Brillante
síntesis del p. Leonardo Castellani sobre las dos corrientes filosóficas, dos comsmovisiones que se
encuentran en constante combate en nuestra época.
Santo Tomás es sumamente actual,
e irá siéndolo más y más in dies. La razón es que intelectualmente
no existirán más que Hegel y Tomás de Aquino trabados en lucha a muerte, dentro
de poco. Estamparé aquí una afirmación osada, que a quien le parezca
disparatada o temeraria no tiene más que pedirme se la pruebe… Es ésta: en la
época en que estamos, la Epoca Atómica (que yo llamaría “Parusíaca”), no habrá
más filosofía. Habrá solamente Teología; la filosofía habrá retrocedido a sus
raíces religiosas. Habrá una lucha religiosa a muerte entre el ateísmo y la
Iglesia Católica, es decir, entre la teología de Hegel y la de Tomás de Aquino.
Podemos adelantar que Hegel vencerá, pero no para siempre.
Hace ya un siglo, el gran
Menéndez Pelayo exclamó (en Ideas Estéticas, tomo 4, I): “¡No hay filósofos, y
quizás no los habrá ya nunca!”, que es lo que estamos diciendo. Tampoco los
hubo después del gran crítico hasta nuestros días. Pero, ¿y esa bandada de
filósofos diseminados por todo? Aquí en Buenos Aires tenemos como cinco… No
son filósofos: son profesores de filosofía. Son discípulos, seguidores, epígonos
de Hegel. Y lo mismo se ha de decir, pese a quien pese, de Bergson, de Max
Scheller, de Gentile, de Julián Marías y de Ortega, etc., etc. Son a veces
brillantísimos expositores, pero filósofos no son. Son flor de un día.
El de Aquino tiene en pos de sí a
quienes podemos denominar filósofos sil vous plait: Rosmini,
Maritain, Marechal, Zeferino Gonzáles, Balmes, Ramírez, Josef Pieper, Haecker,
Peter Wust… y otros. Y una brillantísima falange de expositores, como Zigliara,
Mercier, Gustave Truc, De Wulf, Descogs, Rousselot, Sertillanges, Mandonnet,
Thonnard, Mánser, Bochenski, Garrigou Lagrange, Gardeil, Gredt, Gilson, etc.
Se podría llenar una página de nombres.
Vean por otro lado las numerosas
“escuelas” de filósofos actuales, si no están todas (excepto las tomistas)
tocadas de una manera u otra por Hegel: desde los neohegelianos puros, que son
legión, hasta los ateos, marxistas, materialistas, fenomenólogos, nietzcheanos…
Eso irá en aumento hasta que no queden en finiquito más que la religión en su
forma más pura y el hegelismo también puro, es decir, panteísta y ateo, con sus
derivados, naturalismo y modernismo.
El causante de esta polarización
en marcha fue un teólogo extraño y poderoso llamado Söeren Kierkegaard –si lo
quieren mejor en español, Suero Kirkegord–. Al fin de su vida, todas sus
posiciones principales (testigo su expositor, traductor y biógrafo, Knud
Ferlov) coincidían con las de Tomás de Aquino. Sobre esto hemos escrito un
libro (De Kirkegord a Tomás de Aquino).
¿Cómo lo hizo? Rebatiendo a
Hegel, con una refutación definitiva que está en su Postdata no científica
definitiva principalmente, y luego en el resto de su obra. Educado en Hegel y
Lutero, se desprendió con energía de los dos en el largo itinerario a Dios de su
corta vida. Murió a los 43 años. Si hubiera vivido más, muy probablemente se
hubiese reducido a la Iglesia Católica, pues al teólogo oficial de la Iglesia,
Tomás de Aquino, ya había llegado solo, a oscuras, sin conocer de él ni una
línea.
El historiador idealista Kuno
Fischer escribió que Hegel era la “cúspide de la filosofía”. Si hubiera añadido
“moderna” estaría en lo cierto. Hegel es el final del camino antitomista
abierto por Descartes. Es el anti-Aristóteles, el Aristóteles invertido, patas
para arriba: el devenir en lugar del Ser. Pero tiene una potencia de pensar y
sistemar comparable a la del Estagirita. Pues bien, el endiosado Kirkegord lo
derrumba entero con sólo retirarle el cimiento: el comienzo del filosofar no es
el Devenir, sino el Ser. Antes que Heráclito, Parménides, y mejor la síntesis
de ambos: Tomás, el “Buey Mudo”.
Lo primero que conocemos son las
cosas sensibles, que por abstracción de nuestro intelecto nos llevan a Dios,
tanteado en las tinieblas de lo Sumo. El principio de no contradicción, “nada
puede ser y no ser” (a la vez, en el mismo sentido), eliminado por Hegel, es
ineliminable. Es el gozne mismo de nuestro pensar. Claro, el que elimina el
principio de no contradicción puede llegar después adonde quiera: a decir que
el Espíritu Absoluto es a la vez Dios y el hombre, en continua evolución, por
ejemplo.
La filosofía
greco-latino-cristiana dijo su última palabra en el de Aquino. La filosofía
antiescolástica-anticristana moderna dijo su última palabra en Jorge Guillermo
Federico Hegel. Ya no queda nada que inventar: sólo se puede glosar y, si
acaso, reconstruir y completar. Kirkegord quedó sepultado casi un siglo, y lo
resucitaron los alemanes, traduciéndolo del danés después de la Guerra del 14.
Y Santo Tomás estuvo sepultado como seis siglos y fue resucitado por el Papa
León XIII. Los dos escribieron para nuestra época, la Época Atómica; o, si
quieren creerme, la Época Parusíaca.
R.P. Leonardo Castellani, visto en Ecce
Christianvs, 13-Ago-2014.