El “Big Bang” se ha convertido en un concepto sobre el cual expertos y legos
hablan por igual.
En años recientes
importantes descubrimientos han confirmado este modelo sobre el origen del
universo.
Según éste hace 15.000
millones de años una gran explosión dio origen a todo lo que existe hoy.
Cuando publicaciones
científicas y laicas han tratado el tema, muchos han inferido que la ciencia ha
explicado el origen del universo (como antes lo hizo con el hombre) y que, por
lo tanto, “Dios no es necesario”.
Este artículo explica
breve y sencillamente las evidencias a favor de la idea de un universo en expansión
y su relación con el origen del Universo. También pretende dar una perspectiva
equilibrada sobre la teoría del Big Bang y sobre sus efectos en la fe.
Contrario a lo que muchos
piensan, este “descubrimiento” es una evidencia a favor de lo que los creyentes
han venido diciendo por milenios.
¿Cuál
es la solución última al origen del universo?
Las
respuestas de los astrónomos son desconcertantes y extraordinarias.
Lo
más notable de todo es el hecho de que en la ciencia, al igual que en la Biblia, el mundo comienza
con un acto de creación.
Robert Jastrow, astrónomo, en “Until the Sun Dies”
(1977)
Probablemente los seres humanos hayan anhelado siempre poseer una respuesta a la pregunta: “¿De dónde venimos?”. Los científicos se han proyectado más y más hacia atrás en el tiempo para investigar el origen de la tierra y ahora incluso el origen del universo en su totalidad. Para Aristóteles el universo era eterno, sin principio ni fin. En nuestros propios días, el astrónomo Fred Hoyle se ha pronunciado en términos semejantes para tratar de evitar lo que él denomina “condiciones iniciales arbitrarias”. Aunque la idea de un universo eterno ha satisfecho a muchos pensadores, los descubrimientos modernos la han hecho de más difícil aceptación. Hoy en día la mejor evidencia científica de que se dispone apunta a un principio real, no sólo de la materia y la energía, sino también del tiempo y del espacio.
Un universo en expansión.
El primer indicio de que el universo podía estar expandiéndose vino de
un descubrimiento fortuito realizado en 1914. Mientras realizaba otras
observaciones, al astrónomo Vesto Slipher notó que ciertas nebulosas espirales
se alejaban de nuestro planeta y del sol a enorme velocidad. Captando la
importancia de dicha observación, Edwin Hubble y Milton Humason enfocaron el
telescopio gigante del Monte Wilson hacia otras nebulosas, ahora denominadas
galaxias, Entre 1925 y 1930 Hubble y Humason midieron las velocidades y
distancias recesionales de un número de galaxias suficiente para demostrar que
se alejan de nosotros a velocidades proporcionales a su distancia de nuestra
galaxia.
Si todas las galaxias se alejan de nosotros, y unas respecto de otras,
es que el universo en su totalidad debe estar expandiéndose. Podemos visualizar
dicho efecto de manera algo imperfecta observando lo que sucede al hinchar un
globo en cuya superficie hemos dibujado una serie de manchas. (Con mayor precisión,
los astrofísicos hablan de que nuestro universo se expande en un “espacio-tiempo”
de cuatro dimensiones.)
Si imaginamos que retrocedemos en el tiempo descubriremos que las
galaxias se hallaban más próximas entre sí que ahora. Cuanto más atrás en el
tiempo, más cerca estarán unas de otras, de manera que es posible imaginar un
instante en cual todas las galaxias se encontraban comprimidas en un volumen
muy pequeño. Las ecuaciones de la teoría de la relatividad se han verificado
experimentalmente con suficiente precisión para describir el comportamiento del
universo y establecen que la compresión podría hacerse tan grande que el
universo se convertiría en un punto sin dimensiones y en consecuencia de densidad
infinita. La materia y la energía tal como las conocemos no existirían, y las
nociones de espacio y tiempo no tendrían sentido.
La idea de un universo confinado en un punto supera casi la
imaginación humana; los científicos lo denominan singularidad, un
acontecimiento absolutamente único. Correspondería al principio del universo, o
al menos a un momento antes del cual no es posible obtener información que
tenga sentido. De manera que la evidencia científica de un universo en
expansión apunta a un universo con un principio.
La radiación cósmica de fondo.
En 1965, dos científicos de los Bell Laboratories que trataban de
poner en funcionamiento un potente nuevo radio receptor de microondas veían
obstaculizados sus esfuerzos por un molesto “parásito”. Arno Penzias y Robert
Wilson pensaron que habían encontrado la clave del problema cuando descubrieron
un nido de palomas en la enorme antena, pero la expulsión de las aves no
solucionó el problema del parásito. Continuaron investigando su origen hasta
encontrarlo, un hallazgo que les valió el Premio Nobel de Física de 1978.
Penzias y Wilson observaron que la misteriosa radiación de microondas
procedía de más allá de su receptor, de más allá de la tierra e incluso de más
allá de nuestra galaxia. Parecía como si todo el universo emitiese un leve
“fulgor” de radiación de microondas en cualquier dirección hacia la cual
apuntasen su antena. Su descubrimiento, actualmente denominado radiación
cósmica de fondo (que no debe confundirse con los rayos cósmicos), parece ser
el remanente diluido del intenso calor y luz desprendidos en los momentos
iniciales de la explosión primordial.
La radiación de fondo cósmico puede compararse al calor y la luz que
desprende el rescoldo de un fuego. Esa radiación ya no se halla en la región
visible del espectro electromagnético sino en la infrarroja. Podría decirse que
el “rescoldo” de la bola de fuego original del universo se encuentra a estas
alturas muy frío y no emite ya ni tan solo radiación infrarroja. En su lugar se
desprende radiación de microondas, de longitud de onda mayor y menor energía,
detectable solamente mediante receptores de alta sensibilidad. Como cualquier
radiación, las microondas existen en forma de “partículas de luz”, llamadas
fotones; los fotones de la radiación de fondo cósmico corresponden a una
temperatura tremendamente baja, de tres grados por encima del cero absoluto.
Sorprendentemente, casi veinte años antes de su descubrimiento, el
científico George Gamow había predicho la existencia de dicha radiación de
fondo cósmico como resultado de su modelo “caliente” del universo. Utilizando
el modelo de Gamow, Ralph Alpert y Robert Herman predijeron en 1948 que el
enfriamiento gradual del universo desde su fase incandescente inicial debería
conducir, en el momento presente, a una radiación de fondo correspondiente a
una temperatura cinco grados por encima del cero absoluto. Hoy en día, la
presencia universal de ese fondo de radiación de microondas convence a la
mayoría de científicos de que el universo no sólo tuvo un principio sino que
dicho principio tuvo lugar en forma de una gigantesca explosión o “Big Bang”.
Expansión a velocidad creciente.
Otra evidencia que apoya el Big Bang fue descubierta por Allan
Sandage, de los observatorios del Monte Palomar y Monte Wilson. En 1974, tras
muy detalladas observaciones y cálculos, publicó que las galaxias se alejan
unas de otras a velocidades decrecientes. La observación de una deceleración
tal en las galaxias es una indicación más de que, al igual que un reloj al que
un día se le dio cuerda, el universo tuvo un inicio.
¿Podría
darse un universo oscilante?
Algunos científicos siguen tratando de encontrar evidencias de que el
universo es eterno. Un modelo propuesto por Ernst Pik sugiere que la “gran
explosión” (Big Bang) fue en realidad un “gran rebote”, (Big Bounce) y que el
universo se contrae y expande como un acordeón. Según Opik, el universo
completaría un ciclo de expansión y contracción aproximadamente cada cien mil
millones de años. Entre los que se sienten atraídos por la idea de un universo
oscilante, que no necesita de ningún principio, figuran divulgadores
científicos como Carl Sagan e Isaac Asimov.
Recientemente, sin embargo, se ha demostrado que incluso si el
universo contuviera suficiente masa como para que su gravedad detuviera a la
larga la presente expansión y provocase una contracción, dicho colapso no
produciría un rebote. Así pues, parece que, o bien el universo se expande
indefinidamente, o sufre un único ciclo de expansión y contracción.
Más allá de la ciencia.
Si toda la evidencia de que actualmente se dispone parece indicar que
nuestro universo tuvo un inicio definido, cabe hacerse multitud de preguntas:
¿De dónde procede el universo? ¿Qué existía antes de que comenzara? ¿De dónde
surgió la increíble energía para la conflagración cósmica que supone el Big Bang?
Puesto que las probabilidades de obtener evidencia concreta de antes del Big Bang son escasas, la mayoría de científicos coinciden con el geólogo Preston Cloud (“Cosmos, Earth and Man”, 1978) en que “tales cuestiones trascienden los límites de la ciencia”.
Puesto que las probabilidades de obtener evidencia concreta de antes del Big Bang son escasas, la mayoría de científicos coinciden con el geólogo Preston Cloud (“Cosmos, Earth and Man”, 1978) en que “tales cuestiones trascienden los límites de la ciencia”.
Algunos físicos, como Allan Guth, continúan buscando una nueva teoría
física que pueda explicar el origen del universo ex nihilo (esto es, de la
nada) y en conformidad con los principios de la mecánica cuántica. El vacío del
cual el universo teórico de Guth emerge no es, sin embargo, un verdadero vacío,
ya que contiene energía. Los intentos de derivar un auténtico ex nihilo para el
universo mediante lo que se denomina “tunneling” cuántico se han visto
frustrados hasta la fecha. La mecánica cuántica impone severa restricciones a
la “producción de partículas virtuales”, y la relatividad general coloca
límites muy rigurosos al origen del tiempo y el espacio.
Incluso si resultase posible desarrollar una teoría tal, quedarían aún
preguntas fundamentales por responder: ¿Por qué existe algo en vez de nada? Las
fuerzas de la naturaleza, ¿son realmente autónomas o fueron preconcebidas?
¿Cómo podemos justificar la existencia de un modelo previo tan elegantemente diseñado,
capaz de crear un universo tan vasto y complejo de la nada?
Cuestiones de tal envergadura no pueden abordarse desde una
perspectiva científica, sino filosófica. No tenemos porqué sorprendernos ni
sentirnos incómodos si los descubrimientos científicos nos conducen a preguntas
de esta índole. Por otra parte, los que esperan demasiado de la ciencia no
podrán evitar una cierta decepción al comprobar que ésta posee limitaciones
inherentes.
En cualquier caso, es preciso aceptar que la ciencia plantea
continuamente interrogantes filosóficos que trascienden su propia competencia o
esfera de actuación.
Publicado
en “Mente abierta”, tomado de: En el principio... © G.B.U. Barcelona. 1992. Alts Forns 68 Sot. 1ª Tel
934 322 523. Usado con permiso.