domingo, 31 de marzo de 2013

Felices Pascuas.


Ninguna otra cosa deseo a mis lectores como don pas­cual, sino la Sabiduría. Este don pascual no es una ópera, sino el regalo que en otro tiempo se hacían los amigos por Pascua. Por la Sabiduría hizo Dios los cielos y la tierra. La Sabiduría asistía al trono de Dios cuando hacía el mundo, y ella jugaba en su presencia con todas las cosas, los formidables juegos del cielo y del infierno, que son más serios aún que el terrible juego de la guerra, y el ardiente juego de la revolución. Dijo el rey Alfonso el Sabio que este mundo si no está mal hecho, por lo menos lo parece. En realidad ahora está mal hecho, está al revés; está desordenado por el Pecado, que es el receso de la Sabiduría. Por falta de Sapiencia el mundo está patas arriba y Dios se está divirtiendo en ponerlo de pie, cueste lo que cueste.
Dice Jules Romains en una de sus novelas (Verdún) esta blasfemia: “El dulce Cristo de los Evangelios ¿no tenía otro modo de enseñar religión al mundo que esta masacre?”. Pues, no señor, no tenía. Y uno de los culpables de eso es usted, judío pérfido...

¡Oh Sapiencia de Dios! ven aprisa ven,
mi nurse y mi novia veraz te he pedido
al Señor en la misa de la fiesta de Santo Tomás.

En tiempo de Santo Tomás había monjes que no hacían más que rezar, cantaban el breviario seis veces al día durante largas horas. Con ellos se educó Santo Tomás en Montecasino. Ahora también los hay, pero la gente cree que son una especie de Open Door, que hay que dejarlos solos, ya que les da por eso. “Déjen­los no más que hagan iglesias —pensaban nuestros padres los liberales— total cuando necesitemos plata les quitamos los conventos y chau”. Pero la gente antigua iba a estos conventos siempre abiertos: y miraba y oía cantar .Vísperas y Maitines sin entender gran cosa: y aprendía una gran lección de Sabiduría, la lección de no hacer nada fuera de conocer a Dios. Veía intermi­nablemente esos hombres muertos, inmovilizados, auto­matizados, en cuerpo y alma dedicados a cantar la pala­bra de Dios, porque una palabra no es del todo inteli­gible mientras no se convierta en canto. Y entonces el pueblo que no es zonzo cuando le muestran cosas —aun­que lo es cuando lo emborrachan con palabras- entendía la lección de los Absortos en el Más Allá; que lo más importante de la vida es entender a Dios, mucho más que ganarse la vida; y que hay que cesar a ratos de ganarse la vida y reprimir el trajín de lo tem­poral, para ver si suena allá adentro la Voz antigua y nueva.
Ahora todo se acabó. El pueblo tiene la radio y oye la palabra de Dios, de Jesucristo y del “obispo de los obreros” por boca de Soiza Reilly a través de Radio Belgrano. Entonces, como Dios está de parte de la Sapiencia —que es su Hijo—, enseña la sapiencia a los pueblos como puede, con otro sistema que todos oyen incluso por radio, aunque tiene más de ruido que de canto. ¿Qué creen ustedes que saca Dios de la guerra? ¿Castigar los pecados? Desde luego. Pero ningún sabio castiga sin sacar algo del castigo, dice Santo Tomás de Aquino. Lo único que saca y puede sacar Dios de la guerra es sabiduría para los que queden. Es tan gran­de cosa la sabiduría, que juzga Dios bien empleados los miles de vidas jóvenes tronchadas en flor —¡y qué pérdida de mano de obra para la industria y el comer­cio!— con tal de que un solo joven acrezca un solo grado su conocimiento de lo divino. Para que un solo hombre lo conociese, hizo Dios todas las estrellas; y sería también capaz de deshacerlas, si fuera necesario.
Las admirables costumbres de los viejos pueblos europeos, ese equilibrio vivaz del italiano, esa sensatez recia del español, esos dichos, máximas, lenguajes, mo­dos, normas de vida, rituales, ratinas y hasta supersti­ciones henchidas de luz y de sentido que hoy vamos a desenterrar a las aldeas fueron hechas a fuerza de siglos de lucha, de paciencia, de riesgo, de infatigable enseñanza. Ahora todo eso acabó; no lo salvarán los “folkloristas”. “Et erunt docibiles Dei”. Serán enseñables a Dios. Sólo Dios puede enseñarnos de nuevo. Y para eso debe hacernos primero “docibiles”, es decir, dóciles. La letra con la sangre entra. ¡Cuán gran conciencia está entrando poco a poco en la humanidad de que todos los esfuerzos humanos, aun los mejor intenciona­dos, sin Dios no son más que Cartas del Atlántico!
El mundo está al revés. La Argentina está en el mundo. Por ejemplo, aquí en la Argentina hay maes­tros frívolos, y también escandalosos, que no pueden educar a ningún niño; antes al contrario. Esto es sabi­do desde que yo nací; y también lo saben en La Prensa y La Nación. Hay maestros de los que dijo el Divino Maestro: “Más les valiera que atada al cuello una mue­la molinera, los echaran al mar”. Si una madre adver­tida quiere defender a sus hijos del mal ejemplo, no puede: a causa de la “obligatoriedad escolar”. Para mejor, en la Provincia han suprimido hasta la precaria escapatoria de inscribir al niño, educarlo la madre y dar los exámenes como libre. Pues bien, todo eso: arrancar al niño pobre del hogar para entregarlo a la mala maestra es contra el derecho natural. ¿Han pro­testado alguna vez La Prensa y La Nación, esos “de­fensores de la persona humana”? Jamás. Viene el doc­tor Olmedo y pone en comisión al magisterio a ver si puede mejorarlo un poco; y estos hipócritas ponen el grito en las nubes, porque el doctor Olmedo ha come­tido un sacrilegio. Los 50.000 abribocas que todavía se zampan los editoriales de La Prensa empiezan a decir: “¡Miren lo que hizo Olmedo! ¡Miren lo que hizo Olmedo!” y la gente se conmueve ¡oh, por poco tiempo! A esto lo llamamos nosotros el mundo al revés.
Y así podíamos seguir con los ejemplos hasta la página del extracto de la lotería. Le cuesta a la gente convencerse de que estamos en tiempo no ordinario. Por eso esta semana santa no he hecho más que pedir a Dios la Sabiduría. Europa ha entrado en la prima­vera sangrienta, y la Argentina en el invierno crítico. No nos distraigamos demasiado. Son los deseos de Militis Militorum.

Leonardo Castellani, Cabildo, Buenos Aires, N° 544, 12 de abril de 1944.