La lectura de La Nación, este domingo 12
de enero, provocó el título de este artículo puesto que fue demasiado notoria
la utilización del término “homofobia” para respaldar inconfesable propósitos.
Estamos hablando del suelto Disparen contra el anonimato online, página 2
(http://www.lanacion.com.ar/1654939-disparen-contra-el-anonimato-online). El
periodista Carlos Guyot, entre otras cosas, se rasga las vestiduras diciendo
que el anonimato cibernético es la cobertura para una cantidad de personas que,
ante la muerte de un homosexual, aprovecharon para emitir “comentarios
homofóbicos”.
No queremos dejar pasar la oportunidad
para señalar todo lo que hay detrás de este modo de hablar. No hay programa
radial en que no se oigan estas cosas. No hay día en que los grandes diarios no
utilicen, por lo menos en el copete de sus artículos, este vocablo mágico con
la que pretenden desarmar a quienes emitimos un juicio de valor negativo
respecto del comportamiento homosexual. No hay declaración pública relacionada
con la sexualidad que no aspire a la eliminación de “todas las formas de
homofobia”, y ya viene siendo hora de devolver estos golpes, porque las
personas se forman en base a lo que oyen y lo que oyen se manifiesta en
lenguaje, palabras, términos. ¿Cómo comienza a existir la palabra “homofobia”?
¿Tiene ella algún significado real?
La verdad es que no. “Homofobia” es un
término acuñado por los propagandistas e ideólogos de los movimientos
homosexualistas. ¿Y qué es un movimiento homosexualista? Es un grupo de
personas que impulsan una verdadera revolución mental: pretenden destruir el
concepto clásico y tradicional de sexualidad –según el cual existen
comportamientos y tendencias naturales como también antinaturales–,
introduciendo cueste lo que cueste una nueva filosofía de la sexualidad. Según
esta nueva filosofía, el ser humano no es ni espiritual ni genéticamente un
varón o una mujer. Al contrario, “construye” su sexualidad con independencia de
su fisiología. Hombre y mujer serían parámetros sociales, adquiridos y no
innatos, sin base fija e inmutable en la naturaleza.
Pues bien, si es sencillo advertir que
hombre y mujer no “construimos” nuestra sexualidad sino que ésta nos ha sido
dada; si es evidente que nuestro comportamiento sexual es efecto y no causa de
nuestra sexualidad, entonces “es realmente muy difícil” poder sostener lo
contrario. Difícil porque se necesita mucha fuerza de voluntad para estar
negando constantemente los hechos que tenemos en la nariz. Pensemos que estos
ideólogos pronuncian todos los días su libreto. ¿No es terrible que así se
abandone a los homosexuales a su propia suerte, existiendo los medios para
ayudarlos? ¿No es grave que, una vez más, la ideología cierre el paso a la
cristiana misericordia para quienes desean fervientemente la plena salud del
alma y del cuerpo?
La misma ciencia forense revela que la
autopsia de un cadáver calcinado permite conocer el sexo del difunto aunque el
fuego haya eliminado la posibilidad de registrar otros datos (huellas digitales,
color de los ojos y pelo, masa corporal). El efecto del fuego en el cuerpo
también impide el análisis de los músculos; todas cosas que pueden observarse
con facilidad en cuerpos bajo otras condiciones. ¡Cómo podría la libertad y
unos pretendidos “derechos” modificar una realidad tan íntima a nosotros, si
precisamente la sexualidad es una de las pocas cosas que resiste el fuego que
todo lo quema!
Con la consigna fija de no entrar en este
debate, ideólogos y propagandistas deslizan la palabra “homofobia” cual
espantapájaros. “¡Cuidado que aquí hay homofóbicos!”. La verdad ya no importa,
todo es propaganda. “La homofobia es una enfermedad, la homosexualidad no”
rezan sus graffitis. Se pretende descalificarnos de antemano como si tuviésemos
simplemente miedo a lo distinto cuando, en realidad, estamos plenamente
convencidos: ¡el orden natural no es ninguna fobia! Con el tiempo, la
propaganda homosexualista se ha animado a más y ahora no sólo respalda la
homosexualidad sino también otras conductas desordenadas. ¿Hasta dónde hemos
llegado en que se puede considerar enfermo a quien sostenga la perversión de
las relaciones entre un hombre y un animal? ¿Qué confusión mental existe hoy
día, donde la actitud sana es sospechosa mientras que quienes sostienen que 2+2
son 5 tienen las puertas abiertas para propagar las ideas más falaces y
perjudiciales para la verdadera sexualidad?
En una de sus novelas, Chesterton nos
cuenta de un policía infiltrado en una reunión mundial de siete importantísimos
anarquistas, creyendo ingenuamente estar solo. Para sorpresa del personaje y
encanto del lector, no había un infiltrado sino seis: un solo anarquista y seis
policías pero cada uno creía estar en absoluta soledad... Pues bien, la
historia se repite. Existe mucha gente, muchísima, que está convencida de que
la sexualidad debe darse entre un hombre y una mujer. Sólo que muchos se
sienten solos y, por los motivos que fuesen, no se animan a levantar la voz, a
proclamar las verdades de las que están íntimamente convencidos. He aquí lo que
tenemos que hacer: animarnos a decirlo. Manifestar nuestro convencimiento y
transmitir ese fuego a los demás. Si el buen Dios lo quiere, nos daremos cuenta
de que muchos pensaban igual pero sólo se animaron a decirlo cuando nosotros
nos animamos primero.
Juan Carlos Monedero (h),
Rawson,
Provincia de Buenos Aires
14 de enero de 2014