AL obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, le
han montado un aquelarre por unas palabras pronunciadas en un sermón de Viernes
Santo. ¿Y qué enormidades profirió el obispo Reig Pla en aquel sermón? Pues
comenzó Reig Pla glosando la «malicia del pecado», que se nos presenta con la
apariencia engañosa de bien, para destruirnos; y prosiguió apuntando que «más
grande que el pecado es la gracia regeneradora» de Dios, que nunca permanece
ajeno a esa destrucción y ofrece el sacrificio de su Hijo para sanarla. Reig
Pla aportó muy diversos ejemplos de la «malicia del pecado» que, presentándose
bajo la apariencia de bien, nos destruye: el hombre casado que comete
adulterio; la mujer embarazada que aborta; el empresario que defrauda el
salario a sus trabajadores; el sacerdote que lleva una doble vida, etcétera.
Más adelante, Reig Pla se refirió a quienes,
ofuscados por una propaganda sexual confundidora, piensan desde niños que
sienten atracción por personas de su mismo sexo; y, para probar esa atracción,
«se corrompen y se prostituyen», hallando «el infierno». Aquí Reig Pla empleó
la palabra «infierno» en sentido figurado, como destrucción en vida, como se
desprende diáfanamente de su sermón, que justo entonces se refería a la
grandeza del amor divino, que acoge y sana misericordiosamente el sufrimiento
infligido por el pecado. Tales palabras provocaron una reacción furibunda de
diversas asociaciones de homosexuales, enseguida secundada por los habituales
pescadores y corsarios en río revuelto. ¿Y cuál fue la causa de tal reacción?
Al parecer, que Reig Pla habría faltado a la dignidad de los homosexuales; pero
si aceptamos tal dislate, también habremos de aceptar que faltó a la dignidad
de los matrimonios (por denunciar el pecado de adulterio), de las mujeres (por
denunciar el pecado de aborto), de los empresarios (por denunciar el pecado de
defraudación del salario), de los sacerdotes (por denunciar el pecado de
fariseísmo), etcétera. Vamos, que Reig Pla habría faltado a la dignidad de todo
bicho viviente. Pero si los sacerdotes que no llevan doble vida, o los
empresarios que no defraudan a sus trabajadores, o las mujeres que no abortan,
o los cónyuges que no son adúlteros se sintieran aludidos por el sermón de Reig
Pla pensaríamos que se han vuelto majaras. ¿Por qué no pensamos lo mismo de los
homosexuales que se han revuelto furiosos? Pues si no se han prostituido, ni han
prostituido a otros mediante propagandas engañosas, tales palabras no les
aluden; y sentirse aludido por aquello que no nos alude es locura.
Quizá lo más estremecedor del aquelarre que le
han montado a Reig Pla nuevo Ecce Homo en el pretorio— es que su sermón rezuma
piedad evangélica por los cuatro costados: señala la malicia del pecado, sin
condenar al pecador; y nos recuerda que allá donde abunda el pecado,
sobreabunda la gracia de Dios, dispuesto a lavarlo en su propia sangre. Y esto
es lo que en verdad escandaliza del sermón de Reig Pla: que afirme la realidad
objetiva del pecado; y la realidad de un Dios dispuesto a perdonar siempre al
pecador arrepentido. Pues para negar a ese Dios que perdona hay que negar
primero el pecado, que —por emplear el mismo epíteto que una cabecita hueca
ex-ministerial usase para calificar el sermón de Reig Pla— es
«preconstitucional»; tan preconstitucional como nuestra naturaleza caída. Y el
obispo de Alcalá, en su sermón de Viernes Santo, anunció que en el Gólgota se promulgó
una Constitución de misericordia, capaz de redimir nuestra naturaleza caída. El
aquelarre que le han montado nos confirma que el escándalo de la Redención
permanece tan vigente como hace dos mil años.
Juan Manuel De Prada, 14 de abril de 2012, publicado
en ABC.