Ya hemos publicado la segunda parte
de Las libertades modernas, capítulo de la obra Soy yo, el acusado,
quien tendría que juzgaros. Comentarios de los Documentos Pontificios que
condenan los errores modernos de Mons.
Marcel Lefebvre. Aquí la tercera parte.
Tercera libertad: libertad
de enseñanza
León XIII pasa luego a otra libertad más grave aún: la libertad de
enseñanza, que afecta a toda la formación de la juventud:
«No de otra manera se ha de juzgar la llamada libertad de enseñanza. No puede, en
efecto, caber duda que sólo la verdad debe llenar el entendimiento, porque en
ella está el bien de las naturalezas inteligentes y su fin y perfección; de
modo que la enseñanza no puede ser sino
de verdades…»
Este es un principio evidente y una regla de oro
para la enseñanza.
«Por esta causa, sin duda, es deber propio de los
que enseñan librar del error a los entendimientos y cerrar con seguros
obstáculos el camino que conduce a opiniones engañosas. Por donde se ve cuánto
repugna a la razón esta libertad de que tratamos, y cómo ha nacido para
pervertir radicalmente los entendimientos al pretender serle lícito enseñarlo
todo según su capricho (…). Sobre todo porque puede mucho con los oyentes la
autoridad del maestro (…) No ha de suceder impunemente que la facultad de
enseñar se trueque en instrumento de corrupción».
Si abrimos los ojos a la enseñanza actual en las escuelas, incluso las
supuestamente católicas, no podemos dejar de sentirnos aterrorizados por la
evolución constante de una enseñanza que ya no es tal, ni en los seminarios.
Los alumnos son los que expresan las ideas y discuten entre sí. Los profesores
únicamente orientan la discusión, pero ya no enseñan nada. Así se llega a una
falsificación de la enseñanza y vemos que el nivel baja cada año. Los medios
audiovisuales son buenos en ciertos casos, pero cultivan la memoria visual más
que la inteligencia; los niños acumulan, pero no asimilan, ni reflexionan, ni
razonan: la inteligencia disminuye. Un Papa como León XIII habría hecho severa
de la enseñanza de hoy.
«La verdad —que es el objeto de toda enseñanza,
[escribe]— es de dos géneros: natural y sobrenatural...»
Es decir, la verdad conocida por la razón y la
verdad conocida por la fe. Tienen que enseñarse estas dos ciencias.
«… en ellas se apoyan como en firmísimo fundamento
las costumbres, la justicia, la religión, y la misma sociedad humana».
Los beneficios de la
filosofía cristiana
El Papa prosigue, diciendo que la Iglesia ha recibido particularmente la
misión de enseñar: «Id y enseñad a las naciones» (S. Mat. 28, 19). Los
gobiernos deberían tener en cuenta —pues es algo admirable para gloria de
la Iglesia y de la civilización cristiana— las universidades construidas en el
transcurso de los siglos, en las que enseñaban profesores eminentes. Imaginemos
lo que debía de ser la Sorbona en tiempos de santo Tomás de Aquino, de San
Ignacio, de San Francisco Javier; y todos los santos que pasaron por ella, como
San Buenaventura, y que se formaron en esas universidades, y estudiaron en
ellas la verdadera filosofía y la verdadera fe. ¿Qué se enseña ahora en la Sorbona?
Algunos amigos universitarios nos dicen que apenas hay en ellas dos o tres
profesores que no sean comunistas, y eso en una universidad fundada por la
Iglesia y santificada durante siglos por ella. Los comunistas se han
establecido en ella como los cuclillos: los pájaros que ponen sus huevos en los
nidos de los demás…
Los revolucionarios se han apoderado de todo: de las curias episcopales, de
las escuelas, de los edificios, de los hospitales (como, por ejemplo, el
antiguo Hospital mayor de París)… Están en hermosos edificios que ellos no han
construido y después los han ampliado.
En una universidad católica libre y anticomunista como la de Guadalajara,
en México, en donde hay más de 30.000 estudiantes (10.000 mejicanos y 20.000
extranjeros), no hay ninguna facultad de filosofía ni teología. ¿Qué
anticomunismo se puede enseñar en esas condiciones? O en ese caso se hace un anticomunismo
muy primario: información sobre el comunismo mundial, reuniones, congresos…
pero falta el fundamento filosófico. Al no haber cátedras de filosofía ni
teología, no se muestra el ideal que tendría que existir para reemplazar al
comunismo y que es precisamente el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo.
¿Qué hacen si no presentan lo que da una vida normal a la sociedad: una verdadera
ética, la moral natural y la moral social? Si no saben lo que es una sociedad
cristiana e, incluso desde el punto de vista filosófico, lo que es
sencillamente una sociedad, las leyes que tienen que regirla y el orden social
natural, ¿con qué van a reemplazar a la sociedad totalitaria?
Se ha llegado hasta el punto del vacío en la enseñanza. De ahí la
importancia de nuestros seminarios. Pronto, los sacerdotes que formamos serán
las únicas personas en todo el mundo que conozcan los verdaderos principios
filosóficos —que no son nuestros, ni los del Padre tal o cual, ni de tal o cual
profesor, sino los de la Iglesia.
La filosofía tomista
Ya no se quiere hablar de la filosofía tomista, aunque los Papas no han
dejado de recordar que la Iglesia se la ha apropiado hasta el punto de hablar
de santo Tomás de Aquino como del Doctor común. Es la filosofía enfocada según
el espíritu de la fe y de la verdad. La mayor parte de las encíclicas se
refieren a esta doctrina. Si queremos conocer la realidad, el mundo, y la
esencia de las cosas y de todo lo que Dios ha creado, tenemos que sumergirnos
en la filosofía de santo Tomás, la del sentido común.
Esta filosofía es admirable aunque nadie la quiere en ningún lugar, ni
siquiera en Roma —ni en la Gregoriana, ni en el Angélico, ni en el Letrán. ¿Qué
sabrán, pues, realmente los futuros sacerdotes y obispos? Serán modernistas
desde el seminario, en donde se les habla de Freud, del marxismo y de la
relatividad, y ya no saben qué es la verdad. ¡Es espantoso!
De ahí la importancia de nuestros seminarios. Los sacerdotes que salgan de
ellos tienen que ser columnas de la verdad. Se creará un rechazo contra ellos,
por haber sido formados según la doctrina de santo Tomás, y al sentir en ellos
una fuerza y una luz de verdad y de sentido común, se les atacará con más
fuerza aun. No se les perdonará que tengan la verdad y estén en ella, pues los
errores siempre protestarán contra ella.
De ahí igualmente la importancia de abrir universidades junto a nuestros
seminarios. A mí me gustaría que se abrieran en cada país [1].
Aunque al principio sean lo más sencillas que se pueda, por lo menos los
profesores impartirán la verdad no sólo a los futuros sacerdotes sino también a
seglares destinados a ocupar puestos importantes en la sociedad que, así
formados, tendrán una fuerza lógica, de raciocinio y de persuasión que hará
doblegarse a los demás. Gracias a la claridad de sus ideas, podrán tener una
influencia en la sociedad. Pero si ya no se enseña el tomismo en las
universidades, ni la doctrina católica en los seminarios, ¿a dónde iremos a
buscar la luz de la verdad?
Son incontables los documentos pontificios sobre la doctrina de santo
Tomás. Es realmente la filosofía de la Iglesia y, por lo tanto, la filosofía de
Dios, de cualquier hombre sensato, y de la que tiene que vivir cualquier cristiano.
«Cuantas verdades enseñó —prosigue León XIII—
quedaron encomendadas a esta Sociedad, para que las guardase, las defendiese y
con autoridad legítima las enseñase; y a la vez ordenó a todos los hombres que
obedecieran a su Iglesia no menos que a El mismo, teniendo segura los que así
no lo hicieran su perdición sempiterna. Consta, pues, claramente que el mejor y
más seguro maestro del hombre es Dios, fuente y principio de toda verdad, y
también el Unigénito, que está en el seno del Padre, y es camino, verdad, vida,
luz verdadera que ilumina a todo hombre, y a cuya enseñanza han de prestarse
todos dócilmente: Todos serán enseñados
de Dios (Jn 6, 45)».
Por desgracia, los liberales, que reclaman la libertad de enseñanza al
mismo tiempo que permiten que se desarrolle cualquier tipo de enseñanza, “le
ponen a la Iglesia —dice el Papa— un obstáculo tras otro”.
Se puede decir que hoy es a nosotros a quienes ponen un obstáculo tras
otro… Desde luego es algo inaudito pensar que ante los ojos del Papa y de los
cardenales encargados de la enseñanza de la Iglesia se desarrolla una enseñanza
que ya no es tal. No hay ni que pensar entonces en lo que pasa en las demás
universidades: lo primero que habría que hacer para recuperar el control de
esas universidades sería volver a darles profesores. ¿Cómo puede ser que en la
universidad Gregoriana enseñen rabinos y profesores protestantes?…
Además, la enseñanza se ha
vuelto ecléctica. Se quiere saber todo de todo y se redactan una especie de
nomenclaturas de todo lo que piensan los hombres sobre cualquier cosa menos la
verdad. He visto el programa de los seminarios de Francia. Sobre el tomismo, se
decía que ya no era la doctrina principal en filosofía y que se lo estudiaba
como un sistema entre los demás. ¿En qué se convertirán, pues, esos seminarios?
Nos dicen que en algunos seminarios hay más seminaristas que en otros, pero
¿qué formación reciben? Serán sacerdotes para quienes se puede pensar lo que se
quiera, y para quienes la verdad y el error serán cosas relativas. ¿Qué fuerza
de convicción tendrán en su predicación?, pues la fuerza para hablar está en la
verdad. Si ya no hay verdad y si la verdad es una opinión como las demás, ya no
hay verdadera predicación. Así, van a hablar de acontecimientos sociales o de
la revolución en tal o cual lugar, pero ya no tendrán el sentido de la vida
sacerdotal.
[1] Actualmente existen el Instituto
Universitario San Pío X (21 rue de Cherche-Midi, 75006 París) y el Instituto Universitario San Gregorio Magno (76
rue d’Inkermann, 69006 Lyon) en Francia.