lunes, 18 de abril de 2016

Noticias sobre la audiencia privada entre el Papa Francisco y Mons. Bernard Fellay.

Publicado en DICI, 04-Abr-2016.


Fraternidad Sacerdotal San Pío X: El Papa Francisco recibió a Mons. Fellay el viernes 1° de abril

El Papa Francisco recibió a Mons. Fellay, Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, acompañado del R. P. Alain-Marc Nély, segundo Asistente General, en la Casa Santa Marta, este viernes 1° de abril de 2016, a las 17 hrs.

Mons. Fellay no había tenido la oportunidad de encontrarse con el Papa Francisco desde su elección, en marzo de 2013, a no ser muy brevemente en la Casa Santa Marta el 13 de diciembre de 2013 (ver DICI n°296 du 16/05/14). En cambio, algunos sacerdotes de la Fraternidad habían sido recibidos por el Sumo Pontífice, con relación a dificultades administrativas del Distrito de Argentina (ver DICI n°314 du 24/04/15).

El Papa Francisco había deseado un encuentro privado e informal, sin el carácter oficial de una audiencia. Este encuentro duró 40 minutos y se desarrolló en un clima cordial. Como resultado de la reunión, se decidió que los intercambios en curso continúen. No se trató directamente de la situación canónica de la Fraternidad, pues el Papa Francisco y Mons. Fellay consideran que esos intercambios se deben continuar sin precipitación.
Al día siguiente, sábado 2 de abril, Mons. Fellay se reunió con Mons. Guido Pozzo, Secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, en el marco de las relaciones habituales de la Fraternidad con dicha Comisión desde las discusiones doctrinales 2009-2011 y las visitas de varios prelados en 2015-2016. (ver DICI n°307 du 19/12/14 y n°311 du 27/02/16).

Fuente: FSSPX/MG – DICI del 04/04/16)

A su vez, leemos la información del sitio de internet del Distrito de Estados Unidos de la FSPX, 10-Abr-2016, traducción de Secretum Meum Mihi, 11-Abr-2016.


Obispo Fellay habla de su reunión con Francisco

El Domingo, 10 de Abril de 2016, el Obispo Bernard Fellay celebró Misa al final de la peregrinación a Le Puy. Frente a 4.000 peregrinos de la FSSPX, comentó sobre su reciente visita a Roma. A pesar de la nueva Exhortación Amoris Lætitia que “nos trajo lagrimas”, él reveló algunas buenas noticias de su reunión del 1° de Abril con el Papa Francisco.

Según 
Le Salon Beige, el Obispo Fellay dijo que el Papa consideró católica a la FSSPX, que no tenía intención de condenarla, y que quería extender la jusrisdicción de los sacerdotes de la FSSPX, comenzando con la facultad para las confesiones. Durante sus reuniones en Roma, el Obispo Fellay fue incluso animado a abrir un seminario en Italia.

[...]

Para que no haya duda, la propia agencia DICI, que es uno de los órganos informativos de la FSSPX/SSPX, ha publicado el audio del sermón aludido (en francés).

También, adjuntamos lo que ha declarado, a raíz de la reciente reunión privada de Francisco con el Superior General de la FSSPX, Mons. Bernard Fellay, y el secretario de la Pontificia Comisión “Ecclesia Dei”, Mons. Guido Pozzo, que ha contestado tres preguntas que le formulara la agencia Zenit, 08-Abr-2016. Tomamos la traducción de Secretum Meum Mihi, 09-Abr-2016.


Lo que se pide a la FSSPX/SSPX, responde Mons. Guido Pozzo

¿Excelencia, se puede decir que el encuentro de monseñor Fellay con el Santo Padre es un paso adelante en las discusiones hacia la plena comunión?

La audiencia concedida por el Santo Padre a monseñor Fellay ha sido una audiencia de carácter privado, no oficial. Ciertamente creo que se pueda decir que se sitúa provechosamente en el contexto del camino de la FSSPX hacia la plena reconciliación que sucederá con el reconocimiento canónico del Instituto. En este momento es importante sobre todo contribuir para crear un clima cada vez más de confianza y de respeto para superar las rigideces y desconfianzas, que pueden ser comprensibles después de tantos años de distancia y fractura pero, en esta etapa, tenemos la intención de disipar, recuperando las razones de la unidad y de la promoción de la integridad de la fe católica y de la tradición de la Iglesia.

¿Cuáles son los requisitos fundamentales pedidos a la FSSPX, para su plena comunión con la Iglesia de Roma?

Antes que todo, es necesario reiterar que el ser católico requiere la adhesión a la Profesión de Fe, el vínculo de los sacramentos y la comunión jerárquica con el Romano Pontífice, Cabeza del Colegio de los Obispos en comunión con él. La Declaración Doctrinal, que será sometida a la adhesión a la FSSPX en el momento oportuno, contendrá estos tres puntos esenciales y necesarios.

Sobre el Concilio Vaticano II y su aceptación, ¿qué se puede pedir a la FSSPX?

En cuanto respecta al Concilio Vaticano II, el camino cumplido en las conversaciones de estos años recientes ha conducido a una importante aclaración: el Concilio Vaticano II puede ser entendido adecuadamente sólo en el contexto de toda la Tradición de la Iglesia y de su constante Magisterio. Las afirmaciones de verdad de fe y de doctrina católica cierta, contenidas en los documentos del Vaticano II, deben ser acogidas según el grado de adhesión requerido. En los Decretos o Declaraciones (Unitatis RedintegratioNostra AetateDignitatis Humanae) están presentes directrices para la acción pastoral u orientaciones y sugerencias o exhortaciones de carácter práctico-pastoral, que constituirán —incluso después del reconocimiento canónico— objeto de discusión, de profundización, de una mejor precisión, útil para evitar cualquier malentendido o equivoco, que por desgracia sabemos se difunden en el mundo eclesial actual. De manera más general, podemos decir que a la FSSPX se le pide aceptar únicamente al Magisterio de la Iglesia le ha sido confiado el depósito de la fe para ser custodiado, defendido e interpretado (cfr. Pío XII, encíclica Humani Generis) y que el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, enseñando solamente lo que ha sido transmitido (Dei Verbum, 10). El Magisterio Supremo es a su vez el auténtico intérprete también de los textos precedentes del Magisterio —incluidos los del Vaticano II— a la luz de la perenne Tradición que se desarrolla en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, no con una novedad contraria sino con una mejor comprensión del depósito de la fe, “siempre en la misma doctrina, en el mismo sentido y en la misma interpretación”, como enseña el Concilio Vaticano I, Dei Filius 4 y el Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 8.


Esta aclaración creo que podría constituir un punto fijo también para la FSSPX. Las dificultades planteadas por la FSSPX sobre las cuestiones de la relación Estado-Iglesia y de la libertad religiosa, de la práctica del ecumenismo y del diálogo con las religiones no cristianas, de algunos aspectos de la reforma litúrgica y de su aplicación concreta, siguen siendo objeto de discusión y aclaración, pero no constituyen obstáculo para el reconocimiento canónico y jurídico de la FSSPX.

La nueva luz de Bergoglio.


En la fotografía, Francisco recibe a un “modelo” de familia en audiencia privada:
al transexual ahora llamado Diego Neria y su pareja, Macarena.

El Dr. Antonio Caponnetto, con su pluma acostumbrada, escribió esta interesante reflexión sobre la exhortación postsinodal Amoris Laetitia.

LA NUEVA LUZ DE BERGOGLIO
Por Antonio Caponnetto

El calambur

Aparecida la Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, no pocos católicos formados en la Verdad de la Iglesia dieron la voz de alarma, con legítimas razones y fundadas prevenciones. Es que ocurre que el texto, por donde se lo lea, conduce inevitablemente hacia el puerto al que no debería llevar nunca la docencia petrina, en cualquiera de sus posibilidades expresivas. Conduce al error, a la ambigüedad, a la duda; a la confusión y al doble sentido. Y hasta para llegar al fruto bueno –que lo tiene, digámoslo sin retaceos- hay que sortear un tronco empecinado de argucias e imprecisiones, cuando no de dolorosas concesiones al siglo.

El diccionario de nuestra lengua llama calambur a aquella construcción idiomática o figura retórica que altera los significados mediante juegos silábicos; y pone -entre otros- un ejemplo que pinta perfectamente para la ocasión: “este esconde y disimula”. He aquí, en principio, y con el ejemplo de marras, el espíritu de la Amoris Laetitia: un tragicómico calambur de Francisco.

Acaso un punto particular probará lo que decimos.

La sociedad abierta y sus enemigos

Al llegar al capítulo V, Amor que se vuelve fecundo, la exhortación discurre con delicadeza sobre el concepto de “fecundidad ampliada”, que se da principalmente en aquellas críticas ocasiones en las cuales el matrimonio no puede engendrar hijos. Entonces, la fecundidad se amplía con el ejercicio de la maternidad y de la paternidad espiritual, con la adopción generosa o con la práctica de variadas formas de servicio al prójimo. Porque “la familia no debe pensar (sic) a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria” (181).

Por cierto que en situaciones ideales la sociedad no debería ser una amenaza para los hogares, ni una asechanza ante la cual protegerse. Pero mucho han insistido los pontífices –sin necesidad de remontarse a San Lino ni a Gregorio VII- en la prudencia que deben tener hoy las familias, inmersas como están en una cultura hostil al cristianismo, por decir lo menos. Prudencia vigilante, que si bien no ha de propiciar el aislacionismo social, tampoco puede estimular el desguarnecimiento frente a la sociedad presente, en gravísimo estado de corrupción integral.

Es evangélica la plástica imagen de la casa edificada sobre roca (Mt. 7, 25); y son de Nuestro Señor las prevenciones sobre los ríos desbordados, las lluvias desmadradas, los vientos destructivos. Clara señal para todos los tiempos; y tanto más en éstos, de que existen motivos para abroquelarse y defenderse de la sociedad. Hay una lejana e implícita matriz popperiana tras el planteo bergogliano de la relación familia-sociedad. Parecería que los enemigos de la primera ya no se encontrarían en los meandros de la segunda, si la segunda es –como está a la vista- una inmensa democracia liberal con la que se puede interactuar sin riesgos.

Más bien los nuevos riesgos para un católico, a juzgar por el despliegue total de la Amoris Laetitia, consistirían en no ser lo suficientemente acogedores con los frutos descarriados y anómalos de esta comunidad moderna. Los enemigos de la sociedad serían ahora los católicos negados a la apertura; aquellos que “prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna” (308). Una pastoral no divorciada del dogma sempiterno, hablemos claro. Pero en este neo-magisterio dialéctico y pleno de heterodoxas disyuntivas, la confusión es preferible a la rigidez, que en otros tiempos se llamó sencillamente ortodoxia.

La mimetización familia cristiana-sociedad presente se propone casi como un axioma vinculado a la historia sagrada. “Ninguna familia puede ser fecunda si se concibe como demasiado diferente o «separada». Para evitar este riesgo, recordemos que la familia de Jesús [...] no era vista como una familia «rara», como un hogar extraño y alejado del pueblo [...]; era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el pueblo. Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José [...].Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2, 44). Sin embargo a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la sociedad” (182).

El populismo político en el que ha abrevado Francisco le juega una mala pasada. Va de suyo que los hogares católicos no tienen que ser raros; ni mucho menos ajenos ni lejanos a las peripecias del suelo natal en el que han sido plantados por Dios. Son –y así deberían considerarlos todos- paradigmas de comportamiento doméstico; modelos denormalidad; esto es de norma y de canon. Pero los cristianos, tanto como sujetos individuales como agrupados en familias, están llamados a ser “piedra de escándalo” (Is. 8, 14) y “signo de contradicción” (Lc. 2, 34). Mala señal en consecuencia si no se comportan “demasiado diferente” respecto de los aborrecibles anti-modelos familiares que predominan hoy en el deificado pueblo.

Desde el momento en que un nuevo hogar católico se constituye a conciencia y libremente, su diferenciación y antagonismo con el resto de los hogares es inevitable y hasta obligatorio. Diferenciación y antagonismo que ha de presentarse en los hechos, no como un desprecio al resto de los mortales, pero sí como el mejor servicio apostólico y misionero que se le puede prestar al cuerpo social, y aún como el ejemplo más edificante y regenerador. Para que los paganos puedan volver a exclamar con admiración y deseo emulativo el proverbial “¡Mirad cómo se aman!, que registran los Hechos de los Apóstoles.

En las cartas paulinas, San Pablo refiere varias veces el ejemplo de la casa de Priscila y Áquila, modelos de esposos que “expusieron su cabeza para salvarme” (Rm. 16, 3-5); y que no trepidaron en ser diferentes y en tenerse por segregados del resto del pueblo, precisamente por causa de su fidelidad a Cristo. De estos esposos ha hecho el bellísimo elogio Benedicto XVI, en su catequésis del 7 de febrero de 2007, instando a espejarse en ellos, porque prueban que, para los bautizados leales, “toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia [...], toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo”.

Pero además, o por lo mismo, si una familia católica reconoce en la casa de Nazaret su paradigma y su norte, ya no puede conformarse con ver en la misma esa especie de carpintería de barrio, como la pinta Bergoglio, “integrada con normalidad en el pueblo”. Aquello –ha dicho Guardini en el capítulo tercero de La Madre del Señor- “no era precisamente una familia, sino algo divinamente irrepetible, que no tiene nombre. Una fecundidad que redime al mundo, inmediatamente a partir de Dios. Un amor que era mayor,por ser diferente, que todo lo que ha unido jamás a las personas. Puede ser entonces que se use el nombre de ‘familia’ para indicar ese carácter de velamiento de lo propio y peculiar, tal como es característico de María”.

Curiosa exégesis psicopedagógica

Así como no se quieren ya familias diferentes, que contrasten con el resto por ser católicas, y hasta puedan ser perseguidas a causa de ello; ni se quiere tampoco que los católicos consideren demasiado raras otras uniones alternativas, los nuevos padres que necesitamos no han de estar preocupados por saber dónde están sus hijos. A semejanza de María y José -¡progenitores modernos, vaya!- que perdieron a su hijo casi adolescente en el camino de regreso de Jerusalén, pero no se inmutaron demasiado, pues no tenían con él “una relación cerrada y absorbente”. El muchacho podía hacer lío a discreción, sin tanto control represivo de la figura paterna ni coacciones emocionales de parte de la madre.

Es un problema que el Evangelio de San Lucas diga algo distinto. Santo Tomás nos lo explica así en su Catena Aurea: que Jesús se quedó en Jerusalén “sin que nadie lo notara”, “sin que sus padres lo advirtiesen”; que se queda de este modo “para no ser desobediente”. Que sus padres lo buscaron con preocupación primero y sobresalto después, cuando se dieron cuenta de que no estaba “en la caravana, entre los parientes y conocidos” (Ls. 2, 43); que regresaron sobre sus propios pasos para localizarlo de una buena vez; y que al verlo al fin, sano y salvo en el templo, su madre, exclamó: “tu padre y yo te estábamos buscando conangustia”(Ls. 2, 48). “La madre –acota Orígenes-afectada en sus maternales entrañas, manifiesta con lamentos sus dolorosas pesquisas, y expresa lo que siente con la confianza, la humildad y la ternura de una madre: ‘hijo, por qué te has portado así con nosotros’ (Ls. 2, 48). Tras el significativo episodio, el mismo texto evangélico recuerda que Jesús “enseguida se fue con sus padres, y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (Ls. 2, 51-52). Es decir, volvió a ser “absorbido” por la autoridad de sus padres terrenos.

No está mal que Francisco quiera inculcar el principio de una libertad gradual y responsable ofrecida paternalmente a la prole a medida que crece. No está mal asimismo que quiera evitar los estragos de familias monopolizadoras o enfermizamente endógenas. Pero para ello no es necesario tergiversar los Santos Evangelios, ni incurrir tampoco en el gravísimo error del historicismo o del evolucionismo dogmático. Dice, en efecto, la Amoris Laetitia, “Aquí vale el principio de que «el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio [...]. Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida” (261).

Una vez más las disyuntivas dialécticas –que son otros tantos guiños al mundo moderno y a su psicologismo aterrador- no permiten inteligir la plenitud de la verdad. Si un padre está “obsesionado” por saber dónde está espacialmente su hijo, lo irrecomendable a lo sumo será la obsesión, pero no el ordenado requerimiento. Porque los espacios no son inocuos o neutros, ni somos sólo espíritus que habitamos espacios existenciales; y porque aún suponiendo que cada padre llevara consigo a un metafísico, antes inquieto por el ambiente del alma que por el paisaje físico –aún un sábado a las cuatro de la mañana, con el hijo púber ausente del hogar tras angustiantes horas de incierta espera- ese saber dónde está el alma no puede jamás desvincularse de dónde está el cuerpo. A no ser que neguemos el más elemental realismo antropológico.

Admitimos que “la gran cuestión” pueda consistir en saber “dónde está posicionado [el hijo] desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida”. Pero esto, no sólo no es independiente de saber “con quién está en este momento”, sino que guarda estrecha dependencia. Porque las compañías elegidas, tanto como los ámbitos espaciales predilectos, marcan y en ocasiones condicionan o determinan las ubicaciones espirituales y los posicionamientos existenciales. Es falaz la polarización bergogliana de la preeminencia del tiempo sobre el espacio. Extravío fatal de raigambre semítica, cuando el judío temporaliza las promesas divinas, se afianza a sí mismo como siglo presente, sin ver el siglo venidero ni escudriñar las profecías (Jn. 5,39), y acaba matando al Justo, Señor del Tiempo y del Espacio.

La poesía que destruye

Pero volvamos al concepto de “fecundidad ampliada”, analizado en Amoris Laetitia. Tras referirse, como vimos, a algunos de esos modos a los que siempre aludió la Iglesia, verbigracia la adopción, la Exhortación señala otro modo, al que considera no menos significativo, y es el de la dedicación de los esposos al cumplimiento de sus “deberes sociales”. “Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. Cuando esto sucede, el afecto que los une no disminuye, sino que se llena de nueva luz, como lo expresan los siguientes versos:

«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos» (181).

Es posible que el lector europeo –y aún el simple feligrés de a pie de estos pagos- ignore en profundidad quién es Mario Benedetti, autor de esta estrofa, como con toda inverecundia lo aclara la misma Exhortación, especificando en su nota a pie de página 204 la correspondiente referencia bibliográfica: “Mario Benedetti, «Te quiero», en Poemas de otros, Buenos Aires 1993, 316”.

Pues lo diremos en dos trazos; primero por respeto al sentido de lo obvio de los lectores informados, a quienes abundar en detalles sería cómo explicarles quién es el Che Guevara. Y segundo, porque lejos de nuestro ánimo cambiar el tema central de estos comentarios, que no es ciertamente el retrato de un vulgar escritor marxista, sino el dolor de saber que Francisco ha optado por la poesía que destruye, según la nunca olvidada distinción de José Antonio Primo de Rivera. Opción que de ningún modo se reduce a una cuestión estética, ni es esa su gravedad mayor, sino a una inequívoca predilección por un mensaje tan alejado del pulchrum como de los restantes trascendentales del ser.

Bergoglio prueba una vez más con esta intromisión escandalosa de un artista degenerado en un texto teóricamente dirigido a celebrar la alegría del amor, que el timor Domini no es precisamente su rasgo más distintivo. Tampoco un don más modesto aunque valioso, como el cultivo del gusto por la Belleza y el consiguiente desdén por las cursilerías. Nada lo detiene ni lo turba en su vocación de maridaje con la contracultura y aún con la contra iglesia. Nada se le presenta como dique a su moral de situación, a su misericordia despreocupada de la justicia, a su praxeología inclusiva, ausente de criterios rectos que separan la cizaña del trigo. Las cosas digámosla como son. Porque ya todo está a la vista, excepto para los ciegos que guían a otros ciegos (Mt. 15,14).

Mario Benedetti, en efecto, fue un hombre de letras de nacionalidad uruguaya (1920-2009), dedicado en forma activa y perseverante a la militancia comunista, a la propaganda revolucionaria sistemática y,lo que es más grave, a participar de las acciones de la agrupación terrorista Tupamaros, cuyos guerrilleros, principalmente en la larga década de 1970, cometieron un sinfín de asesinatos a mansalva. Todo; absolutamente todo en el perfil ideológico de Benedetti, delata al enemigo declarado de la civilización cristiana. Y todo en su perfil humano y creativo hace patente a un alma visceralmente odiadora de la Iglesia y de su Magisterio Tradicional. Su poema “Si Dios fuera una mujer” constata incluso, que los terrenos de la blasfemia y del sacrilegio tampoco le estuvieron vedados. Es más; él mismo llamó a tamaña toma de posición una “venturosa, espléndida, imposible, prodigiosa blasfemia”.

El poema elegido por Francisco para ilustrar la fecundidad ampliada a la que puede y debe llegar un matrimonio cristiano para llenarse de una nueva luz es, redondamente, un himno marxista, musicalizado y cantado por todas las voces de las izquierdas americanas y españolas. Un himno emblemático, repetido por todos los multimedios, machacado, reiterado, difundido hasta el hartazgo y la náusea; sin que faltaran incluso las apropiaciones lésbicas de la letra y del contenido; ya que, completo, el engendro sostiene: “y porque amor no es aureola/ ni cándida moraleja/ y porque somos pareja/ que sabe que no está sola”. ¿Esta es la nueva luz de la fecundidad ampliada propuesta como programa e ideario para los matrimonios católicos? ¿Esta es la nueva luz que encenderán y portarán como antorcha cuando se aboquen al cumplimiento de sus deberes sociales? ¿Esta es la nueva luz que surgirá entre ellos y de ellos, cuando vuelquen su potencial germinativo y fundante en los quehaceres cívicos de la patria y del orbe?

Los matrimonios católicos –y sobre todo aquellos que no hemos permanecido indiferentes a los compromisos con las legítimas y justicieras luchas patrióticas- nos sentimos ofendidos con esta ruin poesía que destruye, vulgar panfleto libertario y socialista, que solicita una justicia, una rebelión y un pueblo absolutamente identificados con el programa del enemigo. Nos sentimos ofendidos, y el vejamen duele hondo, sabiendo que quien debería darnos “la leche pura de la palabra espiritual”, nos entrega la “leche adulterada” (1 Ped.2,2).

Francisco no puede ignorar el modelo de fecundidad ampliada que les está propiciando a los cristianos con estas rimas insidiosas. Tampoco puede ignorar, pero lo hace, que el catolicismo es pródigo en cánticos de amor conyugal, dadivoso y fértil en altos romanceros y cancioneros de hombres y de mujeres entrelazados nupcialmente en el campo del honor, espléndido en poemarios que exaltan la unión de los esposos que marchan juntos al combate, radiante e inmenso en su antología de versos que laudan la verdadera luz de Cristo, por la que caballeros y damas asaltaron murallas en defensa de la Cruz. No puede ignorar incluso que aquí, en el Rio de la Plata, familias enteras fueron diezmadas por el odio castrista de los seguidores de Benedetti; y que en muchos de esos casos, las esposas de nuestros soldados se hicieron acreedoras del encomio quevediano:

“Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.

Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la cama;
sano le aventuró, vengóle herido”.

No; la nueva luz de la fecundidad ampliada, para quienes se aman sacramentalmente y se abocan al compromiso social y político, no se enciende en la hoguera roja de la rebelión marxista, sino en el cirio vivo del Madero Reverberante y Transfigurador. Entonces el esposo no le dice a la amada que es sucómplice, sino “hueso de mis huesos” (Gen.2, 23). No elogia sus manos porque trabajan por una justicia homicida y rencorosa, sino porque corren por ellas “las gotas de mirra”, vestigios del Amado (Cant.5,5). Ni cree que juntos sean mucho más que dos, sino “una sola carne” (Gen. 2,24).

Envío

“La ausencia de memoria histórica –dice la Amoris Laetitia- es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del «ya fue». Conocer y poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria” (193).

Pues bien; no era ni es la poesía que destruye la que nos habilita o alecciona a poner en práctica esta fecundidad ampliada, tan necesaria y tan legítima para los matrimonios católicos, hayan podido o no traer hijos al mundo. Es la memoria veraz y fiel de los hechos y de los personajes paradigmáticos. Es el recuerdo vivo, real y vigente de esas casas fundadas sobre piedra, con el padre por cabeza, la madre por sostén y los hijos como linaje. A ellos el homenaje austero de estas líneas finales.

A las familias vandeanas, perseguidas como bandidos y sostenidas sólo por el amor irrefragable al Corazón de Jesús. A las familias cristeras, derramando su sangre por los altos de Jalisco, con el Viva Cristo Rey en cada labio. A las familias hispánicas, alistadas en la reconquista, contra moros, judíos y rojos, según pasaron los siglos. A las familias argentinas, a las que les tocó prolongar en suelo americano la resistencia y la cruzada contra los enemigos de Dios. A las familias de todos los tiempos y de todos los espacios –benditas coordenadas en el plan del Creador- sin olvidarnos del más remoto de los años ni del más pequeño de los paisajes terrenos. Cuándo hayan sido y dónde hayan sido sus testimonios, no los olvidemos y les demos gracia, con el brazo alzado y la mirada limpia.

A ninguno de estos personajes ejemplares, de carne y hueso, que recorren la historia toda de la Cristiandad, se les cruzó por la cabeza lo que sostiene esta desdichada Exhortación, según la cual, “hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales” (36). Precisamente amaban al sacramento del matrimonio por lo que tenía de ideal teológico; y precisamente pudieron sus integrantes ser fecundos, en hijos y en servicios, en descendencia y en obligaciones sociales y políticas, porque encarnaron ese ideal teológico y le fueron fieles.

Coplas existen, y no son de poetastros menores, en las que se narran aquellos heráldicos casos de esposos dados por muertos en las lides medievales, y que vuelven un día, inesperada y milagrosamente, después de añares infinitos, para encontrarse con la fidelidad intacta de la esposa; tan intacta como su esperanza y su presentimiento del regreso, razones por las cuales no había vuelto ella a casarse, ni él a conocer tálamo alguno.

En la iglesia franciscana de Nancy, una lámina mortuoria ha inmortalizado este gesto de recíproca observancia marital. Es la que recuerda a Hugo I de Vaudemont y a su esposa Ana, íntimamente abrazados, después de diecisiete años sin verse. Él retorna de las Cruzadas. Ella lo aguardaba firme y devota como si hubiera partido anoche. Él y ella son dos creaturas católicas, con un ideal teológico, que no les pareció en absoluto demasiado abstracto. Por el contrario; llevaba la gravitación de la carne, el impulso de la materia consagrada, el dinamismo y la fuerza, el arrebato y el entusiasmo de todas las fibras crispadas que laten al unísono entre dos bautizados que se aman. Fueron concavidades y convexidades que se necesitaban la una a la otra, hasta que la muerte los separe. Que lo diga mejor Gerardo Diego:

“Quisiera ser convexo
para tu mano cóncava.
Y como un tronco hueco
para acogerte en mi regazo
y darte sombra y sueño.
Suave y horizontal e interminable
para la huella alterna y presurosa
de tu pie izquierdo
y de tu pie derecho.
Ser de todas las formas
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Como el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto”.


Antonio Caponnetto

Amoris lætitia: una victoria del subjetivismo.

Publicamos un breve estudio crítico realizado por un Padre de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sobre la exhortación postsinodal Amoris lætitia. Visto en el sitio de la FSSPX del Distrito de Sudamérica, 17-Abr-2016.


Amoris lætitia: una victoria del subjetivismo



El pasado 8 de abril, se publicó la exhortación postsinodal tan esperada del Papa Francisco. En esta carta, el Papa no ha ni concedido un permiso general para dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, ni dejado a las conferencias episcopales el poder de dar derogaciones. Ha retomado también los términos del último sínodo de los obispos, diciendo que “no hay ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (n° 251). Finalmente, se ha pronunciado de manera clara contra la teoría de género, denunciándola como una ideología que va en contra del orden de la creación (cf. n° 56). A causa de todo aquello, el Papa Francisco decepcionó a mucha gente entre los que no son católicos, sino [que se encuentran] en el papel y en los ámbitos liberales.
Sin embargo, con Amoris lætitia, el Papa abre una brecha que pone en tela de juicio toda la moral católica. En el capítulo 8, titulado Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, el Papa Francisco abrió puertas que permitirán en lo sucesivo el sustraerse a la moral católica, resguardándose al mismo tiempo detrás de las instrucciones del Papa. Éste no sólo repite las afirmaciones dudosas del último sínodo, según las cuales los divorciados vueltos a casar son “miembros vivos de la Iglesia”, sobre los cuales el Espíritu Santo vierte “sus dones y carismas para el bien de todos” (n° 299), sino que va más allá todavía. Desde luego, la enseñanza sobre el matrimonio católico y todas las antiguas normas siguen todavía en vigor; para los que viven en concubinato o que están simplemente unidos por un matrimonio civil, les está, por lo tanto, prohibido recibir la absolución y la santa comunión, pero… ¡hay excepciones!

Una puesta en tela de juicio de la moral católica

Tendríamos, dice el Papa, que evitar los juicios “que no toman en cuenta la complejidad de diversas situaciones” (n° 296). Las normas generales serían desde luego un bien, “pero en su formulación, no pueden abrazar en lo absoluto todas las situaciones particulares” (n° 304). Esto se puede entender para la mayoría de las normas humanas, pero no para las leyes divinas que afirman que el acto conyugal sólo está permitido entre un hombre y una mujer unidos por un matrimonio válido, y que un matrimonio sacramental y consumado no puede ser separado por ningún poder en el mundo –ni siquiera el del Papa-. Estas leyes no conocen ninguna excepción y son válidas independientemente de las circunstancias.
Además, la Iglesia enseñó siempre, a semejanza de muchos filósofos paganos, que existe, al lado de los actos moralmente indiferentes, actos buenos o malos en sí; el alcance moral de una acción tiene, pues, algo de objetivo y no depende solamente de las circunstancias o de la intención del sujeto. Matar a un inocente, abusar de un niño o calumniar a alguien, es siempre un acto malo, cualesquiera que sean las circunstancias, y no podrá nunca llegar a ser un acto moralmente bueno, incluso si está hecho con la mejor de las intenciones. Aquel que estima, por ignorancia y con una consciencia errónea, que está permitido matar a un inocente para salvar a otro, o calumniar a un adversario para una buena causa, puede eventualmente ser excusable del punto de vista del pecado, de manera subjetiva, pero su acto sigue siendo objetivamente malo. Al contrario, ayudar a los que están en la necesidad, o respetar la promesa de fidelidad hecha a su esposa o a su esposo, constituye siempre un acto bueno. Si alguien hiciera algo bueno únicamente para ser alabado por los demás o para ser pagado a cambio, esto disminuiría su mérito personal o incluso lo suprimiría completamente, pero su acto en sí mismo seguiría siendo bueno. La ley natural no es pues solamente “una fuente de inspiración” para la toma de una decisión, como lo afirma el párrafo 305, sino que prohíbe o manda algunas acciones de manera necesaria.
Esto verdaderamente no tiene nada que ver con el hecho de creer “que todo es blanco o negro” (n° 305). Se puede tener muy bien una cierta comprensión por una mujer que se comprometería en una nueva relación en razón de una infidelidad o de la sequedad de corazón de su esposo, se puede admitir que en tal o cual caso la falta es menos grave, sin embargo, el adulterio sigue siendo un acto malo en sí.
Ahora bien, el Papa Francisco afirma ahora que “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en una cierta situación ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”, y no sólo por ignorancia de la norma divina, sino también en razón “de una gran dificultad para captar los valores incluidos en la norma”. Un sujeto puede incluso “puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa” (n° 301). El Papa afirma así, oficialmente, que puede encontrarse que alguien deba seguir en una relación objetivamente pecaminosa para evitar cargarse con una nueva falta. El único caso imaginable aquí es el de un hombre y una mujer, no casados religiosamente, que siguen juntos para educar a sus niños menores. Este caso ya fue aprobado en el pasado por la Iglesia con la condición de que esta pareja viva como hermano y hermana, en la abstinencia completa.

¿Cuáles son las consecuencias lógicas de estos errores?

Supongamos ahora que una pareja, viviendo fuera del matrimonio, tenga una “gran dificultad” para entender que es pecaminoso. Esta pareja quiere amar y servir a Dios en esta situación y actúa así subjetivamente en toda buena consciencia. Tal caso puede eventualmente presentarse en razón de la confusión general provocada por los medios de comunicación, la opinión pública y sacerdotes que desafían la enseñanza contraria de la Iglesia. Si es pues posible que tal pareja sea exenta de pecado del punto de vista subjetivo, su relación contradice, sin embargo, objetivamente la voluntad de Dios. Un verdadero pastor, cuya misión es volver a llevar las ovejas perdidas a las vías de Dios, no puede, pues, aceptar tal situación, ni darles los sacramentos, como si se tratara de una pareja casada cristianamente. Ahora bien, es precisamente a eso a lo que conducen las consideraciones del Papa. Es posible, escribe: “que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (n° 305). Como lo hace notar explícitamente la nota al pie de página n° 351, esta ayuda de la Iglesia puede también componerse “en algunos casos” “de la ayuda de los sacramentos”, ya que la Eucaristía no sería “un precio destinado a los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”[1]. En esto el Papa se aleja de la moral católica, teniendo al mismo tiempo el aplomo de apoyarse, para justificar tales sofismas, sobre las distinciones enseñadas por Santo Tomás de Aquino.
El Papa Francisco puede recordar siempre que “hay que evitar toda interpretación desviante” y “proponer el ideal completo del matrimonio… en toda su grandeza”, y también que “toda forma de relativismo” debe ser desterrada, pero está ahora en manos de cada pastor el proceder, en el foro interno, “al discernimiento responsable personal y pastoral de los casos particulares” (n° 300). Así, la decisión de dar o no los sacramentos en tales casos será de facto confiada a la apreciación personal de cada sacerdote. Pero ¿qué sacerdote tomará el riesgo de dar los sacramentos a una pareja en razón de su situación particular y de negarlos a otras parejas no casadas?
Además, la argumentación del Papa puede aplicarse fácilmente a otros casos. Si una pareja de homosexuales se ama verdaderamente y si no llegan sencillamente a entender que su modo de vida es pecaminoso, ¿se les puede entonces dar también la comunión?
¿Y qué hay que pensar de la aserción: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio” (n° 297)? En el Evangelio, el Hijo del hombre dice a los que han hecho el mal: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). El que no quiere abandonar una situación pecaminosa, sino que al contrario, persiste en el pecado hasta el fin, está condenado por Dios para la eternidad. Sin embargo, el Papa parece decir que no se puede privar indefinidamente de la comunión a una pareja que vive en el pecado. De la misma manera, ¿cómo podemos condenar para siempre a un ladrón que se niega a devolver lo que ha robado? ¿El bien adquirido ilegalmente vuelve a ser, con el tiempo, su posesión con toda legalidad? Es exactamente lo que correspondería a la lógica del Papa.

Los bellos pasajes, ellos mismos, no están indemnes de errores

No hay que silenciar que hay también en Amoris lætitia, muy bellos pasajes. El Papa se esfuerza verdaderamente en promover el ideal del matrimonio cristiano. Explica por qué la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio debe ser por naturaleza indisoluble, da una bella imagen de la familia cristiana, hablando del gran regalo que representan los niños, da consejos para sobrellevar las crisis y educar a los niños. Contra la ideología, muy difundida, de género, escribe: “Cada niño tiene el derecho de recibir el amor de una madre y de un padre, los dos siendo necesarios para su maduración íntegra y armoniosa” (n° 172). Insiste sobre el hecho de que los niños necesitan la presencia de su madre, sobre todo durante los primeros meses de la vida (n° 173), y muestra también el papel importante del padre y los peligros de una “sociedad sin padres” (n° 176). Francisco recuerda además, que la educación de los niños es un “derecho primario” de los padres y que el Estado sólo tiene un papel subsidiario en ella (n° 84).
Pero incluso en estos párrafos, hay críticas que se imponen aún al espíritu. Por ejemplo, ¿es verdaderamente apropiado, en un texto apostólico sobre el matrimonio y la familia, insertar una larga cita de Martin Luther King, un acatólico notorio cuya enseñanza no tiene lugar en tal documento?
Se nota igualmente que el Papa comete un error cristológico cuando escribe que Jesús era “educado en la fe de sus padres, hasta llegar a hacerla fructificar en el misterio del Reino” (n° 65). Siendo Hijo de Dios por naturaleza, Jesús no tenía fe ya que tenía la visión de su Padre y de las cosas divinas, y por consiguiente, no necesitaba tampoco ser educado en la fe.
Repetidas veces se encuentra también una mezcla del orden natural y del sobrenatural, cuando hace el elogio de un bien natural viendo en él, demasiado rápido, la obra del Espíritu Santo. Francisco afirma así que en cada familia donde los niños están educados hacia el bien, el Espíritu es vivo, y eso de manera totalmente independiente de la religión a la cual pertenece (n° 77; cf. también n° 47 y 54).
Sin embargo, es sobre todo con el capítulo 8 que Amoris lætitia se inscribe en los escritos apostólicos más deplorables de la historia de la Iglesia actual. Sólo se puede esperar que los cardenales, obispos y teólogos que constantemente defendieron la doctrina sobre el matrimonio religioso contra las edulcoraciones de estos dos últimos años, se atrevan aún a resistir.

Padre Matthias Gaudron, FSSPX

[1] El párrafo 300, con la nota n° 336, precisa también que las consecuencias de una norma no deben ser necesariamente idénticas para todos, incluso para la “disciplina sacramental”.

lunes, 11 de abril de 2016

La exhortación postsinodal Amoris laetitia: primeras reflexiones sobre un documento catastrófico.


Nos sorprende cómo a estas alturas, a semanas de haberse publicado la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (aparecida en los medios oficiales el 7 de abril y publicada con fecha del 19 de marzo de 2016) ya habiendo desistido de esperar alguna reacción en el clero, obispos y sacerdotes de la Iglesia conciliar, aún no se haya pronunciado ninguna voz proveniente de las congregaciones tradicionalistas. Parece que los únicos que han tenido la valentía de dirigir críticas a un documento tan peligroso, han sido los laicos que han venido siguiendo el tema.

Artículo publicado en Adelante La Fe, 11-Abr-2016

La exhortación postsinodal Amoris laetitia: primeras reflexiones sobre un documento catastrófico

Por Roberto de Mattei

Con la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, publicada el 8 de abril en curso, el papa Francisco se ha pronunciado oficialmente sobre problemas de moral conyugal que vienen debatiéndose desde hace dos años.
En el consistorio del 20 al 21 de febrero de 2014, Francisco había confiado al cardenal Kasper la misión de introducir el debate sobre este tema. La tesis de Kasper, según la cual la Iglesia debe cambiar su praxis matrimonial, fue el tema central de los sínodos sobre la familia celebrados en 2014 y 2015, y constituye el núcleo de la exhortación del papa Francisco.
Durante estos dos últimos años, ilustres cardenales, obispos, teólogos y filósofos han tomado parte en el debate para demostrar que entre la doctrina y la praxis de la Iglesia tiene que haber una íntima coherencia. La pastoral se funda precisamente en la doctrina dogmática y moral. «¡No puede haber una pastoral en desacuerdo con las verdades y la moral de la Iglesia, en conflicto con sus leyes y que no esté orientada a alcanzar el idea de la vida cristiana!», declaró el cardenal Velasio de Paolis en su alocución al Tribunal Eclesiástico de Umbría el 27 de marzo de 2014. Para el cardenal Sarah, la idea de separar el Magisterio de la praxis pastoral, que podría evolucionar según las circunstancias, modos y pasiones, «es una forma de herejía, una peligrosa patología esquizofrénica» (La Stampa, 24 de febrero de 2015).
En las semanas que han precedido a la publicación del documento se han multiplicado las intervenciones públicas de purpurados y obispos ante el Sumo Pontífice con miras a evitar la publicación de un texto plagado de errores, tomados de las numerosísimas enmiendas al borrador propuestas por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Francisco no se ha echado para atrás. Al contrario, parece que encargó el texto definitivo de la exhortación, o al menos algunos de los pasajes clave, a teólogos de su confianza que han intentado reinterpretar a Santo Tomás a la luz de la dialéctica hegeliana. El resultado es un texto que no es ambiguo, sino claro, en su indeterminación. La teología de la praxis excluye de hecho toda afirmación doctrinal, dejando que sea la historia la que trace las líneas de la conducta en los actos humanos. Por esta razón, como afirma Francisco, «puede comprenderse» que, en el tema crucial de los divorciados vueltos a casar, «(…) no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónico, aplicable a todos los casos» (§300). Si se tiene la convicción de que los cristianos no deben ajustar su comportamiento a principios absolutos, sino estar atentos a «signos de los tiempos», sería contradictorio formular cualquier clase de reglas.
Todos esperaban la respuesta a una pregunta de fondo: los que, tras un primer matrimonio vuelven a contraer matrimonio por la vía civil, ¿pueden recibir el sacramento de la Eucaristía? A esta pregunta, la Iglesia siempre ha respondido con un no rotundo. Los divorciados vueltos a casar no pueden recibir la comunión, porque su condición contradice objetivamente la verdad natural y cristiana sobre el matrimonio que se representa y actualiza en la Eucaristía (Familiaris consortio, § 84).
La exhortación postsinodal responde lo contrario: en líneas generales no, pero  «en ciertos casos» sí (§305, nota 351). Los divorciados vueltos a casar deben ser «integrados» en vez de excluidos (§299). Su integración «puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas» (§ 299), sin excluir la disciplina sacramental (§ 336).
En realidad, se trata de lo siguiente: la prohibición de recibir la comunión ya no es absoluta para los divorciados vueltos a casar. Por regla general, el Papa no los autoriza a recibirla, pero tampoco se lo prohíbe. «Esto –había destacado el cardenal Caffarra refutando a Kasper– afecta la doctrina. Inevitablemente. Se puede incluso decir que no lo hace, pero lo hace. Es más, se introduce una costumbre que a la larga inculca en el pueblo, sea o no cristiano, que no existe matrimonio totalmente indisoluble. Y esto desde luego se opone a la voluntad del Señor. No cabe la menor duda» (Entrevista en Il Foglio, 15 de marzo de 2014).
Para la teología de la praxis no importan las reglas sino los casos concretos. Y lo que no es posible en lo abstracto, es posible en lo concreto. Pero como acertadamente señaló el cardenal Burke, «si la Iglesia permitiera (aun en un solo caso) que una persona en situación irregular recibiese los sacramentos, eso significaría que, o bien el matrimonio no es indisoluble y por tanto la persona en cuestión no vive en estado de adulterio, o que la santa comunión no es el cuerpo y la sangre de Cristo, que por el contrario requieren la recta disposición de la persona, o sea el arrepentimiento del pecado grave y la firme resolución de no volver a pecar» (Entrevista de Alessandro Gnocchi en Il Foglio, 14 de octubre de 2014).
No sólo eso: la excepción está destinada a convertirse en una regla, porque el criterio para recibir la comunión lo deja Amoris laetitia al «discernimiento personal». El discernimiento se logra mediante «la conversación con el sacerdote, en el fuero interno» (§300), «caso por caso». ¿Y quién será el pastor de almas que se atreva a prohibir que se reciba la Eucaristìa, si «el mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos» (§308) y es necesario «integrar a todos» (§297), y «valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio» (§292)? Los pastores que quisieran invocar los mandamientos de la Iglesia correrían el riesgo de actuar, según la exhortación, «como controladores de la gracia y no como facilitadores» (§310). «Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personasEs el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de de las enseñanzas de la Iglesia “para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas”» (§305).
Este lenguaje inédito, más duro que la dureza de corazón que recrimina a los «controladores de la gracia», es el rasgo distintivo de Amoris laetitia, que, no es ninguna casualidad, fue calificada por el cardenal Schöborn en la conferencia de prensa del pasado 8 de abril de «un evento lingüístico». «Lo que más me alegra de este documento -declaró el cardenal de Viena- es que supera de forma coherente la artificial división externa que distinguía entre regular e irregular». El lenguaje, como siempre, expresa un contenido. Las situaciones que la exhortación postsinodal define como «llamadas irregulares» son el adulterio público y la convivencia extramatrimonial. Para Amoris laetitia, éstas realizan el ideal del matrimonio cristiano, «de modo parcial y análogo» (§292). «A causa de los condicionamientos o de factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado -que no sea subjetivamente culpable o no lo sea de modo pleno- se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia» (§305), «en ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos» (nota 351).
Según la moral católica, las circunstancias, que constituyen el contexto en el que desarrolla la acción, no pueden modificar la cualidad moral de los actos haciendo buena y justa una acción intrínsecamente mala. Pero la doctrina de los absolutos morales y del mal intrínseco queda anulada por Amoris laetitia, que se acomoda a la “nueva moral” condenada por Pío XII en numerosos documentos y por Juan Pablo II en Veritatis splendor. La moral situacionista deja a la merced de las circunstancias y, en últimas, a la conciencia subjetiva del hombre, determinar qué está bien y qué está mal. Así, una unión sexual extraconyugal no se considera intrínsecamente ilícita, sino que, en tanto que acto de amor, se valora en función de las circunstancias. Dicho de un modo más general, no existe el mal en sí como tampoco pecados graves ni mortales. Equiparar a personas en estado de gracia (situaciones regulares) con personas en situación de pecado permanente (situaciones irregulares) es algo más que una cuestión lingüística: diríase que está en conformidad con la teoría luterana del hombre que es a la vez justo y pecador, condenada por el Decreto sobre la justificación en el Concilio de Trento (Denz-H, nn. 1551-1583).
La exhortación postsinodal Amoris laetitia es mucho peor que la exposición del cardenal Kasper, contra la que se han dirigido tantas y tan justas críticas en libros, artículos y entrevistas. Monseñor Kasper se limitó a plantear algunas preguntas; Amoris laetitia presenta la respuesta: abre puertas a los divorciados vueltos a casar, canoniza la moral situacionista y pone en marcha un proceso de normalización de todas las convivencias extramaritales.
Teniendo en cuenta que el nuevo documento pertenece al Magisterio ordinario no infalible, es de esperar que sea objeto de un análisis crítico profundo por parte de teólogos y pastores de la Iglesia, sin engañarse pensando que pueda aplicársele lahermenéutica de la continuidad.
Si el texto es catastrófico, más catastrófico es que lo haya firmado el Vicario de Cristo. Ahora bien, para quien ama a Cristo y a su Iglesia, es una buena razón para hablar y no quedarse callado. Hagamos nuestras, pues, las palabras de un valiente mitrado, monseñor Atanasio Schneider: «¡Non possumus! Yo no voy a aceptar un discurso ofuscado ni una puerta falsa, hábilmente ocultada para la profanación del sacramento del Matrimonio y de la Eucaristía. Del mismo modo, no voy aceptar una burla del sexto mandamiento de la Ley de Dios. Prefiero ser ridiculizado y perseguido en lugar de aceptar textos ambiguos y métodos insinceros. Prefiero la cristalina “imagen de Cristo, la Verdad, a la imagen del zorro adornado con piedras preciosas” (S. Ireneo), porque “yo sé a Quién he creído”, “scio cui credidi”» (II Tm 1, 12)» (Rorate Coeli, 2 de noviembre de 2015).

Roberto de Mattei

[Traducido por J.E.F]

lunes, 4 de abril de 2016

Reunión del Papa Francisco con el Superior General de la FSSPX Bernard Fellay.


Noticia vista en Secretum Meum Mihi, 04-Abr-2016.

Francisco recibió a Superior de la FSSPX/SSPX

Inicialmente lo había dicho hoy Il Foglio, pero ahora lo confirman fuentes oficiales. Consultando Radio Vaticano(italianoalemán), dice que la Oficina de Prensa de la Santa Sede lo confirma, y que el encuentro tuvo lugar el Sábado, Abr-02-2016. La sección en alemán adjudica la confrimación a Greg Burke.

Ahora bien, la agencia informativa de la FSSPX/SSPX, es decir,
DICI, confirma en Francés, pero aclara que la reunión tuvo lugar el Viernes, Abr-01-2016, a las 17:00 horas en la Casa Santa Marta, y que el obispo Fellay iba acompañado del segundo asistente general, P. Alain-Marc Nély.

Francisco había querido un encuentro privado e informal, sin el carácter oficial de una audiencia. Duró 40 minutos y se desarrolló en un clima cordial. Después de la reunión, se decidió que los intercambios actuales continuarían. No fue tratada directamente la cuestión de la condición canónica de la Fraternidad, Francisco y el Obispo Fellay consideran la necesidad de continuar estos intercambios sin precipitación.
Dice el comunicado en el segundo aparte.

Al final agrega que el Sábado, el obispo Fellay se encontró con el Secretario de la Pontificia Comisión «Ecclesia Dei», en el ámbito habitual de las relaciones de la FSSPX/SSPX con esa Comisión.

La misma noticia vista en Religión Digital, 04-Abr-2016, un medio de corte “católico” progresista.

Bernard Fellay y el Papa encontraron "puntos positivos" para la reconciliación
Francisco se reunió el sábado con el líder de los lefebvrianos

La Fraternidad San Pío X podría conseguir el estatus de "Prelatura Personal", como el Opus Dei

Jesús Bastante, 04 de abril de 2016 a las 11:10

Establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados

(J. Bastante).- El Papa Francisco se reunió el pasado sábado con el superior general de la Fraternidad San Pío X, más conocidos como los lefebrianos. El encuentro entre el Pontífice y Bernard Fellay, según adelanta en su edición de hoy Il Folgio, fue "muy positiva", y se han abierto las puertas para el reconocimiento canónico de la congregación fundada por Marcel Lefebvre. Tanto es así, que ya se plantea la opción de una prelatura personal, al estilo del modelo "Opus Dei", para los lefebvrianos.

En una reciente entrevista publicada en la web de la Fraternidad, Fellay se mostró abierto al diálogo, que ya comenzó en 2013 con un encuentro en Santa Marta. Ello no ha sido óbice para que, en diversas ocasiones,los lefebvrianos se hayan mostrado sumamente críticos hacia Francisco, en especial tras las discusiones del Sínodo de la Familia.
"Es evidente que Francisco nos quiere dejar vivir y sobrevivir", subrayó Fellay, quien agradeció que el Papa haya incluido a los sacerdotes lefebvrianos dentro de los que podrán administrar el sacramento de la reconciliación durante el Año de la Misericordia.

En su carta de convocatoria del Sínodo, Francisco incluye otra novedad, referente a los lefebvrianos. "Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie", incidió el Papa, quien reclama que "en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad". Por ello, "establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados".