A raíz de unas escandalosas declaraciones
por parte de Francisco a los medios de prensa en el trascurso de su viaje de
retorno de Manila, es que compartimos esta carta escrita por una dolorida madre.
También, recordamos, que luego de las palabras hirientes del Papa Francisco, al
día siguiente, haría unas declaraciones totalmente contrarias, como dice el
blog Wanderer en una entrada
del 23-Ene-2014, Francisco cuenta con una “desvergonzada duplicidad de discurso”.
¿Mis hijos, fruto de una tentación a Dios?
No sé si cada día estoy más
atónita, enfadada, entristecida… Hace tiempo que desconozco cómo calificar mi
estado de ánimo. Pero lo que sí que puedo asegurar es que ayer fue una jornada
negra, de esas que recordaré durante mucho tiempo. Jamás pensé que podría
llegarme a sentirme despreciada por el Santo Padre, y sin embargo, así fue. Que
no era esa su intención, creo que no. Pero que ese fue el resultado, sí que lo
fue.
Supongo que los lectores de
Adelantelafe sabrán la razón. No he escondido jamás que soy madre de cinco
maravillosos hijos. Siempre los he considerado mi “corona”, mis regalos de
Dios, mis bendiciones. Los he lucido con orgullo, no porque los considere míos
(que no lo son), sino porque siempre los he sentido como regalos de Dios,
confiados a nosotros (los padres) para devolvérselos algún día.
Hace tiempo que entendí que los
hijos no son fruto de la decisión de los padres, sino de Dios. “Antes de
que estuvieras en el vientre materno, yo ya te conocía”, así dice el
Señor. Todos hemos estado en la mente de Dios desde la Eternidad, por eso,
ningún niño es un error para Dios. Lo contrario de lo que se nos quiere
convencer ahora por parte de esta egoísta sociedad. Puede que un nacimiento no
se dé en las mejores circunstancias, pero “error”, jamás. “Dios siempre escribe
recto con renglones torcidos”, se dice.
Los cristianos defendemos la vida
como resultado de la voluntad de Dios. Por eso, la defendemos cuando a los ojos
del mundo es indefendible: en caso de violaciones, en caso de malformaciones,
en caso de peligro para la madre durante el embarazo… Somos escándalo para el
mundo, porque para nosotros, todo hijo es una bendición de Dios.
De ahí mi estupor anoche cuando
oí las desafortunadas palabras del Santo Padre: “Hay quienes creen que para ser
buenos católicos debemos ser (perdónenme por la expresión) como conejos”.
Santo Padre, ¿realmente era
necesaria esa expresión? Usted sabía la carga significativa que tenía, de
hecho, pidió perdón antes de usarla. Y yo me pregunto, ¿tener muchos hijos es
actuar “como conejos”? Pensemos que el Santo Padre quiso decir (ya empiezo con
interpretaciones) que los conejos no tienen voluntad para engendrar, que
simplemente actúan según criterios de la Naturaleza. Muy bien, quizás quiso
decir eso.
Pero no deja de sorprenderme que
se “animalizara” de tal forma el acto de concebir un hijo. Porque, el alma
humana, tiene un valor infinito para Dios. Y toda alma humana es única, de
valor incalculable. ¿Conejos? Santo Padre, no. El mundo piensa eso, el
cristiano, no.
El cristiano no debe hacer “hijos
en serie”, continuó ayer en el avión.
¡Qué palabras tan duras! Una cosa
hecha en serie es algo que carece de valor, porque no es única. Supone también
una automatización, donde no interviene la voluntad, la creatividad, el ingenio
humano; actuar como robots sin conciencia alguna de lo que se está haciendo.
“Hijos en serie…”
¿Mis hijos están hechos en serie?
¿No son únicos para Dios? ¿Le resto valor al primero por el hecho de haber
tenido más? ¿El quinto no es una bendición de Dios? ¿Es un número de serie?
Este tipo de expresiones las he
oído demasiadas veces en la ONU, cuando se defiende al aborto. Se empieza por
cosificar (animalizar) al ser humano y se acaba defendiendo lo indefendible.
Pero el Santo Padre siguió
hablando… y comenta que regañó a una madre que estaba embarazada del octavo
hijo, porque había sufrido siete cesáreas: “¿Qué quiere, dejar
huérfanos a sus hijos? ¡Eso es tentar a Dios!”.
Santo Padre, usted siempre ha
dicho que el pastor tiene que oler a oveja. Tiene que estar cerca de ellas,
conocerlas, sufrir con ellas. Si fuera así, jamás hubiera regañado a esta
madre. Yo he sufrido cinco cesáreas. Y el mundo me ha
crucificado. Mucho. Pero a mi marido, aún más.
Para el mundo, como soy
cristiana, perdí mi capacidad de decisión y actúo como una autómata. Me dejo
embazar, así, sin más. Y a mis hijos, ¡qué le den!
Santo Padre, ¡qué injusto!
¿También lo tengo que escuchar de usted? ¿Mi padre espiritual?
Mi marido y yo somos muy
conscientes de lo que nos jugamos. Mis hijos, también. Cada embarazo que sufrí
a partir del tercero ha supuesto un enorme susto para nosotros. No soy un
autómata incapaz de pensar. ¡Ojala lo fuera! El problema es que, para algunos
matrimonios, Dios tiene voluntad propia. Por mucho que usted diga que conoce
muchos métodos (¿de verdad?, ¿no naturales?) para evitar un
embarazo, no son métodos infalibles y menos para algunas parejas.
Precisamente, si la Iglesia
permite los métodos naturales, es porque siempre se deja abierta la puerta a
Dios. Y… sorpresa, sorpresa (porque Dios siempre sorprende), por alguna
“extraña” razón, Dios manda hijos a quien posa su confianza en Él.
Mi cuarto hijo y mi quinto no han
sido programados. Tampoco son hijos en serie. Y menos han sido fruto de nuestro
tentar a Dios. ¿O si? Escuchamos las enseñanzas de la Iglesia y a pesar de las
ENORMES presiones que recibimos para usar métodos no naturales (incluso
dentro de la misma Iglesia), a pesar del peligro para mi salud, pusimos nuestra
confianza en Él. ¡Qué paso más terrible! ¡Qué duro!
¿Cómo se puede acusar a un
matrimonio de querer dejar huérfanos a sus hijos? Yo misma he escuchado esa
frase en boca de mucha gente. ¡Y duele! ¿Cómo puede acusar a esa madre tan
duramente? ¡Yo no quiero dejar huérfanos a mis hijos! ¡Nadie lo quiere! Pero…
creo en Dios. Creo en su voluntad. Y confío en Él. Incluso a costa de mi propia
vida. No dijo el propio Jesús, “No hay nadie más feliz que quien da la
vida por un amigo”. ¿Acaso no es eso transferible a los hijos?
Cada día de mis últimos embarazos
fue consciente de que podían ser los últimos. Mi marido, también. No me reste
valor pensando que soy una autómata sometida a una religión sin fundamento. Si
hubiera escuchado a esta madre, hubiera oído su lucha diaria por seguir
confiando en Dios. En lo dura que es. En lo difícil que resulta. Sobre todo, en
un mundo donde es tan fácil como acudir a una farmacia y solicitar un
anticonceptivo.
No necesitamos su regañina (ya
nos la da el mundo), necesitamos su apoyo. Porque es una decisión difícil,
diaria, que pesa.
Y, ¿sabe? Mi cuarto hijo nació en
Diciembre. El día del parto me había preparado. Había confesado, y fui a misa
con mi marido. Cuando me llevaron en camilla hacia el paritorio, apareció un
coro de niños. Habían acudido al Hospital para cantar villancicos a los
pacientes. Me hicieron un pasillo y cantaron… ¡Si, cantaron! Luego, bajaron al
paritorio y los médicos abrieron las puertas para que pudiese escucharlos. Mi
hijo nació a las 12 (hora del Ángelus) bajo los cánticos “Ha nacido Enmanuel”.
La enfermera (que no me conocía de nada), cuando lo cogió en brazos se emocionó
me susurró al oído “en verdad, éste es un regalo de Dios”.
Y, estoy de acuerdo con ella.
Mi quinto hijo también es de
Diciembre. Y ¿sabe? “Curiosamente” también recibió los cantos de los niños. Yo
he sobrenaturalizado mis partos. María estuvo presente en ellos. Sentí la
comunión de los Santos… Por favor, no le reste sobrenaturalidad a ellos. Ya lo
hace el mundo.
¿María tentó a Dios? Si hubiese
escuchado al mundo, Jesús no habría nacido. Pero depositó su confianza en Dios.
Se fió. Fue generosa.
Finalmente, un apunte. Mis hijos
sabían del peligro que corría. Nunca se lo escondí. Rezaron por mí y por sus
hermanitos. Y, este verano, cuando fuimos a Lourdes para dar gracias a María
por el parto sin incidentes, ¿sabe lo que pidió mi hijo mayor? ¡Otro hermanito!
Creo que un niño nos puede
enseñar mucho. Mi hijo me enseñó generosidad. Y valor. Santo Padre, escuche a
sus ovejas, por favor, porque nos sentimos perdidas. Qué quiere ir a por las
que están fuera del redil, ¡fenomenal!, pero no se olvide de las que estamos
dentro. Quizás, ahora más que nunca, estemos necesitadas de un buen pastor.
Mónica C. Ars