jueves, 31 de mayo de 2012

Sermón de Leonardo Castellani pronunciado en el Pentecostés de 1962.



Sermón de Leonardo Castellani pronunciado en el Pentecostés de 1962.

AI llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa ? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Erigía, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con drene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.» Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: «¿Qué significa esto?» Otros en cambio decían riéndose: «¡Están llenos de mosto!» Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo:«Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: "Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis sienas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”. Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: “Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro”. Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado". Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.» Los que acogieron su Palabra fueron bau­tizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.

(Hch. 2,1-41)

Pentecostés, que era una fiesta judía —primero fue la fiesta del trigo, después la de la Ley dada en el Sinaí— es para nosotros la venida del Espíritu Santo. En la Epístola35 se lee la narración que todos conocemos de los “Actos”, cap. II. Estaban los Apóstoles y algunos discípulos recluidos en el Cenáculo y “unánimes en oración”: habían elegido al Apóstol San Matías en sustitución del Iscariote, y en llegando el Domingo, 10 días después de la Ascensión, el ruido de un viento impetuoso se oyó de golpe dentro del cuarto cerrado, y fuera también —y aparecieron como lenguas de fuego que se asentaron sobre cada uno de los asistentes: los Apóstoles fueron bautizados: “Él bautizará en fuego y en Espíritu”, dijo de Cristo Juan el Bautizador. Y los efectos deste bautismo de fuego y viento fueron simplemente la edificación de la Iglesia, que hasta entonces tenía cabeza pero no tenía cuerpo: 3.000 judíos se bautizaron ese mismo día como efecto del Sermón de San Pedro, la cabeza visible de la Iglesia. Una muchedumbre se había amontonado ante el Cenáculo diciendo: “¿Qué les pasa a estos hombres?” y un chistoso dijo: “Están borrachos”, y San Pedro desde el balcón, moviéndose ya coma jefe de los Apóstoles, comenzó su discurso diciéndoles modestamente: “Es demasiado temprano para estar borrachos”, habiendo podido decirles: “Estamos borrachos del Viento de Dios”, de un entusiasmo divino —cosa que no hubieran entendido. Les habló de la muerte del Mesías, y de las profecías; y ellos dijeron: “¿Qué haremos ahora, varones hermanos?”
El Domingo pasado dije el fundamento revelado que tenemos para creer en el Espíritu Santo, que está también aquí en este Evangelio que habéis oído: Cristo habló del como de una persona, y como de una persona divina; y por otra parte tanto Cristo como los judíos sostenían, hasta con la sangre de sus venas, que había un solo Dios. Podría recitarles aquí diez lugares de la Escritura en que se habla del Espíritu de Dios como de una de las personas de la Trinidad del único Dios; pero esto no es una clase de teología: es una breve homilía. Basta el texto del Evangelio de hoy.
Cristo dice que el Padre y él mismo (in nomine meo) mandarán el Paráclito a los Apóstoles, el cual les dará testimonio de Cristo —y les enseñará todo, les recordará todo y les revivificará en sus corazones todas las palabras que de Cristo oyeron; y les dará fuerzas para mantenerlas. Nadie puede dar testimonio sino una persona; y de Dios nadie puede dar testimonio sino el mismo Dios; cuando a Cristo le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo y por tanto tu testimonio no vale” —respondió Jesús que Él y su Padre daban testimonio de su divinidad por medio de sus milagros; y aquí dice que el Paráclito también dará testimonio del por el milagro moral de la Iglesia. El Espíritu Santo edificó la Iglesia: cuando Cristo en este mismo sermón dijo esa frase tan difícil (según Maldonado, la más dificultosa del Evangelio): "Cuando venga el Espíritu convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio"—dijo lo siguiente: El Espíritu Santo edificará la Iglesia.
Para testificar que Cristo es Dios o para testificar que en Dios hay tres personas, no basta un hombre, no basta un ángel, no bastan todos los ángeles: ésos son misterios divinos, sólo Dios puede revelarlos; —y Cristo desde el comienzo de su predicación comenzó a revelar la Trinidad con prudencia y poco a poco, lo mismo que su propia divinidad. Por ejemplo, Cristo cita a los Profetas diciendo: “¿No recordáis que el Espíritu Santo dijo por Isaías...?” Los judíos creían —y con razón— que la Escritura era la palabra de Dios y decían: "Dios dijo por el Profeta Isaías...” —Cristo dice como sinónimo de Dios: “El Espíritu Santo...” preparando así la explícita revelación final; —que fue al subir a los cielos: “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Hay en el Evangelio de hoy una palabra difícil, que me parece más difícil que la dificilísima de Maldonado: es donde dice: “El Padre es mayor que yo” —palabra que parece destruir la Trinidad. Sobre esta palabra se apoyó una herejía terrible, el arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo, la cual duró tres siglos, desde el IVº al VIIº, —o si se quiere cinco siglos, contando sus derivaciones, y pareció en un momento dado haber liquidado la Iglesia Católica: el mundo se despertó un día y gimió de sentirse arriano —dijo San Hilario; y hoy día hay muchos arríanos, créase o no, más que en el siglo IVº.
Diré brevemente lo que significa esa palabra difícil, no hay tiempo para más. Ella significa: “Mi Padre está ahora mejor que yo, porque yo estoy angustiado y abocado a mi terrible pasión, que me va a deshacer; pero por medio della yo vuelvo a mi Padre, y me igualo de nuevo con Él, como era antes desde toda la eternidad”[1]. Eso quiso decir Cristo. ¿Cómo lo sabemos? Mirando el “contexto” que llaman, todas las otras frases circundantes. “Si me amarais, os alegraríais (de mi pasión) porque yo vuelvo al Padre; y el Padre es mayor que yo” —y un rato antes había dicho: “Felipe, el que me ve a mí, ve al Padre. ¿No creéis que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?” Y antes todavía había dicho: “El Padre y yo somos una misma cosa”. Y al Espíritu Santo lo envían a la vez el Padre y el Hijo: Él es el Amor de Dios, el Vínculo o el Beso de Dios; y para nosotros, Él es la gracia[2].
La Constitución argentina, que muchos invocan y pocos cumplen, invoca a Dios, fuente de toda Razón y Justicia. Ciertamente Dios es fuente de toda razón y justicia. ¿Es eso bastante? Se puede entender bien; pero cuando se hizo ese papel, estaba de moda el dios de Juan Jaime Rousseau, que no es nuestro Dios, el dios de los deístas, el dios de los masones, el "Gran Arquitecto del Universo", un dios que puede ser medido y comprendido por nuestra razón y nuestra justicia; pero nuestra razón es débil y toda nuestra justicia es como el paño de una menstruada, dice brutalmente el profeta Isaías38. El dios de los deístas es un dios falsificado, es un ídolo.
Un poeta argentino ha dicho:

Fuente de Razón y Justicia,
Y ante todo fuente de Gracia,
Puesto que toda aristocracia
Nace de tu sombra propicia...

“El Espíritu Santo te hará sombra”, dijo el Ángel a Nuestra Señora. El Espíritu Santo es el Dador de la Gracia: “Veni Dator munerum” —el dador de los siete dones: Sabiduría, Entendimiento, Ciencia, Consejo, Piedad, Fortaleza y Temor de Dios. Podemos decir que Dios Padre nos dio la Razón, Dios Hijo nos enseñó la Justicia; pero que de nada nos sirven si no las usamos, para lo cual necesitamos la Gracia del Espíritu de Dios. Nosotros ignoramos al Espíritu Santo, como los “representantes del pueblo” de 1853, no lo usamos, lo ofendemos, y aun lo hacemos llorar, como habla San Pablo. Esto último es el pecado contra el Espíritu Santo, del cual se habla en otro Evangelio Dominical —del cual Dios nos libre y guarde.

Veni Creator Spiritus,

canta la Iglesia:

Mentes tuorum visita
Imple superna gratia
Quae tu creasti pectora.

Ven, oh Creador Espíritu Divino, De los tuyos la mente a socorrer, Y llena con tu gracia como un vino A nuestro pobre ser.

R.P. Leonardo Castellani, sermón del “Domingo de Pentecostés”, en “Domingueras Prédicas”, ed. Jauja.


[1] N. del E.: Castellani da la interpretación de San Cirilo de Jerusalén.
[2] “El Espíritu es la gracia: a Él se le atribuye su permanencia en las almas fieles y la producción de la gracia y la oración. Son las tres Divinas personas las que moran en el alma en gracia; y en realidad, todas las obras de Dios “ad extra” las hacen las tres personas de la Trinidad; pero la Iglesia atribuye al Padre la Creación, al Hijo la Redención, y al Espíritu la Santificación” (L.C., Homilía de Pentecostés, año 1966).