martes, 24 de abril de 2012

Oculto.



Uno de los encantos, mejor dicho, consuelos de la vida monacal, es el estar oculto a las miradas del mundo. Esto lo comprenderá quien guste meditar en la vida de Cristo.
Para dedicarse a un arte..., para profundizar en una ciencia, el espíritu necesita soledad y aislamiento, necesita recogimiento y silencio. Ahora bien, para el alma enamorada de Dios, para el alma que ya no ve más arte ni más ciencia que la vida de Jesús, para el alma que ha encontrado en la tierra el tesoro escondido, el silencio no le basta, ni su recogimiento en soledad. Le es necesario ocultarse a todos, le es necesario ocultarse con Cristo, buscar un rincón de la tierra donde no lleguen las profanas miradas del mundo, y allí estarse a solas con su Dios.
El secreto del Rey se mancha y pierde brillo al publicarse [1]. Ese secreto del Rey es el que hay que ocultar para que nadie lo vea. Ese secreto que muchos creerán son comunicaciones divinas y consuelos sobrenaturales..., ese secreto del Rey que envidiamos en los Santos, se reduce muchas veces a una Cruz.
No pongamos la luz bajo el celemín, nos dice Jesús en el Evangelio [2]. Publiquemos las grandezas de Dios. Hagamos llegar al corazón de nuestros hermanos los tesoros de gracias que Dios derrama a manos llenas sobre nosotros. Publiquemos a los cuatro vientos nuestra fe, llenemos el mundo de gritos de entusiasmo por tener un Dios tan bueno. No nos cansemos de predicar su Evangelio y decir a todo el que nos quiera oír, que Cristo murió amando a los hombres, clavado en un madero... Que murió por mí, por ti, por aquél... Y si nosotros de veras le amamos, no le ocultemos..., no pongamos la luz que puede alumbrar a otros, debajo de un celemín [3].
Mas en cambio, bendito Jesús, llevemos allá adentro y sin que nadie se entere, ese divino secreto... Ese secreto que Tú das a las almas que más te quieren... Esa partecica de tu Cruz, de tu sed, de tus espinas.
Ocultemos en el último rincón de la tierra nuestras lágrimas, nuestras penas y nuestros desconsuelos... No llenemos el mundo de tristes gemidos, ni hagamos llegara nadie la más pequeña parte de nuestras aflicciones.
Seamos egoístas para sufrir y generosos en la alegría. Hagamos la' felicidad de los que nos rodean y no enturbiemos el ambiente con caras tristes, cuando Dios nos mande alguna prueba.
Ocultémonos para estar con Jesús en la Cruz; no busquemos mitigación al dolor, en el consuelo de las criaturas, pues haremos dos cosas que no son malas, pero que no son perfectas. Primero, al dejar a Dios por lo que no es Dios, pues no es consuelo suyo lo que de El no viene, y si El no quiere darlo, al buscarlo fuera de El, le perdemos a El, y también perdemos muchas veces el mérito del sufrimiento. Segundo, hacemos en nuestro egoísmo, o por lo menos queremos hacer participar a los demás, de lo nuestro, para así descargarnos, y conseguimos con esto, alivio ficticio y falso, pues si te duele una muela, te seguirá doliendo lo digas o no.
En resumidas cuentas, casi siempre es un acto de egoísmo y también falta de humildad, dando importancia a lo tuyo, como si por ser tuyo fuera importante. En cambio, no buscando nada en las criaturas y sí todo en Dios, se llega a amar la Cruz, pero la Cruz a solas y en escondido... La Cruz oculto con Dios y lejos de los hombres.
Ocultemos nuestra vida, si nuestra vida es penar. Ocultemos el sufrir, si el sufrir nos causa pena. Ocultémonos con Cristo para sólo a El hacerle partícipe de lo que, mirándolo bien, sólo es tuyo: el secreto de la Cruz.
Aprendamos de una vez, meditando en su vida, en su Pasión y en su muerte, que sólo hay un camino para llegar a El..., el camino de la Santa Cruz [4].

[1] Cfr. Isaías 24,16. También: Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, 14-15,18 y 19,5
[2] Cfr. Mat. 5,15; Mac. 4,21; Luc. 8,16 y 11,33. Cfr. nota 446
[3] Idem.
[4] Cfr. “Imitación de Cristo”, Libro II, cap. 12.

Hno. Rafael Arnaiz Barón, tomado de su “Obras completas”, Mi cuaderno - San Isidro. 14 de diciembre de 1936, lunes, 25 años.