Hay un motivo profundo vinculado a la obligación de decir las oraciones del Canon en voz baja. Es en razón de la grandeza del misterio que se va a realizar. El pan se va a transformar en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor, no por una manifestación exterior sino por la acción del Espíritu Santo. Todo esto tiene que unirnos mucho a las oraciones del Canon y hacer de él realmente el centro y el corazón de nuestra vida espiritual. Por eso, acerquémonos con mucho respeto a este momento tan importante en nuestras jornadas. Imaginémonos que la Santa Iglesia nos permitiera decir, durante nuestra vida sacerdotal, una sola vez la misa: ¡con qué cuidado prepararíamos ese momento de nuestra vida, con qué respeto, con qué adoración y con qué humildad pronunciaríamos las palabras de la consagración! ¡Qué grande es este acto, ya se haga una o mil veces! Ojalá Dios nos conceda esta gracia insigne de hacerla a menudo, todos los días, sin que disminuya nuestro fervor ni nuestra adoración, porque su importancia siempre es la misma. Pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude a comprender mejor esta gran acción que se realiza por medio de nuestro ministerio sacerdotal.
Mons. Marcel Lefebvre, Retiro de ordenación, Flavigny, 26 de junio de 1976. Tomado de “La Misa de siempre, el tesoro escondido”, pág. 123. Ed. Río Reconquista, Buenos Aires, 2010.
Mons. Marcel Lefebvre, Retiro de ordenación, Flavigny, 26 de junio de 1976. Tomado de “La Misa de siempre, el tesoro escondido”, pág. 123. Ed. Río Reconquista, Buenos Aires, 2010.