“Ante el bien, se encuentre donde
se encuentre, nuestra actitud sólo puede ser la que aconseja el Apóstol:
probadas todas las cosas, tomad lo que es bueno. Frente al mal debemos
igualmente obedecer el consejo del Apóstol: “no queráis conformaros con este
siglo” (Rom. 12,2).
Sin embargo, conviene aplicar con
inteligencia los dos consejos. Es excelente analizar todas las cosas y quedarse
con lo bueno. Pero debemos tener presente que lo bueno es lo que está conforme,
no sólo con la letra, sino también con el espíritu. Bueno no es aquello que
favorece a un tiempo a la virtud y al vicio, sino lo que favorece siempre y
únicamente a la virtud. Así, cuando una costumbre no es reprobable en sí misma
pero crea una atmósfera favorable al mal, la prudencia manda rechazarla. Cuando
una ley favorece a la única Iglesia verdadera pero al mismo tiempo favorece
también a la herejía o a la incredulidad, merece ser combatida.
La resistencia al siglo tiene que
hacerse también con prudencia, esto es, no debe quedar más acá o más allá de su
fin. Ejemplo de resistencia poco inteligente al siglo, de apego a las formas
mudables y sin mayor importancia intrínseca, lo tenemos en la vuelta al “altar
en forma de mesa”. Es una resistencia que va más allá de su fin, que es la
defensa de la Fe. Por otro lado, la resistencia al siglo no debe quedar más acá
de su objetivo. No puede constituir en la mera enseñanza sin aplicación
concreta a las circunstancias del día. Ni en promesas platónicas. Es necesario
enseñar, es necesario conocer los hechos del día en toda su realidad viva y
palpitante, es necesario organizar la acción para intervenir a fondo en el
curso de los acontecimientos.
Por fin, es necesario recordar
que la fisonomía de una época no puede ser descompuesta en aspectos buenos y
malos enteramente autónomos los unos de los otros. Toda época tiene una
mentalidad propia que resulta a un tiempo de los aspectos buenos y malos. Si
aquellos son preponderantes y éstos se refieren apenas a asuntos secundarios,
la época debe llamarse buena. Si, por el contrario, tienen preponderancia los
aspectos malos y el bien existe apenas en uno o en otro pormenor, la época debe
llamarse mala. En los problemas de las relaciones entre el católico y su
tiempo, no basta que tome posición ante aspectos fragmentarios del mundo en que
vive. Debe considerar la fisonomía del tiempo en su profunda unidad moral y
tomar posición ante ella. (…)
Así concluyamos.
1. El católico de nuestra
época debe distinguir cuidadosamente entre el bien y el mal, apoyando y
favoreciendo todo cuanto es bueno, oponiéndose sin temor a todo cuanto es malo,
valiéndose del progreso de la técnica para hacer apostolado.
2. Debe tomar posiciones
contra los principios equivocados que ejercen influencia preponderante en todos
los campos de la vida moderna, y de esto debe hacer su principal apostolado.
Mons. Antonio de Castro Mayer,
Obispo de Campos (Brasil) - “Compendio de verdades oportunas que se
oponen a los errores modernos”.