De Dios debemos esperar la fuerza
y las luces necesarias para combatir la mentira y el error y a Él recurriremos
para obtenerlas. Él es el Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del
error y de la ilusión, Él nos dice en el fondo del corazón: “Yo soy la Verdad”,
Él sostiene nuestra esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: “Tened
confianza, Yo he vencido al mundo”.
Después de eso, ¿cómo no sentir
compasión por los que sólo miden la fuerza y el poder de la Verdad por el gran
número? ¿Han olvidado por consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió
sino doce discípulos, gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para
oponerlos, con una misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no
les dio, como única defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les
dio como instrucción a estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a
esos millones de hombres que se perdían, sino ganar a esa multitud y
comprometerla a seguirlos? ¡Cuán admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la
Verdad es siempre vencedora, aunque no esté sostenida sino por un número muy
pequeño.
No tener otro recurso sino el
gran número, recurrir a él como a una muralla contra todos los ataques, y como
a una respuesta para todas las dificultades, es reconocer la debilidad de su
causa, es convenir en la imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una
palabra, reconocerse vencido.
¿Qué pretendéis, en efecto,
cuando nos objetáis vuestro gran número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar
una segunda Torre de Babel, para tener a raya a Dios y atacarlo en caso de
necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa multitud insensata!
Que vuestro gran número me
presente la Verdad en toda su pureza y su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi
derrota es segura; pero que no me dé como prueba y razón nada más que su propio
gran número y su autoridad: es querer causar terror y dar miedo, pero de ningún
modo persuadirme.
Cuando diez mil hombres se
hubiesen reunido para hacerme creer en pleno día que es de noche, para hacerme
aceptar una moneda de cobre por una moneda de oro, para persuadirme a tomar un
veneno descubierto y conocido por mí, como un alimento útil y conveniente,
¿estaría obligado por eso a creerles?
Por consiguiente, puesto que no estoy
obligado a creer en el gran número, que está sujeto a error en las cosas
puramente terrestres, ¿Por qué cuando se trata de los dogmas de la religión y
de las cosas del cielo, estaría yo obligado a abandonar a los que están
apegados a la Tradición de sus Padres, a quienes creen con todos los que han
sido antes que ellos, lo que se ha creído en los siglos más remotos, y
confirmado además, por la Sagrada Escritura? ¿Por qué, digo, estaría yo
obligado a abandonarlos para seguir a una multitud que no da ninguna prueba de
lo que afirma? ¿Acaso el Señor mismo no nos dijo que había muchos llamados,
pero pocos escogidos; que la puerta de la vida es pequeña, que la vía que lleva
a ella es estrecha y que son pocos los que la encuentran? Por consiguiente,
¿cuál es el hombre razonable que no prefiriese ser de este pequeño número, que
entra a la vida eterna por ese camino estrecho, a ser del gran número que corre
y se precipita a la muerte por el camino ancho? ¿Quién de vosotros, si hubiese
estado en los tiempos en que San Esteban fue lapidado y expuesto a los insultos
del gran número, no hubiese preferido e incluso no hubiese deseado ser de su
partido, aunque él estuviese solo, antes que seguir al pueblo, que por el
testimonio y la autoridad de la multitud creía estar en la verdadera fe?
Un solo hombre de una probidad
reconocida merece más fe y más atención que otros diez mil que no cuentan sino
con su número y su poder. Buscad en las Escrituras y encontraréis las pruebas.
Leed el Antiguo Testamento, allí veréis a Fineés [nieto de Aarón, Éxodo 6,25]
quien se presenta solo ante el Señor, solo apacigua su cólera y hace cesar la
matanza de los israelitas, de los que acababan de perecer veinticuatro mil. Si
se hubiese contentado con decirse entonces, ¿quién osará oponerse a un número
tan grande que está unido para cometer el crimen? ¿qué puedo yo contra la
multitud? ¿de qué me serviría oponerme al mal que cometen con voluntad plena?
¿habría obrado valientemente y habría detenido el mal que cometía el gran
número? No, sin duda, el resto de los israelitas habría perecido y Dios no
habría perdonado a ese pueblo gracias al celo de Fineés. Es necesario, por
consiguiente, que se prefiera el sentimiento de un hombre con probidad, que
obra y habla con la libertad que da la Religión, a las opiniones y a las máximas
corrompidas de una multitud.
En cuanto a vosotros, seguid si
queréis al gran número que perece en las aguas y abandonad a Noé, el único que
es conservado; pero al menos no me impidáis salvarme en el Arca con el pequeño
número. Seguid si queréis al gran número de los habitantes de Sodoma; en cuanto
a mí, yo acompañaré a Lot; y aunque él esté solo, no lo abandonaré para seguir
a la multitud de la que se separó para buscar su salvación.
No creáis, sin embargo, que
desprecio el gran número; no, lo respeto, y sé los miramientos que hay que
tener con él: pero es ese gran número que da prueba y hace ver la verdad de lo
que afirma, y no ese gran número que teme y evita la discusión y el examen; no
ese gran número que parece siempre dispuesto al asalto y que ataca con orgullo,
sino ese gran número que reprende con bondad; no ese gran número que triunfa y
se complace en la novedad, sino ese gran número que conserva la heredad que sus
Padres le han legado y está apegado a ella.
Pero, en cuanto a vosotros, ¿cuál
es ese gran número del que os jactáis? Qué decir de los individuos vencidos,
seducidos y ganados por las caricias, los presentes, de los individuos
enceguecidos y arrastrados por su incapacidad y su ignorancia, de los individuos
que, unos por timidez y otros por temor, sucumbieron ante vuestras amenazas y
vuestro crédito, de los individuos que prefieren un placer de un momento,
aunque pecando, a la vida que debe ser eterna.
¿Así, por consiguiente,
pretendéis sostener el error y la mentira por medio del gran número, y establecerlo
con perjuicio de la Verdad, que un grandísimo número no enrojeció en confesar
públicamente a expensas de su vida? ¡Ah, por cierto, hacéis ver la magnitud del
mal y hacéis conocer la profundidad de la llaga, pues la desgracia es tanto
mayor cuanto más individuos se encuentran envueltos en ella!
“No sigáis la muchedumbre para obrar mal,
ni el juicio te acomodes al parecer del mayor número,
si con ello te desvías de la verdad”
San Atanasio, Homilía de San Atanasio contra los que
consideran al número como prueba de la
verdad o que no juzgan de la verdad sino
por el número.