lunes, 11 de abril de 2011

El genio y el santo.


El genio y el santo son dos categorías diferentes y entre sí incompatibles. De modo que usted al llamarme genio me niega la posibilidad de llegar a santo.
El genio nace genio; el santo no nace santo. La santidad es una cosa sobreañadida. De modo que en el santo hay una división, una dualidad (natura y gracia), mientras que en el genio hay una soberana unidad. El genio es el supremo valor de la línea de la naturaleza. El hombre del Destino; mientras el santo es el hombre de Dios.
El santo, aunque tenga mucho talento, no puede llamarse genio sin injuria. “Genio religioso” llama Renán a Jesucristo. San Juan de la Cruz y San Francisco de Asís no son genios. Genios son Napoleón, Shakespeare, Baudelaire. El genio triunfa en este mundo, el santo fracasa. Al santo lo único que le interesa es una buena muerte; al genio le interesa vivir y sabe vivir.
El genio vive en la inmediatez, el santo en la profundidad, sepultado en Cristo. Usted dice que al genio no lo entienden las medianías. Es un error. El genio es inteligible, no hay misterio en él. Busca la grandeza exterior y la gente admira su grandeza. Es una fuerza de la naturaleza.
El genio tiene la autoridad de su inteligencia retórica o práctica; el santo se apoya en la autoridad de Dios. No creemos a San Pablo porque haya sido muy inteligente sino porque llevaba la palabra de Dios.
El santo vive en el plano religioso y el genio en el plano estético: sus fines e ideales son tan diferentes que no es posible componerlos entre sí; y los fines son los que determinan la personalidad.
Claro que usted me llama “genio” inocentemente y con la mayor buena voluntad. Pero yo por nada del mundo quisiera serlo. Yo quisiera ser un buen cristiano, lo cual no está en la línea de la genialidad.
El cristiano está en la línea del amor. Aunque tenga talento, el talento no es el ápice de su personalidad, es una cosa secundaria y “absorbida”. La “caridad” no es el ideal del genio; aunque pueda por otra parte ser caritativo difícilmente.
El genio todo lo atrae a sí y lo refiere a sí; el cristiano se da.

Discúlpeme estas filosofías. Con mi afecto.

R.P. Leonardo Castellani, Carta manuscrita en respuesta a otra de una señora que firma “Lidia”.