Han venido ocurriendo cosas desastrosas
dentro del seno de la Iglesia estas últimas semanas con el Sínodo de obispos en
Roma. Aquí un interesante comentario de Wanderer, 13-Oct-2014.
Octubre Rojo
Muchos buenos amigos están
preocupados. “Estás publicando un post por día”, me dicen. “Y siempre sobre
Francisco”. Algunos creen que se me ha despertado el Trastorno Obsesivo
Compulsivo. Otros, en cambio, aseguran que estoy atravesando la etapa maníaca
del Trastorno Bipolar y ya me están acercando algunas dosis de litio para
estabilizarme. No los convenzo cuando le digo que a muchos blogger les paso
algo parecido. Es cuestión de que miren la columna de la derecha: Rorate Coeli,
Mundabor, Secretum meum, Missa in Latino, por ejemplo, suelen publicar más de
una entrada por día. ¿Será una epidemia?
No. Se trata, al menos en mi
caso, del modo que tengo de reaccionar frente a la gravedad de los hechos que
estamos viviendo. Debo escribir y alertar. Algo de eso quise decir cuando en
diciembre del año pasado publicaba la
historia de don Gabino sobre los que hacían señas levantando una bandera en
la cima del monte caliginoso.
Hoy, 13 de octubre, hemos leído
con estupor el documento inicial del sínodo que establece, en bruto,
la base sobre la que la comisión que dábamos cuenta ayer, redactará el informe
final. Se trata de un texto es que mucho peor de lo que podía esperarse. El
Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, Mons. Gadecki, acaba
de declarar que es “inaceptable”. Me da la impresión que este octubre
que estamos viviendo será similar al octubre de 1917, a partir del cual ya nada
fue igual para el mundo. Fue un octubre rojo.
Muchos pensarán que exagero. El
documento bloquea directamente el parecer de los cardenales y obispos
que se oponían a la opinión sostenida por Francisco e impone una dirección de
“apertura” que se aleja claramente de la postura católica. Asegura que “el
camino colegial de los obispos y la participación del pueblo de Dios en su
totalidad, bajo la acción del Espíritu Santo, nos guían por los caminos de la
verdad y de la misericordia para todos”. Es decir, nos proponen una teología
moral plebiscitaria.
Debido a que la Iglesia “no puede
detenerse en un anuncio meramente teórico desentendido de los problemas reales
de las personas” (n. 28), debe adoptar una “nueva sensibilidad” que “consiste
en acoger la realidad positiva de los matrimonios civiles y a los que conviven
sin casarse” (n. 36). Estas situaciones deben ser “afrontadas de manera
constructiva, buscando de transformar en oportunidades de camino hacia la
plenitud del matrimonio y de la familia” (n. 39). En nombre de la gradualidad
que nos explicaba Mons. Trucho Fernández, vía libre a los noviecitos que
conviven antes de casarse ya que se están acercando “gradualmente” a la
plenitud del matrimonio… No es cuestión tampoco que lleguen de golpe a él y les
dé un soponcio.
En cuanto a la admisión de los
sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía para los divorciados vueltos a
casar, se plantean que algunos obispos han defendido la posición tradicional
pero “otros se han expresado por una mayor apertura… para aquellas situaciones
que no pueden ser resueltas sin determinar nuevas situaciones de injusticia y
sufrimiento”. Y, contra lo que había aconsejado en numerosas ocasiones del Papa
Benedicto XVI –que las personas en esta situación se limitaran a la “comunión
espiritual”- los Padres Sinodales se preguntan: “si es posible la comunión
espiritual, ¿por qué no acceder a la comunión sacramental?” (n. 48). La
respuesta a mí me la explicó el hermano marista que me daba catequesis en
cuarto grado.
Y ahora viene la sorpresa que no
esperábamos. El documento afirma que “las personas homosexuales tienen dotes y
cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana”. Por favor, lean nuevamente
el texto(y
lean este comentario). Es un disparate que echa por tierra, en dos
palabras, la doctrina secular de la Iglesia sobre la naturaleza humana y la
homosexualidad. Como comentaba un lector, “los homosexuales”, como categoría
análoga a “los ciegos” o “los esquimales”, o a cualquier otra categoría debida
a la naturaleza o la cultura que legítimamente determina a la persona,
simplemente no existe. Como no existen como categoría legítima “los
alcohólicos” o “los drogadictos” o “los jugadores compulsivos”. Existen
personas que experimentan tendencias homosexuales, y de ellas algunas que las
siguen. Además, las “dotes y cualidades” de esas personas se deben a su
carácter de seres humanos, no a sus tendencias homosexuales, ni mucho menos a
las conductas aberrantes que pueden practicar si siguen esas tendencias.
Y, a continuación, los Padres se
preguntan si nuestras comunidades “son capaces de recibir a estas personas,
garantizándoles un espacio de fraternidad” (n. 50). Y, si bien aseguran que las
uniones que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas
al matrimonio entre un hombre y una mujer, consideran que “hay casos en los que
el sostenimiento mutuo hasta el sacrificio constituye un apoyo preciosos para
la vida de los convivientes” (n. 52). Hemos pasado de considerar, con toda la
tradición de la Iglesia, que el acto homosexual es un pecado nefando que clama
al cielo, a verlo como un “apoyo precioso” si quienes lo practican viven en
pareja. ¿Alguien podía imaginar cinco años atrás que llegaríamos a esto?
Por lo que yo puedo ver, aquí la
cuestión de fondo es otra, y mucho más grave y satánica que lo que estamos
viendo. Hace tiempo que le vengo dando vuelta, Socci la expone claramente en su
libro y ayer coincidía con un amigo que es mucho más sabio que yo. Por eso, y
más allá de lo exagerada que pueda parecer, la comento a los lectores del blog:
La cuestión de permitir que los
que viven en adulterio puedan recibir la Eucaristía, o que se “valoren” como
integrantes valiosos de nuestras comunidades a los que fornican según o contra
natura habitualmente y sin arrepentirse, es secundaria. Lo que se está buscando
es que ya no sea necesario estar en gracia de Dios para recibir los sacramentos
y que no sea necesaria la gracia para ser un buen cristiano y avanzar por el
camino de la salvación. Esto lo ha dicho, casi palabra por palabra, el Papa
Francisco en el Ángelus
de ayer: “La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a
nadie: por ello el banquete de los dones del Señor es universal. ¡Es universal
para todos! (…) nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de reivindicar
la exclusividad. (…) Esto no se debe hacer: nosotros debemos abrirnos a
las periferias, reconociendo que también quien está en los márgenes, (…). Sólo
hay una condición: ponerse el traje de fiesta. Es decir testimoniar la caridad
concreta a Dios y al prójimo”.
Puesto en palabras simples: el
“banquete de la Eucaristía” debe ser universal, es decir, para todos y todas, y
no solamente para los privilegiados que están en gracias de Dios, porque la
condición ya no es estar en gracia sino testimoniar la caridad.
Francisco y sus secuaces quieren
acabar con el concepto de “estado de gracia” como opuesto al “estado de
pecado”, distinción que ven como discriminadora y elitista. Pero si la gracia
no existe, tampoco existe el pecado. Es así de simple. No hay un tertium
quid. O se está en gracias, o se está pecado.
Suena exagerado, pero estoy
convencido que la cuestión va por este lado: la intención pontificia es abolir
la noción de pecado, lo cual ya hizo Freud en sede psicológica hace más de un
siglo. Para Bergoglio, la distinción entre santos y pecadores, es
discriminadora y atenta contra la audacia de la misericordia. No hay
exclusividades; no hay privilegiados; el banquete del Reino es universal: para
todos los hombres.
El problema está en que si no
existe el pecado, fue vana la Redención, y si la Redención fue vana, no existió
un Redentor, y si no existió un Redentor, la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad no se encarnó en las entrañas virginales de María. En definitiva, si
no existe el pecado, Jesús no es Dios, y se acabó el cristianismo.
Me dirán que estoy afiebrado y
deliro. También yo pensé lo mismo hace un tiempo. Ahora ya no lo pienso más.