Unas palabras interesantes sobre un tema de actualidad.
Revuelo moral en torno al preservativo:
La respuesta de Monseñor Schooyans[1]
Fuente: LRP-DDF
Después de las declaraciones del Papa sobre el preservativo, vertidas en el libro-entrevista realizado por Peter Seewald —declaraciones que L’Osservatore Romano sacó de contexto y que fueron explotadas mundialmente para anunciar una “modificación” de la moral sexual predicada por la Iglesia—, resulta que no sólo los enemigos del lenguaje tradicional de la Iglesia aprovechan de la brecha abierta sino también ciertos “investigadores”, moralistas y teólogos, que justifican su uso y que incluso ridiculizan a los que advierten que no puede confiarse en él para evitar embarazos o infecciones letales. Al contrario, según ellos su empleo constituiría un “mal menor”, legitimado para no infectarse con SIDA y que también podría recomendarse en caso de relaciones extramaritales para evitar “la injusticia” del nacimiento de un vástago adulterino…
El blog de Sandro Magister —“bien informado” y de tono generalmente tradicional— ha concedido últimamente un amplio espacio a estos comentarios, a fin de exponer más a los “intransigentes”, que se preguntan por qué la Iglesia debería ocuparse en enseñar de qué manera se puede pecar bien.
Es así como se instala una enorme confusión, tal como ocurrió tras los hechos de Recife[2]. Entonces como ahora, Mons. Michel Schooyans salta a la palestra con un texto que escribió en 2005, cuya difusión promueve ya que allí se dice todo.
El SIDA y el preservativo.
Es bien sabido que algunas personas contrajeron SIDA sin ninguna responsabilidad moral de su parte. Esta enfermedad puede haber sido transmitida en razón de una transfusión de sangre, por un error médico o por un contacto accidental. Hay miembros del personal sanitario que se han infectado por haberse ocupado de enfermos seropositivos.
Aquí no examinaremos estos casos. Nos ocuparemos de las declaraciones publicadas en estos últimos años, hechas por diversas personalidades importantes del mundo académico y/o eclesiástico; se trata sobre todo de moralistas y de pastores, a los cuales llamaremos “dignatarios”. Omitiremos dar sus nombres para evitar toda personalización del debate y para focalizar la atención en la discusión moral[3].
Desorden y confusión.
Desorden y confusión.
Estas declaraciones que atañen al uso del preservativo en casos de SIDA han sembrado con frecuencia mucho desorden en la opinión pública y en la Iglesia. La mayor parte de las veces vienen acompañadas de comentarios inauditos acerca de la persona y de la función del Papa, y sobre la autoridad de la Iglesia. De paso, también se encuentra el habitual listado de quejas en relación a la moral sexual, al celibato, la homosexualidad, la ordenación de mujeres, la comunión de los divorciados vueltos a casar, los abortistas, etc. Una ocasión más para globalizar los problemas…
Estos dignatarios se han expresado con clara complacencia en los medios de comunicación. Argumentaron a favor del preservativo en caso de peligro de contagio de la pareja no infectada con el SIDA. Según ellos, la Iglesia debería cambiar su enseñanza en esta materia.
Estas declaraciones provocan gran confusión en la opinión pública; confunden a los fieles, dividen a los sacerdotes, sacuden al episcopado, desacreditan al colegio cardenalicio, socavan el magisterio de la Iglesia y apuntan frontalmente al Santo Padre. La revuelta sobre estos temas ya había sido encarada por otros, que hoy por hoy o están muertos, o están jubilados. En la actualidad, sin embargo, estas declaraciones generan a menudo consternación, porque la gente espera que los dignatarios actúen con más prudencia y con mayor precisión moral, teológica y disciplinar. Influenciados por las ideas en boga en ciertos ambientes, estos dignatarios se embarcan en la “justificación” del uso del preservativo inventando una “argumentación” con expedientes tales como el del “mal menor” o “el voluntario indirecto”.
Uno de estos dignatarios llegó al punto de decir que si se quiere evitar infringir el quinto Mandamiento, el uso del preservativo es un deber moral. En efecto —se dice—, si un infectado con SIDA no quiere la abstinencia, tiene el deber de proteger a su pareja, y el único medio de hacerlo en ese caso es recurrir al preservativo.
Semejantes afirmaciones no pueden sino ser desconcertantes; son reveladores de una comprensión parcial y trunca de la moral natural, y en particular de la moral cristiana[4]. La manera de presentar la temática es, como mínimo, cosa sorprendente.
Un problema de moral natural.
Declaraciones tranquilizadoras pero engañosas.
La argumentación de estos dignatarios acerca del preservativo es de un simplismo asombroso. En lugar de repetir y defender afirmaciones inconsistentes, ya refutadas por pruebas publicadas en revistas populares, más bien deberían interiorizarse de los estudios científicos y clínicos fiables.
¿Cómo silenciar que el efecto preventivo que parece tener el preservativo es en gran medida ilusorio? Y lo es, porque es mecánicamente frágil, porque invita a multiplicar las relaciones, porque favorece la variedad de las experiencias sexuales, y porque por todas estas razones los riesgos, en lugar de disminuir, aumentan.
En cuanto a la única prevención verdaderamente eficaz, hay que buscarla en renunciar a las conductas de riesgo y en la fidelidad.
Desde este punto de vista, la calificación moral del uso del preservativo es un problema de honestidad científica y de moral natural. La Iglesia no sólo tiene el derecho sino también el deber de pronunciarse al respecto.
“El fracaso es la muerte segura”.
Las declaraciones de estos dignatarios omiten aludir a estudios recientes y de valor incontestable, como el del Dr. Jacques Suaudeau[5]. A falta de ellos, bien podrían tener en cuenta advertencias que fueron publicadas anteriormente y que fueron hechas por sólidas autoridades científicas. Así, por ejemplo, en el informe del Profesor Henri Lastradet, de la Academia Nacional de Medicina (París, 1996)[6], se dice lo siguiente:
“Cabe señalar (…) que el preservativo fue inicialmente recomendado como un medio contraceptivo. Ahora bien (…) la tasa de «chasco», en términos generales, varía entre el 5 y el 12% por pareja y por año de utilización”.
“A priori (…) es difícil explicar cómo el virus del SIDA, que es quinientas veces más pequeño que un gameto masculino, podría gozar de una tasa de ‘chasco’ inferior. Con todo, entre las dos situaciones hay una enorme diferencia. En efecto, cuando el preservativo no es perfectamente eficaz como medio de contracepción, el chasco tiene como consecuencia la aparición de una vida nueva; con el SIDA, en cambio, es la muerte segura”[7].
Pasando luego a abordar el caso de los seropositivos, el mismo informe subraya lo siguiente:
“La única actitud responsable de parte de una seropositivo es, en realidad, abstenerse de toda relación sexual, sea con protección o no (…) Si se avista una relación estable de pareja, debería recomendarse que cada uno se hiciese un examen; luego, repetirlo a los tres meses y durante el mismo abstenerse de todo contacto sexual (con o sin preservativo). Finalmente, recomendar la fidelidad recíproca”[8].
Los dignatarios, cuyas son las declaraciones que analizamos, harían bien prestando atención a una conclusión dramática del estudio médico que estamos citando:
“La afirmación mil veces machacada (por los responsables de la sanidad, por el Consejo superior del SIDA y por las asociaciones de lucha contra el SIDA) sobre la absoluta seguridad que el preservativo reporta en todas las circunstancias es, sin la menor duda, la causa de muchas infecciones cuyo origen no se quiere reconocer”[9].
Se realizan campañas internacionales en países “expuestos” a fin de inundarlos de preservativos. Se invita a las autoridades religiosas a que las secunden con su alto patrocinio. Ahora bien, a pesar de estas campañas —y probablemente a causa de estas campañas— se observan regularmente aumentos de la pandemia.
En julio de 2004, una de las más altas autoridades mundiales en materia de SIDA, el médico belga Jean-Louis Laboray, renunció al Programa de las Naciones Unidas contra el SIDA (ONUSIDA), justificando su alejamiento en “el fracaso de las políticas para contener la propagación de esta enfermedad”. Estas políticas naufragaron porque “ONUSIDA olvidó que las verdaderas medidas preventivas «se toman en los hogares y no en las oficinas de los expertos»”[10].
Antes de hacer afirmaciones terminantes, estos dignatarios podrían recordar lo que declaraba un médico muy publicitado y sospechado de simpatizar con las posiciones de la Iglesia. Esto es lo que escribía en 1989 el fallecido Prof. Léon Schwartzenberg:
“Los principales propagadores [del SIDA] serán, por cierto, los jóvenes. Ahora bien, ellos no tienen ninguna conciencia del drama del SIDA ya que piensan que es una enfermedad de viejos. Se ven confirmados en esta convicción por la actitud de la clase política, mucho mayor que ellos, que organiza una propaganda débil. La publicidad oficial de los preservativos tiene visos de haber sido concebida por personas que no los utilizan y se destina a gente que no quiere utilizarlos”[11].
Los oyentes, lectores y telespectadores no pueden confiar en las declaraciones imprudentes que realizan estos dignatarios, sin caer —como ellos— en el peligro de verse acusados, tarde o temprano, de ser “fuente de muchas infecciones”.
Un problema de moral cristiana.
Es engañoso, además, afirmar que la Iglesia no tiene enseñanza oficial sobre el SIDA y los preservativos. Aunque el Papa Juan Pablo II evita sistemáticamente emplear este último término, los problemas morales que plantea el uso del preservativo son tratados en todas las enseñanzas importantes sobre las relaciones conyugales y los fines del matrimonio. Cuando se toca el tema del SIDA y de los preservativos a la luz de la moral cristiana, hay que tener en cuenta cuáles son los puntos esenciales: las relaciones deben tener lugar en el contexto de un matrimonio monógamo de hombre y mujer; la fidelidad matrimonial es la mejor arma contra las enfermedades de transmisión sexual y el SIDA; la unión conyugal debe estar abierta a la vida, y a eso hay que añadir el respeto por la vida del semejante.
¿Cónyuges o compañeros?
De aquí se sigue que la Iglesia no tiene por qué predicar una “moral” relativa a las parejas sexuales. Debe enseñar y enseña la moral conyugal y familiar, dirigida a los esposos, a parejas unidas sacramentalmente en matrimonio monogámico y heterosexual. Los comentarios de estos dignatarios en punto al preservativo se enderezan a personas que mantienen relaciones pre o extramatrimoniales, circunstanciales o no, heterosexuales, homosexuales, de tipo lesbiana, sodomítica, etc. Es difícil comprender por qué la Iglesia, y menos aún un dignatario investido de autoridad magisterial, debería —a riesgo de causar escándalo— lanzarse al rescate del vagabundismo sexual y “gestionar” los pecados de aquellos que, en la mayoría de los casos, se burlan completamente, en la práctica y a menudo en la teoría, de la moral cristiana. “Pecad, hermanos, pero hacedlo sin riesgos”. Tras el “sexo seguro” [safe sex] irrumpe el “pecado seguro” [safe sin].
La Iglesia y sus dignatarios no tienen la misión de explicar cómo se puede pecar sin problemas. Abusarían de su autoridad si se pusiesen a dar consejos acerca de cómo concertar un divorcio, ya que la Iglesia considera que el divorcio siempre es un mal. Esto conduce a endurecer al pecador, más que a mostrarle cómo debería comportarse para evitar las consecuencias no deseadas de su pecado.
De allí se sigue la pregunta: ¿Es admisible que los dignatarios, que en condiciones normales son guardianes de la doctrina, oculten las exigencias de la moral natural y de la moral evangélica, y que no se empeñen más bien en llamar a un cambio de conducta?
Es inaceptable e irresponsable que haya dignatarios que refrenden la idea del sexo seguro, que se emplea para tranquilizar a los que usan los preservativos, cuando sabemos que esa expresión es engañosa y conduce al abismo. Estos distinguidos dignatarios deberían preguntarse no sólo si no están incitando a pecar contra el sexto Mandamiento, sino también contra el quinto: “No matarás”. La falsa seguridad que ofrece el preservativo, lejos de reducir el riesgo de infección, lo multiplica. El reproche de violar el quinto Mandamiento se vuelve contra ellos, en lo mismo que lo esgrimen ante quienes no emplean el preservativo.
La argumentación invocada para intentar “justificar” el uso “profiláctico” del preservativo queda así hecha triza, tanto respecto a la moral natural cuanto a la moral cristiana. Probablemente la cosa hubiese sido más sencilla, si se hubiese tratado de decir que si los esposos realmente se aman y uno de ellos sufre de cólera, peste bubónica o tuberculosis, deberían abstenerse de tener contacto para evitar un contagio.
El objetivo: una gran revolución.
Un error de método.
En los liminares de este análisis dijimos que los dignatarios que recomiendan el preservativo con frecuencia asocian a su alegato temas ajenos al de los “compañeros” sexuales programados y organizados. De hecho, se arma todo un asunto para cuestionar toda la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana, a eso le sigue el del matrimonio, luego viene el de la familia, después el de la sociedad y finalmente, el de la Iglesia. Esto explica, en parte, que estos dignatarios prácticamente no se interesen por las conclusiones científicas y por los datos de la moral natural. Ellas son, sin embargo, las que deberían tener en cuenta, antes de expresarse acerca de la moral cristiana. A causa de este error —voluntario o no— de método, los dignatarios quieren abrir la vía a una subversión de la moral cristiana. Apuntan incluso a revolucionar la dogmática cristiana, ya que se reservan el derecho de recurrir a sus opiniones para invitar a toda la institución eclesial a una reforma que refrende su moral y su dogmática. De esta manera creen participar, allí donde están, en esta nueva revolución cultural.
Sin embargo, como estos dignatarios incurren desde el principio mismo en un error de método, dejando de lado datos esenciales del problema que pretenden abordar, se adentran inevitablemente en terreno cenagoso. Partiendo de premisas falsas se puede llegar a conclusiones falsas. Es fácil ver a dónde conducen las afirmaciones erráticas de los dignatarios en cuestión. Se las puede resumir en tres sofismas, que un simple estudiante puede construir.
Tres sofismas.
• Primer sofisma:
Mayor: El preservativo es la única protección contra el SIDA.
Menor: La Iglesia está contra el preservativo
Conclusión: Por tanto, la Iglesia favorece el SIDA.
Este seudo-silogismo descansa sobre una afirmación falsa contenida en la premisa mayor: el preservativo es la única protección contra el SIDA. Estamos ante una petición de principio. Este es un razonamiento falso, en el que si se admite que la primera premisa es verdadera, las demás también lo son. Se dice que es verdad lo que debería ser demostrado, es decir, que el preservativo es la única protección contra el SIDA.
• Segundo sofisma:
Mayor: No utilizar el preservativo favorece el SIDA.
Menor: Favorecer el SIDA es favorecer la muerte.
Conclusión: Por tanto, no utilizar el preservativo es favorecer la muerte.
Este razonamiento retorcido descansa sobre la idea de que protegerse equivale a utilizar el preservativo. Las parejas sexuales pueden ser numerosas. No hay lugar para la fidelidad. Se da por supuesto que el impulso sexual es irresistible, que la fidelidad conyugal es imposible, y que el único medio para no infectarse de SIDA es el uso del preservativo.
• Un caso de polisilogismo:
Consideremos finalmente un caso de seudo-polisilogismo, un sorites sofístico, que debería atraer la atención de los dignatarios:
Mayor: La Iglesia está contra el preservativo.
Menor: El preservativo impide los embarazos no deseados.
Conclusión y nueva Mayor: Por tanto, la Iglesia favorece los embarazos no deseados.
Menor: Los embarazos no deseados son evitados por el aborto.
Conclusión: Por tanto, la Iglesia favorece el aborto.
Principio del formulario.
En síntesis, la renovación de la moral y de la eclesiología cristiana nada tiene que esperar de la explotación pérfida de los enfermos y de su muerte.
Mons. Michel Schooyans.
Tomado del sitio de la FSSPX.
Artículo relacionado: Nota sobre los conceptos de Benedicto XVI acerca del uso del preservativo.
Notas:
[1] Mons. Michel Schooyans fue profesor de la Universidad Católica de San Pablo y luego de la Universidad Católica de Lovaina. Se especializa en filosofía política y en política poblacional. Es consejero de la Pontificia Comisión para la Familia, miembro fundador de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, e integra también la Pontificia Academia para la Vida y la Academia de Bioética de México. Es autor de unas treinta obras de reconocida autoridad.
[2] A comienzos de 2009, el obispo de Recife excomulgó a los médicos que practicaron el aborto de un par de gemelos concebidos por una niña violada de nueve años. Esta medida que fue públicamente desautorizada por Mons. Rino Fisichiella en un artículo publicado en L’Osservatore Romano el 15 de marzo de 2009.
[3] Michel Schooyans et Anne-Marie Libert, Le terrorisme à visage humain, 2ª edición, París, edit. F.-X. de Guibert, 2008, pág. 173-179.
[4] El Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente de la Pontificia Comisión para la Familia, ha hecho reflexiones agudas, precisas y bien documentadas a la cuestión que examinamos aquí. Cfr. su artículo “Family Values versus Safe Sex”, 1º de diciembre de 2003. El texto está disponible en: http://perso.infonie.be/le.feu/. El Cardenal también presentó la posición de la Iglesia en este tema en un impactante programa de televisión de la BBC del domingo 12 de octubre de 2003.
[5] Dr. Jacques Suaudeau, artículo “Sexualité sans risques dans” en Lexique des termes ambigus et controversés; vide pág. 905-926.
[6] Henri Lestradet, Le Sida, Propagation et prévention. Informes de la Comisión VII de la Academia Nacional de Medicina, con comentarios, París, edit. de París, 1996.
[7] Le Sida, etc., cfr. pág. 42.
[8] Le Sida, etc., cfr. pág. 46.
[9] Le Sida, etc., cfr. pág. 46 y ss.
[10] Cfr. cable de ACI, 6 de julio de 2004.
[11] Léon Schwartzenberg, entrevista a La Libre Belgique (Bruselas), 13 de marzo de 1989, pág. 2.