Fue la inconmensurable victoria de los
liberales luego de cien años de luchas encarnizadas.
El Boletín del Gran Oriente de Francia
—n° 48 de Noviembre-Diciembre 1964, página 87— cita como referencia de “posiciones
constructivas y nuevas” esta intervención, hecha durante la tercera sesión
del concilio por un joven obispo que hizo luego una carrera notable: “Es
necesario aceptar el peligro del error. No se abraza la verdad sin tener una cierta
experiencia del error. Es preciso entonces hablar del derecho de buscar y de
errar. Yo reclamo la libertad para conquistar la verdad”.
Esta declaración agradó tanto a los
franc-masones que la subrayaron. Y ella es muy grave.
Es de Monseñor Wojtila, obispo de Cracovia, y
ella explica su carrera y su comportamiento.
Para un católico, no es la libertad la que
engendra la verdad: es Nuestro Señor. No es la libertad la que está primero y
originará la verdad, sino que es la verdad la que libera:
“Si permanecéis en Mi palabra, sois
verdaderamente Mis discípulos; conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres”
(Juan, VIH,
32).
“Pero nosotros, somos de Dios; quien conoce a
Dios nos escucha; quien no es de Dios, no nos escucha: es por eso que conocemos
el espíritu de la Verdad y el espíritu del error” (I Juan, IV, 6).
El orden es: 1º, Jesucristo, enseñado por la Iglesia Católica;
2º, la verdad segura; 3º, la
Libertad.
Para la secta liberal conciliar la gradación
que predica es: 1º, la
libertad; 2ª, la verdad;
3º, Jesucristo.
He aquí la estafa.
Este nuevo orden es falso, pues si colocamos
la libertad en primer término, no tendremos siempre en segundo la Verdad, sino
la Verdad Y / O el error. Esto es lo que los verdaderos iniciados saben, y es
con este artificio que impusieron su iglesia liberal conciliar, destructora de
la Iglesia católica.
Se puede distinguir cinco fases en su
proceso:
a) al principio, se pide “el derecho de
buscar y de errar”.
b) Luego son enseñados errores al mismo
tiempo que la verdad, y los pocos combatientes por la Verdad son marginados.
c) Después se descalifica la Verdad, se la
declara superada, se la vuelve anodina y se hace pasar al error por la Verdad.
d) A continuación la Verdad es perseguida
hasta su total desaparición: los demonios asesinos suceden a los demonios
mentirosos.
e) Y finalmente, es impuesto el reinado del
error.
Esto es lo que se ha vivido desde hace
treinta años: con la libertad, la secta liberal conciliar ha instalado el
error, que ha eliminado el reinado de Jesucristo para reemplazarlo por el seudo
reinado del Hombre, que es el verdadero reinado de Satán.
Es un castigo: un castigo merecido. No se ha
querido combatir al liberalismo, no se ha querido volverse antiliberales, los
liberales aparentemente han barrido con todo.
Monseñor Wojtila (Hoy S.S. Juan Pablo II
reinante - N. del E.) y la
secta liberal conciliar han invertido todo: los enemigos de los católicos se
han convertido en sus amigos.
“Sólo la verdad es tolerante y
no persigue jamás a nadie, ella se limita a impedir hacer el mal. El error es
esencialmente intolerante, y desde el momento en que se siente fuerte, una
escuela, un partido o una secta tiende a manifestar su poder suprimiendo a sus
adversarios, injuriándolos, sobre todo impidiéndoles hablar. El derecho a
hablar, alabadísimo por los liberales —al punto que lo consignan en la
constitución y lo hacen el elemento privilegiado del parlamentarismo— no
les parece aceptable mientras no les asegure las inmunidades del monólogo e
impida toda crítica. Su mayor aspiración, lo que más les gusta, es el
incensario para ellos y, para los adversarios, las cadenas
y la mordaza” (Mons.
Fèvre: Histoire
critique du catholicisme liberal, pág. 546).
Esta es exactamente la conducta del
catolicismo liberal contra el resto de los católicos.
Comportamiento que prueba que los católicos
(los que desean creer aquello que siempre se ha creído y hacer lo que siempre
se ha hecho) estando en el terreno de la verdad, los conciliares están en el
terreno del error, y como consecuencia que la secta liberal no es católica, y
por lo tanto no pertenece a la iglesia Católica.
El plan de Dios es el de intervenir como
Salvador y entonces triunfar cuando todo parezca perdido, es decir, luego que
el eclipse de la Iglesia católica sea total, Pero como Dios no reconstruye a
partir de nada, pero sí con nadas: es a cargo nuestro merecer la
pertenencia a ese pequeño número.
Y para eso es necesario hacernos
antiliberales, antiliberales de verdad. El libro de don Félix Sardá y Salvany (“El liberalismo es pecado” -
N. del E.) es la referencia Aun más: es necesario conocerlo bien, meditarlo a
menudo para aplicar correctamente su enseñanza No es siendo un simple lector
que uno se convierte es antiliberal, sino teniendo una inteligencia y una
voluntad antíliberales. es el único medio para no perder la Fe, el único medio
de ser verdaderos católicos (Cap. VII y VIII).
Para saber si ustedes se transforman en
antiliberales basta que se hagan tratar de “excesivos, desmesurados y aun
peligrosos”. Don Félix Sardá en el muy importante capítulo XVIII, utilizara
los calificativos de “exageraciones... falta de medida...”.
Quienes así los traten son verdaderos
liberales, aun cuando ellos se crean antíliberales. Monseñor de Castro Mayer ha
leído toda su vida un capítulo de Don Félix Sardá y Salvany antes de dormir:
este es verdaderamente un muy buen ejemplo a seguir.
La prueba del Concibo ha apartado al noventa
por ciento de los católicos; la prueba del Novus Ordo Missæ
de las
revoluciones litúrgicas ha apartado también a más del noventa por ciento de
los que restaban. Las consagraciones hechas por Monseñor Lefebvre han apartado
aun numerosos dirigentes y publicaciones. Este número es aun más importante.
Demasiados sacerdotes y fíeles son más
afectos al campo que llamaríamos del espíritu liberal del mundo, que al
campo de Dios. De tendencia materialista, mediocre, modernista, mundana, en una
palabra liberal; ellos serán apartados durante próximas pruebas.
Hay una sola solución: convertirse; pues no
hay más que una sola sanción: perecer.
“Si no nos arrepentís, pereceréis todos como
ella” (Lucas, XIII, 3).
Pero... “al fin su Corazón inmaculado
triunfará”.
Louis Hubert Rémy, Revista “Custodia de la Tradición Hispánica” Nº 5, Junio de 2003.