Como elemento motor del tren de la “nueva
teología”, el prefecto Ratzinger ha inundado Roma de “nuevos teólogos” y en
particular la Congregación para la Fe y las Comisiones que él preside. Y así es
como para “promover la sana doctrina”, bajo la prefectura del cardenal
Ratzinger, encontramos, entre otros, en la Congregación para la Fe a un obispo
Lehmann, que niega la Resurrección corporal de Jesús (aunque para Ratzinger
también Jesús es “crucificado y resucitado a los ojos de la fe [sic!]” op.
cit, p. 187), un George Cottier, O.P., “gran experto” en masonería
y “partidario del diálogo entre Iglesia y logias”, un Albert Vanhoye, S.J., para el cual “jesús no era
sacerdote” (aunque tampoco lo sea en mayor medida para Ratzinger y para su
“maestro” Rahner), un Marcelo Bordoni, para el cual quedar anclado al dogma
cristológico de Calcedonia es un “fixismo” intolerable (al igual que
para Ratzinger) (v. para Lehmann, Sí Sí, No No, edición italiana 15 de
marzo de 1 992, para Cottier, 29 de febrero de 1992, para Vanhoye 15 de marzo
de 1987, para Bordoni, Si Si, No No, edición española, julio-agosto
1993).
Así es como en la Comisión Bíblica
Pontificia, resucitada de su largo letargo y de la cual el prefecto Ratzinger
es Presidente ex officio, se han sucedido como Secretario un Henri
Cazelles, sulpiciano, pionero de la exégesis neomodernista, cuya Introducción
a la Biblia fue, en su tiempo, objeto de censura por parte de la
Congregación romana para los Seminarios (v. Sí Sí, No No, edición italiana, 30
de abril de 1989), y después el ya citado Albert Vanhoye, S.J., mientras que
entre los miembros nos encontramos con un Gianfranco Ravasi, que arruina
públicamente la Sagrada Escritura y la Fe, y un Ciuseppe Segalla que niega a
Juan su Evangelio y divulga el criticismo más avanzado (v. Sí Sí, No No, edición
italiana, a. IV, nº 11, p. 2).
Así es como en la comisión teológica
internacional, de la cual Ratzinger es presidente y cuyos miembros son
escogidos a proposición suya, figuran, entre otros, el obispo Walter Kasper,
para el cual los textos evangélicos “donde se habla de un Resucitado que lo
han tocado con las manos y que se sienta a la mesa con sus discípulos” son “afirmaciones
más bien groseras... que hacen correr el peligro de justificar una fe pascua
muy ‛rosa’” (aunque Ratzinger no ama tampoco “una concepción masiva y terrena
de la resurrección”, v. Introducción al Cristianismo, p. 269; para
Kasper, v. Gesù, il Cristo, Queriniana, Brescia, 4ª edición, p. 192), al obispo Christoph Schönborn, O.P., secretario redaccional del
nuevo “catecismo” y que, en el primer aniversario de la muerte de Von
Balthasar celebró su super-lglesia ecuménica, la “Católica” no católica,
en la Iglesia de Santa María de Basilea (v. H.U. Von Balthasar. Figura e
opera, ed. Piemme, pp. 431 ss), al obispo André-Jean Léonard, “hegeliano...
obispo de Namur, responsable del Seminario de San Pablo donde Lustiger envía a
sus seminaristas [¡todo en familia!]”
(30 Giorni, diciembre
1991, p. 67), etc., etc.
Con discreción y
sin ella
¿Qué decir, además, de los modos más “discretos”,
pero no menos eficaces, mediante los cuales el prefecto Ratzinger promueve la “nueva
teología”? Walter Kasper es nombrado obispo de Rottenburg-Stuttgart[1].
Su “viejo colega” Ratzinger le escribe: “Vos sois un don precioso para la
Iglesia católica en este período turbulento” (30 Giorni, mayo 1989). Urs von Balthasar muere en la
víspera de recibir la “merecida distinción honorífica de cardenal”. El prefecto
Ratzinger en persona pronuncia el elogio fúnebre en el cementerio de Lucerna,
mostrando en el difunto un teólogo “probatus”:
“Lo que el Papa -dice Ratzinger- quería
expresar mediante este gesto de reconocimiento o, mejor, de honor, permanece válido:
no son ya solamente particulares, personas privadas, sino que es la Iglesia en
su responsabilidad ministerial oficial [sic!] quien nos dice que él fue
un auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un
testimonio de la Palabra, mediante la cual podemos aprender a Cristo, aprender
a vida” (extraído de H.U. von Balthasar. Figura e opera, de Leh-mann
y Kasper, ed. Piemme, pp. 457 s.).
El prefecto Ratzinger, de otra parte, está a
la cabeza del grupo que patrocina la apertura en Roma de un “centro de
formación para candidatos a la vida consagrada”, formación “inspirada por las vidas y las obras de Henri de
Lubac, Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr” (30 Giorni, agosto-septiembre 1990).
En fin, y para contener nuestro discurso en
los límites necesarios, el prefecto Ratzinger ha presentado a la prensa la “Instrucción
sobre la vocación eclesial del teólogo”, subrayando que este documento “afirma -puede ser que
por primera vez con esta claridad- que hay decisiones del magisterio que no pueden
ser una palabra definitiva sobre el sujeto en tanto que tal, sino un abordaje
sustancial al problema y ante todo también una expresión de prudencia
pastoral, una especie de disposición provisoria” (L’Osservatore
Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y dando algunos ejemplos de “disposiciones
provisorias” hoy “superadas en las particularidades de sus
determinaciones”: 1) las “declaraciones
de los Papas del siglo último sobre la libertad religiosa”; 2) las "decisiones
antimodernistas de comienzo de siglo”;
3) las “decisiones de la Comisión Bíblica de entonces”; en resumen: los tres
baluartes opuestos por los Romanos Pontífices al modernismo en los dominios
social, doctrinal y exético.
Debemos añadir que Elio Cuerriero, redactor
jefe de Communio (edición italiana) está en perfecto acuerdo con
nosotros sobre este punto de vista. Ilustrando la victoriosa avanzada de la “nueva
teología” en la revista Jesús de abril 1992, escribía: “Siempre en
Roma es necesario destacar el trabajo realizado por Joseph Ratzinger tanto como
teólogo como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe”. Tras
esto, del “restaurador” Ratzinger no queda más que el mito.
El mito del “restaurador”
Cómo ha podido nacer este mito no es difícil
de comprender.
En el Prólogo a Introducción al
Cristianismo, por ejemplo, Ratzinger escribe: “El problema del auténtico
contenido y sentido de la fe cristiana está hoy, mucho más que en tiempos
pasados, rodeado de incertidumbre”. Y esto porque “quien ha seguido el
movimiento teológico de las últimas décadas y no pertenece al grupo de quienes,
sin reflexionar, creen sin reparo que lo nuevo de todas las épocas es siempre
lo mejor”, se preocupa por saber si “la teología... ha dado
interpretaciones progresivamente descendentes de la pretensión de la fe que a
menudo se recibió de manera sofocante” y si “tales interpretaciones han
suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al mismo
tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más hacia
adelante” (p. 1 7).
¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra
por la crisis actual, no suscribiría afirmaciones parecidas? Hay ya en este Prólogo,
inalterado desde 1968, lo suficiente como para crear en torno a Ratzinger
el mito de “restaurador”. ¿Pero qué opone Ratzinger a la demolición progresiva
de la Fe perpetrada por la teología contemporánea? Opone la absolución general
de esta misma teología de la cual -declara él- “Es cierto que tales
preguntas, en su formulación global, son injustificadas, ya que solamente en
cierto sentido puede afirmarse que “la teología moderna” ha seguido ese camino”
(p. 18). Y sobre todo opone, como correctivo, el mismo repudio de la
Tradición y del Magisterio, mediante el cual la teología de los últimos
decenios ha “rodeado de incertidumbre” el “auténtico contenido y
sentido de la fe cristiana... mucho más que en tiempos pasados”. A la
deplorada tendencia, siempre más reductiva, de esta teología, de hecho, según
Ratzinger, “no se puede impugnar esta rama defendiendo una ciega conservación
del metal precioso de formas fijas del pasado, ya que siguen siendo [no
declaraciones solemnes del Magisterio, sino] solamente pepitas de metal
precioso: un peso que, en virtud de su valor, conserva siempre la posibilidad
de una verdadera libertad [que viene así subresticiamente a tomar el lugar
a la verdad]” (p. 18). Parece escapar a Ratzinger que inmediatamente este
prólogo conduce también “seguramente” allí donde la “teología” contemporánea.
Su libro entero está ahí para demostrarlo. Ya San Pío X notaba que todos los modernistas
no eran capaces de extraer, de sus premisas erróneas, las conclusiones
verdaderamente inevitables (v. Pascendi).
Ratzinger es siempre así: a ¡os excesos con los
cuales toma sus distancias (a menudo con ocurrencias cáusticas), no opone nunca
la verdad católica, sino un error aparentemente más moderado, pero que no
obstante en la lógica del error conduce a las mismas conclusiones ruinosas.
El propio Ratzinger se califica en Informe
sobre la Fe de “‛progresista’ equilibrado” (p. 22). El está por una “evolución
tranquila de la doctrina” sin “escapadas en solitario hacia adelante” (p.
23), pero también “sin nostalgias de un ayer irremediablemente
pasado” (p. 24), es decir por la Fe católica abandonada tranquilamente tras
de sí. Si bien él no ama el progresisimo de punta, tampoco ama la Tradición
católica: “Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer
o al mañana” (Informe
sobre la fe, p. 37; las cursivas están en el texto).
La cuesta es siempre la misma e, incluso,
aunque más suavemente, conduce a! mismo repudio total de la divina Revelación,
es decir a la apostasía. Las obras del “teólogo” Ratzinger están ahí para
demostrarlo de forma incontestable.
Hyrpinus, “Sí Sí, No No”, edición española, año III, nº 27, noviembre 1993. Recomendamos vivamente esta magnífica revista.
[1] Cf. Roma Aeterna nº 111.