La Huida a Egipto, por Vittore Carpaccio, 1500.
“Lo maravilloso de los santos es su visión continua de fe en todas las
cosas. Sin ella, todo vendría a devaluar su santidad. Esa fe amorosa, que les
permite unirse a Dios en todas las cosas, hace que su santidad no esté nunca
necesitada de lo extraordinario. Si a veces esto viene a ser útil, es en favor
de los otros, que pueden necesitar estos signos y señales. Pero el alma de fe,
contenta en su oscuridad, deja para el prójimo todo lo sensible y
extraordinario, y toma para sí lo más común, la voluntad de Dios, centrándose
en la voluntad divina, en la que se esconde sin deseos de manifestarse.
La fe genuina no necesita en absoluto de pruebas, y aquellos que la necesitan no andan muy sobrados de fe. Los que viven de la fe reciben las pruebas no como pruebas que ayuden a creer, sino como ordenaciones de la voluntad de Dios. Y en este sentido no hay contradicción alguna entre el estado de pura fe y esas cosas extraordinarias que se hallan en muchos santos, a los que Dios alza para la salvación de las almas, como luces para iluminar a los más vacilantes. Así eran los profetas, los Apóstoles y todos santos que Dios ha elegido para ponerlos en el candelero [Mat. 5,15]; siempre los ha habido y siempre los habrá. Pero en la Iglesia hay también una infinidad de santos que viven ocultos, pues están destinados a brillar en el cielo, y en esta vida no irradian luces especiales, sino que viven y mueren en una gran oscuridad.”
La fe genuina no necesita en absoluto de pruebas, y aquellos que la necesitan no andan muy sobrados de fe. Los que viven de la fe reciben las pruebas no como pruebas que ayuden a creer, sino como ordenaciones de la voluntad de Dios. Y en este sentido no hay contradicción alguna entre el estado de pura fe y esas cosas extraordinarias que se hallan en muchos santos, a los que Dios alza para la salvación de las almas, como luces para iluminar a los más vacilantes. Así eran los profetas, los Apóstoles y todos santos que Dios ha elegido para ponerlos en el candelero [Mat. 5,15]; siempre los ha habido y siempre los habrá. Pero en la Iglesia hay también una infinidad de santos que viven ocultos, pues están destinados a brillar en el cielo, y en esta vida no irradian luces especiales, sino que viven y mueren en una gran oscuridad.”