Sobre la Iglesia y las misiones.
10 de agosto de 1863
Amados
Hijos y Venerables Hermanos Nuestros, salud y bendición apostólica
1. Introducción: El Papa congratula a los Obispos por su valiente y heroica conducta.
Todos
fácilmente comprenderéis, Amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, cómo nos
agobia la tristeza a causa de la encarnizada y sacrílega guerra que, en casi
todas partes del mundo, se ha desatado contra la Iglesia en estos azarosos tiempos,
y ante todo en la infeliz Italia, donde ella desde hace muchos años fue
declarada por el gobierno piamontés y estimulada de día en día; pero en medio
de Nuestras gravísimas angustias, volviendo la vista a vosotros, Nos llenamos
de sumo gozo y consuelo, pues vosotros, a pesar de haber sufrido contumelias,
con toda clase de injusticias y de violencias, arrancados de vuestra grey,
enviados al destierro, y hasta encerrados en la cárcel, sin embargo, revestidos
con la fuerza de lo alto, nunca habéis dejado, ya de palabra, ya por escrito,
de defender denodadamente la causa, los derechos y la doctrina de Dios, de su
Iglesia y de esta Sede Apostólica, y de proveer a la salud de vuestro rebaño.
Por esto, de todo corazón os congratulamos por vuestra alegría de haber sufrido
contumelias por el nombre de Jesús y os tributamos las merecidas alabanzas,
sirviéndonos de las palabras de Nuestro predecesores San León cuando dijo:
Aunque me compadezca con todo mi corazón de los sufrimientos que habéis
soportado por la defensa de la fe católica y de lo que vosotros habéis
padecido; sin embargo, comprendo que hay más motivo para alegrarse que para
entristecerse, al ver que, fortificados por Nuestro Señor Jesucristo, habéis
permanecido invencibles en la doctrina evangélica y apostólica... Y mientras los
enemigos de la fe cristiana os arrojaban de vuestras sedes, preferisteis sufrir
las amargura del exilio a mancillaros con cualquier categoría de impiedad.
2. Progresa el error y el mal. Persecución religiosa.
¡Ojalá
pudiéramos anunciaros el fin de tantas calamidades para la Iglesia! Mas la corrupción
de las costumbres que nunca puede deplorarse suficientemente, va en aumento por
todas partes estimulada por los escritos antirreligiosos, vergonzosos y
obscenos, por espectáculos teatrales, el establecimiento casi por doquiera de
casas de prostitución y se promueve también con otras malas artes; los más
monstruosos errores se difunden por doquiera; crece el nefando aluvión de todos
los vicios y crímenes; el mortífero veneno de la incredulidad y del indiferentismo
se propaga intensamente; displicentemente se desprecia la la potestad
eclesiástica, las cosas sagradas y las leyes; injusta y violentamente se
despoja a la Iglesia de sus bienes; feroz e ininterrumpidamente se persigue a
los ministros sagrados, a los religiosos y a las vírgenes consagradas a Dios;
se odia con odio perfectamente diabólico a Cristo, a la Iglesia, su doctrina, a
esta Sede Apostólica. Un sin número de otros actos que los encarnizados
enemigos de la Religión, que cada día nos vemos precisados a lamentar parece
prolongar y diferir el tiempo tan deseado en que Nos será dado asistir al
completo triunfo de Nuestra santísima Religión, de la verdad y de la justicia.
3. El triunfo de la
Iglesia.
Este
triunfo vendrá aunque Nos no conozcamos el tiempo que el omnipotente Dios le
tiene señalado, quien con su admirable y divina Providencia todo lo rige y gobierna,
encaminándolo a Nuestra utilidad. Pero, aunque el Padre celestial permita que
su santa Iglesia, que milita en esta misérrima y mortal peregrinación sea
atormentada y con muchas penalidades e infortunios afligida, sin embargo,
estando fundada por Nuestro Señor Jesucristo sobre firmísima e inconmovible
roca, no sólo ningún poder ni ningún embate puede jamás derribarla ni echarla
por tierra, sino que lejos de disminuir con las persecuciones, aumenta y el
campo del Señor se viste de una mies tanto más abundante cuanto que los granos,
que caen uno a uno, nacen multiplicados.
4. Pruebas de este
triunfo actual. Tonkín y Cochinchina.
Vemos
que esto sucede también, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, por un
singular beneficio de Dios en estos luctuosísimos tiempos, pues, aunque la
inmaculada Esposa de Cristo se vea al presente en gran manera afligida por obra
de los impíos, sin embargo triunfará de sus enemigos. Triunfa de ellos y
resplandece maravillosamente, ya por la fidelidad, amor y respeto que todos
vosotros y todos nuestros demás Venerables Hermanos, los prelados de todo el
mundo católico manifestáis a Nos y a esta Cátedra de Pedro, por vuestra
admirable constancia en defender la unidad católica: ya por medio de tantas
obras piadosas de Religión y caridad cristiana, que con la gracia de Dios se
multiplican más cada día en el orbe católico: ya por medio de la luz de la sagrada
fe, con la cual se iluminan siempre más los países: ya por el egregio amor y
solicitud de los católicos hacia la Iglesia, hacia Nos y esta Santa Sede; ya
por la inmortal e insigne gloria del martirio. Pues sabéis cómo en las regiones
de Tonkín principalmente y Cochinchina, los Obispos, sacerdotes, los laicos, y
hasta las débiles mujeres y tiernas jovencitas y jovencitos, emulando los
antiguos ejemplos de los mártires, con ánimo invicto y heroico valor desprecian
los tormentos más crueles, y llenos de regocijo se glorían sobre manera de
poder dar la vida por Cristo. Todo lo cual debe servir, en verdad para Nos y
para vosotros de gran consuelo en medio de las mayores amarguras que nos agobian.
5. Renovada condenación
de los errores modernos.
Mas el
cargo de Nuestro Ministerio Apostólico exige perentoriamente que con todo cuidado
defendamos la causa de la Iglesia que Nuestro Señor Jesucristo nos ha encomendado
y que recobremos a todos aquellos que no vacilan en combatir y conculcar a la
misma Iglesia y sus sagrados derechos, a sus ministros y a esta Sede
Apostólica, por estas Letras confirmamos, declaramos y condenamos nuevamente
todas y cada una de aquellas cosas que en muchas de nuestras Alocuciones
consistoriales y en otras Letras Nuestras, con mucha pena de Nuestra alma, nos
hemos visto obligados a lamentar, señalar y condenar.
6. Error de la bondad
de todas las religiones.
Y aquí,
queridos Hijos nuestros y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender
nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos,
al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la
unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que ciertamente se
opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros
que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima
Religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos
por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y
llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación
de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente
ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no
consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado
con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.
7. Solo la Iglesia
Católica salva.
Pero
bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse
fuera de la Iglesia Católica, y que los consumases contra la autoridad y
definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de
la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, “a quien fue encomendada
por el Salvador la guarda de la viña”, no pueden alcanzar la eterna salvación.
Son en efecto muy claras las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: Quien no oyere
a la Iglesia, sea para ti como un gentil o un publicano[1]. El que a vosotros
oye, a mí me oye, y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y el que a
mí me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado[2]. El que no creyere se
condenará[3]. El que no cree ya está juzgado[4]. El que no está conmigo está
contra mí, el que conmigo no recoge, desparrama[5]. De aquí que el Apóstol San
Pablo diga que estos hombres están corrompidos y condenados por su propio
juicio[6]. Y que el Príncipe de los Apóstoles los llame maestros de la mentira
que introducen sectas de perdición, niegan a Dios y atraen sobre sí una pronta
condenación.[7]
8. Socorro a los errantes
y cismáticos.
Lejos,
sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos
de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al
contrario, si aquellos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera
otras miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de
la caridad cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por
sacarlos de las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la
verdad católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de
tenderles sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que,
fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra
buena [Col. 1, 10], consigan la eterna salvación.
9. Amor propio y la codicia. Advertencia de la Biblia.
Ahora,
empero, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, no podemos pasr por alto
otro error y mal perniciosísimo que, en nuestra infaustísima época miserablemente
arrebata y perturba el espíritu y las almas de los hombres. Hablamos pues de
aquel desenfrenado y perjudicial amor propio y aquella codicia con que muchos,
sin preocuparse en lo más mínimo del prójimo, no buscan otra cosa ni tienden
sino a sus propias utilidades y bienestar; hablamos de aquella insasiable
pasión de dominar y de ganar, con la cual, desechando las normas de la
honestidad y de la justicia, no dejan de juntar y de cualquier modo acumular
las riquezas con codicia; y, concentrados ansiosamente sólo en las cosas terrenas,
olvidados de Dios, de la Religión y de sus almas, ponen criminalmente toda su
felicidad en amontonar riquezas y tesoros pecuniarios. Recuerden estos hombres
y mediten seriamente las palabras muy graves de Nuestro Señor: ¿Qué aprovecha
al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?[8], y reflexionen cuidadosamente
sobre lo que enseña el Apóstol San Pablo cuando dice: Los que quieren hacerse
ricos caen en la tentación y en el lazo del diablo, en muchos deseos inútiles y
nocivos los que van sumiendo al hombre en la muerte y en la perdición; porque
la avaricia constituye la raíz de todos los males; por causa suya se desviaron
muchos de la fe y se precipitaron en una multitud de dolores[9].
10. Diversidad de trabajo, unidad del fin.
Cierto
es que los hombres, según la propia y diversa condición de cada uno deben procurarse
con sus fatigas los recursos necesarios para vivir ora cultivando las letras y
las ciencias ora ejerciendo las artes liberales o profesionales ora
desempeñando cargos públicos y privados, ora dedicándose al comercio; pero es
de todo punto indispensable lo hagan con honestidad, con justicia con
integridad y caridad; que siempre tengan a Dios presente, y guarden cuidadosamente
sus mandamientos y preceptos.
11. Asociaciones condenables del Clero.
Ya no
podemos, empero, ocultar que Nos aflige un acerbísimo dolor por haber en Italia
miembros de uno y otro clero que, a tal extremo se han olvidado de su santa
vocación que no se avergüenzan en lo más mínimo de difundir, aun por escritos perniciosos,
falsas doctrinas, instigando los ánimos de los pueblos contra Nos, contra esta
Silla Apostólica, atacando el principado civil de esta misma Sede Nuestra y
favoreciendo descaradamente con todo empeño y diligencia a los perversísimos
enemigos de la Iglesia Católica y de esta Silla. Estos Clérigos, después de
separarse de sus Prelados, de Nos y de esta Santa Sede, y, apoyados en el
fervor y auxilio del Gobierno Subalpino (piamontés) y de sus Magistrados,
llegaron a tanta audacia, que, despreciando totalmente las censuras y penas
eclesiásticas no temían en lo más mínimo establecer ciertas sociedades del todo
reprobables, llamadas Clérigo-liberales, De socorro mutuo, Emancipadora del
Clero Italiano y otras más, animadas del mismo espíritu; y aunque sus obispos,
con toda justicia los hayan suspendido del sagrado ministerio, sin embargo, no
trepidan en absoluto en ejercerlo a guisa de intrusos de un modo criminal e
ilícito, en muchos templos.
12. Reprobación y amonestación del Clero extraviado.
Por eso,
reprobamos y condenamos las detestables sociedades mencionadas y la mala
conducta de dichos eclesiásticos, amonestando y exhortando al mismo tiempo una
y otra vez a estos infelices clérigos a que se arrepientan, se conviertan y
atiendan a su propia salvación, considerando seriamente que ningún prejuicio
tolera Dios menos que el causado por los sacerdotes, al ver que, habiéndolos
puesto para que sirvan de corrección a los demás, dan ejemplos de depravación.
Mediten atentamente que han de dar rigurosa cuenta ante el Tribunal de Cristo.
Plegue a Dios que estos desgraciados clérigos obedezcan a Nuestras paternales
amonestaciones, dándonos el consuelo que otros varones de uno y otro clero nos
han proporcionado y que ellos miserablemente engañados y arrastrados al error,
acudan compungidos por días a Nos para implorar con humildad e insistencia el
perdón de sus pecados y la absolución de las censuras eclesiásticas.
13. El Papa señala los males de la hora presente.
Conocéis
muy bien, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, los escritos de toda
clase salidos de las tinieblas y llenos de dolo, mentiras, calumnias y
blasfemias, conocéis las escuelas confiadas a maestros anticatólicos, en
sinnúmero de otras acechanzas realmente diabólicas, las artimañas y los
esfuerzos con que los enemigos de Dios y de los hombres se empeñan en destruir,
si les fuese posible, hasta los cimientos de la Iglesia Católica en la desgraciada
Italia, en depravar y corromper cada día más, principalmente a la inexperta juventud
y en extirpar de todos los corazones Nuestra santísima fe y Religión.
14. Misión de los Obispos: la defensa de la grey.
Por
eso, no dudamos que vosotros, Amados Hijos y Venerables Hermanos, fortalecidos
con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, continuaréis en vuestro esclarecido
celo episcopal, como hasta ahora con gran alabanza de vuestro nombre lo habéis
practicado, oponiendo con constancia, espíritu unánime y redoblados esfuerzos
un muro protector para la casa de Israel, combatiendo por la buena causa de la
fe, defendiendo de las asechanzas de los adversarios a los fieles encomendados
a vuestros cuidados, advirtiéndoles y exhortándolos continuamente a que
conserven siempre la fe santísima, sin la cual es imposible agradar a Dios, la
que la Iglesia ha recibido de Cristo por medio de los Apóstoles y que enseña,
que permanezcamos firmes e inconmovibles en Nuestra santa Religión, la única
verdadera, que prepara para la vida eterna, que conserva también en forma
extraordinaria y hace feliz a la sociedad civil.
15. Enseñanza religiosa - Los males que causa la ignorancia.
Por
eso, no dejéis de enseñar, siempre y con exactitud, los venerables misterios de
Nuestra augusta Religión, su doctrina, preceptos, y su disciplina, a los
pueblos confiados a vuestros cuidados, valiéndoos principalmente de los
párrocos y de otros clérigos que se distingan por la integridad de su vida, la
gravedad de su conducta y la santa y sólida doctrina, sea por medio de la
predicación de la divina palabra, sea por el catecismo. Pues, vosotros sabéis
muy bien que una parte notabilísima de los males nacen en la mayoría de los
casos de la ignorancia de las cosas divinas que son necesarias para la
salvación, por consiguiente comprenderéis perfectamente que debe emplearse todo
cuidado y empaño para alejar del pueblo este mal.
16. Elogio del Clero fiel.
Antes
de terminar esta Nuestra Carta, no podemos menos de rendir el tributo de las
merecidas alabanzas al Clero italiano que en su mayoría permaneció íntimamente
unido a Nos, a esta Cátedra de Pedro y a sus Prelados, no se ha desviado en lo
más mínimo del recto camino, sino que, siguiendo los insignes ejemplos de sus
Obispos y, sobrellevando con muchísima paciencia las cosas más arduas, cumple
agregiamente con su deber. Abrigamos la esperanza de que el mismo Clero, con el
auxilio de la divina gracia, camine en forma digna a la vocación con que ha
sido llamado, luchando siempre por dar pruebas cada vez más espléndidas de su
piedad y virtud.
17. Alabanzas a las religiosas.
Tributamos
también el homenaje de Nuestro encomio a tantas vírgenes consagradas a Dios,
que arrojadas violentamente de sus monasterios, expoliadas de sus rentas y reducidas
a la mendicidad, no quebrantaron, sin embargo, la fe que prometieron a su Esposo
sino que, soportando con toda constancia su tristísima situación, no cesan día
y noche de alzar sus manos al cielo , pidiendo a Dios por la salvación de todos
y también la de sus perseguidores, esperando con paciencia la misericordia del
Señor.
18. El Papa celebra la fidelidad heroica del pueblo.
Nos
complacemos también en alabar a los pueblos de Italia que, egregiamente animados
de sentimientos católicos, detestan tantas impías maquinaciones contra la
Iglesia y ardientemente se glorían en permanecer fieles a Nos, a esta Santa
Sede y a sus Prelados con filial piedad, respeto y obediencia, y, pese a las
dificultades sobremanera grandes y a los peligros a que están expuestos, no
dejan de darnos todos los días y de todas maneras pruebas inconfundibles de su
singular amor e interés y de aliviar Nuestras penosísimas angustias y las de
esta Sede apostólica, ya con fondos reunidos, ya con otros donativos.
19. Confianza en Dios en la tribulación.
En
medio de tantas amarguras y tal tempestad levantada contra la Iglesia, no nos
desanimemos nunca, amadísimos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, puesto que
Cristo es nuestro consejo y nuestra fortaleza[10], sin el cual nada podemos[11]
y por el cual lo podemos todo[12], quien al confirmar a los predicadores del
Evangelio y a los ministros de los Sacramentos, les dijo: He aquí que estoy con
vosotros hasta la consumación de los siglos[13], y de cierto sabemos que las
puertas del infierno nunca prevalecerán contra la Iglesia que siempre se ha
erguido y se erguirá inconmovible, siendo su custodio y protector Nuestro Señor
Jesucristo, quien la edificó y quien fue ayer, hoy y en todos los siglos[14].
20. Plegarias por la Paz y por la vuelta de los extraviados.
Mas no
dejemos de ofrecer, amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, día y noche,
con un celo cada vez , más ardiente y con humildad de corazón, las oraciones y
súplicas a Dios por mediación de Jesucristo, a fin de que, deshecha esta
turbulentísima tempestad, su santa Iglesia respire aliviada, después de tantas
calamidades, disfrute en todas partes de la paz y libertad tan anheladas, y
obtenga sobre sus enemigos nuevos y más espléndidos triunfos, a fin de que
todos los extraviados, iluminados con la luz de su divina gracia, vuelvan del
camino del error al sendero de la verdad y de la justicia, y, haciendo dignos
frutos de penitencia, posean el perpetuo amor y temor de su santo nombre.
21. Ayuda de la Santísima Virgen y de los Santos. Bendición Papal.
21. Ayuda de la Santísima Virgen y de los Santos. Bendición Papal.
Y para
que Dios, rico en misericordia, acceda más fácilmente a Nuestra fervorosísimas
plegarias, i nvoquemos el poderosísimo patrocinio de la Inmaculada Madre de
Dios, la Santísima Virgen María e imploremos la intercesión de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos del cielo para que con sus
poderosísimas súplicas pidan a Dios en tiempo oportuno misericordia y gracia
para todos, y aparten con poder de la Iglesia todas las calamidades que en
todas partes, y principalmente en Italia la afligen.
Finalmente,
como prenda segurísima de Nuestra singular benevolencia hacia vosotros,
afectuosamente os damos de lo íntimo del corazón la Bendición Apostólica a vosotros,
amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos y a la grey confiada a vuestros
cuidados.
Dado
en Roma, cerca de San Pedro, el 10 de agosto de 1863, año décimo de Nuestro
Pontificado.
Pío IX, Carta Encíclica “Quanto Conficiamur”, 10 de agosto de 1863.
[1] Mateo 18, 17.
[2] Lucas, 10, 16.
[3] Marcos 16, 16.
[4] Juan 3, 18.
[5] Lucas 11, 23.
[6] Tito 3, 11.
[7] II Pedro 2, 1.
[8] Mateo 16, 26.
[9] I Timoteo 6, 9.
[10] II Pedro 1, 16; II Corintios 12, 9.
[11] Juan 15, 5.
[12] Filipenses 4, 13.
[13] Mateo 28, 20.
[14] Hebreos 13, 8.