sábado, 23 de abril de 2011

Sábado Santo. Solemne Vigilia Pascual.


Jesús ha pasado toda la noche y pasará también todo el sábado en el sepulcro, custodiado por los soldados, sobornados por el Sanedrín para testificar contra su Resurrección. La Iglesia está hoy toda absorta en ese hecho, y en virtud del decreto del 9 de febrero de 1951 de la Sagrada Congregación de Ritos, en el que se restituyó todo el rito de la Vigilia pascual a la noche del sábado al domingo, conforme al uso primitivo, todo el día del sábado lo dedica a conmemorar y venerar la muerte y sepultura del Redentor, a las que alude todo el Oficio del día. Tal debe ser también la preocupación de los fieles por todo el Sábado Santo: meditar y venerar la sepultura del Redentor, asistiendo, en cuanto les sea posible, a los oficios litúrgicos y funciones extralitúrgicas del día.
La Sagrada Congregación de Ritos, atendiendo a tantos; ruegos y deseos de liturgistas contemporáneos (nosotros mismos lo reclamábamos en las ediciones anteriores de este Manual) y de obispos de todos los países, después de haber estudiado seriamente el asunto a la luz de los documentos antiguos, se resolvió a restituir el rito de la vigilia de Pascua, que hasta ahora se celebraba en la mañana del Sábado Santo, a las horas de la noche, para que así recobrara todo su significado y sirviera de preparación inmediata a la Pascua de Resurrección. La novedad, aunque anunciada sólo como a título de “experiencia” para el año 1951, fué recibida con aplauso general. Ella significaba no sólo un feliz retorno a la antigüedad, sino también al buen sentido, en el terreno litúrgico.
Según, pues, el aludido Decreto, el Sábado Santo es un día “alitúrgico”, es decir, sin sacrificio eucarístico, pero con el Oficio Divino completo. Éste, por lo tanto, se compone de Maitines y Laúdes, Horas Menores, Vísperas y Completas, y ha de rezarse en sus horas correspondientes. Por lo mismo, las Tinieblas del Viernes Santo ya no tienen lugar, como antes, al anochecer de ese día, sino el sábado por la mañana.
El Oficio Divino del Sábado Santo, a excepción de Maitines y Laudes, es el mismo del Jueves Santo, con algunas pequeñas variantes que se han hecho necesarias para acomodarlo al Sábado, que es un día medio de luto, medio de alegre esperanza. Así, por ejemplo, se ha suprimido el salmo “Miserere”, que, por otro lado, no existía en el Oficio del Triduo pascual antes del siglo XII; se ha compuesto una Antífona apropiada para el “Magníficat” de Vísperas, y se ha sustituido la oración “Réspice” por la “Concede”, que alude a la devota expectación del pueblo cristiano en la Resurrección del Hijo de Dios.
No habiendo, pues, en el Sábado Santo actual, como acabamos de exponer, más que Oficio Divino, los fieles harán bien en asistir a él y en visitar en los templos el Santo Sepulcro, preparando sus corazones para la celebración pascual.

Solemne Vigilia Pascual:

Bendición del Fuego Nuevo y del Cirio Pascual.

La Vigilia pascual comienza con la Bendición del fuego nuevo, el cual ha de encenderse por medio del pedernal para significar que Cristo, a quien el pedernal representa, es el origen de la luz, la cual ha de brotar de ese fuego bendito.
Este rito puede hacerse o en el atrio o dentro del templo, pero cerca de la puerta, como pueda ser mejor visto por los asistentes.
Terminada la Bendición del fuego, el celebrante prepara el Cirio pascual trazando sobre él con un estilete una cruz, escribiendo con el mismo la primera y la última letra del alfabeto griego (Alfa y Omega) y los números correspondientes al año en que se vive, en esta forma y diciendo las palabras del caso. Luego, se bendicen cinco granos de incienso (si no están ya benditos de otro año) y se los clava en el Cirio el cual se enciende con el fuego nuevo, y entonces, finalmente, es él bendecido con una breve fórmula:
Este Cirio, así con tanto cuidado preparado por el sacerdote y por fin encendido y bendecido, representa a Jesucristo Resucitado y recuerda a la vez a la columna luminosa que acompañaba y guiaba por la noche a los hebreos, a su paso por el desierto. Los granos de incienso recuerdan por un lado las llagas del Crucificado y por otro los perfumes y ungüentos que prepararon las santas mujeres para embalsamar el cadáver de Jesús. Por eso va a ser el Cirio el blanco de las miradas y de los homenajes de los fieles cristianos reunidos esta noche en el templo para la Vigilia pascual, y su luz va a iluminarlo y alegrarlo todo y a todos.

Exultet o Pregón Pascual.

En solemne procesión introduce el diácono en el templo el Cirio encendido, encendiendo con él, primero, el celebrante su propia vela; segundo, todo el clero, y tercero todo el pueblo y la luminaria del templo, inundándose así de la nueva luz, que simboliza a Cristo, todo el ambiente sagrado. A continuación el diácono canta el “Exultet”, previa incensación del libro y del Cirio, que ocupa un lugar céntrico del coro.
El Exultet o “Angelica”, o más propiamente Praecónium paschale o “anuncio pascual”, es un poema lírico dedicado a la luz y a la Resurrección de Jesucristo. Primitivamente su composición estaba librada a la inspiración personal del diácono encargado de cantarlo, lo que dio margen a veces a retóricos abusos y adornos excesivos de estilo, de los que el actual está exento. En cambio está henchido de teología, acerca del misterio de la Redención.
Antiguamente (y también hoy, por fortuna), se procuraba hacer en este momento una muy profusa iluminación dentro del templo, para que los hechos concordasen con las palabras del diácono. Este Cirio quedará en el presbiterio todo el tiempo pascual, como testimonio de la Resurrección de Jesucristo.

Consagración del Agua Bautismal.

La Bendición de la Pila bautismal, que podemos decir es el rito central de esta noche, es sumamente interesante y está llena de un rico simbolismo. Para expresar la infusión del Espíritu Santo sobre el agua bautismal, el celebrante sopla y alienta repetidas veces sobre ella y sumerge en la pila el Cirio pascual, pidiendo descienda con él en el agua “la virtud” del Paráclito. Reservada, luego, el agua necesaria para el uso del templo y de los fieles, a la que se destina para el bautismo se la mezcla con el óleo de los catecúmenos y el. Santo Crisma y se la guarda en el baptisterio.
Antiguamente se administraba en este momento el bautismo a los catecúmenos, que eran multitud, y luego se les confirmaba. Hoy, si se presenta el caso, se administra el bautismo, más no la confirmación.

Santa Misa de Gloria.


 Misa de Gloria Papal.

Se engarza con las Letanías de los Santos, cuyos Kyries finales reemplazan a los de la Misa. Los ministros usan ornamentos blancos. Al entonar el “Gloria”, rompen su silencio el órgano y las campanas, descórrense las cortinas moradas que cubren los altares, y el templo entero recobra el aspecto festivo.
Después de la Epístola hace su entrada triunfal en los oficios litúrgicos el “Aleluya”, que el celebrante y el coro cantan seis veces alternando. No hay Credo, Ofertorio, ni Agnus Dei, ni ósculo de paz, y también se han suprimido las Vísperas, que antes se intercalaban a continuación de la Comunión. Con el “Ite missa est” aleluyado, terminan los oficios de esta “noche feliz”, los cuales son como la primera estrofa del himno triunfal de la triunfante y gloriosa Resurrección.
Es de esperar que, antes de dar a esta reforma su forma “definitiva”, se le restituirá a esta Misa toda su solemnidad, sin suprimir ni el Credo, ni el Ofertorio, etc., y colocando los Laudes al fin de la misma, como acción de gracias.
En las iglesias benedictinas, al Ofertorio de la Misa se bendice el Cordero Pascual, figura de. Jesucristo, para reanudar, con esa carne bendita y con el beneplácito de la Iglesia, la comida de carnes prohibida a los monjes durante toda la Cuaresma. Además, simbolízase en él a Jesucristo, Cordero de Dios, inmolado por los hombres, y asado, que diríamos, en la parrilla de la Cruz y. dado en manjar en la Comunión.
Demás estará advertir que los qué asisten a esta Misa de media noche cumplen con ella el precepto dominical, y que los que en ella comulgan no pueden volver a comulgar el día de Pascua. Sin embargo, harán bien los cristianos en asistir a la Misa solemne del día, para santificar y distinguir al día más grande del Año litúrgico.

R.P. Andrés Azcárate O.S.B., tomado de “La flor de la liturgia”.