. El escándalo llegó a su colmo cuando invitó al «arzobispo» anglicano de Cantorbery a bendecir a la gente en su lugar, con motivo de una jornada ecuménica en San Pablo Extramuros, y poniéndole en el dedo su propio anillo pastoral. Podemos preguntarnos: ¿Es así como se comportan los santos? Sin embargo, según Pablo VI, teníamos que transformar nuestras actitudes católicas: «La Iglesia ha entrado en el movimiento de la historia que evoluciona y cambia», explicaba. Ese era el programa: evolución, cambio, aggiornamento.

• Por esta misma razón procedió a una reforma litúrgica que, con el tiempo, se extendió a todos los ámbitos de la oración y de los sacramentos. La misa dejó de ser un sacrificio, para pasar a ser una «sinaxis», todo ello con el fin de acercar ecuménicamente la liturgia católica a la protestante.

«La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: “Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18 20)» (Constitución Missale Romanum, nº 7). Tanto esta nueva definición de la Misa, como su rito, «se aleja, en su con-junto como en sus detalles, de la teología católica de la santa Misa, tal como fue formulada en la sesión XXII del Concilio de Trento», como lo denunciaron los cardenales Ottaviani y Bacci.

• Por lo que al comunismo se refiere, Pablo VI no sólo se negó a condenar durante el Concilio ese gran error de los tiempos modernos, a pesar de las súplicas dirigidas a él por numerosos Padres conciliares, sino que luego sostuvo una política de benevolencia hacia los países comunistas (la famosa Ostpolitik), cuyos frutos fueron tan amargos para los católicos.

En efecto, en defensa de su Ostpolitik, Pablo VI abandonó al gulag soviético, por su obstinado silencio, a millones y millones de católicos, deportados a campos de concentración o simplemente asesinados, y dejó que los comunistas ocuparan naciones hasta entonces católicas. El cardenal Mindszenty, a quien Pablo VI –por pedido expreso del gobierno comunista– le exigió su renuncia como Primado de Hungría, confesaba consternado: «Pablo VI ha entregado los países católicos en manos del comunismo».

Conclusión.

Ya durante el Concilio, Pablo VI encontró la oposición de ciertos obispos, que presentían la crisis que iba a atravesar la Iglesia. Y no se equivocaban. Esta crisis fue terrible, y lo sigue siendo.

Pablo VI tuvo que confesarlo en reiteradas ocasiones: «La apertura al mundo ha sido una verdadera invasión de la Iglesia por el espíritu del mundo». «La Iglesia se encuentra en un momento de inquietud, de autocrítica, incluso de autodestrucción. Es como si la Iglesia se golpeara a sí misma». «En numerosos ámbitos, el Concilio no nos ha dado hasta el presente la tranquilidad que esperábamos; más bien ha susci-tado perturbaciones y problemas que estorban la consolidación del Reino de Dios en la Iglesia y en las almas». «El humo de Satanás se ha filtrado por alguna grieta en el templo de Dios; la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción y el enfrentamiento están a la orden del día». Todo eso lo llevó al desaliento, tiñendo de marcada tristeza los últimos años de su pontificado.

En resumen, el pontificado de Pablo VI ha provocado el mayor cataclismo en la historia de la Iglesia. Uno no puede dejar de hacerse la pregunta de nuestro Fundador: «¿Cómo un sucesor de Pedro ha podido en tan poco tiempo causar más males a la Iglesia que la Revolución francesa?»
Por eso, sin dejarnos llevar por ninguna animosidad contra la persona de Pablo VI, nos atenemos a la recta noción de lo que significa ser beato. Y en ese orden de cosas no tememos afirmar que, si Pablo VI es beato, entonces es virtuoso que un papa contradiga a sus predecesores en puntos fundamentales de la doctrina; entonces es digno de alabanza que un papa abandone a tantos millones de católicos a la triste suerte que les reservaba la persecución de los comunistas; entonces no es reprensible cubrir con el manto del silencio los espantosos abusos cometidos en la liturgia del sacrificio. Si Pablo VI es beato, la injusticia es una virtud, la imprudencia es un camino de santidad, y la revolución es fruto del Evangelio.



Tomado del boletín, Hojitas de Fe, n° 61, octubre de 2014.

Iglesia y actualidad: a propósito de ciertas ambigüedades.


Iglesia y actualidad:
a propósito de ciertas ambigüedades

Dos entrevistas: Kasper, Martini. Y el caso del Sínodo

La creciente difusión de numerosos artículos de opinión sobre temas de actualidad de la Iglesia permite reconocer un lenguaje muy particular. Nos referimos a lo que estuvo y todavía está circulando en torno al Sínodo de la Familia, por poner un ejemplo. Declaraciones, desmentidas, idas y vueltas; confusión, sencillamente. Para muchos, esta forma de hablar podrá parecer novedosa. Sin embargo, no lo es. Pocos minutos de Google son suficientes para darse cuenta: pensemos –por poner sólo un ejemplo– en el texto firmado por el entonces Monseñor Rino Fisichella en el año 2009, donde su peculiar retórica le hizo posible justificar la comisión de un aborto en Brasil[1], siendo objetado públicamente por Monseñor Michel Schooyans[2].
            Sin embargo, quizá sí constituya algo nuevo su enorme difusión en redes y noticias. La propagación masiva de artículos periodísticos –que sirven en bandeja estas declaraciones– vuelve este lenguaje accesible a casi todos. De cualquier manera, no cabe duda que hoy es posible identificar cierta forma de expresarse. Es indudable que existe un estilo de comunicación con características propias. No es tarea fácil reconocerlo. Sin embargo, creemos que es posible.
Vamos a los casos. Caso 1: un fragmento de la reciente entrevista de Elisabetta Piqué al Cardenal Walter Kasper en La Nación[3]. Hacia el principio, la entrevistadora le pregunta: ¿Usted dice entonces que no se puede cambiar la doctrina, pero sí la disciplina?”. Y el Cardenal contesta:

La doctrina no puede cambiar. Nadie niega la indisolubilidad del matrimonio. Pero la disciplina sí puede cambiar y ya ha cambiado varias veces, como vemos en la historia de la Iglesia.

Luego la entrevista pasa a otros cauces. Pero queda sin profundizar esto de la disciplina y la doctrina. De un lado, la disciplina: algo que (de guiarnos por la entrevista) parece voluble, sin mucha sustancia. Algo que “puede cambiarse”. Enfrente, sí, eso sí, la doctrina que permanece intocable. ¿Es así?
 En realidad, las cosas son diferentes. Hay disciplinas que pueden cambiar y hay disciplinas que no: es falso que toda disciplina sea, sin más, modificable. Primera distinción. Pero hay otra más importante aún: toda disciplina debe guardar perfecta coherencia con la doctrina que pretende reflejar. Si la doctrina dice blanco, la disciplina no puede decir negro. Aunque sólo sea “la disciplina”.
Por lo tanto, la afirmación del Cardenal Kasper es sumamente confusa. No se puede sostener verbalmente la indisolubilidad del matrimonio al mismo tiempo que se propone algo que “tira abajo” la doctrina sobre esa indisolubilidad. Sería como decir que “creemos en Dios” pero que aceptamos el ateísmo. Al respecto, el Cardenal Ruini ha dicho muy acertadamente:

no se puede pretender que el matrimonio sea indisoluble y comportarse como si no lo fuese[4].

Caso 2: segmento de la entrevista al fallecido Cardenal Carlo María Martini. Quedó consignado, entre otras cosas, este enunciado suyo:

Veo en la Iglesia de hoy tanta ceniza encima de las brasas que a menudo me asalta un sentimiento de debilidad. ¿Cómo liberar las brasas de la ceniza de forma que se reavive la llama del amor? En primer lugar debemos buscar estas brasas. ¿Dónde están las personas llenas de generosidad como el buen Samaritano? Las que tienen fe como el centurión romano. Que son apasionados como Juan Bautista. Que se atreven a innovar como Paolo. Que son fieles como María de Magdalena[5].

¿Qué pensar ante la palabra innovar en boca de Carlo María Martini, una de las cabezas intelectuales del progresismo católico? Quizá nos ayude las palabras de Ernesto Hello. Este gran defensor de la fe sostenía que mezclar la verdad y el error otorgaba a la verdad apariencia de error; mientras que, al error, le otorgaba apariencia de verdad. No es otro el procedimiento latente en este párrafo. Analicémoslo: ¿quién podría rechazar ejemplos de generosidad? ¿O la fe del centurión? Ningún fiel negaría la pasión del Bautista ni la fidelidad de la Magdalena. Ninguno. Sin embargo, junto con santos ejemplos, se colaba la tristemente hueca consigna de atreverse a innovar. Y decimos nosotros:

¿Innovar qué?

¿Qué quiere Ud. innovar?

No lo sabemos. No lo dice.
Está bien, no diga Ud. qué quiere innovar. Pero acaso, ¿no querrá decirnos tampoco para qué desea innovar? Esa es la otra pregunta que surge: ¿Para qué desea esa innovación? Usted desea convertir ÉSO (no sabemos qué), ¿en algo distinto? Más aún: ¿cómo podemos saber que es algo distinto de X, si no tenemos idea de qué entiende Ud., Cardenal, cuando dice X?
Cuando Martini hablaba de innovar –“atreverse”, decía, como si los que son fieles a la verdad recibida estuviesen llenos de temores–, ¿por qué no dijo qué tipo de cambio aspiraba? ¿Por qué delega en nosotros la exacta interpretación de sus palabras? ¿Cómo no pensar que –en boca de Carlo María Martini, nada menos[6]innovar quiere decir alterar la enseñanza de la Iglesia sobre anticoncepción, homosexualidad, aborto, eutanasia, acomodándose al pensamiento dominante? A diferencia de otros bautizados que abiertamente proponen la cultura de la muerte, estas expresiones son suficientemente tímidas como para no despertar reacciones… pero suficientemente claras como inducir al error.

Caso 3: fragmento del texto borrador –no el definitivo– del Sínodo. En el párrafo temático N° 50 podemos leer:

Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades? A menudo desean encontrar una Iglesia que sea casa acogedora para ellos. ¿Nuestras comunidades están en grado de serlo, aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio? 

Veamos.
Nadie duda que las personas con tendencia homosexual –mal llamadas “personas homosexuales”– puedan tener “dones y cualidades”. Ahora bien: ¿en virtud de qué pueden tenerlas? ¿En base a qué poseen esos dones? ¿En base a que fueron creados a imagen de Dios? Tal sería la respuesta correcta. Por eso es importante entender que estas tendencias homosexuales no son causa de “dones y cualidades”. Antes bien: estas personas poseen tales dones y cualidades a pesar de su tendencia homosexual. Nunca a causa de esta tendencia.
¿Por qué esta sencillísima distinción no apareció con toda claridad en el documento borrador del Sínodo? Claro, el borrador no afirma que en virtud de la homosexualidad poseen ciertas cosas buenas. No lo dice, es verdad. Hace otra cosa: se abstiene. No define ni distingue. Deja la puerta abierta a la subjetividad del receptor. Por lo tanto, se trata de un texto que tiene un enorme potencial de conflicto.

Concluyendo: estamos, pues, ante un estilo de lenguaje que deliberadamente carece de exactitud y precisión. Errores sugeridos, nunca pronunciados. El peligro no es como la herejía de los libros de teología: esa herejía decía algo bien definido, algo con principio y fin, algo que empezaba y acababa. Hoy en día, en cambio, el pecado contra el logos consiste en dejar flotando en el aire las palabras a la espera de que sea el interlocutor el que actualice los mensajes que ellas transportan.
Quienes así hablan obtienen dos cosas: dan pasto a los aires reformistas (derivando en otros la responsabilidad de obrar lo que ellos solamente dan a entender) al mismo tiempo que confunden –con sus aproximaciones y coqueteos– a los auténticos fieles. Estos intuyen la deshonestidad que yace en este discurso pero no siempre pueden rebatirla.
Nuestro Señor ha dicho con claridad: Que tu lenguaje sea: sí, sí; no, no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno. Es nuestra responsabilidad reconocer este lenguaje oscuro y confuso, identificarlo con nitidez y así poder realizar el correspondiente discernimiento; para bien propio y de los demás.
La confusión actual en torno a las palabras reclama que la inteligencia, alumbrada y sostenida por la fe, desbarate los artilugios y equívocos de ciertos dignatarios que pretenden transformar –tratando de que no se note– la Casa de Dios en una cueva de ladrones.

Juan Carlos Monedero (h)
28 de octubre de 2014





[1] Los siguientes artículos reproducen parcialmente el artículo del entonces Monseñor Fisichella. Cfr. http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1339160?sp=y, http://archivo.losandes.com.ar/notas/2009/3/16/internacionales-413375.asp y http://www.zenit.org/es/articles/el-caso-de-la-nina-brasilena-no-cambia-la-ensenanza-catolica-sobre-el-aborto. El link que lo reproducía íntegramente, al cual no pudimos esta vez entrar, es http://www.revistacriterio.com.ar/sociedad/del-lado-de-la-nina-brasilena/ Tiempo después, hicimos una crítica de sus argumentos. Cfr. Justificación elíptica del aborto a través de la distorsión de la palabras, en http://secundumnaturamsecundumrationem.blogspot.com.ar/2011/09/justificacion-eliptica-del-aborto.html. Tal respuesta fue confeccionada en base a la importante y valiente reacción de Mons. Schooyans, como puede verse el la nota al pié n° 2.
[6] Para conocer en detalle las propuestas del Card. Martini, véase los artículos de Eleuterio Fernández Guzmán –bloggero del portal InfoCatólica– donde él comenta pormenorizadamente sus posiciones: http://infocatolica.com/blog/meradefensa.php/el_cardenal_martini_y_su_nueva_via; http://infocatolica.com/blog/meradefensa.php/0909141211-la-barca-que-el-cardenal-mart;  http://infocatolica.com/blog/meradefensa.php/el-cardenal-martini-va-contra-todo-en-la;  http://infocatolica.com/blog/meradefensa.php/1209061203-que-el-cardenal-martini-desca

“Lo que tengas que hacer, hazlo pronto”.


“LO QUE TENGAS QUE HACER, HAZLO PRONTO”
Por Antonio Caponnetto


SIGNIFICADO DE LA TRAICIÓN

Reunidos en el Cenáculo, Jesús y los apóstoles cenan por última vez, celebrando la postrimera Pascua con el Señor de los Cielos en la tierra.

Escena conocida si las hay, y plasmada en palabras o en lienzos, en frisos y en poemas por los grandes artistas de signo cristiano.

Paradojas del existir en el Evangelio: aunque el centro de aquella reunión era el gozo eucarístico, San Juan nos cuenta que “Jesús se entristeció en el espíritu y protestó exclamando: «en verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me traicionará»” (San Juan, XIII, 21-30).

¿Cómo se explicaba aquella tristeza inefable de Dios? Varias respuestas caben. Desde la de San Agustín que, frente el gesto humano y legítimo de la pena divina, vio rodar por el piso los argumentos estoicos sobre la inmutabilidad del sabio, hasta la de Chesterton que sostuvo que —excepto la risa y por ser tan grande, reservada entonces a los tiempos parusíacos— el Redentor no ocultó ninguno de los sentimientos que brotaban de su naturaleza humana.

La mejor respuesta, sin embargo, nos sigue pareciendo la de San Juan Crisóstomo.

“Cuando una causa urgente —escribe— obliga a separar, antes de recogerse la mies, a algunos de los falsos hermanos, no puede hacerse esto sin que la Iglesia se entristezca”.

Hay una pena inmensa en la Iglesia cada vez que los hermanos que la integran caen en falsía, perjurio o deslealtad manifiesta. ¿Cómo no ha de tener esa pena la insondabilidad de un pozo sin fondo visible, cuando entre los hermanos felones se cuentan muchos de los herederos de los apóstoles y el mismísimo sucesor de Pedro?

Pero sigue distinguiendo el Crisóstomo. El quebranto de Jesús no lo sufrió en la carne cuanto en el alma y antes en el alma que en la osamenta. Porque en tamaña ocasión de escándalo, como lo es la evidencia de la traición, el Señor se turba por la caridad no por el remordimiento. Por la caridad hacia el buen trigo entreverado con la cizaña, y corriendo el riesgo de verse arrancado con aquélla. El Señor se turba por su propia voluntad misericordiosa, no por debilidad. Nadie lo obliga a afligirse —que nadie tiene imperio sobre Él—; su aflicción es voluntaria y consoladora, para cargar sobre sí las debilidades de quienes no pueden sobrellevar tamaña artería y vileza manifiesta.

Es la Revelación de la Tristeza, que nos cantara José María Fernández Unsain:

“Mira cómo lo adorna la divina
tristeza con que luce su belleza…
Mira, Señor, ya baja la neblina,
ya muere, ya nos hiere la tristeza”.

No queremos ocultar nuestra tribulación ante esta Iglesia traicionada por quien debiendo comportarse como el Vicario del Esposo, emula al oscuro desertor de Keriot. Y no trepida en contemporizar desde Roma con los cultores de las costumbres nefandas o del vicio contra natura. Los mismos que provocaron el derrumbe justiciero de aquellas ciudades edificadas sobre el Valle de Sidim, cuando el Dios de los Ejércitos estalló en justificada cólera.

Sólo queremos pedir que nuestra compunción halle sostén en la de Cristo, que para eso nos la ofreció. Que nuestras lágrimas sean un coágulo de cielo en las pupilas, al buen decir de Anzoátegui; asociadas a Aquél que tuvo que llorar ante los muros del lugar sagrado.

Sólo queremos recordar, en suma, que hasta la traición ocupa su lugar en la Pedagogía Divina, y por eso está prevista en las Escrituras, como cuando David se angustia por la deslealtad de Aquitófel, y el salmo canta: “el que come el pan conmigo, levantará contra mí su calcañar” (Salmo 40, 10).

David es el tipo de Jesús, Aquitófel el de Judas. Los dos traidores, los dos dándose muerte por su propia mano. Pero ante sendos casos —acíbar duro de ingerir y hasta de oler— es la invocada Pedagogía Divina la que resuelve el drama. Así lo juzga el Cardenal Gomá: “Desde ahora os lo digo, antes de que acontezca; a fin de que viéndole víctima de la traición villana, no le tengan por imprevisor a Dios y disminuya su fe; antes, por el contrario, el cumplimiento de la profecía sea un motivo más de credibilidad para ellos. Para que cuando aconteciere, creáis que Yo Soy”.

El cumplimiento de las Profecías: el Pastor Insensato, la Fiera de la Tierra, el Preludiador de la Bestia, el Propagandista del Anticristo, la Iglesia de Laodicea. Nada de esto nos quita la Fe ni la Esperanza. Nos la confirman; y anticipan la Felicidad tras la última batalla, que ya es difícil y cruenta, y lo será todavía más.

EL VÉRTIGO DEL TRAIDOR

Volvamos a la escena del Cenáculo. Todavía falta un desenlace más conmovedor y más tenso del que ya mentamos.

Señalado el traidor por su nombre, Jesús le dice: “Lo que tengas que hacer, hazlo pronto”.

También estas perícopas han dado lugar a reflexiones concurrentes. Orígenes se pregunta si no eran palabras dirigidas antes al demonio, que ya había entrado en el Iscariote, que al Iscariote mismo. Puede ser. Pero San Agustín en esto, parece sacarnos más provecho con sus comentarios.

El Señor, por lo pronto, está provocando al adversario a la lucha: No te quedes quieto. Sigue cuanto antes con tu maldito propósito. Yo sé bien cuál es el mío y lo cumpliré acabadamente.

El fruto de ese “hacer pronto” lo inicuo que planeaba era la misma redención, “lo que no quería se retardase ni evitarse, sino que se apresurase cuanto fuera posible”, prosigue Agustín. La prontitud pedida al felón no es para cooperar con su malicia, ni siquiera para precipitar la caída del pérfido, al que tantas veces había invitado a recapacitar. Sino teniendo en cuenta ante todo la salud de los fieles, la salvación de los leales.

Hazlo presto equivale a decir que no se teme a lo que sobrevendrá tras la traición aborrecible. El Redentor vigila, aguarda; oblativamente espera el desenlace.

Hazlo presto, comenta Straubinger, es la misma urgencia salvífica ya puesta de manifiesto cuando le dice a los suyos: “un bautismo tengo para bautizarme, ¡y cómo estoy en angustias hasta que sea cumplido!” (San Lucas, 12, 50).

Entonces —y aquí llegamos— aterra en principio que quien ocupa hoy la silla petrina parezca ir tan presuroso por el derrotero de la deslealtad a Jesucristo. Y que para andar por tan espinoso sendero, no sólo no reciba plata judaica, sino que sea él quien les pague a los deicidas. Con concesiones doctrinales inauditas, por un lado, que ya habían hecho sus predecesores inmediatos; y con dinero abultado, por otro. Como sucedió en los primeros días de octubre del 2014 con la entrega de cien mil euros a la Fundación Auschwitz-Birkenau, que no es precisamente una de las periferias existenciales, sino de las más abigarradas usinas de la “industria del holocausto” que oportunamente desenmascarara Norman Finkelstein. El Iscariotismo moderno tiene aún este agravante sobre el antiguo: que paga para traicionar, y ningún Campo de Aceldama parece aguardar al contrito.

Este hazlo presto que vemos desplegarse ante nuestros ojos, entre indignados y dolientes, debe ser sobrenaturalmente vivido. Mi vida, nadie la toma, quiere decirnos el Señor. Soy Yo quien la ofrece y la inmola gratuitamente. No te detengas. Pero sábelo Iscariote; y que lo sepan contigo tus aquiescentes mitrados y purpurados, que cuanto antes obres la iniquidad, antes completaré la batalla redentora.

Dios nos permita la gracia de no quedarnos dormidos mientras sigan arreciando los aires desventurados de la conjura.

ERA Y ES DE NOCHE

El texto joánico que estamos glosando —capítulo trece,versículos veintiuno a treinta— termina retratándonos a Judas que, una vez identificado como vil por el mismo Salvador, huye del Cenáculo a cumplir su cruento cometido. Y acota el fragmento, no sin hondo simbolismo: “y era de noche”.

“La noche sensible —escribió al respecto San Gregorio— es la imagen de la confusa noche que había invadido el alma de Judas. Por la cualidad del tiempo se expresa el fin de la acción. Judas, que no había de implorar el perdón, aprovecha la noche para la perfidia”.

Es Iscariotismo es hijo de la sombra y alimento amarescente que se cuece en las tinieblas. La sinonimia noche traición es un tópico cargado de razones. Excepto “la Noche Amable más que la alborada”, que no se hace patente, por desdicha, en la presente negritud o lobreguez que nos llega de Roma.

No debe subestimarse ni omitirse esta explosión de Iscariotismo en la Barca, que aunque ya se había manifestado otrora, estalla de manera rotunda con la llegada del Cardenal Bergoglio.

“Judas es el prototipo del traidor” —escribió Alberto Caturelli en “La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy”—; es decir, de aquel que quebranta, viola y en cierto modo invierte lo que debe cuidar y trasmitir”. La raíz etimológica de traición es la misma que la de palabra tradición; y paradójicamente y por contraste “significa también lo opuesto: no cuidar, no trasmitir fielmente, quebrar la lealtad o fidelidad al depósito recibido […]. A esta infidelidad radical —aunque guarde astutamente todas las apariencias de la fidelidad— llamo Iscariotismo, porque tiene su modelo en Judas Iscariote”.

El Iscariote de todos los tiempos y de este tiempo, predica un Anti Verbo, de ese que no custodian los ángeles pero resulta gratísimo a los oídos del mundo, y en plena conformidad con sus crepusculares anhelos. No quiere palabras limpias ni verdades recias ni mucho menos confrontaciones con el siglo o contradicciones con las mayorías. No se nutre de los maestros de la Fe Sapiente sino del discurso estulto de los hábiles; y llama teología de rodillas a la que se labra en estado de genuflexión frente al Maligno.

El Iscariote somete a discusión lo indiscutible, cuestiona hasta las verdades inconcusas, ultraja el sentido común, mediatiza el idioma unívoco de lo obvio. La contranatura puede encontrarlo aquiescente, el adulterio presto a una convalidación gradual, la sodomía se torna pasible de bienvenidas eclesiales, el corrupto goza de una hospitalidad especial y repetida, las mujerucas rencorosas e hipócritas se sientan a su mesa, no para recibir severas y afables reconvenciones sino para intercambiar ofrendas.

La familia, para el Iscariote, ha dejado de ser sólo la unión ante Dios, de uno con una y para siempre; varón y mujer abiertos a la vida y vasallos del Ordo Amoris. Puede seguir siendo eso, claro; pero también otra cosa y antagónica, invocando una misericordia sin justicia, una flexibilidad sin el límite del Decálogo, y un concepto de Iglesia que recibe a todos, como si fuera una playa nudista, sin el mínimo requisito de la pudicia o del respeto a sus códigos bimilenarios. Si abro las puertas del hospital de campaña es para sanar a los heridos, y por caridad hacia sus cicatrices. No para convalidar sus purulencias o para hacer pasar por cuerpo sano la gangrena que lo carcome.

San Clemente de Alejandría lo supo explicar mejor en “El Pedagogo”, cuando remitiéndose al Libro del Éxodo (34, 16), sostiene: “Vendaré la perniquebrada y curaré la enferma, traeré la extraviada y la apacentaré en mi santa montaña”. No dice que la pierna enferma y rota permite caminar del mismo modo que camina aquél con sus piernas sanas.

Reconocerán los discursos de Judas porque no contienen voces de vida eterna. Como no las contuvieron cuando el Evangelio registra su primera confrontación con el Señor, en suelo de Betania. El Iscariote reprende a la mujer que derrama “ungüento puro de gran precio” sobre los pies divinos, para enjugarlos después con sus cabellos (San Juan 12, 3). Invoca a los pobres, pero piensa en la bolsa. Tal vez era el perfume de príncipes lo que más lo alteraba. Su olfato plebeyo estaba hecho para el corral, la cochiquera o la boyeriza.

Es notable que Santo Tomás, comentando el Evangelio de San Mateo, que registra el ominoso arreglo entre Judas y la Sinagoga para entregarles al Señor, observa que el precio inicial convenido era el de aquel ungüento de nardos que no había podido impedir que se “malgastase” como tributo al Unigénito. Pero al final, cierra el tráfico más inicuo de los siglos con un “Dadme lo que queráis” (San Mateo, 26, 15).

¿Hay una Iglesia de Judas?, se preguntó hacia 1970, Bernard Faÿ, cuando el estado de descomposición se hacía evidente.

Se respondió en un libro homónimo, “L’Eglise de Judas”, diciendo que sí, aunque sin faltar a la caridad ni a la esperanza. Lo peor,sostenía entonces, es que los Iscariotes ponen cuidado “en mantenerse en la Barca de la Iglesia, en aferrarse a ella aún cuando la profanen, en no descuidar ningún esfuerzo, ningún ardid, ninguna mentira para que los hombres y el clamor falaz de los periódicos les declaren todavía miembros y parte inherente de esta Iglesia, que ellos tienden a arrastrar con ellos en su reniego, de manera que sea consumada la obra de Judas, y que pueda abandonarse, completamente, a las fuerzas del mal, el cuerpo terreno del Cristo profanado”.

Sí; era de noche cuando el indigno abandonó el Cenáculo sin comulgar. Sigue pesándonos esa tiniebla y esa fuga. Aterradora vigencia del misterio de iniquidad. Y sin embargo o por lo mismo, en tales circunstancias, la consigna del Señor es que no tengamos miedo. Mucho más marcial todavía: “erguíos y levantad la cabeza porque se acerca vuestra redención” (San Lucas, 21, 28).

Nos es imposible imaginarnos la escena sin pensar sensiblemente en la procesión del Cristo de la Buena Muerte, que llevan a pulso, reciamente, los herederos de Millán Astray, en los hondones de la España Eterna.

LO QUE ES CATÓLICO HACER

Arribados a este punto —con la congoja propia del hijo ante el padre amado a quien se ve perder la vertical y el quicio— sobrevienen las preguntas, que son múltiples, como múltiples también sus procedencias.

Se cuentan por racimos, y cada vez mayores y de pesares más inconsolables, las familias lastimadas, divididas y perplejas por el actual magisterio, que no cesa de traicionar la Verdad, el Bien y la Belleza. Padres que no saben qué decirles a sus hijos, cuando constatan la inverecundia y la heterodoxia en Roma. Hijos ya grandes y bien formados, que no saben cómo sosegar a los ancianos, atónitos ante cada dislate diario que se propala desde Santa Marta.

Es extraño que tamaña desolación coincida con la convocatoria de un largo Sínodo dedicado a la Familia; y que durante el mismo —por expresa permisión de Francisco y de sus kasperianos socios— se esté disponible para resguardar el derecho de los fornicarios, o los “dones” de los invertidos, o los propiciadores de la perspectiva del género, pero no se atienda al deber de llevar al seno de los hogares católicos el perpetuo sí, sí; no, no que los sustraería de tantas reyertas y les restituiría la paz de saber que la Iglesia ha sido, es y seguirá siendo semper idem.

Somos simples laicos bautizados, sin respuestas para todos los interrogantes. Mucho menos para quienes interrogan con arrogancia, soberbia y anónima cuanto cobarde malicia.

Somos meros sarmientos de la Vid,que si algún mérito tenemos es el de haber advertido,casi en soledad y varios años antes de que el gran mal sucediera, quién era el hombre particularmente dañino y dable a las herejías al que finalmente eligieron para ocupar la Silla de Pedro. Pero no somos el Cónclave, ni el Paráclito, ni los redactores, aplicadores o intérpretes autorizados de la Bula “Cum ex apostolatus officio” del Papa Paulo IV. No tenemos potestad jurídica ni sacramental para decir más de lo que decimos, y así fuera constatable la tesis de Antonio Socchi, en su inquietante “Non é Francesco”, a nosotros nos toca rogar para que el Espíritu Santo convierta a los desencaminados o ubique a los desubicados.

Frente a la dura encrucijada apenas si podemos recordar, para nuestra seguridad, consuelo y esperanza, lo que es católico hacer:

- Es católico saber que la infalibilidad ex cathedra no supone impecabilidad de conductas ni de enseñanzas pontificias personales; ni siquiera de enseñanzas religiosas o morales. Ergo, si desde el sitial de Pedro se enseñara el error; si se heretizan proposiciones intangibles o se debilita la inconmovilidad de la Fe y de las costumbres, hay obligación de protestarlo, de confrontarlo y de suspender la ligazón de la obediencia. Porque nunca es legítimo seguir al que me lleva al error. El súbdito, en estos hirientes casos, está facultado a resistir con fundamento, respeto, responsabilidad y seriedad.

- Es católico ilustrarse con la historia de la Iglesia y con las consideraciones de teólogos santos que han alcanzado los altares. No sólo para que la crónica de las tempestades nos ratifique en la certeza de la ininundabilidad de la Barca, sino para constatar que, a muchos de esos teólogos, no causaba escándalo alguno afirmar lo que afirmamos. El admirado Medioevo conoció un florilegio de esos doctos varones de sapiencialiedad teológica, a quienes nunca se les hubiera ocurrido la desviación papolátrica moderna, construyendo el dogma peligroso y absurdo de la omni-inerrancia de todo pontífice y de toda palabra suya.

- Es católico saber que “el humo de Satán ha entrado en el templo de Dios”, constituye sentencia proferida por un Papa. Por quien le siguió esta otra, igualmente grave, según la cual, la Iglesia está “cercada por propias e internas herejías”. De su siguiente sucesor es el lamento rotundo: “Señor, en tu Iglesia, parece que la cizaña prevalece sobre el trigo”. Y hasta es apotegma de Francisco, salido de su boca el 10 de marzo del 2014, que “con Satanás no se puede dialogar”; lección redonda que debería aplicarse a sí mismo y a sus actos. Y que si vemos incumplida ostensiblemente, nos autoriza a la admonición y al grito desde los tejados.

- Es católico lo que hizo el Dante, al suponer que un par de Papas podían estar merecidamente en el Infierno, a causa de sus pecados y deberes incumplidos. Siendo Paulo VI, en 1965, cuando termina el Concilio Vaticano II, el que regaló a cada uno de los padres conciliares una espléndida edición de “La Divina Comedia”, amén de ensalzar al preclaro poeta con su diáfano documento “Altissimi Cantus”.

- Es católico saber que la Iglesia admite varias semejanzas, y que no cierra sus puertas. Pero entre las semejanzas que eligió Su Divino Fundador, está precisamente la de la puerta estrecha, a la que es preciso esforzarse mucho por ingresar, porque “una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis afuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Y os responderá: No sé de dónde sois” (San Lucas, 13, 24).

En uno de los textos patrológicos más cargados de símbolos, el Pastor de Hermas compara a la Iglesia con un gran sauce mimbrero, cuyas ramas son muy resistentes, porque aún cuando arrancadas del árbol madre, parecen secas, vuelven a brotar si se las planta en el suelo y se las mantiene húmedas. Sólo brotan y reverdecen bajo estas condiciones y requisitos. No porque sí.

Dios no es un cantor de tangos, enseñaba el Padre Castellani. De esos que, en un arranque de melancolía sensiblera, le dicen a la antigua barragana o al amigote desleal: “está bien; ya que volviste, pasá nomás”. No. Dios es un padre exigente, justísimo y sopesador infalible de premios y de castigos, con la mano de azúcar de su misericordia y la de hiel de su rigor. Por eso, puede arrogarse la decisión de decir “No; no entrarás esta noche. La puerta se ha cerrado para ti”. Eso sí, agrega Castellani. Cuando eso ocurre, Dios no se alegra y puede oírsele cantar esta coplilla gitana:

Algún día has de llamar
y no te abriré la puerta
y me sentirás llorar…

- Es católico lo que dice el “Catecismo de la Iglesia”, en su párrafo 675: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”.

¿Por qué callar entonces ante la impostura religiosa? ¿Por qué simularla, omitirla, desterrarla de nuestras homilías, de nuestras conferencias o simples conversaciones? ¿Por qué fingir una hermenéutica de la continuidad si la ruptura se ha hecho patente, atravesándonos el costado como un lanzón artero?

- Es católico lo que predicó el ilustre benedictino Dom Prosper Guéranger: “Cuando el pastor se muda en lobo, toca desde luego al rebaño el defenderse. Por regla, la doctrina desciende de los obispos al pueblo fiel y los súbditos no deben juzgar a sus jefes en su fe. Mas hay en el tesoro de la revelación ciertos puntos esenciales de los que, todo cristiano, por el hecho mismo de llevar tal título, tiene el conocimiento necesario y la obligación de guardarlos. El principio no cambia, ya se trate de ciencia o de conducta, de moral o de dogma. Traiciones semejantes a la de Nestorio, son raras en la Iglesia; pero puede suceder que los pastores permanezcan en silencio, por tal o tal causa, en ciertas circunstancias en que la religión se vería comprometida.
“Los verdaderos fieles son aquellos hombres que, en tales ocasiones, sacan de su solo bautismo, la inspiración de una línea de conducta; no los pusilánimes que bajo pretexto engañoso de sumisión a los poderes establecidos, esperan, para correr contra el enemigo u oponerse a sus proyectos, un programa que no es necesario y que no se les debe dar”.

- Es católico hacer penitencia, ofrecer sacrificios y pedir perdón por los pecados propios; y pedirlo incluso por aquellos que los cometen teniendo las mayores responsabilidades en la práctica de la vida virtuosa.

Sí, Señor; te pedimos perdón por el mal ejemplo que da la mayoría de nuestros pastores, cuando decide estar, servilmente, en comunión de errores y de pusilanimidades con el Obispo de Roma. Los enemigos de la Iglesia encuentran en tamañas inconductas motivos de envalentonamiento para multiplicar su contumaz actitud blasfema y sacrílega. Lo vemos en la patria, y lo vemos en el resto de las naciones. Duele, Señor, tanta ofensa. Perdónanos.

- Es católico, a la par, dar gracias por los pastores fieles. Especialmente por aquellos, que con motivo del Sínodo sobre la Familia, han defendido el honor del hogar católico, acechado por la marejada ruin de hipótesis heréticas y de proposiciones abisales. Y que por tan gallarda defensa han sido menoscabados, marginados o destratados por la máxima autoridad eclesial.

- Es católico rezar y eso hacemos. A San Pedro, de la mano segura de Francisco Luis Bernárdez:

Ya que en la piedra inmortal de tu nombre
quiso el Señor afirmar nuestra vida
y edificar con su mano escondida
la verdadera morada del hombre;

Ya que tan sólo las llaves seguras
que Jesucristo te puso en las manos
pueden abrir a los seres humanos
la bendición de las puertas más puras;

Ya que tu barca es el único leño
que en el naufragio de todas las cosas
flota feliz en las aguas furiosas
para salvar a las almas sin dueño;

Ya que en las olas que el mundo levanta
sobre el dolor de la humana conciencia
sólo es posible esperar con paciencia
en la virtud de tu red sacrosanta;

Pídele a Dios que nos dé con tu llanto
la contrición con que hollaste a la muerte,
antes que el gallo final nos despierte
con el reproche sin fin de su canto;

Que con tu fe que ante nadie se arredra
nos asegure en la tierra cambiante
para que nuestra virtud se levante
con la firmeza de un muro de piedra;

Que nos dispute al abismo del mundo
con el afán de tu red milagrosa
y que en la paz de tu barca gloriosa
tenga lugar nuestro amor vagabundo;

Que nos infunda tu inmensa esperanza
y tu confianza robusta y sencilla
para buscar en tu barca la orilla
que solamente a su bordo se alcanza;

Y que tu barca segura y certera
siga en la noche el mejor derrotero
para llegar por el mar traicionero
a la ribera en que Dios nos espera.

martes, 28 de octubre de 2014

La Iglesia francisquista claramente al servicio de la ideología de izquierda.


El arzobispo de Santa Fe y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) José María Arancedo, ha realizado un spot publicitario en conjunto con la agrupación de izquierda Madres de Plaza de Mayo. Nos preguntamos, si este obispo se acordará de reconocer y consolar a las madres de los 2000 hijos que asesinó el terrorismo marxista, del cual formaban parte, los hijos de Estela Carlotto y Hebe Bonafini, principales cabezas de la agrupación marxista a la que este obispo está ayudando con su presencia en esta propaganda. Estos no son hombres religiosos fieles a la Iglesia católico, son primeramente políticos advenedizos que se acomodan al poder de turno, siguiendo la postura y ejemplo del ex arzobispo de Buenos Aires ahora devenido pontífice máximo.

Publicado por la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo, 24-Oct-2014.

La necesaria resistencia.


Ante la necesaria resistencia, recordamos las palabras del fundador de la FSSPX que hoy se hacen cada vez más actuales.

“Es necesario resistir, absolutamente aguantar, resistir hacia y contra todo. Y entonces, ahora, llego a lo que sin duda les interesa más; pero yo digo: Roma ha perdido la fe, queridos amigos. Roma está en la apostasía.  ¡No estoy hablando palabras vacías! ¡Esa es la verdad! ¡Roma está en la apostasía! Ya no podemos tener confianza en esa gente. ¡Ellos abandonaron la Iglesia! ¡Ellos abandonaron la Iglesia! Es cierto, cierto. No podemos entendernos. Es eso, les aseguro, es la síntesis. No podemos seguir a esa gente. Verdaderamente  nos enfrentamos a gente que ya no tiene el espíritu católico, que ya no tienen el espíritu católico. Es la abominación, verdaderamente la abominación.
Podemos decir que estas personas que ocupan Roma actualmente son anticristos. No debemos preocuparnos de las reacciones de esas gentes, nosotros no estamos ante gente honesta.”

Mons. Marcel Lefebvre, en Conferencia a los sacerdotes, Ecône, 4 de septiembre de 1987.

Desenmascarando a Bergoglio. 1ª Parte.

Los argentinos que hemos tenido la oportunidad de conocer al Papa Francisco mientras era arzobispo de Buenos Aires tenemos, creo yo, el deber de revelar a los cristianos de otros países el enorme estropicio que sufrió la Iglesia en Argentina durante su mandato. Concretamente, hoy y mañana publicaré algunos datos que dejan ver que Bergoglio siempre tuvo la “agenda gay” entre sus planes. Si bien a nivel internacional todo comenzó con el fatídico "¿Quién soy yo para juzgar?" y terminó -si es que terminó-, con el escándalo sinodal, sus antecedentes sus numerosos. Es cuestión de preguntarle al clero porteño acerca de la constante protección que prodigó a numerosos sacerdotes homosexuales.
El Papa Francisco afirma que él no es “nadie para juzgar” a los sodomitas y considera que no hay que arrojarles el Evangelio por la cabeza a los adúlteros sino tener con ellos la “audacia de la misericordia”.
Lo curioso es estas modalidades de misericordia inclusiva están reñidas con el “modelo de exclusión” que la Iglesia practicó durante veinte siglos.  En este post quiero recordar dos hechos ocurridos en Argentina durante el desempeño del cardenal Bergoglio como Primado y presidente o miembro de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina, y contrastarlo las enseñanzas y disciplinas que la Iglesia Católica ejerció a lo largo de su historia.

Caso 1: Mons. Juan Carlos Maccarone.
El hecho

Este arzobispo era la “estrella” –o, mejor deberíamos decir, “la diva”- del Episcopado argentino. El gran teólogo de consulta permanente, el abanderado de la causa de los pobres y desvalidos, el campeón de la democracia y de la vida cívica y el poseedor de un futuro promisorio que le aseguraba la púrpura a la vuelta de la esquina. En el mismos clero tenía un ascendiente reverencial: los curas del gran Buenos Aires, mientras era obispo de Lomas de Zamora, acudían en masa los días lunes a escuchar las palabras de sabiduría de Macca, como le gustaba hacerse llamar.
Hasta que ocurrió algo terrible: un día del mes de marzo de 2005, se difundió un video en el que aparecía el arzobispo manteniendo juegos sexuales con un jovencito que resultó ser su chofer. Eran los tiempos del papa Benedicto XVI y el obispo fue inmediatamente apartado de su cargo y confinado al Cottolengo de Clypole.
La reacción de Bergoglio
Por una carta que él mismo Maccarone dirigió en sus hermanos obispos, puede deducirse fácilmente que toda la pandilla episcopal argentina sabía de su debilidad por los efebos y por los choferes. De hecho, había tenido denuncias previas aunque había quedado sobreseído. Y, a pesar de eso, igualmente lo promovieron al cargo episcopal de la diócesis más antigua del país y lo colocaron en el firmamento estelar.
Cuando el caso salió a luz, el cardenal Bergoglio junto con la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal emitió un comunicado en el que manifestaba su “agradecimiento” al ex obispo de Santiago del Estero por la labor cumplida en aquella diócesis “al servicio de los pobres y de quienes tienen la vida y la fe amenazadas” y le expresaban su “afecto, comprensión y oración”. 
El vocero del arzobipado porteño salió a decir, además, que el video difundido correspondía a “la vida privada” de Mons. Maccarone.

La enseñanza y práctica de la Iglesia
San Pedro Damián, monje benedictino, cardenal del siglo XI y Doctor de la Iglesia, escribió una carta (la nº 31) al papa León IX acerca de cómo comportarse con los clérigos y obispos que tuvieran conductas similares a las de Mons. Maccarone. Esa misiva es conocida también como Liber Gomorrianus cotra nefandum sodomiae crimen y pueden leerla, en latín, en el tomo 145 de la Patrología Latina. Traduzco aquí un par de párrafos significativos.
Con respecto al pecado de la sodomía, este santo Doctor de la Iglesia se consideraba apto para juzgar:

“Absolutamente, no hay otro vicio que pueda ser razonablemente comparado con este, que sobrepasa a todos en suciedad. Por este vicio es, de hecho, viene la muerte del cuerpo y la destrucción del alma; mancha la carne, extingue la luz de la mente, expulsa al Espíritu Santo del templo del interior del hombre, y lo reemplaza con el demonio, provocador de la lujuria. Remueve completamente la verdad  de la mente y la orienta hacia la falsedad. La sodomía pone trampas en el camino del hombre y, cuando cae en ellas, no lo deja escapar. Este vicio abre las puertas del infierno y cierra las puertas del cielo, y convierte a los ciudadanos de la Jerusalén celestial en los herederos de la Babilonia infernal”. (Cap. 16; PL 145, 175)
Y San Pedro Damián determina también de qué modo hay que actuar en estos casos:
“El clérigo o el monje que acosa a los adolescente o a los jóvenes, o ha sido sorprendido besándolos o en otros actos torpes con ellos, será azotado públicamente y perderá su tonsura. Luego de haber sido rapado, será cubierto de escupidas y, sujeto con cadenas de hierro, sea dejado podrirse en la angustia de la cárcel por seis meses. Al anochecer, durante tres días a la semana, coma pan de cebada. Después, durante otros seis meses, que viva bajo la custodia de un padre espiritual, separado en un pequeño patio, y esté ocupado en trabajos manuales y en la oración. Sea sometido a ayunos y camine siempre bajo la mirada de dos hermanos espirituales, sin prenunciar ninguna frase perversa, y nunca se una a reuniones con los más jóvenes. Que este sodomita considere si supo administrar bien sus oficios eclesiásticos, porque es así cómo la sagrada autoridad juzga estos ultrajes tan ignominiosos cuanto torpes”. (Cap. XVI)

Caso 2: Mons. Fernando Bargalló

El hecho
Se trata del entonces obispo de Merlo y presidente de Cáritas Latinoamericana quefue descubierto, en junio de 2012, junto a una mujer, en un exclusivo y lujoso resort de Puerto Vallarta (México) en actitudes más que de explícito enamoramiento.  Cuando fue interrogado al respecto, Mons. Bargalló mintió al decir que desconocía lo que las fotos probaban; y mintió después al decir que las fotos eran verdaderas pero que no implicaban dolo pues la dama era una amiga de la infancia. El obispo fue depuesto de su cargo por el Papa Benedicto.

La reacción de Bergoglio
Conocida la vacancia de la sede episcopal de Merlo, se dirigió a ella presuroso el cardenal Bergoglio quien, el día domingo 29 de junio, pronunció una homilía en la  atestada catedral diocesana. Allí, entre otras cosas dijo, que el obispo amancebado “Trabajó para los pobres y esto le valió la persecución. Trabajó también por los ancianos y para escuchar a los chicos. Hoy tenemos a la Iglesia unida, humanitaria y misionera y venimos a dar gracias por estos 15 años caminando juntos”. Mientras el concelebrante, Mons. Cassaretto, aseguraba: “Ahora le toca a Fernando estar en un tiempo de retiro, de penitencia y de oración. Mi misión es acompañar al hermano Fernando en su camino de reflexión”.
“¡Viva Fernando María Bargalló!”, gritó un hombre desde el fondo del templo y la misa terminó con un fuerte y sostenido aplauso de todos, incluido el cardenal Bergoglio.

La enseñanza y práctica de la Iglesia
Para casos semejantes, la Iglesia contemplaba la ceremonia de “degradación” del Obispo, la cual figuraba en la Pontificale RomanumAquí pueden leer la descripción de la ceremonia. Y les copio la traducción de algunos de sus pasos más importantes, tal como la leyera Mons. Gustavo Podestá en la memorable homilía en su parroquia porteña Mater Admirabilis:
“Ceremonia impresionante, que se realizaba en las escalinatas de las catedrales frente al inmenso atrio donde se reunía el pueblo. Ese mismo pueblo que había sido herido por el escándalo de un pecado público y, más, cuando se trataba de un clérigo. Peor aún si constituido en dignidad. A los crímenes públicos la Iglesia públicamente los castigaba, ya que, en verdadera caridad, restituía a los fieles la confianza en la justicia y probidad de sus autoridades, mostraba la gravedad del delito y, al mismo tiempo, estimulaba el propósito de enmienda y la penitencia y conversión del reo.
Allí, en las escalinatas que subían hacia la puerta del templo, se colocaba un asiento bajo y sin respaldo, tipo sillón frailuno, llamado 'faldistorio', en el cual se sentaba el obispo oficiante. A su lado una pequeña mesa con un mantel, en donde, en medio de cirios apagados, se colocaban las vestiduras sacerdotales junto con un trozo rectangular de vidrio en forma de cuchillo.
Traían al que, después de juicio y sentencia, había sido hallado culpable y los clérigos lo revestían, por última vez, con sus hábitos sacerdotales si era sacerdote, o pontificales si era obispo o arzobispo.

En medio de un silencio sepulcral el Obispo celebrante se ponía de pie y comenzaba:
“En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por cuanto yo (...) Obispo de tal lugar, por gracia de Dios y de la Sede Apostólica, habiendo sido probado fehacientemente de acuerdo a los sagrados cánones (o según propia confesión) el crimen del Obispo o Presbítero tal (...) resultando evidente y público el crimen cometido, y por lo tanto no solo grave y condenable, sino dañoso a la salud de los fieles, y aún enorme por la dignidad del que lo cometió, habiendo no sólo ofendido la divina Majestad sino inferido gravísima conmoción a la ciudad, y por esto haberse hecho indigno de su oficio eclesiástico, por ello, tanto por la autoridad de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como por la de nuestro cargo pastoral, mediante estos escritos lo privamos de todos su cargos y oficios y, por nuestra palabra, lo deponemos, y, según la tradición de la Iglesia, lo sentenciamos a ser degradado”.
Luego, con lágrimas en los ojos -según cuentan frecuentemente las crónicas- el oficiante se ponía de pie y, si el reo era obispo, le sacaba la mitra de la cabeza, diciendo: “Desnudamos tu cabeza de la mitra, ornato de dignidad pontifical y que enlodaste en el ejercicio de tu autoridad”.
A continuación, un acólito traía un evangelio y se lo ponía al depuesto en las manos. El oficiante entonces se lo retiraba diciendo: “Devuelve el Evangelio, porque, habiendo despreciado la gracia de Dios, te hiciste indigno del oficio de predicarlo”.
Después le sacaba el anillo: “Te arrancamos este anillo, signo de fidelidad a tu esposa la amada Iglesia de Dios, a quien temerariamente traicionaste”.
Otrosí: “Te quitamos el báculo, para que no te atrevas más a ejercer el oficio de dirigir que tan gravemente perturbaste”.
Y, finalmente, la parte más emotiva. Con el vidrio -sin filo, por supuesto- habiéndole quitado los guantes ceremoniales -las 'quirotecas'- le raspaba los dedos y las manos simbólicamente y decía: “En cuanto está en nuestro poder hacerlo, así te privamos de tu bendición sacerdotal y de tu unción episcopal, para que pierdas el honor y la gracia de santificar, bendecir y consagrar”.
También pasaba el vidrio por su frente: “Borramos de tu frente la consagración, la bendición y la unción que se te confirió, y te deponemos del orden pontifical para el cual te has hecho indigno”.
Al final, conmovido, lo exhortaba a la penitencia y al arrepentimiento y, si lo que había cometido era un delito común, lo entregaba al fuero civil”.


Visto en Wanderer, 23-Oct-2014.