Uno de los encantos, mejor dicho,
consuelos de la vida monacal, es el estar oculto a las miradas del mundo. Esto
lo comprenderá quien guste meditar en la vida de Cristo.
Para dedicarse a un arte..., para profundizar en una ciencia, el espíritu
necesita soledad y aislamiento, necesita recogimiento y silencio. Ahora bien,
para el alma enamorada de Dios, para el alma que ya no ve más arte ni más
ciencia que la vida de Jesús, para el alma que ha encontrado en la tierra el
tesoro escondido, el silencio no le basta, ni su recogimiento en soledad. Le es
necesario ocultarse a todos, le es necesario ocultarse con Cristo, buscar un
rincón de la tierra donde no lleguen las profanas miradas del mundo, y allí
estarse a solas con su Dios.
El secreto del Rey se mancha y
pierde brillo al publicarse [1]. Ese secreto del Rey es el que hay que ocultar
para que nadie lo vea. Ese secreto que muchos creerán son comunicaciones
divinas y consuelos sobrenaturales..., ese secreto del Rey que envidiamos en
los Santos, se reduce muchas veces a una Cruz.
No pongamos la luz bajo el celemín,
nos dice Jesús en el Evangelio [2]. Publiquemos las grandezas de Dios. Hagamos
llegar al corazón de nuestros hermanos los tesoros de gracias que Dios derrama
a manos llenas sobre nosotros. Publiquemos a los cuatro vientos nuestra fe,
llenemos el mundo de gritos de entusiasmo por tener un Dios tan bueno. No nos
cansemos de predicar su Evangelio y decir a todo el que nos quiera oír, que
Cristo murió amando a los hombres, clavado en un madero... Que murió por mí,
por ti, por aquél... Y si nosotros de veras le amamos, no le ocultemos..., no
pongamos la luz que puede alumbrar a otros, debajo de un celemín [3].
Mas en cambio, bendito Jesús,
llevemos allá adentro y sin que nadie se entere, ese divino secreto... Ese
secreto que Tú das a las almas que más te quieren... Esa partecica de tu Cruz,
de tu sed, de tus espinas.
Ocultemos en el último rincón de la
tierra nuestras lágrimas, nuestras penas y nuestros desconsuelos... No llenemos
el mundo de tristes gemidos, ni hagamos llegara nadie la más pequeña parte de
nuestras aflicciones.
Seamos egoístas para sufrir y
generosos en la alegría. Hagamos la' felicidad de los que nos rodean y no
enturbiemos el ambiente con caras tristes, cuando Dios nos mande alguna prueba.
Ocultémonos para estar con Jesús en la Cruz; no busquemos mitigación
al dolor, en el consuelo de las criaturas, pues haremos dos cosas que no son
malas, pero que no son perfectas. Primero, al dejar a Dios por lo que no es
Dios, pues no es consuelo suyo lo que de El no viene, y si El no quiere darlo,
al buscarlo fuera de El, le perdemos a El, y también perdemos muchas veces el
mérito del sufrimiento. Segundo, hacemos en nuestro egoísmo, o por lo menos
queremos hacer participar a los demás, de lo nuestro, para así descargarnos, y
conseguimos con esto, alivio ficticio y falso, pues si te duele una muela, te seguirá
doliendo lo digas o no.
En resumidas cuentas, casi siempre
es un acto de egoísmo y también falta de humildad, dando importancia a lo tuyo,
como si por ser tuyo fuera importante. En cambio, no buscando nada en las
criaturas y sí todo en Dios, se llega a amar la Cruz, pero la Cruz a solas y en escondido... La Cruz oculto con Dios y lejos
de los hombres.
Ocultemos nuestra vida, si nuestra
vida es penar. Ocultemos el sufrir, si el sufrir nos causa pena. Ocultémonos
con Cristo para sólo a El hacerle partícipe de lo que, mirándolo bien, sólo es
tuyo: el secreto de la Cruz.
Aprendamos de una vez, meditando en
su vida, en su Pasión y en su muerte, que sólo hay un camino para llegar a
El..., el camino de la
Santa Cruz [4].
[1] Cfr. Isaías 24,16. También: Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, 14-15,18 y 19,5
[2] Cfr. Mat. 5,15; Mac. 4,21; Luc. 8,16 y
11,33. Cfr. nota 446
[3] Idem.
[4] Cfr. “Imitación de Cristo”, Libro II, cap.
12.
Hno. Rafael Arnaiz Barón, tomado de su “Obras
completas”, Mi cuaderno - San Isidro. 14 de diciembre de 1936, lunes, 25
años.