Los Papas condenaron repetidas veces los
intentos católicos de entrar por la vía ecuménica, denunciando claramente su
falsedad, como ya hemos publicado en cierta ocasión.
Pero el ecumenismo es una consecuencia primerísima de la fraternidad universal
que establece el humanismo, por lo que el Concilio Vaticano II, lamentablemente, no dejaría de
abrir esta puerta de par en par. Los principios de apertura son puestos por Lumen
gentium, y reciben un primer desarrollo en Unitatis redintegratio y Nostra
aetate.
Y este humanismo universal que
domina la cultura y el ambiente, ha inundado también los espíritus de muchos sinceros
católicos a través del ecumenismo. Aquella “fraternidad” universal de las “religiones
unidas” en una especie de súper iglesia global, con una cabeza opuesta a la
verdad, es la que va emergiendo con las prácticas ecuménicas. Bajo una nueva “táctica”
para buscar acrecentar el “diálogo” empezando “por lo que se tiene en común”. Así,
con algunos textos y términos oscuros que han sido novedad en el Concilio, ha
penetrado esta falsa concepción ecuménica. Y así lo demuestra brillantemente en su obra “Prometeo, la religión del hombre” el R. P. Álvaro Calderón, teólogo de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Sus
arduos estudios sobre los textos conciliares y posconciliares, produjeron este
brillante estudio que condensa los principales errores que han penetrado en la
jerarquía católica mediante la nueva eclesiología.
Esta nueva forma de expresar
algunos conceptos ha dado forma a muchísimas interpretaciones, demostrando
científicamente, que el concilio –a pesar de que muchos intenten verlo con
buenos ojos- ha sido lo bastante ambiguo como para que, en vez de agregar luz a
las partes que debían ser aclaradas, se las oscurecido, debido a las intenciones
ecuménicas ya mencionadas.
Publicamos un fragmento que
explica cómo el término novedosamente implementado por el Concilio de que la
Iglesia de Cristo “subsiste en” la Iglesia católica, en vez de la clásica afirmación de que “la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo”, ha sido un pequeño “truco”
semántico para favorecer el ecumenismo sin terminar de contradecir el “extra
ecclesia nulla salus” de forma tajante.
El veneno del subjetivismo que afecta
necesariamente al humanismo, en su pretensión de liberarse del magisterio de la
Iglesia y de la tiranía del realismo metafísico, cobró su primera gran víctima
con la ruptura del protestantismo. El necesario respaldo que los «reformados»
tuvieron que buscar en los poderes políticos y la infinita división de sus
sectas, los llevó a la doble humildad de reconocer que la Iglesia de Cristo, si
existía, estaba constituida por un colorido mosaico de agrupaciones, y que ninguna
de ellas podía imponer sus caprichos en el orden político.
De hecho, la doctrina del Reino de Dios que
hemos expuesto más arriba, fue excogitada primeramente en el ambiente del movimiento
ecuménico protestante, a comienzos del siglo XX[1].
• En la reunión de Estocolmo, agosto de 1925,
del movimiento ecuménico «Life and Work», se plantea el problema de cómo el
Reino de Dios influye en la esfera de la civilización humana, sin identificarse
con ella.
• En la reunión de Lausana, agosto de 1927,
de otro movimiento semejante, «Faith and Order», que luego se unirá con el
anterior para formar el Consejo mundial de las iglesias, se trata de
determinar cómo la Iglesia de Cristo incluye a las diversas iglesias: “Como
existe un solo Cristo, una sola vida en El, un solo Espíritu, no hay ni puede
haber más que una sola Iglesia santa, católica (universal) y apostólica”[2].
• En la siguiente reunión de Edimburgo,
agosto de 1937, se reconoce la distinción entre la Iglesia y el Reino, aunque
no se logra explicar en qué consiste.
Es inevitable que, si todos estos grupitos se
vuelven más sinceros y se dejan de tomar muy en serio, hagan este doble
planteo ecuménico liberal. Y es comprensible que sueñen con envolver a la
Iglesia católica en estos tratos, ofreciendo reconocerla con respeto como un
gran pedazo más en la súper Iglesia de Cristo.
Entre los cismáticos orientales se había dado
el mismo fenómeno, aumentado por la gran influencia que fueron teniendo entre
ellos los teólogos protestantes desde el siglo XVIII.
Lo que es menos comprensible, es que haya
habido católicos que se hayan dejado tentar por las amabilidades de este
ecume-nismo. Aunque también se explica, porque las tendencias humanistas
orientan hacia esta súper universalidad, permitida por el subjetivismo
optimista[3].
Ahora bien, para el católico que quería entrar en el movimiento ecuménico sin
dejar de ser católico, se presentaban dos problemas : darle entidad a las demás
religiones y conservar la identidad de la Iglesia católica.
1° La entidad de las religiones
Hasta entonces, la doctrina católica
calificaba a las sectas y religiones distintas de la Iglesia católica como
formas religiosas falsas, aceptando la posibilidad de que en esas
comunidades hubiera pocos individuos con fe y gracia verdaderas, por
las que pertenecían interior e invisiblemente al verdadero Reino de Dios en la
tierra, esto es, a la Iglesia, lo que es un modo anormal de pertenencia.
El ingreso individual de todo hombre al
Reino de Dios era relativamente fácil de lograr, porque se da por la verdad y
la gracia, que son realidades interiores invisibles. Había que
justificar que los que pertenecían invisiblemente al Reino no eran pocos, ni su
pertenencia era anormal:
• Para
lo primero, bastó generalizar con optimismo la buena voluntad, fundándola
en una misteriosa e indefinida unión de Cristo con todo hombre, justificando
así que no sean pocos sino todos o casi todos los que así pertenecen al
Reino.
• Para
lo segundo, hubo que distinguir la Iglesia dentro del Reino como ámbito de la
religiosidad visible, justificando esta distinción con la doctrina liberal de
la «nueva cristiandad», según la cual los que permanecen en la esfera mundana
no están obligados a entrar en la esfera eclesiástica, ya que se hacen cristianos
de alma si se vuelven humanistas. Este pasaba a ser, entonces, un modo normal
de pertenencia.
Las comunidades religiosas, en cambio, tienen
estructuras o formas exteriores visibles, por lo que, según la distinción
liberal entre la esfera mundana y la eclesiástica, habría que computarlas en
esta última esfera. Pero ¿cómo justificar la pertenencia a la Iglesia de
Cristo de sus estructuras externas, claramente distintas de las de la Iglesia
católica? Para los ecuménicos reformados era fácil, pero no para el que se empecinaba
en no dejar de ser católico.
2o La identidad de la Iglesia
católica
Además, si se tiraba de la frazada para
cubrir los pies, se destapaba la cabeza. Porque la doctrina católica estaba
acostumbrada a identificar la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, como
lo . recordó últimamente Pío XII en Mystici corporis, de manera que, si se reconocían a las
comunidades religiosas como partes sin más de la súper Iglesia de Cristo, la
Iglesia católica perdía su identidad con la Iglesia total, lo que ya había sido
explícitamente condenado[4].
¿Cómo darles participación a las comunidades religiosas en la Iglesia de
Cristo, de manera que se las pudiese califi-car de verdaderas, sin que por eso
la Iglesia católica perdiese so ] identidad? Este último problema era el
más difícil de solucionan Pero el mucho amor da alas a la imaginación y no
faltaron recur-sos para sobrevolar estos problemas. El primero se solucionó con
los «elementa Ecclesiae» y el segundo con el genial «subsistit in».
II. Los «elementa Ecclesiae»
1º La puerta del ecumenismo
La teología tradicional ofrecía un punto de
agarre para vincular las sectas con la estructura eclesiástica: la doctrina de
los «vestigia Ecclesiae». Estos vestigios o restos de la Iglesia que
todos reconocían existir en las comunidades religiosas separadas, eran también
principios de verdad y de gracia:
• Principios de verdad, como muchas verdades
de fe y, sobre todo, la Sagrada Escritura.
• Principios de gracia, como algunos
sacramentos, sobre todo el bautismo y, en algunos casos, la Eucaristía y el
sacerdocio.
Si los principios de verdad y gracia del
individuo que está fuera del perímetro visible de la Iglesia (la posibilidad de
que tenga fe infusa y gracia santificante) justifican, sin embargo, su
pertenencia a la misma; ¿por qué no harían algo semejante estos principios de
las comunidades, los «vestigia Ecclesiae»? ¿Acaso la fe por la que se salva un protestante no se
alimenta de la Sagrada Escritura que le propone su comunidad; acaso la gracia
no le vino por el bautismo que en su comunidad le dieron, recibido de niño o
de buena fe?[5].
Esta fue la puerta contra la que los nuevos teólogos golpearon, hasta que
la abrió el Concilio[6].
Como el término «vestigia» era un poco
despectivo, se lo cambió por «elementa». Y cuando, después del Concilio,
maduraron suficientemente las cosas, a las comunidades que tuvieran también el
sacerdocio y la Eucaristía les concedieron la categoría misma de «iglesias
particulares»: “Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia
católica pero se mantienen unirlas a ella por medio de vínculos estrechísimos
como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdaderas
iglesias particulares”[7].
2o Una
puerta falsa
Si la teología los llamaba «vestigia», es
justamente porque se trata sólo de restos o ruinas de la Iglesia, que en las
sectas pasan a ser cosas muertas e inoperantes :
• Las
comunidades heréticas o cismáticas pueden sostener muchos dogmas y venerar la
Sagrada Escritura, pero no tienen la fe ni el magisterio de la Iglesia para
comprenderlos. La semilla de la fe que pudieran tener algunas pocas almas entre
ellos tiende a ser ahogada por las espinas de las herejías que sostiene la
comunidad.
• Los
sacramentos pueden tenerse válidamente, pero no dan su fruto de gracia, por lo
que no puede decirse que sean verdaderos. Cuando Santo Tomás, por ejemplo, se
pregunta «si los herejes, cismáticos y excomulgados pueden consagrar», responde
que “pueden consagrar la Eucaristía [pero] no reciben el fruto del sacrificio”[8].
• La sucesión apostólica en las sectas
cismáticas que han conservado la validez del sacramento del Orden es puramente
material, y las sedes episcopales son usurpadas, careciendo de
jurisdicción. Estas comunidades son sarmientos secos que se han desgajado de
la Vid verdadera.
El truco, entonces, de la nueva teología,
consistió en considerar a estos «vestigios» inoperantes y muertos, como
principios vivos y santificantes, lo que queda bien designado por el término «elemento»[9].
III. El «subsistit in» y su triste destino
Con los «vestigia Ecclesiae» (transformados
en «elementa»), los neoteólogos creían abrir una puerta de salida a la
vía ecuménica. Pero eso no les bastaba para abrir una puerta de entrada al Consejo
mundial de las iglesias, porque a las demás comunidades cristianas no les
causaba ninguna gracia ser consideradas una deficiente parte de la Iglesia católica.
Si los papistas querían entrar, tenían que reconocer que la Iglesia
católica no era más que otra parte con ellas, de la súper Iglesia de Cristo.
Llenos de humildad, los neoteólogos estaban totalmente dispuestos a
reconocerlo, pero ¿cómo conciliario con la inveterada costumbre católica de
identificarse, sin más, con la Iglesia de Cristo?
La solución fue genial, pero - ellos mismos
tienen que reconocerlo - no fue simple y no tuvo el aura tradicional de los «vestigia
Ecclesiae». Por eso ha sido un punto que todavía no se asienta. El planteo
sólo lo entiende quien tiene una cierta formación teológica:
• Para sacar patente de ecuménicos hay que
reconocer que la Iglesia de Cristo es algo más que la Iglesia católica, pues
incluye a las demás comunidades cristianas (y con un poco de esfuerzo, a las
demás religiones). Pero a la vez, para seguir siendo católicos, hay que
identificar la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica.
• Ahora bien, este es un problema de
denominaciones como el que ya se había planteado antes en Jesucristo. Porque,
por el misterio de la encarnación, en Cristo se da lo que la teología llama
«comunicación de idiomas», es decir, que del hombre Jesús se predica lo propio
del Verbo divino, y del Verbo se predica lo propio del hombre : aunque Dios es
mayor que el hombre, el hombre es Dios en Jesucristo. Se necesitaba entonces
justificar una análoga «comunicación de idiomas» entre la Iglesia de Cristo y
la Iglesia católica, es decir, se necesitaba que, a pesar de reconocerles a
los ecuménicos (ad extra) que la Iglesia de Cristo era una realidad
mayor que la Iglesia católica, sin embargo, había que poder decir a los
católicos (ad intra) que la Iglesia católica «es» la Iglesia de Cristo,
sin ser descubiertos en flagrante contradicción.
La noción de sacramento parece ofrecer un
fundamento a esta necesaria analogía. Así como Cristo es sacramento del Verbo
en cuanto lo hace visible y operante, así también la Iglesia es sacramento de
Cristo, en cuanto prolonga su visibilidad ante las naciones, a modo de Pueblo
de Dios. Es verdad que, si se quiere ser católico ecuménico, habrá que
reconocer que toda verdadera comunidad religiosa hace visible y operante al
Verbo como imagen suya, y verdaderas son todas o casi todas (excepto quizás
sectas tan fundamentalistas como la de San Pío X). Pero la solución está en conceder a la
Iglesia católica el privilegio de la unión personal: así como Dios está
presente en todos los hombres en cuanto son a su imagen y semejanza, pero está
presente de un modo especial en el hombre Jesucristo, de manera que sólo de Él
puede afirmarse la identidad : Jesús es Dios; así también, aunque el Verbo está
presente en toda comunidad religiosa en cuanto ésta es imagen sacramental
suya, por lo que todas constituyen la súper Iglesia de Cristo, sin embargo,
nosotros los católicos nos arrogaremos el privilegio de ser la única comunidad
en la que Cristo permanece de un modo tanto más pleno, que puede decirse que
es Cristo Comunidad en persona. De allí que sólo para la Iglesia católica valga
la «comunicación de idiomas».
Ahora bien, esta genial pero compleja
explicación tiene inevitablemente un triste destino porque, destinada a
conformar a ecuménicos y católicos, no les gusta ni a éstos ni a aquéllos. A
los católicos no les gusta oír que la Iglesia de Cristo es algo mayor que la
Iglesia católica, y a los ecuménicos no les gusta oír que la Iglesia católica
tiene una situación de privilegio frente a los demás miembros. De allí que
ningún neoteólogo haya querido extenderse en su exposición.
La solución, entonces, fue reducir la
explicación a la mínima y más oscura expresión, a la fórmula quizás más difícil
de la teología escolástica -tan despreciada en los demás casos por la nueva
teología-: «subsistit in». La utiliza Santo Tomás para explicar
justamente cómo el Verbo puede existir en dos naturalezas: “La persona de
Cristo subsiste en dos naturalezas; de donde se sigue que, aunque haya
allí un único subsistente, se da en el mismo una doble razón de subsistencia.
En este sentido se dice persona compuesta, en cuanto lo uno subsiste en dos”[10].
Así como decimos que Jesús es Dios porque Dios subsiste en la naturaleza
humana, así también, diciendo que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia
católica podrá justificarse la afirmación de que la Iglesia católica es la
Iglesia de Cristo. La excelencia de esta expresión está en que, aunque resume
la genial explicación y por lo tanto a nadie le suena bien, sin embargo, ni
ecuménicos ni católicos la terminan de entender. En las reuniones ecuménicas
se la podrá traducir por «contiene» y en las católicas por «es», quedando
todos tranquilos y contentos.
Decimos que nadie termina de entender el «subsistit
in», y se nos podría acusar de que tampoco nosotros la entendemos, porque
la explicación que aquí damos no hemos visto que la dé nadie. En realidad, no
importa mucho entenderla, pero creemos acertar en su interpretación y luego lo
defenderemos. Mas previamente conviene considerar más detenidamente los textos
del Concilio.
R.P. Álvaro Calderón,
FSSPX, “Prometeo, la religión del
hombre”, ediciones Río Reconquista, 2010.
[1] Cf. Gustave Thils, Historia
doctrinal del Movimiento Ecuménico, RIALP, Madrid 1965.
[2] Informe oficial de la
Conferencia de Lausana, citado por G. Thils, op. cit. p.37.
[3] El subjetivismo es siempre
escéptico, pero por un tiempo puede evitar el pesimismo. Tomado con optimismo,
permite convencerse que las diferencias doctrinales son secundarias y sin
mayores consecuencias prácticas. Cuando la realidad lo desengaña, cae en lo que
ahora llaman la «post modernidad».
[4] El Santo Oficio había condenado,
por carta del 16 de septiembre de 1864 a los obispos de Inglaterra
(Denzinger-Hünermann 2885), la «branch theory» o «teoría de las tres ramas»,
por la cual los anglicanos nos ofrecían generosamente una parte en la Iglesia
de Cristo, junto con ellos y los griegos cismáticos. Prohibía, además, a los
católicos ingresar en la «Association for the promotion of the reunion of
Christendom».
[5] Michael Schmaus, Teología
dogmática, tomo IV, RIALP Madrid 1962, p. 405: “Sigue en pie la cuestión de si las comunidades
eclesiales no católicas no pertenecerán de algún modo a la única Iglesia
romano-católica, de si no participarán en la única Iglesia romano-católica de
modo análogo a como participan los individuos bautizados no católicos. J.
Gribomont O. S. B. cree poder contestar afirmativamente a nuestra pregunta. Habla
de una unión visible, pero imperfecta, de los grupos cristianos no-católicos
con la Iglesia. Para fundamentarlo aduce que tienen auténticos vestigia
Ecclesiae, por ejemplo, el bautismo y la Escritura, así como otros
sacramentos”. Schmaus sostiene la disminución liberal de la Iglesia,
distinguiendo entre Iglesia y Reino, pero no acepta la disminución ecuménica,
refutando la opinión referida en la cita. De todos modos, la tesis que
finalmente triunfará no dice que pertenezcan a la Iglesia romano-católica, sino
a la Iglesia de Cristo.
[6] Gustave Thils, Historia
doctrinal del Movimiento Ecuménico: “El estudio de los «elementos de
Iglesia» - vestigia Ecclesiae -, de su significación eclesiológica, es
propio del siglo XX... La
teoría de los elementos de Iglesia es compleja, porque se halla íntimamente
unida a la definición misma de la Iglesia. Se la puede considerar como un
capítulo de la eclesiología católica importante en sí y susceptible de aportar
cierta claridad en las reuniones ecuménicas” (p. 239). “¿No puede haber, en
todas las comuniones cristianas surgidas de la Reforma, realidades religiosas
y cristianas de naturaleza «eclesiástica»?” (p. 243) “Las conferencias dadas
por el cardenal A. Bea, Presidente del Secretariado para la Unidad, han vuelto
a dar un vivo resplandor, si no a la problemática de los «elementos de
Iglesia», al menos a la descripción concreta de esos elementos” (p. 244).
[7] Congregación para la Doctrina de
la Fe, Declaración Dominas lesus, 6 de agosto del 2000.
[8] III, q. 82, a. 7.
[9] El truco está bien armado
porque, aunque la posición tradicional es unánime y determinada en
considerarlos ineficaces, la discusión particular es compleja. Un cismático
bautizado de niño, recibe la fe y la gracia: ¿cuándo la pierde? Si no la ha
perdido, al comulgar devotamente con la Hostia válidamente consagrada, recibe
el fruto del sacramento. En su raíz, la diferencia entre la posición católica
y la modernista está en cuanto al pesimismo u optimismo: el católico es
pesimista ante la posibilidad de salud espiritual en una comunidad donde no se
dan los auxilios que tiene el católico (todos los beneficios de la actividad
sacerdotal) y sí se dan influencias que tienden a formalizar las herejías (el
desprecio y hasta el odio a lo católico); mientras que el humanista moderno
sostiene el más imperturbable optimismo. Sin embargo, ¿por qué nunca floreció
la santidad fuera de la tierra católica?
[10] III, q. 2, a. 4: “Persona Christi subsistit
in duabus naturis. Unde, licet sit ibi unum subsistens, est tamen ibi alia
et alia ratio subsistendi. Et sic dicitur persona composita, inquantum unum
duobus sübsistit”. Cf. IÍL q. 2, a. 1 ad 2: “Unus enim Christus sübsistit in
divina natura et humana”; q. 3, a. 6 sed contra: “Persona incarnata sübsistit
iti duabus naturis, divina scilicet et humana”; q. 24, a. 1 ad 2 : “Praedestinatio
attribuatur personae Christi, non quidem secundum se, vel secundum quod sübsistit
in divina natura; sed secundum quod sübsistit in humana natura”.