jueves, 20 de septiembre de 2012

Habla el vigía.



¿Para qué seguimos? 
¿Para qué obstinarse frente a lo imposible? ¿No dice la Escritura que hay tiempo de hablar y de callar? ¿Y no es tiempo de callar cuando una histeria colectiva hace inútil toda argumentación o consejo, cuando las fuerzas ciegas de la materia tienen su hora y están decididas a aprovecharla?...

Seguimos hablando para que siga respirando la Patria. Mientras habla una nación, no está muerta; aunque esté con el alma en un hilo. Lo que decimos no vendrá a ninguna consecuencia ni producirá nada: sea. Pero sola en medio de la oscuridad, nuestra nación necesita hablar alto para no tener miedo.
Para que el día de mañana cuando el historiador diga: “la prepotencia del dinero y la furia de la ambición con el carnerismo de la ignorancia y el miedo hicieron meter la cola entre las piernas o agitarla en innobles zalemas al amo a todos los argentinos…” para que entonces se pueda decir: NO A TODOS, para eso hablamos. Hubo un año en el cual se profirieron las más capitales mentiras de obra y de palabra, al Año de la Victoria, de las Listas Negras y de la Paz Permanente para todo el género humano: y todos los argentinos enmudecieron. NO TODOS.

…Es menester que la Argentina… no muera del todo ni un solo instante. Por eso hablamos. Por eso seguimos… Mientras nosotros todavía hablemos, no estamos muertos los países del Plata. Ahora, si por la desunión absurda entre los argentinos, la desidia de los magnates y capitostes y la extraordinaria capacidad de nuestra clase dirigente para no poder nada y no dirigir nada, a nosotros nos eliminan del mapa, ya pueden ustedes pegar el grito de los malos actores en los dramas calderonianos: ¡Muerto soy! O por mejor decir, ni siquiera los van a dejar gritar. Con nuestro silencio, la vieja Argentina suena en silencio, SI ESO FUERA POSIBLE.

Quizá porque hemos vivido una vida próspera y un poco muelle, los argentinos somos ineptos para unirnos en sociedad, a no ser para hacer daño; y además estamos muy acostumbrados a ser, en lo material, lo intelectual y lo moral, muy bien servidos gratuitamente. El argentino como el español no ayuda a nadie ni agradece nada, porque se cree ÉL SOLO, sobre todo en cuestiones de cultura, religión o patria… Pero ahora… vienen tiempos de masas, de inmensos movimientos colectivos, de colaboración no solamente entre hombres y entre clases, sino entre naciones y entre continentes. Si no somos capaces de unirnos los argentinos, somos menos que nada… Y concretamente aplicando a nuestro diario: no nos van a aplastar. Pero si por fatalidad llegaran a aplastarnos, para lo cual no se van a parar en villanía más o menos, no piensen que la Argentina va a seguir lo mismo. Con nosotros caería algo esencial a la Patria.
Los bonzos que nos han tratado de locos; los mercaderes que han ignorado cómodamente nuestra existencia ocupados en calcular sus rentas; los talegudos que nos miran como a locos mientras defendemos el orden que ellos parasitan; los acomodados para quienes somos leve distracción matinal indiferente; junto al gran rebaño de los carneros: cuando desaparezca esta trinchera que son nuestras almas, se encontrarán ellos frente al enemigo que menosprecian ciegamente; y ellos, ellos tienen algo que perder. Lo que nosotros tenemos que perder, ya lo hemos dado hace tiempo por perdido. No nos pueden quitar más que la vida. Y hay maneras de perder la vida que no son sino ganarla, como es perderla por Dios, o perderla por el Bien Común, que es una cosa que se supo de antaño en la Argentina. Pero los otros, los bonzos, los mercaderes, los talegudos, los acomodados, los carneros, llámense o no se llamen católicos, esos tienen un miedo atroz de perder la vida, y un miedo peor aún de perder el dinero.

Se está formando una nueva religión ante nuestros ojos; y una nueva religión necesita sacrificios de sangre, sea de mártires, sea de animales…

Argentinos, el día que nos veáis desaparecer aplastados por la crueldad y la mentira, poned las barbas en remojo. Hasta ese día habéis tenido patria.
De todos los hombres que viven actualmente en la Argentina, ninguno será feliz; pero a todos se les ofrece la opción de vivir una vida más o menos limpia y morir en su ley; o de vivir y morir como el animal inmundo en la pocilga y para el matadero. Argentinos:
Ninguno de los hombres que viven actualmente podrá escapar a esa opción.

R.P. Leonardo Castellani, Decíamos ayer: Habla el Vigía (fragmentos), pp. 395-398.