Ignacio Anzoátegui.
“En materia religiosa (Alberdi) profesaba ideas de católico liberal –ese animal estúpido que se reproduce con tanta facilidad en nuestros tiempos. “En vano –escribe- llenaréis la inteligencia de la juventud de nociones abstractas sobre religión; si la dejáis ociosa y pobre, a menos que no la entreguéis a la mendicidad monacal, será arrastrada a la corrupción por el gusto de las comodidades que no puede obtener por falta de medios. Será corrompida sin dejar de ser fanática. La Inglaterra y los Estados Unidos han llegado a la moralidad religiosa por la industria”. Y agrega con un criterio de picapedrero: “Prácticas y no ideas religiosas es lo que necesitamos”.
El señor Alberdi se equivocaba de parte a parte. El mal de América es precisamente la falta de conocimiento religioso. Generaciones enteras se han aburrido en misa sin saber lo que era la misa; han cumplido con todas las prácticas religiosas sin conocer la religión; han rezado a los santos y no los han venerado; han creído en la ayuda de Dios sin advertir siquiera en el tremendo misterio de la gracia de Dios. Tenían la costumbre religiosa: una especie de buena voluntad pasiva, apenas suficiente para salvar el alma. Por los sacramentos nos distinguíamos de los buenos mahometanos, de los buenos protestantes, de los buenos idólatras; éramos religiosos por comodidad humanitaria, tal vez por pereza humanitaria. Bastó que unos pocos pedantes nos hablaran para que depositáramos nuestra religión doméstica en manos de las mujeres. Nos bastó el miedo de los hombres para que le perdiéramos el miedo a Dios. Ellos nos traían razones y nosotros no teníamos ideas: teníamos prácticas. El catolicismo de Alberdi no era catolicismo, porque no conocía a la Iglesia , “tan capaz –según él- de asociarse a todos los progresos humanos”. La Iglesia no es tolerante, es la Iglesia bárbara de Jesucristo, nada civilizada en el sentido liberal. Es intolerante porque posee la verdad; es bárbara porque posee la alegría de la esperanza en Dios; es nada civilizada porque no necesita de las cosas del mundo. Los hombres de la generación de Alberdi no podían comprender esto. Habían nacido en el liberalismo cegatón que engendró la Reforma , y si fueron católicos lo fueron sólo de intención. La intención basta para salvarse uno mismo, pero basta también para perder a los otros con la mejor intención. Catolicismo y masonería eran dos términos que se tocaban en un punto: la realidad. Políticos católicos respetaban –como ellos decían- las ideas masónicas, porque había que ponerse a tono con el tiempo; políticos católicos pactaban todos los días con los enemigos de la religión de su patria, porque los enemigos eran elegantes y la patria necesitaba civilizarse. Todo esto se lo debemos a los fundadores civiles de nuestra nacionalidad”.
Ignacio Anzoátegui, “Vidas de muertos”.
Tomado del Blog Videoteca Reduco, “Hablan los maestros”.