La Antropología, aunque usted no lo crea lector, es el estudio del hombre. Valga la aclaración ya que, si uno hojea cualquier libro de Antropología física (origen del hombre), todo lo que va a encontrar son ilustraciones de monos. Monos comiendo, monos durmiendo, monos amamantando, monos..., etc.
Y esto es así porque desde que apareció la hipótesis darwinista, que habría transformado al mundo científico en la ciudadela de la estupidez y la ceguera –si hemos de tomar en serio lo que decía Bernard Shaw– la Antropología dejó de ser la ciencia del estudio del hombre para convertirse en la pseudociencia del estudio del origen del hombre a partir de los antropoides, esto es, de los grandes monos (chimpancé, gorila, orangután), que serían, de acuerdo a la hipótesis darwinista, nuestros parientes más próximos.
Nuestros parientes y nuestros antepasados.
¿Nuestros antepasados? Sí, señor.
Pero, acaso, ¿no es que descendemos de un “antecesor común” que habría dado origen a los monos y al hombre? Efectivamente. Pero este sedicente “antecesor común” –de acuerdo a la hipótesis darwinista– no es ni puede ser otra cosa que un mono. No necesariamente idéntico a los monos actuales, pero mono al fin.
«El antecesor común sería llamado ciertamente mono por cualquiera que lo viese», afirmaba el ilustre paleontólogo de la Universidad de Harvard, George G. Simpson. «Los antepasados del hombre eran monos»… «Es pusilánime, si no deshonesto, decir otra cosa», agregaba Simpson. [1]
Es deshonesto, agrego yo.
El que habla del supuesto “antecesor común” como de algo que no fuera un mono, o no sabe lo que dice o no dice lo que sabe.
Ahora bien, un mono parece que no puede transformarse directamente en un hombre. Usted toma un mono, por ej., lo baña, lo afeita, lo viste a la moda, le enseña todos los vicios, lo envía a la Sorbona, pero no hay caso. El mono de usted –con admirable sentido de la prudencia– no quiere saber nada de hacerse hombre. Para que esto ocurra, el mono debe ser transformado, por el medio ambiente, en “homínido”. Esto es, un ser intermedio entre el mono y el hombre, que ya no existe, según dicen, pero que en un tiempo, allá hace muchos años, parece que sí.
El susodicho “homínido”, luego de engendrar al hombre, habría desaparecido, y nadie tiene la más remota idea de porqué. Pero mucho me temo que lo habrá hecho para no cargar con la tremenda responsabilidad de haber engendrado algo tan peligroso e inadaptado como lo que le endilgan haber engendrado. La oveja negra de la familia, verdaderamente. Sólo sabemos de su existencia a través de sus restos fósiles.
¿Quiere decir entonces que se han encontrado verdaderos fósiles de homínidos?
¿Que si se han encontrado fósiles de homínidos? ¡Miles, lector! Todos los mese se encuentra uno.
Quizá esta afirmación resulte un tanto sorprendente, ya que lo que habitualmente se lee o escucha en este tema es que los fósiles de homínidos constituyen un material “sumamente escaso”, que “apenas cubrirían una mesa de billar”, que “cabría todo dentro de un cofre”, y que patatín y que patatán.
Lo que sucede es que en este tema también existe doble discurso, propiedad, ¡helas!, no exclusiva de políticos.
Cuando algunos antropólogos hablan de que los fósiles de homínidos serían sumamente escasos, lo que en realidad quieren decir es que son sumamente escasos los fósiles de homínidos que encajan en la hipótesis darwinista.
Pero que los restos fósiles de “homínidos” sean, en sí mismos, “sumamente escasos”, es totalmente falso. Se calcula en aproximadamente 6.000 (!) la cantidad de “homínidos” descubiertos a la fecha. [2]
Lo que sucede es que luego de una rigurosa selección, y no precisamente “natural”, algunos de estos restos –previo intenso “maquillaje” y adecuada manipulación de los datos cronológicos– pueden ser encajados en el esquema evolucionista. Y éstos son los que se publicitan. Con bombos y platillos. Los otros, los que no encajan, son sepultados en una impenetrable tumba de silencio.
En otras palabras: muchos son los hallados y pocos los escogidos...
Es cierto que después de un análisis más o menos riguroso de cualquiera de estos homínidos “respetables”, se comprueba, indefectiblemente, que en realidad se trataba o de un mono (la inmensa mayoría) o de un hombre, o de un “blooper” o de un fraude.
Claro que a veces pasan décadas antes de que esto suceda (100 años en el caso del Hombre de Neandertal; 40 en el fraude de Piltdown), y mientras tanto su descubridor ha adquirido fama, posición académica, fondos de la National Geographic, etc. Su futuro está asegurado, y el origen simiesco del hombre, “demostrado”.
Además, los resultados del estudio sistemático de los supuestos homínidos –a cargo de antropólogos serios– no son generalmente publicitados; aparecen varios años después del hallazgo (y ya nadie se acuerda), y, de todas maneras, seguramente en el ínterin ya habrá sido encontrado otro homínido, también “respetable”, para distraer la atención de la gente y seguir aportando elementos apologéticos en defensa de la fe darwinista.
Dije arriba que un homínido era un ser “intermedio” entre el mono y el hombre. Me rectifico.
Al menos desde el punto de vista del “marketing”, un “homínido” es cualquier cosa que un antropólogo audaz bautice como tal. Tanto da que sea un Homo Sapiens (como el H. de Neandertal), un mono (como el Ramapiteco o Lucy), el cráneo de un borrico (el “Hombre de Orce”) [3], el fémur de un cocodrilo [4] o la costilla de un delfín [5].
Quizá uno de los ejemplos más rotundos de los estragos que suele ocasionar la hipótesis darwinista en el cerebro de los Homo Sapiens, sea el famoso «Hombre de Nebraska», creado en 1922 en base a una muela (!). En base a esta “evidencia”, que algunos escépticos -que nunca faltan- consideraron un tanto escasa, se creó este tipo “humano” (hábitos laborales, matrimoniales e indumentaria incluidos) para descubrirse luego –cinco años más tarde– que el molar en cuestión no pertenecía a un hombre ni tampoco a un mono, sino a un pecarí extinguido. [6]
No se asombre demasiado, lector. En los 40 años que transcurrieron antes que se demostrara el carácter fraudulento del «Hombre de Piltdown», se dice que se escribieron unas 500 sesudas tesis doctorales sobre este “homínido”.
Y estas cosas suceden porque el estudio de los supuestos antepasados fósiles del hombre no es ciencia. Es sólo la búsqueda ferviente de “pruebas” para demostrar la hipótesis –previamente aceptada– del origen simiesco del hombre. Esto es, primero se acepta –por razones filosóficas– la hipótesis, y luego se buscan los fósiles necesarios para “demostrarla”.
Y ya sabemos que el que busca, encuentra. O inventa.
Por cierto que todo esto es sumamente divertido, y ocasión por demás propicia para ocupar las horas de ocio… y también para olvidar las penas de este valle de lágrimas.
A condición, insisto, de no confundirlo con ciencia.
Porque esto no es ciencia. Es chapuza.
Dr. Raúl O. Leguizamón
Notas:
[1] George Gaylord Simpson, «The World into which Darwin led us», Science, Vol, 131, 1 de abril de 1969,
p. 969
[2] Catalogue of Fossil Hominids. K. Oakley, B. Campbell and T. Molleson, published by the British
Museum. 1976.
[4] I. Anderson, «Humanoid Collarbone Exposed as Dolphin’s Rib», New Scientist, April 28, 1983, p. 199.
[5] Ibíd.
[6] William Gregory, «Hesperopithecus Apparently Not an Ape nor a Man», Science, Vol. 66, Nº 1720
(diciembre 16, 1927), p. 579, citado por B. Davidheiser, Evolution and Christian Faith, Baker Book
House, Michigan, 1969), p. 348.