Los argentinos que hemos tenido
la oportunidad de conocer al Papa Francisco mientras era arzobispo de Buenos
Aires tenemos, creo yo, el deber de revelar a los cristianos de otros países el
enorme estropicio que sufrió la Iglesia en Argentina durante su mandato.
Concretamente, hoy y mañana publicaré algunos datos que dejan ver que Bergoglio
siempre tuvo la “agenda gay” entre sus planes. Si bien a nivel internacional
todo comenzó con el fatídico "¿Quién soy yo para juzgar?" y terminó
-si es que terminó-, con el escándalo sinodal, sus antecedentes sus numerosos.
Es cuestión de preguntarle al clero porteño acerca de la constante protección que
prodigó a numerosos sacerdotes homosexuales.
El Papa Francisco afirma que
él no es “nadie para juzgar” a los sodomitas y considera que no hay que
arrojarles el Evangelio por la cabeza a los adúlteros sino tener con ellos la
“audacia de la misericordia”.
Lo curioso es estas modalidades
de misericordia inclusiva están reñidas con el “modelo de exclusión” que la
Iglesia practicó durante veinte siglos. En este post quiero recordar dos
hechos ocurridos en Argentina durante el desempeño del cardenal Bergoglio como
Primado y presidente o miembro de la Comisión Permanente de la Conferencia
Episcopal Argentina, y contrastarlo las enseñanzas y disciplinas que la Iglesia
Católica ejerció a lo largo de su historia.
Caso 1: Mons. Juan Carlos
Maccarone.
El hecho
Este arzobispo era la “estrella”
–o, mejor deberíamos decir, “la diva”- del Episcopado argentino. El gran
teólogo de consulta permanente, el abanderado de la causa de los pobres y desvalidos,
el campeón de la democracia y de la vida cívica y el poseedor de un futuro
promisorio que le aseguraba la púrpura a la vuelta de la esquina. En el mismos
clero tenía un ascendiente reverencial: los curas del gran Buenos Aires,
mientras era obispo de Lomas de Zamora, acudían en masa los días lunes a
escuchar las palabras de sabiduría de Macca, como le gustaba hacerse llamar.
Hasta que ocurrió algo terrible:
un día del mes de marzo de 2005, se
difundió un video en el que aparecía el arzobispo manteniendo juegos
sexuales con un jovencito que resultó ser su chofer. Eran los tiempos del papa
Benedicto XVI y el obispo fue inmediatamente apartado de su cargo y confinado
al Cottolengo de Clypole.
La reacción de Bergoglio
Por una
carta que él mismo Maccarone dirigió en sus hermanos obispos, puede
deducirse fácilmente que toda la pandilla episcopal argentina sabía de su
debilidad por los efebos y por los choferes. De hecho, había tenido denuncias
previas aunque había quedado sobreseído. Y, a pesar de eso, igualmente lo
promovieron al cargo episcopal de la diócesis más antigua del país y lo
colocaron en el firmamento estelar.
Cuando el caso salió a luz, el
cardenal Bergoglio junto con la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal emitió
un comunicado en el que manifestaba su “agradecimiento” al ex obispo
de Santiago del Estero por la labor cumplida en aquella diócesis “al servicio
de los pobres y de quienes tienen la vida y la fe amenazadas” y le expresaban
su “afecto, comprensión y oración”.
El vocero del arzobipado porteño
salió a decir, además, que el video difundido correspondía a “la vida privada”
de Mons. Maccarone.
La enseñanza y práctica de
la Iglesia
San Pedro Damián, monje
benedictino, cardenal del siglo XI y Doctor de la Iglesia, escribió una carta
(la nº 31) al papa León IX acerca de cómo comportarse con los clérigos y
obispos que tuvieran conductas similares a las de Mons. Maccarone. Esa misiva
es conocida también como Liber Gomorrianus cotra nefandum sodomiae
crimen y pueden leerla, en latín, en el tomo 145 de la Patrología
Latina. Traduzco aquí un par de párrafos significativos.
Con respecto al pecado de la
sodomía, este santo Doctor de la Iglesia se consideraba apto para juzgar:
“Absolutamente, no hay otro vicio
que pueda ser razonablemente comparado con este, que sobrepasa a todos en
suciedad. Por este vicio es, de hecho, viene la muerte del cuerpo y la
destrucción del alma; mancha la carne, extingue la luz de la mente, expulsa al
Espíritu Santo del templo del interior del hombre, y lo reemplaza con el
demonio, provocador de la lujuria. Remueve completamente la verdad de la
mente y la orienta hacia la falsedad. La sodomía pone trampas en el camino del
hombre y, cuando cae en ellas, no lo deja escapar. Este vicio abre las puertas
del infierno y cierra las puertas del cielo, y convierte a los ciudadanos de la
Jerusalén celestial en los herederos de la Babilonia infernal”. (Cap. 16; PL
145, 175)
Y San Pedro Damián determina
también de qué modo hay que actuar en estos casos:
“El clérigo o el monje que acosa
a los adolescente o a los jóvenes, o ha sido sorprendido besándolos o en otros
actos torpes con ellos, será azotado públicamente y perderá su tonsura. Luego
de haber sido rapado, será cubierto de escupidas y, sujeto con cadenas de
hierro, sea dejado podrirse en la angustia de la cárcel por seis meses. Al
anochecer, durante tres días a la semana, coma pan de cebada. Después, durante
otros seis meses, que viva bajo la custodia de un padre espiritual, separado en
un pequeño patio, y esté ocupado en trabajos manuales y en la oración. Sea
sometido a ayunos y camine siempre bajo la mirada de dos hermanos espirituales,
sin prenunciar ninguna frase perversa, y nunca se una a reuniones con los más
jóvenes. Que este sodomita considere si supo administrar bien sus oficios
eclesiásticos, porque es así cómo la sagrada autoridad juzga estos
ultrajes tan ignominiosos cuanto torpes”. (Cap. XVI)
Caso 2: Mons. Fernando
Bargalló
El hecho
Se trata del entonces obispo de
Merlo y presidente de Cáritas Latinoamericana quefue
descubierto, en junio de 2012, junto a una mujer, en un exclusivo y lujoso
resort de Puerto Vallarta (México) en actitudes más que de explícito
enamoramiento. Cuando fue interrogado al respecto, Mons. Bargalló mintió
al decir que desconocía lo que las fotos probaban; y mintió después al decir
que las fotos eran verdaderas pero que no implicaban dolo pues la dama era una
amiga de la infancia. El obispo fue depuesto de su cargo por el Papa Benedicto.
La reacción de Bergoglio
Conocida la vacancia de la sede
episcopal de Merlo, se dirigió a ella presuroso el cardenal Bergoglio quien, el
día domingo 29 de junio, pronunció una homilía en la atestada catedral
diocesana. Allí, entre
otras cosas dijo, que el obispo amancebado “Trabajó para los pobres y esto
le valió la persecución. Trabajó también por los ancianos y para escuchar a los
chicos. Hoy tenemos a la Iglesia unida, humanitaria y misionera y venimos a dar
gracias por estos 15 años caminando juntos”. Mientras el concelebrante, Mons.
Cassaretto, aseguraba:
“Ahora le toca a Fernando estar en un tiempo de retiro, de penitencia y de
oración. Mi misión es acompañar al hermano Fernando en su camino de reflexión”.
“¡Viva Fernando María Bargalló!”,
gritó un hombre desde el fondo del templo y la misa terminó con un fuerte y
sostenido aplauso de todos, incluido el cardenal Bergoglio.
La enseñanza y práctica de
la Iglesia
Para casos semejantes, la Iglesia
contemplaba la ceremonia de “degradación” del Obispo, la cual figuraba en la Pontificale
Romanum. Aquí pueden
leer la descripción de la ceremonia. Y les copio la traducción de algunos de
sus pasos más importantes, tal como la leyera Mons. Gustavo Podestá en la
memorable homilía en su parroquia porteña Mater Admirabilis:
“Ceremonia impresionante, que se
realizaba en las escalinatas de las catedrales frente al inmenso atrio donde se
reunía el pueblo. Ese mismo pueblo que había sido herido por el escándalo de un
pecado público y, más, cuando se trataba de un clérigo. Peor aún si constituido
en dignidad. A los crímenes públicos la Iglesia públicamente los castigaba, ya
que, en verdadera caridad, restituía a los fieles la confianza en la justicia y
probidad de sus autoridades, mostraba la gravedad del delito y, al mismo
tiempo, estimulaba el propósito de enmienda y la penitencia y conversión del
reo.
Allí, en las escalinatas que
subían hacia la puerta del templo, se colocaba un asiento bajo y sin respaldo,
tipo sillón frailuno, llamado 'faldistorio', en el cual se sentaba el obispo
oficiante. A su lado una pequeña mesa con un mantel, en donde, en medio de
cirios apagados, se colocaban las vestiduras sacerdotales junto con un trozo
rectangular de vidrio en forma de cuchillo.
Traían al que, después de juicio
y sentencia, había sido hallado culpable y los clérigos lo revestían, por
última vez, con sus hábitos sacerdotales si era sacerdote, o pontificales si
era obispo o arzobispo.
En medio de un silencio sepulcral
el Obispo celebrante se ponía de pie y comenzaba:
“En nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. Por cuanto yo (...) Obispo de tal lugar, por gracia de Dios
y de la Sede Apostólica, habiendo sido probado fehacientemente de acuerdo a los
sagrados cánones (o según propia confesión) el crimen del Obispo o
Presbítero tal (...) resultando evidente y público el crimen cometido, y por lo
tanto no solo grave y condenable, sino dañoso a la salud de los fieles, y aún
enorme por la dignidad del que lo cometió, habiendo no sólo ofendido la divina
Majestad sino inferido gravísima conmoción a la ciudad, y por esto haberse
hecho indigno de su oficio eclesiástico, por ello, tanto por la autoridad de
Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como por la de nuestro cargo
pastoral, mediante estos escritos lo privamos de todos su cargos y oficios y,
por nuestra palabra, lo deponemos, y, según la tradición de la Iglesia, lo
sentenciamos a ser degradado”.
Luego, con lágrimas en los ojos
-según cuentan frecuentemente las crónicas- el oficiante se ponía de pie y, si
el reo era obispo, le sacaba la mitra de la cabeza, diciendo: “Desnudamos
tu cabeza de la mitra, ornato de dignidad pontifical y que enlodaste en el
ejercicio de tu autoridad”.
A continuación, un acólito traía
un evangelio y se lo ponía al depuesto en las manos. El oficiante entonces se
lo retiraba diciendo: “Devuelve el Evangelio, porque, habiendo despreciado
la gracia de Dios, te hiciste indigno del oficio de predicarlo”.
Después le sacaba el anillo: “Te
arrancamos este anillo, signo de fidelidad a tu esposa la amada Iglesia de
Dios, a quien temerariamente traicionaste”.
Otrosí: “Te quitamos el
báculo, para que no te atrevas más a ejercer el oficio de dirigir que tan
gravemente perturbaste”.
Y, finalmente, la parte más
emotiva. Con el vidrio -sin filo, por supuesto- habiéndole quitado los guantes
ceremoniales -las 'quirotecas'- le raspaba los dedos y las manos simbólicamente
y decía: “En cuanto está en nuestro poder hacerlo, así te privamos de tu
bendición sacerdotal y de tu unción episcopal, para que pierdas el honor y la
gracia de santificar, bendecir y consagrar”.
También pasaba el vidrio por su
frente: “Borramos de tu frente la consagración, la bendición y la unción
que se te confirió, y te deponemos del orden pontifical para el cual te has
hecho indigno”.
Al final, conmovido, lo exhortaba
a la penitencia y al arrepentimiento y, si lo que había cometido era un delito
común, lo entregaba al fuero civil”.
Visto en Wanderer,
23-Oct-2014.